domingo, 9 de julio de 2017

Tres presidentes vivos y Cataluña

En una de las historietas de Astérix una taberna luce un letrero que decía: «Se habla latín, griego, godo y otras lenguas vivas». No hace falta explicar el chiste. En principio, con decir que tres ex–presidentes de gobierno se habían reunido por iniciativa de Vocento hubiera sido suficiente. Pero los medios explicitaron que eran los tres ex–presidentes vivos, provocando la misma asociación por antífrasis que la viñeta de Astérix. Seguro que no querían hacer un chiste, pero la obviedad de que Vocento convoca a ex–presidentes vivos (y no a espíritus) sólo subrayó el contraste entre su condición biológica y su condición política. El aspecto de muerto (metafóricamente hablando) se adquiere cuando uno es pasado y cree ser presente y futuro, cuando uno cree que el presente no tiene nada que no haya visto y, en consecuencia, cree estar de vuelta cuando visiblemente el presente le supera y le aturde. No sé por qué recuerdo ahora un artículo de Rosa Montero del 83 sobre un concierto de las Vulpes, un grupo malo y provocador. Los jóvenes se descoyuntaban y se escupían mientras las Vulpes se metían los dedos en la boca para vomitar durante la interpretación. Y allí estaban también progres añosos, ex–militantes peceros, ya calvos y con algo de barriga, con la pose de que provocación era lo del rojerío y no lo de esas niñatas que a mí no me asustan. Todo ello con el sofocón de cuarentones fuera de sitio.
Los tres presidentes vivos reflexionaron sobre Cataluña. Lo que no sabrán ellos de decisiones difíciles. Están de vuelta en los temas de actualidad, como los progres linajudos en conciertos quinceañeros subidos de decibelios y escupitajos festivos. Como el respeto por los mayores es síntoma de pulcritud, allí estaba también Rivera aplicado y derrochando esas que Aznar llamó «cualidades personales relevantes». Bromearon sobre jarrones chinos, porque se sienten valiosos e incómodos. Como decía, la condición de muerto viviente se alcanza cuando se piensa que una versión fosilizada de uno mismo está al día y en sintonía con la situación presente. Últimamente, cuando los notables se sienten desfasados tienden a dar lecciones de historia, y no sólo los ex–presidentes vivos. Recuérdese la de lecciones de historia de cucharón que llevan endilgándonos a propósito de Podemos. La historia es una maestra sabia, pero exigente. No se sacan enseñanzas útiles mirando sólo su epidermis y con prisa. Nuestros presidentes vivos cultivaron otra vez una condescendencia adornada con banalizaciones de la historia. Volvió a aparecer la gran nación española que camina como un solo espíritu desde hace 500 años y que sería irreconocible sin Cataluña. También es una señal de defunción en vida el que uno se crea ya por encima de la prudencia, como habiéndose ganado el derecho a ignorar protocolos y cautelas. Por si fuera poca la confusión que se acumula en Cataluña, un ex–presidente vivo puede hablar del artículo 155 y hablar de firmeza poniendo cara de tanque. Ellos ya no están para medir palabras y gestos.
Los tres vivos sienten ahora que tienen mucho en común. En el pasado uno dijo a otro que se fuera y el otro lo llamó marmolillo, pero nada une más que estar lleno de enseñanzas y hablar de la nación española surfeando la historia. Por eso estaban distendidos y ocurrentes. Sobre todo cuando mencionaron a Venezuela. Entonces el espasmo de complicidad hacía que se partieran de risa. No hay sufrimiento más útil que el de los venezolanos. Vale para todo, para señalar a Pedro Sánchez, a Iglesias y a los independentistas. Mientras se sufra en Venezuela, todo mal tiene explicación. Y además es que te descacharras de risa. Qué hará creer a estos vivos que su foto y sus psicofonías de difunto ayudan en algo al enredo catalán.
La situación en Cataluña requiere claridad y franqueza. Un referéndum como el que se propone y en el contexto en que surge es un fracaso de la convivencia. Los referendos deberían servir para que el pueblo convalidase decisiones de los políticos de especial trascendencia para las que no vale la pura representación. Por ejemplo, España no debería ser una monarquía o dejar de serlo porque lo establezca una mayoría parlamentaria. Ahí conviene un referéndum. Zanjar la cuestión catalana con un referéndum es perfectamente democrático. Pero es zanjar algo que debería madurarse de otra manera que evite que cualquier resultado sea una frustración colectiva. Causa sonrojo el empeño con que gentes de altas responsabilidades gritan cosas tan manifiestamente falsas, imposibles o imprudentes. Un posible referéndum de independencia de Cataluña está en la agenda política española sin ninguna duda. Si más del 70% de la población catalana quiere ese referéndum y las Diadas son la manifestación colectiva más estructurada, numerosa y sentida que cualquier causa puede exhibir en occidente, cómo no va a estar este tema encima de la mesa de esta nación de 500 años. Por otro lado, y a pesar de lo que crea la panda que dirige Cataluña, en qué cabeza cabe que un territorio es independiente sólo porque diga que lo es. Es como pretender que Marruecos sea una provincia de España sólo porque el gobierno español proclame unilateralmente que lo es. Salvo que hablemos de sangre, claro. La pregunta de Puigdemont llevaba muy mala uva, pero no es superflua: ¿está contando alguien con zanjar el asunto con el ejército patrullando por las calles? Y la pregunta es aplicable también a él: ¿cómo se hace uno independiente unilateralmente? ¿Con guerrillas? ¿Quieren un Ulster para llamar la atención internacional? En primera línea de despropósitos está también el argumento principal de Rajoy: todo es ilegal. Muchas reivindicaciones consisten en pedir cambios en las leyes. Sin duda es una temeridad ignorar la ley y los tribunales, pero es una necedad del mismo nivel escudarse en leyes que se pueden cambiar cuando se quiera para ignorar un problema político de tanta envergadura.

A veces es urgente mirar con rayos X a los representantes políticos y ver a través de ellos al pueblo representado. Desde luego, prefiero oír mis uñas chirriar arañando un cristal que oír a Artur Mas hablando de la libertad de los pueblos y la democracia. Pero centrar la atención en los representantes a veces es una distracción. La mayoría de la población catalana quiere un referéndum de independencia por dos razones: porque creen que tienen ese derecho y porque nadie les ofrece otra forma de arreglar una situación que, se diga lo que se diga, está desarreglada. A la vez, está dividida la opinión entre quienes quieren la independencia y los que no. Y al mismo tiempo, una mayoría muy amplia preferiría una solución estatutaria que modificase la integración de Cataluña. La situación requiere diálogo con un solo límite: que el ejército o la guerrilla no sea la solución última de nadie. Como es improbable un diálogo inteligente, la otra posibilidad es una oferta a los catalanes. No a Puigdemont, a Cataluña. Se habla de «otro encaje» de Cataluña, se habla de estado federal. Todo eso no significa nada. Que alguien ponga un proceso y un plan sobre la mesa y especifique cómo sería la nueva organización territorial, cómo sería Cataluña en ese estado. Todo indica que en Cataluña habrá referéndum o habrá fuerza. La única manera de que el referéndum no sea de independencia es que sea para votar otra propuesta. En 2005 ya se hizo y no se aprovechó aquel consenso que hubiera ahorrado todo este galimatías. Y si es un referéndum de independencia, la manera más probable de que gane el no es que los catalanes tengan una alternativa estatutaria a la independencia. Si no hay diálogo y alguien tiene una idea, es momento de que sobre todo los catalanes la oigan. Pedro Sánchez dice tenerla. Y Pablo Iglesias. Y Ada Colau. Y otros. Que se junten los que tengan alguna idea en nombre de España y que los catalanes oigan algo más que independencia o más de lo mismo. Mejor juntar a quienes tengan alguna idea que juntar a tres ex–presidentes, como diría Quevedo, tumbas de sí propios, para decir ocurrencias y partirse de risa con Venezuela.

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