sábado, 28 de enero de 2017

Historia y emigración en tiempos de Trump

Una materia singularmente maltratada en nuestros sucesivos planes de estudio es la Historia (antes de la Solución Final de Wert). No sólo se estudia poca historia. Es que, igual que se renegó de la memorización, llegó a repudiarse el razonamiento histórico, el examinar las cosas puestas en el tiempo y en su contexto. Recuerdo cuando se hizo rancio hablar de historia de la literatura. Se hicieron malabares para no poner la literatura en el tiempo, desde cargar a la teoría literaria con el mochuelo de ser el envés virtuoso del enfoque histórico, hasta hacer temas donde se estudiaba el sintagma verbal y la épica, para «relacionar». En nuestra actualidad, hay temas importantes pero históricamente superficiales y de usar y tirar, como los desacuerdos de Errejón e Iglesias o si IU tiene todavía un pacto con el PSOE en Asturias; y hay temas de calado histórico, porque son de antecedentes y contextualización complejos y de consecuencias trascendentes, como la cuestión de Cataluña, la Monarquía o la manera de tratar las migraciones masivas.
El problema de temas de complejidad histórica, como las migraciones, es que ofrece poco pasto para la actualidad o, inversamente, cuando se hacen muy visibles en los titulares de actualidad es porque se trivializan. Tanto maltrato de la Historia no podía dejar de tener consecuencias en la manera de tratar y percibir este tipo de asuntos. En el caso más obvio, simplemente se ve que la gente no sabe, no tiene perspectiva temporal y no busca sentido a las cosas en procesos extensos. Si surge un problema entre Ucrania y Rusia a propósito de Crimea, cualquier personaje público puede decir lo que le convenga, porque ni se sabe historia ni se tiene la actitud de indagar las cosas en su contexto y antecedentes. Con la comunicación instantánea y masiva, se dispara esta mala hierba de coger el rábano por las hojas y buscar, de los temas más complejos, las raspaduras que nos den ventaja en discusiones de una semana. Las primeras declaraciones que se hicieron en España al ganar Trump incorporaban la palabra «populismo» y se referían a Podemos. Del complejo estado de cosas que lleva a que alguien como Trump tenga el dedo sobre el botón más peligroso del mundo, lo que se pilla al vuelo son esas virutas que me sirven para tal o cual pendencia.
Pero hay otro caso notable de maltrato de la historia, que se da en gente que no sabe historia y en gente que sí la conoce, pero que la trivializa para encajarla en sus discusiones de recorrido corto. Flann O’Brien en su delirante En Nadar–dos–pájaros proponía que un novelista pudiera usar cualquier personaje de cualquier novela que se haya escrito y que sólo creara alguno nuevo si no encontraba lo que buscaba en las obras ya escritas. Y así es como se recurre a la historia en temas complejos, como si la historia fuera un montón de sucesos disponibles que podemos usar a nuestro antojo para encajarlos como nos apetezca con los hechos que queramos. La aparición de Podemos trajo un sinfín de columnistas que nos dieron lecciones de historia a diario, casi siempre de cómo aparecieron los fascismos en Europa. Esperanza Aguirre se animó a hablarnos de la Primera Guerra mundial para explicarnos lo que la Historia nos enseña sobre el nacionalismo catalán. Como los personajes de O’Brien, los episodios históricos están ahí. Debidamente deshidratados, podemos usar su versión simplificada a voluntad para meter baza en cualquier discusión.
Precisamente sobre la emigración, Pérez Reverte encontró en la despensa de Hechos Disponibles la entrada en territorio romano de los godos que huían de Atila, a los que el emperador permitió pasar la frontera del Danubio. Explicó cómo esos bárbaros se fueron convirtiendo en el gusano de la manzana para que comprendamos por qué Europa no sobrevivirá: nuestro mundo está «roído por dentro y amenazado por fuera» y la historia nos enseña en qué acaba una civilización así. No importa el tono civilizado, culto y seguramente bienintencionado con el que Reverte da sus explicaciones (aplaudidas y premiadas, según parece). Lo que importa, como con el vino, es el buqué, el aroma emocional que deja su análisis, y el gusto que sus palabras dejan en boca: lo que marca el destino de Europa no es si el que llega es ingeniero, terrorista, albañil o un refugiado que huye; lo relevante es que sea de aquí o de los Otros. Los de fuera (terroristas, refugiados, médicos) nos roen por dentro. Los que están dentro, todos tenemos vecinos de ese tipo, nos están royendo.
En esa despensa que Reverte conoce bien, podía haber encontrado a poco que buscase otros procesos históricos. Sin ir más lejos, en vez de tomar la caída del imperio romano podía haber mirado la emergencia del imperio americano. O no la caída, sino el crecimiento del imperio romano. Podía haberse fijado en cómo crecieron esos imperios, Roma y EEUU, a base de naturalizar poblaciones foráneas de aluvión. Podía haberse fijado en un proceso del que Roma y EEUU sacaron buen provecho y que se sintetiza en un inteligente diálogo de El puente de los espías. Un abogado de origen irlandés habla con un agente de la CIA de origen alemán. Le explica que lo que los hace americanos a los dos son las reglas, la Constitución. No eran bárbaros royendo nada, eran americanos como otros fueron romanos, por unas reglas inteligentes y eficaces. Aquí conocimos el desprecio a los charnegos, a los maketos y a los cazurros. Los invadidos no perdieron nada con aquellas invasiones y el país ganó lo que se gana siempre cuando el agua se mueve y no es estanca. Buscar el fundamento histórico de las cosas no tiene nada que ver con manejar la historia como una sarta cuentos entre los que podemos elegir el que convenga para argumentar la discusión que toque este mes.
No es la primera vez que comparamos la emigración de refugiados con los que se lanzaban al vacío desde las Torres Gemelas. ¿Qué haríamos con ellos si pudiéramos? ¿Tapar las ventanas para evitar el efecto llamada o poner colchones gigantes abajo? ¿De dónde vendrá una persona que salta al vacío a una muerte segura? ¿Habrá muro que contenga su impulso? La emigración es un problema insoluble. Tiene razón Reverte en que el buenismo hipócrita es sólo hipocresía y no solución. Los problemas insolubles tiene el mismo aspecto que los problemas complejos, el aspecto de cables enredados donde nadie puede ver una secuencia limpia que los desenrede. Los problemas sin solución o muy complejos requieren medidas sencillas y claras para dar algún paso y a cada paso tomar medidas sencillas para el siguiente, teniendo siempre valores que señalen adónde queremos llegar. Mientras las Torres ardan la gente saltará al vacío. No matarlos, no dejar que mueran y actuar sobre las Torres, sobre los territorios de origen, tienen que inspirar las primeras medidas.

El muro de Trump es inútil como muro pero desolador como símbolo. El mero anuncio de su construcción separa la convivencia americana en grupos como si se despedazara el cuerpo social arrancando en vivo sus partes componentes. Y amenaza y humilla a la minoría más reconocible de EEUU y a todo el mundo hispánico, a todos los que hablan ese idioma con tantas eses, como decía Borges. Pepa Bueno señaló con buen juicio que todavía ningún líder ni estado se solidarizó con México. Grave doble error. Si alguien cree que puede pescar algo en el reino de esta bestia, se equivoca, esto sí que lo enseña la historia. Y si alguien cree que el monstruo tiene el poder y no se puede hacer nada más que aguantar, se equivoca también. Tenemos un poderoso aliado: EEUU. El ambiente allí, como señaló hace poco en este diario Cristina González, es emocionalmente de guerra civil. Contra lo que creyeron algunos cándidos, Trump no cabe en el sistema. O el sistema lo expulsa o el sistema quiebra. Hay muchas posibilidades de que Trump no acabe su mandato. La presión y resistencia internacional hará fuerte a ese más de medio país en guerra para que lo echen. Hoy toca estar con México y con todos los que nos roen por dentro.

domingo, 22 de enero de 2017

Archipiélago socialista

Así se evapora el agua de las superficies lisas. Susana Díaz y sus valedores no querían primarias, querían una aclamación, extender su sultanato andaluz al resto del partido. Pedro Sánchez velaba armas esperando el momento de arengar a los militantes. Mientras la Gestora dormía al partido para que Díaz preparara su paso de Despeñaperros para arriba y mientras Sánchez se demoraba en ese estado dulce de sentirse el Deseado, Patxi López los desconcierta a todos y se propone como candidato. Le llueven entonces recelos, Sánchez pierde apoyos y a Susana Díaz se le va el escenario muñido por la Gestora y encima las encuestas dicen que en lo de perder apoyos es socialista por los cuatro costados.
La idea de que la regeneración del PSOE pudiera venir desde Andalucía era tan audaz como que la del PP pudiera venir de Valencia o Madrid. Susana Díaz, en aquellas primarias que eran y no eran, puso a Pedro Sánchez a que sujetase la puerta mientras se preparaba. Y Pedro Sánchez se le escurrió mientras a ella se le pasaba el arroz por primera vez intentando formar gobierno en Andalucía después de la travesura aquella de disolver porque sí el parlamento. Los resultados de diciembre no fueron inestables, como se pretendió. En España hay un partido de poder, el PP, y sólo puede gobernar ese partido o una coalición, que no puede ser otra que PSOE con Podemos. En Francia durante bastante tiempo la alternativa conservadora sólo podía ser una coalición del RPR con UDF y no se percibió tal situación como inestable. En el PSOE hay una sensibilidad, mayoritaria o no, favorable al entendimiento con Podemos y tres sensibilidades contrarias. Una sensibilidad contraria es la de Rubalcaba hacia arriba (Felipe González, Cebrián y a saber), que ve en Podemos una amenaza para sus intereses; de esta parte el partido debería liberarse. Otra sensibilidad no quiere pactos con Podemos porque no los soporta, ni su postureo, ni sus formas y ni el tono faltón con que los señala con el dedo; esta parte debería repasar la prensa de mediados de los ochenta cuando aparecieron los verdes en Alemania, ponían macetas en sus escaños, iban al Parlamento con sandalias, se pintaban la cara y hacían pantomimas; deberían ver lo que hicieron los socialdemócratas: su trabajo. Y una tercera sensibilidad no quiere apaños con Podemos simplemente porque ideológicamente son muy conservadores; sobre esto el PSOE debería ser claro y decirnos honestamente lo que realmente quiere.
Los barones desafinaron entonces y Susana Díaz fue un vozarrón especialmente chirriante, con bramidos simplones y casposos sobre rojos populistas y el coñazo de la ruptura de la patria. Sánchez no supo desenvolverse en aquel barullo. Hubo nuevas elecciones y Susana Díaz se había dejado ya plumas en el lance, mientras Pedro Sánchez empezó a tener aspecto de silueta negra. No es un líder, pero sí un militante reconocible cuando la plana mayor empezaba a no parecerse a nada conocido. Cuando Pedro Sánchez se dio cuenta de que la abstención nacionalista tenía coste cero y quiso de verdad formar gobierno, para evitar esa coalición de PSOE con Podemos, vino aquel delirante y brutal episodio que desgarró al partido. Susana Díaz perdió las plumas que le quedaban. Cebrián perdió de golpe el diez por ciento de suscriptores de El País y un porcentaje mucho mayor de crédito. González se desprestigió más. Y Pedro Sánchez, sin liderazgo ni especiales dotes, fue definitivamente la silueta negra que representa a un militante cualquiera del partido.
La derecha quería que el PSOE permitiera su gobierno. Y una parte del PSOE y de la prensa próxima prefiere en el poder al PP antes que al PSOE coaligado con Podemos. Y así empieza esta pantomima en la que le llueven flores a Javier Fernández, casualmente más desde la derecha que desde la izquierda y más desde fuera de Asturias que desde Asturias. La desmesura bufa en el halago evidencia que hay más intereses que sinceridad. «Cuando se sometía a la obligación del crescendo volvía otra vez al punto de partida y actuaba como un maestro de la escuela de Azaña y entonces acudía a la metáfora que acariciaba el oído para dar a entender que no hablaba él sino la memoria de su inteligencia política», dice Juan Cruz en El País; Azaña, qué bárbaro. «Su tono es elevado pero sin situarse por encima de quienes le escuchan y el contenido es altamente moral pero sin pretender moralizar. Dibuja, como hizo este sábado en el Comité Federal un mensaje potente e inspirador», se lee también en El País con la firma de J.A. Torreblanca. «En su cita con el Comité Federal del PSOE, Javier Fernández, sin papeles, conectó con el mensaje que esa mayoría de los tradicionales votantes socialistas, desencantada con discursos en los que no se reconocían, esperaba oír hace tiempo», perora La Razón. ¿Va en serio todo esto?
La misma prensa empezó a hinchar ridículamente los «logros» que el PSOE «arrancaba» al PP. Un PSOE que le estuviera «quitando las muelas» al PP, como dice Rubalcaba, estaría siendo atacado y no puesto en los altares por el PP y la prensa conservadora. El PP sube en las encuestas y el PSOE naufraga en la tercera posición sin que Podemos haya mejorado gran cosa (de momento, siguen en el congelador en discusiones como esas de Big Bang, sobre si un zombi al que muerda un vampiro se transforma o sigue siendo zombi). La realidad es que lo que están aprobando son versiones paniaguadas de algunas propuestas de Podemos y reduciendo al absurdo debates clave como la educación o la gestión de la energía. En un solo día tuvimos un recordatorio nítido de qué fue lo que apoyó el PSOE. En un día se decreta prisión para los golfos de Novacaixagalicia que se habían llevado una cantidad indecente de millones de la entidad a la que habían arruinado; Cospedal da esquinazo por enésima vez al país con la indignidad insoportable del caso Trillo; y el señor Bárcenas dice digo donde había amagado con decir diego, para recordarnos aquella pestilencia de Gürtel y la posibilidad evidente de apaños que hayan edulcorado su declaración. Eso es la esencia del PP y de lo que apoyó el PSOE.
Ahora a Susana Díaz se le vuelve a pasar el arroz, a pesar de los servicios subalternos de Javier Fernández. Pedro Sánchez sigue de silueta negra, pero cada vez más raída. De Patxi López algunos dicen que es el hombre de paja de Rubalcaba para cerrar el paso a Sánchez y así cerrar el paso a Podemos. Otros dicen que, si detiene a Sánchez, se retirará y dejará a Susana Díaz. Y otros, que busca una bicefalia integradora. Pero puede que sea como el gato de Schrödinger. Puede que sea todo a la vez, que sea quien ahora piensa que no es no (¿eso de que fue un error permitir el gobierno de Rajoy significa que Patxi quiere una moción de censura? ¿Y si no, qué quiere decir?) y a la vez quien quiere el dúo Patxi – Susana. Puede que sean los acontecimientos los que definan una de las historias que ahora están superpuestas en el estado de coherencia cuántica en que se halla el candidato, y que ahora Patxi sea todas las historias a la vez, como las partículas elementales.

El PSOE tiene la ideología que le da su historia. Pero está sin discurso en los temas fundamentales. Cómo va a tener una propuesta para Cataluña si la Gestora de Javier Fernández es incapaz de tener al PSC dentro del partido con normalidad. Qué unidad va a haber tras las primarias, si la diferencia entre las propuestas que competirán está provocando en este momento que se multen y expedienten unos a otros. Que el PSOE tenga ideología no sirve si no tiene compromiso con ella porque su pragmatismo hace que todo sea renunciable. Eso no es nuevo, ni la falta de discurso correspondiente. Lo que es nuevo es la falta de poder. El poder era un cascarón de azúcar que sostenía al PSOE. A medida que se disuelve va quedando lo que es el PSOE sin poder, un archipiélago de sensibilidades que no se tocan. Decía al principio que así se va el agua de las superficies lisas, como rompiéndose en bolitas aisladas antes de desaparecer. Para mal de todos.

sábado, 14 de enero de 2017

La Iglesia ante el Tribunal de Cuentas, vaya dos

Están a la recíproca. La Iglesia no rinde cuentas al Tribunal de Cuentas y el Tribunal de Cuentas no rinde las suyas ni a Dios. Es como cuando en un acelerador chocan dos partículas y en su impacto nos muestran las interioridades del tiempo y la materia. Un suceso en el que entren en colisión el Tribunal de Cuentas y la Iglesia también muestra, o quizá recuerda, la estructura íntima de la actualidad.
Unidos Podemos y PSOE quieren que el Parlamento obligue a que el Tribunal de Cuentas fiscalice el dinero que recibe la Iglesia. Y eso nos recuerda que, efectivamente, la Iglesia recibe cada año miles de millones de euros del Estado que no están sometidos a control. La razón de que quieran obligar a hacer su trabajo al Tribunal de Cuentas es que el Tribunal no quiere hacerlo, porque los tribunos nombrados por el PP son mayoría y se niegan a ello. Y eso nos recuerda que, efectivamente, el Tribunal de Cuentas que debería fiscalizar a los partidos políticos y sus gobiernos es un juguete más de estos partidos, otro abrevadero con el que premian lealtades políticas. Hablamos de mucho dinero público que anda por ahí sin control y hablamos de una institución básica para que el dinero público no ande sin control. Un día empezaron a llovernos informes y recetas del Íbex y otros sabios internacionales que pedían bajadas de sueldos y recortes de gastos sociales, pero nunca hablaron de los gastos del Estado en la Iglesia ni hicieron mención al funcionamiento de las instituciones que fiscalizan el gasto. Y esto nos recuerda también que, efectivamente, todos esos informes presuntamente técnicos estaban empapados de ideología.
Giménez Barriocanal, Gerente de la Conferencia Episcopal, dice que no se puede fiscalizar lo que la Iglesia recibe de IRPF, porque lo recibe por decisión de los ciudadanos y no es una decisión de gasto del Gobierno, por lo que es como una donación privada. Se necesita mucha creatividad para decir semejante cosa. O mucho cuajo. O un privilegio añejo a prueba de bomba. Quienes ponen la equis a favor de la Iglesia no donan nada porque tienen obligación de pagar esos impuestos. Y ese dinero que pagan porque es su obligación y que va a la Iglesia se detrae de los servicios públicos de todos, no sólo de quienes pusieron la equis. Es decir, lo pagamos todos y debe ser fiscalizado como todo lo que pagamos todos.
Pero no es nuevo que se hable así, con cinismo y desparpajo, de los dineros que van a la Iglesia, y en realidad es inevitable. Nadie razona por qué el Estado gasta dinero en carreteras u hospitales, porque no se puede estar razonando todo todos los días. Simplemente se da por hecho que es una obligación obvia del Estado la de ocuparse de infraestructuras y sanidad. En la dictadura la Iglesia venía siendo una de esas obligaciones naturales del Estado. Los rudimentos elementales de la democracia obligaron a razonar la cuestión, a describir nuestro país como laico y a separar la Iglesia del Estado como se separan en los países civilizados. Pero la inercia estaba ahí. La Iglesia es una mole muy voluminosa para cambiar de un día para otro. Así que se aplazó la cuestión y después siguió aplazándose. Las administraciones del PSOE siguieron esa intuición que considera radical todo lo que haga ruido y, como todo lo que roce con la Iglesia arma mucho ruido, fueron evitando la cuestión. El PP tiene una relación casi orgánica con la Iglesia, que arropa a la ideología conservadora con la emoción compulsiva de la fe religiosa. Por eso nadie puede hablar de los dineros de la Iglesia más que de manera evasiva y cínica. La realidad es que la Iglesia recibe todo ese dinero porque nunca se modificó el estado de cosas en que la Iglesia era una obligación natural del Estado, como las carreteras y los hospitales. Como eso es insostenible en una democracia, pues no hay manera de hablar de ello más que como habló de ello durante años Zapatero y ahora el señor Barriocanal: balbuceando.
Por eso nadie debe esperar bombazos en la fiscalización de las cuentas eclesiales. Seguro que todo es legal. El problema no es de control, eso simplemente es un elemento básico de corrección. Simplemente no hay razón lógica para que la Iglesia no pague IBI. ¿Por qué se paga IBI por cualquier inmueble y no se paga justo si el local es para asuntos espirituales? ¿Qué lógica tiene eso? No hay razón que explique por qué tiene la Iglesia derecho a recibir una parte, ciertamente decidida por los contribuyentes, de las obligaciones fiscales de la gente. El argumento de la labor asistencial social de la Iglesia es falso en la menor y en la mayor. Es falso en la mayor, porque la asistencia social debe estar garantizada y regida por los poderes públicos, no subrogada a órdenes religiosas o de otro tipo. Es falso en la menor, porque no es cierto que la Iglesia financie con el dinero del Estado esa labor. El grueso de la actividad social protectora lo hace Cáritas y Cáritas apenas recibe de la Iglesia un uno por ciento de su presupuesto. Financian a Cáritas mucho más las administraciones públicas y los donantes privados (los bancos ponen más dinero que la Iglesia en Cáritas). El programa Por Tantos con el que piden la equis es sencillamente publicidad engañosa. Fue instructivo aquel episodio en el que Cáritas publicó los datos de pobreza en España y Montoro los negó y se mofó de la organización. ¿Recuerdan la reacción de los obispos? Yo tampoco, nadie la recuerda porque no hubo. En el choque entre Montoro y su Cáritas, la Iglesia sabía bien quién era «su» hijo de puta.
El Tribunal de Cuentas es uno de esos casos en que los partidos funcionan más como parásitos de la sociedad que como instrumentos para su representación. El vicio es conocido y hay que recordarlo cuantas veces sea necesario. Los cargos y componentes de instituciones del Estado que la ley define como independientes tienen que ser nombrados por los poderes públicos, pero es una grave perversión que lo interpreten como puestos de confianza partidaria y se cubran por lealtades políticas. En su nombramiento deben intervenir más agentes que los partidos y, sobre todo, la destitución tiene que escapar a su control. Si el mismo que te nombra te puede destituir nunca eres independiente. Que el Tribunal de Cuentas sea un chollo con el que se premian lealtades, un pesebre donde van a dormir amigotes, familiares y próximos, hace imposible que no haya monstruos como Gürtel. De hecho, cuando salió ese monstruo del armario, el Tribunal todavía estaba elaborando informes de lo ocurrido cinco años antes. No puede haber control si las instituciones de control, todas, están cubiertas con militantes de los dos principales partidos que las fueron amañando. El caso del Tribunal de Cuentas es más pintoresco. Como está fuera del foco de la actualidad, aprovechan la sombra para que casi el quince por ciento de la plantilla sean familiares de prebostes políticos. Y decían que era populista llamarlos casta. El PP y el PSOE siguen siendo colesterol malo en el sistema. Que los miembros del Tribunal puestos por el PP voten contra fiscalizar el dinero público de la Iglesia es un acto zafio de militancia partidaria. Mientras no despoliticen y devuelvan las instituciones reguladoras y de control el sistema seguirá viciado. Y no sueltan tan lucrativas prebendas ni lo harán más que a la fuerza.

Europa Laica calculó con cifras y datos que el Estado da cada año a la Iglesia once mil millones de euros, entre privilegios fiscales, momios como la enseñanza concertada y moneda corriente. El secuestro del Tribunal de Cuentas deja el sistema expuesto a ser saqueado por bandas de políticos sin escrúpulos. El sentido común dice que todo esto tiene que ver con el déficit y el gasto público. Pero esos informes expertos del Íbex e instituciones internacionales sólo ven gasto en ambulatorios, aulas, dependientes y sueldos. A lo mejor es que la Iglesia y la atrofia de las instituciones no nos cuestan tanto. O a lo mejor es que el Íbex y demás cofrades tienen claro también quiénes son «sus» hijos de puta.