domingo, 5 de noviembre de 2017

Lecciones del 155 y cosas que se ven a simple vista

«¿Tan perdedor eres que no te das cuenta de cuándo has ganado?», le preguntaba Harvey Keitel a Georges Clooney en el antro de La Teta Enroscada, antes de llenarse de vampiros. La pregunta no es tonta porque a veces uno no nota cuándo gana. El problema es que tampoco se ve siempre cuándo se fracasa. España lleva unos meses debatiéndose entre dos fracasos: un referéndum de independencia en Cataluña o la aplicación del 155, ya tan querido y tan nuestro. Que una cosa sea un fracaso no quiere decir que no haya que hacerla, quiere decir sólo que es un fracaso. Que es difícil comprender cuándo se fracasa se nota en que los dos fracasos provocan algarabías y contentos. Quizá podríamos ir recordando algunas certezas antes de que el cuadro se entafarre más.
1. La aplicación del 155 vino con la destitución del jefe de un cuerpo armado, con una huida del Presidente de la Generalitat y varios consejeros y con una rueda de prensa de gran seguimiento internacional. Hasta el auto de prisión de la jueza Lamela del jueves, todo se había tranquilizado algo. Seguía revuelto, pero más tranquilo. La lección, por contraste, es que ni la ley ni las entendederas de Europa necesitan astracanadas: la calma anterior al jueves indica que lo del 1-O fue una actuación descerebrada innecesaria. Un referéndum ilegal se hubiera podido ignorar sin cargas policiales y Europa no se hubiera chupado el dedo. La reprobación a la Vicepresidenta iniciada por el PSOE estaba justificada y su retirada no. El 1-O transformó la cuestión catalana ante el mundo y en la conciencia de los propios catalanes.
2. La justicia viene siendo representada por una balanza en la que los brazos se equilibran. Hace poco, menos de un mes, decía Maíllo que había un proceso inquisitorial contra el PP. El lenguaje era casi idéntico al de Puigdemont. El PP también sentía que no había garantías, que se les perseguía. Ni Rato, ni Matas, ni Esperanza Aguirre, ni Cifuentes, ni Pilar Barreiro, ni Pedro Antonio Sánchez, ni Gallardón, ni Camps, ni tantos otros están en la cárcel, a pesar de los escándalos sobrecogedores que los señalan. De golpe, sin juicio (también es verdad que sin sorpresas), con una eficacia y rapidez ejemplares, todo el Govern está en la cárcel o en busca y captura. El auto de Lamela hace una alusión directa a Puigdemont: «En este punto basta recordar el hecho de que algunos querellados ya se han desplazado a otros países eludiendo las responsabilidades penales en las que pueden haber incurrido». Y explica, esta vez sin alusiones, que pueden destruir pruebas: «Se aprecia también alta probabilidad de que los querellados puedan proceder a ocultar, alterar o destruir fuentes de prueba». Pero todavía recordamos la destrucción a martillazos de discos duros en las sedes del PP, porque nadie había previsto todo eso de ocultar, alterar o destruir fuentes de prueba. Y tampoco le pareció a Lamela un ejemplo al que aludir para justificar sus temores. La imagen de la balanza es una imagen acertada: la justicia consiste en que la misma unidad de medida sopese cualquier cosa que se ponga en el otro brazo de la balanza. Y aquí se están utilizando distintos pesos para medir según qué conductas. Sólo una semana antes, otro juez no tuvo ninguna prisa en encarcelar sin juicio a Forcadell y demás miembros de la Mesa y hasta les dio unos días para que estudiaran el sumario. Pero, como se fugó Puigdemont, a Lamela y a José Manuel Maza les entraron prisas. Y cada nuevo incendio en Cataluña es más devastador que los anteriores.
3. Puigdemont lleva consigo la representación simbólica de algo difícil de precisar, pero que tiene que ver con las instituciones de Cataluña. Parte de su juego es sustanciar la cuestión como un conflicto para la comunidad internacional, porque cuanto más conflicto sea lo de Cataluña más se percibirá que hay dos partes y cuanto más cierto sea que hay dos partes más simétricas serán esas partes. Por una razón y otra, la salvaguarda de los símbolos y la estrategia a la que sirve, se comprende el movimiento de irse a Bélgica. Pero los culebreos, los enredos llenos de opacidad, las maneras expeditivas y nada democráticas del procés y el lenguaje tan excesivo y tan lleno de solemnidad histórica con que el President se refiere a la situación y a sí mismo, todo ello, está llevando a la comunidad internacional a ese punto en el que un personaje de El Pacto de los lobos decía con recelo: «cuidado, señor, o acabaremos por no saber de qué está usted hablando.» Debería poner un límite a sus performances mediáticas, antes de que hablar en cuatro idiomas sólo le sirva para que todo el mundo entienda que no se sabe de qué está hablando. Ruiz Mateos acabó teniendo que disfrazarse de Supermán para que le hicieran caso los periódicos. Hasta el auto de Lamela, la percepción de Puigdemont era cada vez más circense. Pero llegó el auto y el encarcelamiento sin juicio de todo el Govern. Ahora las palabras de Puigdemont suenan de otra manera, para mal de España. Que las payasadas sean cada vez más serias mide el deterioro de una situación.
4. La izquierda sigue sin un discurso coherente sobre naciones, estados y pueblos. La reivindicación del Valle de Arán muestra lo inmanejable que puede llegar a ser la idea de nación para hacer política. El nacionalismo español no viene de la nada. Cuando se activa, se activan sus raíces y la historia bombea a través de él impurezas y coágulos del pasado. El nacionalismo opuesto, sobre todo el vasco y el catalán, inyectó dosis de emotividad colectiva que dañaron la racionalidad de la vida pública. No hay nada agradable en que se suelten la melena los nacionalismos en España. La descentralización y las políticas sensibles con las identidades culturales no necesitan recargarse de morralla ideológica nacionalista. La izquierda debería tener un discurso estable y claro.
5. Un referéndum de independencia es un desenlace como cualquier otro, pero es un fracaso. Hay demasiada gente en Cataluña que quiere la independencia como para ignorar el fenómeno. De hecho, el 1-O no fue un referéndum, pero sí fue algo histórico que nadie debería obviar. Y hay demasiada gente en Cataluña que no quiere la independencia, como para ignorarla, como se vino haciendo de manera insólitamente sectaria durante el procés. Y España en su conjunto no quiere esa independencia. El punto estable al que conduce esa ecuación no es el resultado de un referéndum a todo o nada. Como dije, que una cosa sea un fracaso no quiere decir que no haya que hacerla, pero sí que hay que evitar tener que hacerla. ¿No se puede hablar, con tantos modelos territoriales en que inspirarse?
6. El 155 o cualquier forma de intervención anómala en la vida política catalana es un fracaso clamoroso y muy doloroso de la convivencia. Rajoy tuvo muchas veces más de una forma de actuar sobre la cuestión catalana y siempre eligió no hacer nada. Cuanto más dejó empeorar el ambiente político, más acercó al país a no tener más solución que alguno de los fracasos de la convivencia, el que menos duela. El 155 dejó desorientada a Cataluña y el auto de Lamela la reorientó hacia el incendio. Alguien debería recuperar la responsabilidad en el Gobierno. Y alguien debería contarnos qué está haciendo la Zarzuela. La Corona no deja de acumular secretos.

Los delitos son delitos, no se pueden columpiar las decisiones judiciales en las coyunturas políticas. Pero estamos en peligro todos. Cataluña se desborda y España se precipita con ella. Las discrepancias se están haciendo odio y la gente cada vez opina gritando más. El Gobierno, y ahora ya prácticamente sólo él, puede bajar la presión de esta caldera. Puede hablar, puede pactar, puede aceptar. Hasta puede indultar. Lo que sea que contenga esta explosión. Nos lo debe. En otros sitios no sé, pero aquí la historia no absolverá a nadie.

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