domingo, 23 de abril de 2017

Democracia a media asta y "Podemos begins". Todos en la cinta de Moebius

España no está para pactos nacionales. Me decía una estudiante china que a ella no le parece frío que su interlocutor la escuche en silencio a la espera de su turno y, en cambio, le resulta infantil nuestra costumbre de escuchar repitiendo «sí, sí, ya» cuando no hay nada racional a lo que decir sí o no. Algo parecido ocurre cuando se reiteran principios que pueden ser vacíos de tan obvios y ñoños de tan compartidos. Repetir que hay que pactar y llegar a acuerdos puede ser cobardón y tan bobo como decir «sí, sí» cuando no hay nada que afirmar o negar. El país no está para grandes acuerdos porque no se da ninguna condición para llegar a buen puerto. Para empezar, no estamos de acuerdo con el tamaño del país. Si hubiera una ley de educación aceptada por PP, PSOE, C’s, Unidos Podemos y un par de fuerzas nacionalistas, yo tendría la sensación de un gran pacto educativo. Pero seguramente el PP, C’s y casi todo el PSOE consideran que un pacto entre ellos tres es ya un pacto nacional. Piensan que los nacionalistas no cuentan porque no están comprometidos con España y que Podemos es sólo un estado de ánimo pasajero, una especie de fallo en Matrix. No tenemos en mente el mismo tamaño de país. Y hay otras dos evidencias. El sectarismo de la derecha es creciente y el contrapunto del PSOE es confuso, no porque sus ideas no sean claras, sino porque las considera todas negociables y ya no se sabe qué piensa. Cualquier gran pacto nacional tiene muchas posibilidades de ser una exclusión de una parte de la población y de ser un blindaje de posiciones sectarias. Estos son más bien tiempos de confrontación ideológica y política, por lo que la confrontación aporta de claridad. Toca discutir, no sobarse.
Esta Semana Santa fue lastimosamente claro que la derecha no busca la convivencia, sino la victoria. La Iglesia institucional en España siempre tuvo lazos firmes con las fuerzas conservadoras y una continuidad evidente de intereses con ellas. La religión es un mecanismo de adoctrinamiento conservador más eficaz que la ideología política, porque contiene aspectos inatacables. Por un lado, la fe religiosa en sí misma es un sentimiento que nadie duda en respetar e incluso apreciar. Por otro, la práctica religiosa está disuelta en tradiciones tan robustas con las Navidades y está asociada a los rituales presentes en momentos clave de la vida, como el nacimiento, la formación de la familia y la muerte. Por eso la práctica religiosa es inatacable. La labor combinada de la jerarquía eclesiástica y sus socios conservadores hace, sin embargo, que la religión en España venga siendo un caballo de Troya que lleva en su vientre ideología e intereses espurios. El afán de asentarla en nuestra convivencia no tiene que ver con la buena fe de los creyentes, sino con la morralla ideológica con la que quieren que otras formas de pensar se perciban como una ruptura de la normalidad. La sobredosis religiosa de esta Semana Santa la convirtió en una regurgitación agria de otros tiempos o directamente en una payasada. Lo que puso de luto la bandera a media asta de nuestro ejército fue la democracia y el sentido común. No sólo llenaron los canales públicos de misas. Mientras se juzgan delirantes delitos de odio religioso en juicios estúpidos, nos endilgan en canales públicos las arengas del cavernario Reig Plà, cuyos ladridos estarían mejor ambientados en un zoológico que en una iglesia.
Con ser esto lo más visible, no es lo más importante. Sabemos ahora que la crisis fue época de bonanza para los dueños de la enseñanza concertada, y que mientras el Estado recortaba un profesor por hora en la pública, gastaba cada vez más en centros privados. Es decir, que la sucesión de gobiernos del PSOE que no se atreven y de gobiernos del PP que sí se atreven está devolviendo la educación a la Iglesia, con los dineros que pagamos todos (menos la propia Iglesia), enmascarando el proceso en la libertad; la libertad que pregona el Opus Dei, HazteOír, el Foro de la Familia y demás fundamentalistas. Esa libertad.
No hay ambiente de pacto. Ahora, decía, es momento de confrontación (no necesariamente de conflicto). Es momento de que cada uno ponga encima de la mesa lo que realmente quiere, así sea la república, enseñanza a cargo del Estado exclusivamente pública, eliminación de pagos sanitarios o renta mínima garantizada. Nunca se llega a ningún acuerdo si una de las partes cree que tiene territorio ya ganado. Ahora se requiere un discurso sin concesiones de partida para aclarar ideas y límites. Es momento de que la izquierda fije posiciones máximas y las defienda. Desde ese ambiente se negociará en serio, cuando cada parte tema los máximos de la otra parte. Pero el PSOE sigue considerando radical su propio ideario. Y Podemos decidió fijar la atención en su autobús de denuncia. Y aquí es donde parece que el país se mueve en una cinta de Moebius, esa especie de pulsera retorcida en la que, recorriendo una cara sin salir de ella, acabas recorriendo las dos; y en la que, si pones una flecha hacia la derecha, y la mueves sin salir de la misma cara, cuando retorna al punto de partida está mirando hacia la izquierda sin que nadie la haya cambiado.
El contenido del Tramabús, aunque admita refinamiento, es básicamente aceptable: sí hay una oligarquía tóxica y no aparece nadie en el autobús que no merezca condena o alguna forma de rechazo, por mucho que Juan Cruz declame a Bertolt Brecht (qué pesada esa retórica de libertad para defender el pesebre de González y Cebrián). Pero sabemos que una de las mañas del despotismo es la distracción. Cuando se decide llamar la atención, hay que saber si se está poniendo el dedo en la llaga o, aun teniendo razón, estamos distrayendo la mirada pública de un frente de problemas más relevante. Por ejemplo, si pasa inadvertida la entrega de la educación a la Iglesia mientras echamos pestes o aplausos al Tramabús. Mi sensación inicial fue que Podemos, como circulando en una cinta de Moebius, yendo de Vistalegre II hacia delante retornó a 2014. La campaña me recordó esas series que alguien decide empezar de cero para enderecharlas. Así Nolan reinició la saga de Batman con su Batman begins, porque el estropicio no admitía arreglo. El Tramabús me pareció como si la serie de programas en formato Ikea, clamor por la socialdemocracia y vindicación de Zapatero no tuviera arreglo posible e hicieran Podemos begins para reiniciar el proceso. Y me pareció que, aun con contenidos correctos, habían creado una distracción.
Y así quedaría la cosa, si no fuera porque el país sigue para adelante en su propia cinta de Moebius, en la que sin dejar de avanzar aparecemos mirando hacia atrás. Nos cayeron encima nuevos bochornos y nuevas pruebas del volumen de la actividad criminal del PP y su saqueo del país. El Presidente tendrá que declarar lo que sabe de la actuación mafiosa de una banda de la que él era el número dos. Ignacio González es detenido y salen de Madrid ratas y cucarachas donde quiera que se pique. La condesa Aguirre vuelve a avergonzar al país, primero mezclando en la misma frase las palabras González, inocente y calvario. Y luego derramando populistas lágrimas de cocodrilo con las que quiere hacerse la infanta para seguir en la pomada. Llegó al poder untando a dos quinquis (Tamayo y Sáez) y no hubo desvergüenza que no floreciera en su Gobierno. Flotó en la basura porque siempre tuvo sobre otros fachas la ventaja de ser mala persona y soltar lastre y lealtades sin miramientos. Y sabemos que el Fiscal Anticorrupción es parte de la banda y el Ministro de Justicia un allegado. Así que, yendo hacia delante en la cinta de Moebius, aparecemos en el pasado y el Tramabús de repente encaja con la actualidad en lugar de distraernos de ella.

No es momento de pactos. Es momento de definición y claridad y, por tanto, de confrontación. ¿O alguien encuentra una coherencia lineal a todo este pifostio?

domingo, 16 de abril de 2017

Hazlo en diferido (jirones de despotismo)

«Carecen del concepto de la paternidad. No comprenden que un acto ejecutado hace nueve meses pueda guardar alguna relación con el nacimiento de un niño; no admiten una causa tan lejana y tan inverosímil.» (J.L. Borges, El informe de Brodie).

«M. Corleone: —Se me ocurrió que a los soldados les pagan por combatir. A los rebeldes, no. Roth: —¿Y eso qué te dice? M. Corleone: —Que pueden ganar.» (F. Coppola, El Padrino II).

Alberto Fernández, cabecilla del PP de Barcelona, dice que hay que dar prioridad a los refugiados que sean cristianos. Zoido concede la medalla del mérito policial a la cofradía del Cristo de la Buena Muerte, como si Jorge Fernández fuera Maese Pérez el organista y el actual ministro el médium. Cospedal de nuestros dolores tiene las banderas del ejército a media asta por la muerte de Cristo. Todo esto es sólo un residuo irritante de otros tiempos que cubre la actualidad como esa espuma sucia que flota en la pota al empezar a hervir el cocido. Ensucia, pero se retira de la vida pública con la misma facilidad y ausencia de consecuencias con que se limpia con la espumadera el borbollón de los garbanzos. El truco del despotismo no es llenar el presente de materiales del pasado, caducados y en descomposición. La clave es tejer el futuro en el presente, no zurcir el presente de pasado.
El despotismo neoliberal necesita que la gente tenga ya asimiladas las cosas cuando ocurren y por eso es el futuro el que tiene que venir al presente e ir ablandándose para que se vaya haciendo comestible. Sabemos que la mentira es un componente necesario del despotismo y que debemos detectarla. Pero más debemos reconocer las verdades que tenemos ante los ojos. El problema de la oligarquía no es el disgusto de la gente, sino el conflicto. Buscar un orden que haya que mantener con violencia cada día es cosa de zotes de esos que siguen condecorando santos y haciendo de la Semana Santa una payasada anacrónica. Entre otras, hay dos maneras muy cotidianas y complementarias de hacer tragable lo intragable. Una es la de actuar en diferido, hacer que lo inaceptable se perciba como una tendencia tan inevitable como una ley física. La otra es dar la de cal y la de arena, pero sin compromiso con la cal y con compromiso con la arena, de manera que se oscurezca que hay una tendencia. Combinando tendencias inevitables con ocultación de tendencias el despotismo se asegura el futuro en el presente. Vayamos por partes.
Ya había señalado Chomsky que diferir en el tiempo medidas traumáticas era una de las diez estrategias básicas de la manipulación. Si nos quitaran de golpe las pensiones, nos dejaran la sanidad al albur del mercado y ponen la educación en manos de empresas y de la Iglesia, habría un estallido social. Para evitarlo se empieza con esos famosos globos sonda que se van espesando hasta hacerse tendencias objetivas. Hace tiempo que nos dicen que no habrá dinero para las pensiones. La gente no va a las trincheras en parte porque el anuncio no exige privación inmediata y porque siempre se confía en que las cosas se arreglarán. Pero en pequeña parte. Las protestas sociales desestabilizadoras parten de un estado emocional intenso y ahí es donde se juega la partida, en el de las emociones. Nuestro cuerpo no evolucionó adaptándose a un mundo global donde los procesos son extensos en el tiempo y abarcan territorios planetarios. Esto es muy reciente. El mundo en el que evolucionó nuestra especie era un mundo en el que no sucedían en un sitio cosas causadas por alguien que vivía muy lejos de ese sitio o por lo que hubiera hecho alguien hace tiempo. Las relaciones causales de las acciones humanas eran del corto alcance en el espacio y el tiempo. Nuestra razón es bastante poderosa para entender este mundo de ahora, pero nuestro equipaje emocional no. Sólo responde a lo espacial y temporalmente inmediato, funciona como la mente de los yahoos del informe Brodie de Borges. Nos conmueve un niño que se dé un golpe a nuestro lado y consumimos sin compasión productos que se fabrican con niños esclavos en Asia. Puede haber comprensión racional pero no respuesta emocional para algo tan distante. A los adolescentes no los alteran campañas anti tabaco basadas en el cáncer y la muerte. Eso para ellos está lejos en el tiempo. Un presidente diciendo que no aguantan los fondos para las pensiones puede crear empatía emocional por el gesto grave, dolido y esforzado con que lo dice. Pero lo que anuncia no causa desesperación y cólera porque está diferido en el tiempo y, aunque nuestra razón lo entiende, las emociones negativas no acuden para cosas tan lejanas. Y así da tiempo a decirlo, repetirlo, macerarlo y que llegue ya casi hecho bolo alimenticio cuando toque.
Esta semana dos lumbreras publicaron un artículo explicando que las oposiciones son una forma pésima de seleccionar personal. Dicen que la validez predictiva de las oposiciones es de 0,45. Qué se puede decir ante eso. La validez predictiva debería expresar la confianza que podemos tener en el buen rendimiento de quien gane una oposición, y eso no se puede establecer sin datos numéricos de cuál es el rendimiento de los funcionarios y cómo se establece tal cosa. La realidad es que ahora mismo la seguridad de los funcionarios provoca que algunos rindan poco y muchos trabajen con profesionalidad y autonomía; y que poner a los empleados públicos en manos de decisiones discrecionales ya es conocido de sobra en España desde Galdós y sólo provoca clientelismo, arbitrariedad y estructuras caciquiles. En otros países hay mejores sistemas que las oposiciones que están bien protegidos contra el clientelismo, pero no se dan pasos en esa dirección, que busquen la desparasitación política de las estructuras del Estado. Las nuevas hornadas de políticos se acostumbraron a un sistema en el que se asciende en el partido por confianza y ese es su modelo. La intoxicación aprovecha las evidentes disfunciones del sistema actual para llegar a ese punto tan querido de que hacer cualquier cosa sea mejor que no hacer nada y así la gente acepte que se haga cualquier cosa. Ya hay muchos funcionarios nombrados y sueñan con plantillas más manejables y elásticas y empleados públicos más «de confianza» que profesionales. Pero hay que diferirlo en el tiempo, el proceso está empezando. De momento, sólo globos sonda.
La otra manera de preparar el futuro es decir cosas equilibradas con compromisos desequilibrados. Felipe González dice que hay que llegar a trabajar tres días a la semana y retrasar la jubilación hasta los 75 años. Pero hay un fuerte compromiso con retrasar la edad de jubilación y ninguno con acortar los días de trabajo por el mismo sueldo. El decir una cosa con compromiso y otra cosa compensatoria sin compromiso quiere ocultar que la tendencia es una: retrasar la edad de jubilación. Hay que aprender a ver el compromiso o su ausencia en las palabras que nos dicen. El compromiso siempre es hablar contra lo que alguien pretende. Decir algo con lo que todos están de acuerdo es no decir nada. Hace poco escribió Victoria Camps sobre educación. Dijo que hay que cruzar los dedos para que haya un pacto sobre educación; que hay problemas «no menores» que hay que abordar con valentía para «constatar lo que no funciona»; que hay que comprometer a toda la sociedad con la educación; que no puede ser un juguete de los partidos. Todo su artículo es una sucesión de afirmaciones de este tipo, las afirmaciones sin compromiso, que nadie va a discutir y que, por tanto, no dicen nada. M. Corleone vio que la tendencia la marcaba la diferencia de compromiso. En la vida pública sólo se dice algo cuando hay compromiso en lo que se dice y lo hay sólo cuando se discute lo que dicen otros. Si quitamos del discurso público lo indiscutible, lo que queda es lo que se está diciendo de verdad, la tendencia que quieren que asimilemos ocultándola entre una maraña de vaciedades sin compromiso. No sólo hay buscar lo que nos ocultan. También hay que ajustar graves y agudos en lo que no nos ocultan si queremos ver lo que está pasando.