lunes, 27 de noviembre de 2017

Asturias pertinaz

Asturias debería ser un silencio incómodo. El momento es uno de esos en los que nadie dice nada o sólo dice vaciedades previsibles y todos se miran porque alguien debería decir algo. Pero ya no es ni eso. La legislatura avanza en blanco, pero el silencio aquí ya no es incómodo, ni la falta de novedades o de política. Ya nos acostumbramos a que aquí nunca pase nada y que lo que ocurra pase por sí solo. Cuesta aceptar que estamos a mitad de legislatura y ya parece que estamos en el tiempo de descuento. Asturias está pasando esta legislatura sólo con sus funciones vegetativas y poco más. Y Asturias no tiene impulso ni inercia que la esté llevando a ningún puerto. Es más bien una de esas peonzas a las que se les acaba la fuerza para seguir girando y simplemente va dando tumbos. En el Telediario a veces comentan alguna exposición de pintura en el espigueo cultural que hacen hacia el final (o hacían, acabo de darme cuenta de que hace tiempo que no veo el Telediario). Alguna vez puse atención a tales comentarios con malicia, intentando imaginar un solo cuadro al que no fuera aplicable la prosa abstrusa y vacía con que explicaba la redacción la exposición. Con los comentarios sobre la situación general de Asturias pasa algo parecido. Salvo algunos detalles de coyuntura, podríamos recortar y pegar columnas de opinión de distintos años y siempre encajarían con lo que está pasando. Sólo que en el caso de los cuadros lo vacío era la prosa, no los cuadros. Y en el caso de Asturias lo vacío es el asunto político y no hay prosa que le dé enjundia.
Lo más importante de la política se expresa en los presupuestos. En Asturias en los últimos años sólo tuvimos prórrogas presupuestarias y presupuestos aprobados por el PSOE con la derecha. Es decir, cuando tuvimos presupuestos, fueron siempre de mínimos y de circunstancias. El zigzagueo de los presupuestos indica lo errático de la situación política. Recordemos las etapas de nuestro extraño viaje. La legislatura empezó con una caída importante del PSOE, que sin embargo se mantiene como primer partido. La izquierda (o las fuerzas del cambio o como se llame) podía formar una mayoría, pero no hubo entendimiento entre PSOE y Podemos y sí entre PSOE e IU, aunque nunca se haya visto claro cuál fue ese entendimiento. Hubo lo justo para que Javier Fernández pudiera ser investido, pero no tanto como para que gobernara con más de un tercio del Parlamento. Todo el mundo se acusa mutuamente de los desencuentros. Pero en este caso es justo señalar sobre todo a Javier Fernández. Él es el que tiene más diputados y el que tiene más representación siempre es quien tiene que buscar y saber encontrar apoyos. Últimamente se puso de moda el principio de que el que gane no tiene que ceder nada y los demás tienen la obligación de dejarle gobernar porque para eso ganó. Pero nuestro sistema es proporcional precisamente para que el que gane tenga que pactar y buscar sus apoyos. Además la legislatura empezó con un apoyo casi sin condiciones de IU. No puede ser sólo la supuesta aspereza de Podemos el problema, cuando ni siquiera quien permitió la investidura con mansedumbre mantiene ahora la confianza. Después sucedió el vodevil del PSOE. Una parte del partido prefirió que gobernara Rajoy a que gobernara Pedro Sánchez y rasgó el propio partido de tanto afán que pusieron en tan pintoresco empeño. La razón es que el gobierno de Sánchez contaría con Podemos y el sector en aquel momento dominante del PSOE prefiere a Rajoy en solitario que a su propio partido con Podemos. Javier Fernández presidió la gestora de aquel estropicio y había sido uno de los barones que aturdieron a Sánchez en las primeras elecciones para que no formara gobierno. Es razonable decir que la trayectoria de Javier Fernández es acreditadamente hostil a acercamientos con Podemos, y más si apuramos la memoria y recordamos aquello del Ayuntamiento de Oviedo. Mientras su gestora dejaba hecho unos zorros al PSOE para poner a Rajoy en La Moncloa, aquí acordaba los presupuestos con el PP. Será casualidad la concomitancia de las dos cosas. Así que la legislatura arrancaba con una mayoría de izquierdas poco propensa a entenderse y teníamos ya en el primer año a Javier Fernández acordando los presupuestos con las derechas, facilitando la Presidencia de Gobierno al PP y cosechando halagos sonrojantes de toda la prensa conservadora.
Pedro Sánchez se hizo rojo en el destierro y gana las primarias porque las bases del partido no se habían embarcado en el viaje extravagante de sus líderes y barones. Javier Fernández queda fuera de sitio como presidente de la gestora y su pacto presupuestario con el PP ahora queda como una excentricidad. Para que todo se enrede más, Barbón y sus sanchistas ganan la Secretaría de Asturias, con lo que el partido en Asturias se distancia de Javier Fernández y, lo que es más divertido, del propio grupo parlamentario. En algunos sitios no precisamente pequeños hay incluso una reprobación explícita del Presidente. Así que Fernández queda en minoría en el Parlamento y desautorizado por su partido. La línea oficial del PSOE ya no es la línea del Gobierno del PSOE. Adrián Barbón apoya al Gobierno, dice, pero Javier Fernández gobierna con su sombra sobre la cabeza como si fuera la Panza de Burro de Las Palmas. Ahora dice que él no será un obstáculo para los acuerdos que consiga la FSA con otras fuerzas de izquierda. Con media legislatura por delante, ese es el fuelle: que el Presidente no sea obstáculo. Eso sí, pone sus límites. La oficialidad del asturiano estaba tan ausente del programa electoral del PSOE como la rebaja fiscal del impuesto de sucesiones, relevante en lo económico y crucial en lo político. Pero unas ausencias estaban más ausentes que otras de las intenciones.
No se trata de que ahora Javier Fernández esté haciendo mal. Ahora no tiene opción fácil: ni quedarse, ni dimitir, ni convocar elecciones es fácil. Simplemente la situación ahora es así. Podemos, sobre todo Podemos, debe entender que las derrotas internas de Fernández sí crearon una situación favorable para entendimientos con el PSOE. Algunas cosas que Podemos debe aspirar a cambiar, como las prácticas clientelares, las canonjías que están en mente de todos o las opacidades políticas no se pueden cambiar con un acuerdo que se firme. Tiene que ser en un día a día desde una posición de fuerza y esa posición se alcanza con un acuerdo que convierta a la formación en un verdadero socio de Gobierno. Es importante que la actual mayoría progresista sea la que dé forma al servicio escolar de 0 a 3 años que está sobre la mesa y que parecen querer todos. La derecha quiere hacer con ese ciclo una gigantesca donación a la Iglesia a través de la enseñanza concertada. El ansia doctrinal de la derecha y la Iglesia es más impetuosa que la de los independentistas catalanes. Podemos e IU tienen que entrar ahora en la estructuración de este nuevo servicio público para evitar su tergiversación sectaria. Seguramente ahora el ofrecimiento de Javier Fernández no tiene la carga de escepticismo que tuvo otras veces, porque su extraña situación no le deja otra opción lógica que un pacto de largo alcance con IU y Podemos.

Los problemas de Asturias (económicos, de despoblación, de organización metropolitana, de comunicaciones, …, los de siempre) son complejos y resultado de haber dejado a su aire demasiado tiempo demasiadas cosas. Los populistas creen que las cosas tienen causas sencillas y se arreglan con actuaciones sencillas. Los inmovilistas creen que todo es tan complejo que no encuentran el momento y manera de empezar, de tantas cosas que hay que aclarar de antemano (piénsese, como ejercicio, en la eutanasia o la oficialidad del asturiano). Los políticos operativos no simplifican como los populistas las soluciones, pero sí simplifican los problemas como para que sea sencillo el siguiente paso (o el primer paso). A ello deben aplicarse Podemos e IU, a simplificar en cada momento el siguiente paso en las tareas complejas. Que hagan un esfuerzo por sacarnos de esta modorra.

sábado, 18 de noviembre de 2017

Día de las librerías, todavía

Causó revuelo hace unos meses la adjudicación del Nobel de literatura para Bob Dylan. De todas las razones por las que resultaron polémicos estos premios, esta fue bastante original. Nadie negó ni la calidad ni, desde luego, la relevancia histórica de Bob Dylan, sino si era literatura lo que hacía. Dijeron unos que había que ampliar la mirada y superar inercias para reconocer como literarias más cosas que las que traían los libros de texto. Otros recordaron que la literatura empezó siendo parecida a lo que hace Bob Dylan, una composición poética cantada que se transmitía como tradición oral, oída y no leída. Joaquín Sabina sintió rápidamente un reconocimiento gremial y celebró apresuradamente la respetabilidad académica que de pronto alcanzaban los cantautores. Después de todo ellos hacen su arte con la palabra, por qué no ha de ser eso literatura. Retengamos para después este detalle. Otros, claro, dijeron que si lo que hace Dylan es redondo, se compra en tiendas de música y se escucha en equipos de música es que es música y que para ser literatura tiene que ser de papel, comprarse en librerías y leerse, no escucharse. Lo interesante de todo aquello no era lo oportuno o merecido del reconocimiento a Dylan, sino el debate de si se debía reconocer como literario lo que se escucha en un disco al son de guitarras e instrumentos.
La intuición nos hace suponer que la esencia de las cosas está en sus orígenes. La literatura es una de las cosas que creo que desmienten esta intuición. Como la vida misma, en sentido biológico. La vida empezó a existir en el único sitio en que podía existir: en el agua, a salvo de la radiación ultravioleta que tostaba la superficie terrestre. Cuando la atmósfera se llenó de oxígeno y en la estratosfera se formó el ozono que absorbía esa radiación, fue posible su propagación a tierra firme. Y ahí, andando el tiempo, estalló. La única energía de que dispone la vida es la que las plantas toman de la luz solar. En la mayor parte del océano a las plantas les falta la luz, cuando tienen suelo lejos de la superficie; o les falta el suelo, cuando tienen luz cerca de la superficie. Pero en tierra firme tienen luz y suelo. La cantidad de energía solar convertida en biomasa es mucho mayor y la vida se desarrolla en tamaño y variedad a sus anchas. El origen de la vida está en el agua, pero la plenitud de la vida quiere suelo terrestre. Los orígenes de la literatura también mienten sobre su verdadera naturaleza. Empezó de la única manera en que podía empezar. Tenía que ser oral, porque no había escritura ni soporte para ella. Tenía que ser en verso y cantada, porque nuestra memoria es limitada y necesita ritmo, necesita que el texto se reparta en moldes repetidos para segmentarse y para que unas partes recuerden a otras. El ritmo poético y musical es como una muleta para nuestra memoria. Todavía recordamos aquellos sonsonetes escolares con los que los niños memorizaban la tabla de multiplicar. La composición tenía que ser tal que el autor pudiera recitar de memoria lo que había compuesto. Nadie podía concebir Quijotes que no pudiera después recordar y declamar de viva voz. Y ningún público podía retener la atención sobre ninguna historia que no se le diera en segmentos modulados en melodías que se repitieran en bucle.
Cuando fue posible fijar la literatura en la escritura todo cambió. El autor no tenía que recordar lo que componía porque las palabras quedaban adheridas al papel sin evaporarse y él podía construir monstruos más allá de sus capacidades normales, porque sus recuerdos quedaban fuera de él, sólidos y fijados a su disposición. El receptor se hizo lector, ya no tenía que entender las cosas tan rápido como otro las declamaba. Podía demorarse en la belleza de una línea o reflexionar la profundidad de un párrafo. Las palabras eran sólidas y estables, podía estar conectado con ellas el tiempo que necesitara. La literatura, como la vida en tierra firme, estalló. Se multiplicó la poesía y apareció la gran prosa. La literatura se hizo silenciosa y solitaria porque podía. Multiplicó los mundos del lector porque ahora podía. Empezó siendo recitada y cantada, como la vida empezó en el agua, porque era la única manera en que podía darse. Pero la literatura quiere la lectura. Se estira, se retuerce y se multiplica en el papel y entrando por los ojos. Su origen no está ahí, pero sí su plenitud. La literatura oral desaparece a medida que se universaliza la alfabetización y la lectura.
Sobre el Nobel de Bob Dylan sólo me atrevo con una certeza: cualquier manifestación tiene de literario lo que tenga de literaria su lectura. Puedo ver representada La casa de Bernarda Alba y sé que la literatura es una parte de lo que estoy viendo, porque tiene rango literario ese texto cuando lo leo. Cuando veo El Padrino veo una obra de arte, pero no una obra literaria, porque el texto de los diálogos puesto en papel y leído no tiene esa altura (aunque alcance grandes alturas la composición completa que veo en el cine). Se equivoca Sabina creyendo que la cuestión es hacer arte con la palabra. Eso lo hace el cine también. Se equivoca porque se queda corto. No es sólo la palabra: es la lectura. Bob Dylan tiene de literato lo que tenga de literaria la lectura de sus composiciones. Y todo el mundo acepta que en su caso sí hay altura literaria en su lectura (insisto, en su caso). Si es mejor poeta que otros, es ya la típica discusión de cualquier premio Nobel que podemos obviar ahora.

Decía Barthes que los niños quieren la finitud. Por eso, les gusta la cueva, el nicho, la manta que los arropa o el abrazo, sin más. El libro es a la vez en el envase con el que se distribuye la literatura y, en cierto sentido, su abrazo. La digitalización no es sólo un cambio en la materialidad del libro. Puede ser su disolución. La ciencia o los mapas se distribuirán sin problema en libros o en códigos digitales, en 2D o en 3D. Sospecho, sin embargo, que la literatura está más necesitada de su abrazo y es más deudora de su envase, sea en papel o en láminas digitales. Y los propios libros parecen querer su propio abrazo, un espacio dedicado. Nos gustan en las bibliotecas y en las librerías. Decía Manguel que una biblioteca era un lugar paradójico, donde mucha gente se juntaba para hacer algo solitario. Será esa apetencia infantil por la finitud del nicho. Que cada año haya casi mil librerías menos que el año anterior en España indica que hay un escape, que algo se nos está yendo poco a poco. No creo que la gente lea lo suficiente, pero tampoco creo que lea menos. Es el libro el que se puede estar desaguando en un océano más confuso en el que no alcanzo a ver cómo vivirá la creación literaria. No creo que la literatura se vaya a desprender ya nunca de la lectura. Pero la pérdida de librerías parece ser la señal de que el libro como objeto puede estar a punto de transformarse en otra cosa, donde no hay límites ni formas y donde la gran literatura puede respirar con más dificultad. Es difícil saberlo. Podemos invertir la observación. Podemos ver en cada librería una señal positiva de que sigue resistiendo algo que nos hace mejores. Hace una semana se celebró el día de estos locales que abrazan los libros que a su vez abrazan la lectura. Merece la pena que tengan un día dedicado para que no las descuidemos. Como las plantas, inyectan vida en la vida y mantienen el aire puro. Salud, un año más.

lunes, 13 de noviembre de 2017

Adoctrinar en las escuelas

No podía faltar en la bronca catalana la enseñanza y el adoctrinamiento en las escuelas. Vaya por delante que suelo sentir un picor agradable (y desde luego irresponsable) cuando se levantan polémicas de este tipo. En estos días se oye en voz alta lo que en muchas círculos se susurraba en voz baja: que la descentralización del sistema educativo fue un error y que los nacionalistas que llegaron al poder en el País Vasco y Cataluña aprovecharon el enorme margen que les daba el sistema para inculcar la ideología separatista. Digo que una parte de mí se complace por este tipo de polémicas. Con frecuencia me toca defender a las materias humanísticas, a las que me dedico, de la percepción ramplona de que son saberes sobrantes sin aplicación en nuestro mundo. Pero no creo que los independentistas se fueran a pelear con el gobierno central por los contenidos de Física o Biología. Tampoco creo que los que deploran el adoctrinamiento escolar en Cataluña se duelan por cómo se explican las matemáticas allí. Curiosamente, las materias a las que todo el mundo quiere hincar el diente son las maltratadas humanidades y sociales. Una parte de mí se sonríe porque estas diatribas me hacen pensar que, para ser tan inútiles las humanidades, bien se pelean por controlarlas los unos y los otros. Algo relevante deben plantar en la mente y la conducta de la gente estas materias para que estén dispuestos a tanto combate y tanto ardor.
No es esta una cuestión menor. Ocupa de hecho varias sentencias del Tribunal Constitucional. El adoctrinamiento que tanto altera el sueño de algunos no empezó en Cataluña ni se reduce al nacionalismo. Quieren hablar y legislar con dos vicios: hablar y legislar al hilo de una calentura (Cataluña) y hablar y legislar sobre un aspecto de la cuestión (el adoctrinamiento nacionalista). Pero la cosa tiene más extensión. La Iglesia viene siendo muy combativa desde el principio con todo esto del adoctrinamiento. Recordemos la asignatura de Religión y aquel sofoco por la Educación para la Ciudadanía. El apoyo o detracción de la enseñanza concertada tiene también un sesgo ideológico innegable (la apoya la derecha y la detracta la izquierda), por lo que algún papel ha de tener esto del adoctrinamiento. Hace poco Hazte Oír quiso adoctrinar a los niños a la salida de los colegios con penes, vaginas e identidades de género. Y no sólo es cosa de religión y enseñanza concertada. La extensión de la asignatura de Economía a costa, por ejemplo, de la Filosofía no vino sin el correspondiente ruido doctrinal. Los think tanks ligados de los bancos se despacharon relacionando la materia de Economía con la crisis. Dijeron que si hubiéramos sido formados en las artes del ahorro y el gasto no hubiera pasado lo que pasó. Se publicitaron actividades de niños saliendo de la escuela y yendo a bancos para averiguar qué plan de pensiones era mejor. Que desde niños se entienda que la jubilación ha de consistir en planes privados con los bancos huele a adoctrinamiento también. El tufillo que se detecta en Cataluña es como mucho una esquina de la cuestión.
Para hablar de algo tan relevante en el sistema educativo habría que hablar en serio y poner algún límite a la hipocresía. Debemos empezar por la consabida higiene lingüística. La forma de decir que otros adoctrinan es llamar ideología a eso que no queremos que se haga en las aulas. La forma de extender nuestro pensamiento en esas aulas es llamarlo «ideario», «orientación propia» o «carácter», que de las tres formas lo ampara la ley; o simplemente enmascarar la ideología en jerga paracientífica. Por ejemplo, la igualdad entre hombres y mujeres es una pretensión difícil de denigrar porque chirría en una democracia oponerse a la igualdad. Así que la Iglesia viene llamando a esto ideología de género y, a partir de ahí, ya puede llamar adoctrinamiento a todo lo que impulse la igualdad en la escuela. Instruir en centros separados a chicos y chicas a simple vista parece más ideológico que predicar la igualdad de sexos, y más si se tiene en cuenta que en España son colegios ultracatólicos los que practican tal segregación. Si se justificara esta práctica con la encíclica de Pío XI del año 39, en la que calificaba de errónea y perniciosa la «coeducación» y en la que recordaba que la modestia cristiana de la juventud femenina obligaba a evitar «toda exhibición pública», pues la segregación por sexos parecería un adoctrinamiento y el Estado no podría financiar a esos colegios. En lugar de eso se habla de un abstruso dimorfismo en el cerebro de las niñas y de los niños, para parecer que es la ciencia y no la encíclica quien fundamenta la separación. Así ya no es adoctrinamiento y nuestros dineros pagan esos colegios.
La otra forma de adoctrinar es que se haga de forma no explícita, para que no haya texto ni declaración que impugnar. Nadie dice que los conciertos educativos pretendan concentrar en un tipo de colegios a los casos escolares sencillos y en otro tipo de colegios los casos complicados. Las estadísticas son innegables: extranjeros con carencias, alumnos con discapacidades o bajo rendimiento por causas diversas y demás tienen una presencia anecdótica en la enseñanza concertada. Pero no hay ideario que explicite tal cosa. Engels llamó en su día la atención sobre la perversión arquitectónica de Manchester en la Revolución Industrial. Decía que una persona de clase media podía vivir muchos años allí, dar largos paseos diarios y no encontrarse jamás con obreros ni con casas de obreros, a pesar de que las barriadas estaban allí al lado. Y todo esto sin que hubiera ley que limitara los movimientos de nadie ni hubiera voluntad expresa de obreros y clase media de no encontrarse por la calle. A veces son inercias tácitas las que llevan a fines preconcebidos. Lo que parece una evidencia es que el ardor con el que el PP y sus monaguillos de C’s quieren impulsar la enseñanza concertada, cuyo principal dueño es la Iglesia, se debe a un impulso de adoctrinamiento. Y la prioridad de la Iglesia por asegurarse que el dinero de todos le garantice el mayor control posible de la enseñanza sólo puede tener motivos doctrinales. El Tribunal Constitucional ya estableció que «la libertad de enseñanza puede ser entendida como una proyección de la libertad ideológica y religiosa y del derecho a expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones». Antes de calentarnos la boca con el adoctrinamiento nacionalista y de calentar más a Cataluña con tal cuestión, debemos recordar que la doctrina del Constitucional es que la enseñanza privada es parte del derecho a difundir pensamientos propios.

La cuestión entonces es triple. En primer lugar, la cuestión es cuándo la difusión de pensamientos propios es adoctrinamiento: a estas alturas ¿adoctrina el que dice que hombres y mujeres son iguales o el que dice que eso es ideología de género?; ¿es adoctrinamiento lo de los dimorfismos cerebrales, es decir, la vuelta a que ellas hablan que aturullan y ellos planifican y abstraen (eso es lo que quiere decir la chorrada del dimorfismo)? En segundo lugar, la cuestión es cuándo los pensamientos que se difunden son tan ideológicos que son un derecho de la enseñanza privada, pero que no de la pública. Está claro que un centro privado tiene derecho a ser católico y uno público no. Dónde está el límite. Y en tercer lugar, la cuestión es si la difusión de la enseñanza privada de sus pensamientos debe ser pagada con el dinero de todos. PP y C’s quieren hablar de adoctrinamiento. Claro que hay que hablar de los mapas y contenidos que se hagan en Cataluña. Pero no hay una forma cabal de hablar de esto sin que aparezca la Iglesia, la religión, la economía y los dineros públicos de los centros privados. Ni una rueda es un buen resumen de un coche, ni Cataluña una buena síntesis del adoctrinamiento escolar.