sábado, 17 de diciembre de 2016

La visita del informe PISA

El Cometa Halley nos visita cada 76 años. El informe PISA es más impaciente y pasa cada tres años, dejando una estela de consejas y fábulas parecidas a las del famoso cometa. Cada vez que pasa el informe PISA por la Tierra deja más chismorreos y las memeces suben de intensidad. Se diría que sigue midiendo deficientemente las capacidades de los alumnos, pero cada vez mide con más certeza la estupidez de las autoridades. Las carencias de origen del informe son tres: su sesgo de competencias, su sesgo ideológico y la opacidad de su maquinaria. Y las lecturas necias del informe empeoran las cosas. Supongamos que el informe puntuara el sistema sanitario y concentrara sus mediciones en la salud coronaria. Un país con contaminación que tuviera muchas muertes por enfermedades respiratorias y cánceres de pulmón, pero pocas por infartos de miocardio, conseguiría una puntuación muy alta. La atención preferente al corazón sesgaría el resultado. Supongamos además que consiguen una puntuación muy alta países como EEUU, donde la atención sanitaria es muy desigual según el sitio donde se trabaje y el dinero que se tenga. La puntuación no sería entonces sensible a la justicia del sistema y, por tanto, tendría un sesgo ideológico, porque ideológico es considerar un aspecto secundario la igualdad en la atención sanitaria.
Cosas así suceden con el informe PISA. Está sesgado en las competencias que mide, porque es parte de un organismo, la OCDE, de actividad y propósitos sólo económicos. Al informe le interesa cómo afecta la educación al desarrollo económico. Ese es su propósito expreso y declarado. Y no es un mal propósito. De hecho, es irrenunciable: todo el mundo entiende que la formación ha de tener relación con el bienestar material, individual y colectivo. Pero cualquiera entiende que la educación es más que eso. Corea del Sur consigue unos resultados altísimos. Es indiscutible que es uno de los países donde se alcanza una cualificación más elevada y donde la formación incide más en el desarrollo económico. Pero es un hecho también que es uno de los países del mundo donde más suicidios hay entre los jóvenes. El 10% reconoce haberlo considerado alguna vez. Su sistema educativo es de muy alta exigencia, memorístico, muy competitivo, con poco descanso e induce mucha soledad por el poco tiempo que deja a las relaciones sociales. Aunque no se pueden simplificar las razones que llevan a suicidios tan numerosos, es evidente que el sistema educativo es más parte del problema que de la solución. Pero, como el informe PISA está tan sesgado hacia los resultado económicos y estos son evidentemente muy buenos, la puntuación alcanzada es muy alta y no refleja el dato tan llamativo de la infelicidad extrema de muchos jóvenes, cuando uno de los beneficios de la formación debería ser el bienestar personal. Otra manera de comprender que la educación no aporta sólo mejora económica es imaginarse a uno mismo muy rico, lo suficientemente rico como para estar seguro de que nuestros hijos vivirán muy bien toda su vida aunque no trabajen. ¿Los mandaríamos a la escuela de todas formas? ¿Querríamos que estudiaran una carrera o nos valdría con el Graduado Escolar? Aunque no necesitaran dinero, todos intuimos que la educación es mucho más que eso. En 2014 cincuenta personalidades académicas hicieron pública en The Guardian una carta en la que manifestaban su preocupación por este sesgo economicista. Ahora encima van a incluir conocimientos financieros en el informe. Wert dijo que más economía y religión y menos filosofía y el siguiente informe le dará la razón. Pero no porque la tenga, sino porque se acentuará el sesgo que distorsiona los resultados.
Por otra parte, es evidente que el informe no es sensible a si el sistema educativo integra a la población o la segrega. En Madrid hay casos de segregación entre los centros públicos y los concertados muy preocupantes. Algunos centros públicos llegan a ser asistenciales y no cumplen ya objetivos académicos. Las tasas subieron y las becas bajaron, el aumento de la desigualdad es evidente. La puntuación de PISA no refleja este tipo de fenómenos porque tiene ideología. En realidad, no hay forma de expresar la bondad o perjuicio de un sistema educativo, con números o con palabras, sin ideología. La educación va bien o mal, según lo que queramos obtener de ella y según cómo creamos que debe funcionar la sociedad. Con un sistema que segregue y se asegure un buen nivel en la parte más alta se conseguirá una nota elevada en PISA. Bien lo sabía Wert.
Y además, decíamos, un informe tan influyente debería ser más transparente en su financiación y en su funcionamiento. La presencia en él de grandes cantidades de dinero privado y los enormes beneficios de Pearson siembran la desconfianza sobre si parte de los propósitos no serán espurios y ligados a intereses particulares.
Como decía, todo esto empeora cuando las lecturas son torpes y tan interesadas que llegan a la mezquindad. En el éxito de la educación influyen muchos factores y hay que leer con una mínima inteligencia el número que lo califica todo. Supongamos de nuevo que evaluamos el sistema sanitario por el estado de salud de la población. Es lógico que la gente tenga mejor salud en los países ricos que en los pobres. En los años ochenta, por ejemplo, seguro que los alemanes tenían mejor salud que los cubanos. Pero el sistema sanitario cubano fue siempre internacionalmente alabado y reconocido. Es más fácil tener medios, medicinas y equipos, y por tanto salud, donde hay más dinero. Si en Cuba hay menos, es lógico que no se pueda conseguir lo mismo. Pero puede que el sistema en sí sea superior. La formación general va a ser mejor donde hay más medios. Los resultados académicos son muy sensibles al nivel sociocultural de las familias. Que en Andalucía los resultados sean más bajos que en Madrid no implica que su sistema educativo sea peor: simplemente son más pobres. Sacar conclusiones políticas de ello es de necios.
La enseñanza concertada aventaja en doce puntos a la pública. Otra obviedad. La crítica más persistente que se hace a la concertación de centros, aparte del concepto en sí mismo de que un negocio privado lo pague el Estado, es la segregación, el hecho de que con el dinero de todos se paguen centros que no acogen los casos más complejos (cerca del ochenta por ciento de los casos de necesidades educativas especiales están en centros públicos). Si comparamos la fluidez del tráfico en Oviedo con la de Gijón, midiendo el tráfico en Oviedo a las cuatro de la mañana y en Gijón a las doce de la mañana, concluiremos que Oviedo está mucho mejor en infraestructuras. Los alumnos de buen rendimiento y buen soporte familiar progresan solos y sin especiales atenciones. Lo que hace difícil y caro el sistema es tener que integrar a la población, subir el nivel de los mejores y formar y sacar adelante a los que tienen peores cartas en la mano. Por eso en promedio saldrá más caro cada alumno de la pública y por eso PISA dirá que en la concertada son doce puntos más listos: atendiendo sólo los casos ya resueltos de antemano se es más eficiente, para el tráfico de las cuatro de la mañana sobran carreteras.
De estas lecturas torcidas no tiene culpa PISA. Ni tampoco de la afición a tanto ranking y tanta competitividad. Si nuestros números están cerca de Alemania y no muy lejos de Dinamarca, ¿qué importa que haya por medio veinte países o cincuenta y nos hagan estar por debajo de la media? Lo que importa es que estamos cerca de países de referencia.

El informe PISA pasará por la Tierra dentro de tres años. Y habrá quien vea la confirmación de que se necesita más enseñanza concertada, más religión, extinguir los restos de filosofía y quitar más becas; leerán la calificación como el guiñol aquel de Jesulín, que hablasen de lo que hablasen a él le parecía todo como un toro.

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