lunes, 26 de diciembre de 2016

Se va el presidente. El honor no tiene dónde ir

Ana Botella había sido tan literalmente impresentable que, efectivamente, el PP no se atrevió a presentarla nunca a nada. La hicieron alcaldesa de la única forma posible: para el pueblo sin el pueblo. Gobernó Madrid como esas novias de gánster que, bajo la protección del matón, creen que tienen talento y se empeñan en ser cantantes martirizando los oídos de todo el mundo. La ruptura de Aznar con Rajoy se consumó cuando Rajoy se atrevió a no presentarla a las elecciones, como insinuando que cantaba como un molinillo de café. Aznar los llamó desagradecidos y ese fue el primero de un largo goteo de mensajes de desafección que fue dejando el Presidente de Honor. Rajoy, que circula por la vida pública untado en vaselina, le aplicó ese silencio que le deja al agresor la disyuntiva de callarse y dar la sensación de no haber dicho nada o intensificar el acoso y dar sensación de rencor. Hasta que se cansó y decide irse de la presidencia honorífica con el honor a otra parte.
En este momento debe tener envidia de González. Cuando González se pone serio todo el mundo en el partido se agita tratando de saber cuál es la cola buena y esperando tensos lo que diga El País. Aznar sólo consiguió un titular ahogado por la lotería de Navidad. Pero quién sabe. Se dijo en algún momento en ambientes conservadores que hacía falta un Podemos de derechas. Entendieron equivocadamente que eso era C’s. Acertaron en que C’s podía ser un cortafuegos a la expansión de Podemos. Pero un Podemos de derechas, para ser como Podemos, tiene que ser un partido que dé textura política compacta y orientada a movimientos sociales dispersos y movilizados por fines sociales o políticos diferentes, pero susceptibles de complicidad y hermanamiento táctico: ultracatólicos contra la influencia LGBT, movimientos sectarios de la enseñanza concertada, extremistas por la unidad de España y contra los nacionalismos, movimientos radicales anclados en las víctimas del terrorismo, Iglesia y aledaños … Eso sería el Podemos de derechas y las piezas desde luego están ahí, en organizaciones fanáticas, libelos digitales y oráculos católicos.
Aznar dejó dos mentiras imperdonables. La mentira de la guerra de Irak incluía niños mutilados y vidas en pedazos. El beneficio era que Bush posara con la mano sobre su hombro dando señal al mundo de su altura internacional para futuros negocios. La otra mentira, la del 11 M, si hubiera tenido el éxito de la de Irak, incluía la liberación de los asesinos de 191 personas, a sabiendas de que ellos eran los asesinos. El beneficio era mantener el discurso de que sólo el PP estaba contra ETA y sólo contra el PP actuaba ETA, además de la bendición explícita de Rouco Varela. Dejó también las peores tramas delictivas que se dieron en nuestra vida pública. Y alimentó hasta la náusea el huevo de la serpiente que había dejado el PSOE, por el que ahora el país debe más de lo que es capaz de producir. Mal bagaje parece para protagonizar esa catálisis que crearía el Podemos facha o cualquier otra cosa. Pero no nos quedemos con las apariencias.
Aznar cultivó un estilo indeformable que tiende a permanecer como permanecen en los caminos los pedruscos más duros. Ese estilo incluye las versiones más viciosas de la transparencia, la coherencia y la simplicidad. La transparencia es una virtud que deja de serlo cuando se hace desafiante e invasiva. Todos dedicamos a la convivencia ordinaria nuestra parte más superficial. Si hasta para tomar una caña todos hiciéramos explícito («transparente») nuestro pensamiento, chocaríamos constantemente sencillamente porque estaríamos desafiando. A partir de cierto nivel de explicitud, mi pensamiento incluye una desconsideración de planteamientos conservadores, por lo que cualquier persona de esa tendencia estaría notando permanentemente que la pincho. Esa transparencia desafiante que pincha y divide es la que cultivó Aznar. La coherencia es un vicio cuando se hace inflexibilidad y hermetismo. En estos días la calderilla más barata del PP aprovecha el calor de los muertos para cargar contra los refugiados. Se agita la gente, ruge la red social, y Esperanza Aguirre dice de un subordinado que sólo dijo lo que había dicho Merkel, que sólo contaba con los datos insinuados por la Canciller. No, esa no es la coherencia de Aznar. Aznar mantiene como un martillo indeformable sus mentiras o simplezas, sin quitar una coma y sin concesión a ninguna duda, como aconsejaba Goebbels. Seguirá diciendo hoy que ETA es autora del 11 M con la misma inflexibilidad que hace doce años, ignorando investigaciones y fallos judiciales sin arrugarse. Él no hubiera matizado nada de los refugiados por ningún aullido de la red social, como no matiza la honorabilidad de Rita Barberá. Y la simplicidad es un vicio cuando se basa en la confusión y es maligna cuando la confusión que le sirve de fundamento es inducida por estados emocionales. El que tiene miedo a los reptiles confunde fácilmente una cuerda con una culebra. Después de un atentado, todo se simplifica porque hay ira y hay miedo. Sobre esos estados, Aznar confundió todo lo que no sea él en un solo enemigo, como también recomendaba Goebbels, de manera que Zapatero era ETA y humillaba a las víctimas.
Con esas maneras indeformables, Aznar es muy reconocible y las pautas de actuación se hacen claras en medio de la confusión. Él dejó al electorado conservador crispado, siempre enfadado y con sensación de urgencia en su voto. Este voto siempre fue movido por el aquí y ahora y siempre se focalizó sobre unos pocos temas, económicos y de seguridad sobre todo (el deshielo de los polos ya se verá en su momento). La relativa tolerancia a malas prácticas de gobierno, corrupción incluida, está hasta cierto punto en la naturaleza práctica y ceñida a pocos asuntos del voto conservador. Pero en España Aznar dejó particularmente petrificado y enfurruñado el voto de derechas, hasta hacerlo inmune a los peores contrabandos. Con la aparición de Podemos, la parte más interesada y grosera del PSOE consiguió que el partido esté reforzando esta secuela de Aznar. Podemos y el Mal están en Venezuela, y en Grecia, y en Trump, y en el Brexit, todo es uno. Educan la sensación de amenaza y caos, con lo que el apoyo al PP se hace más rocoso mientras paradójicamente el PSOE se desangra. A esto hay que añadir una mala secuela de la transición, que fue el hábito de no revolver, de mirar para adelante, olvidar y no complicar las cosas. Las prácticas inadmisibles se suceden por la facilidad con que aprendimos a concentrarnos en lo que importa y no ajustar cuentas. Por qué no va a burlarse el ministro de exteriores de quienes se tienen que ir de su país para tener una vida normal. Enseguida nos dirán que el paro y la pobreza agudizan el ingenio y la creatividad y nos pedirán que veamos otra vez Titanic para recordar cómo las fiestas de los pobres son más auténticas y más sanas.

En España crecen por separado y a su aire gérmenes ultraderechistas y Aznar puede catalizarlos y dar lugar a un movimiento influyente. Con un PP inmoral y sin principios; con un PSOE descabezado que se mueve como el rabo cortado de una lagartija, sin pauta, sin orientación, sin memoria y sin estilo; con un Podemos que en el Parlamento de momento rasca donde no pica; y con un Rivera derrochando mediocridad, el terreno está abonado para que haga fortuna la transparencia, coherencia y simplicidad pétreas del antiguo presidente honorario. El honor, desde luego, no se lo lleva consigo porque nunca usó de eso. Y tampoco parece que tenga donde asentarse tal atributo de la vida pública. El único que mira el escenario con placidez es Rajoy: el PP se le vacía de enemigos, el PSOE hace de camorrista de lo que pueda venir por la izquierda y se hizo tan pequeño que lo lleva de llavero, el niño Rivera sigue cara a la pared con orejones y Podemos está todavía muy lejos de sus murallas. Ni siquiera tiene que intervenir personalmente en los líos y puede dedicarse a lo que realmente le gusta: leer el Marca y no meterse en política.

sábado, 17 de diciembre de 2016

La visita del informe PISA

El Cometa Halley nos visita cada 76 años. El informe PISA es más impaciente y pasa cada tres años, dejando una estela de consejas y fábulas parecidas a las del famoso cometa. Cada vez que pasa el informe PISA por la Tierra deja más chismorreos y las memeces suben de intensidad. Se diría que sigue midiendo deficientemente las capacidades de los alumnos, pero cada vez mide con más certeza la estupidez de las autoridades. Las carencias de origen del informe son tres: su sesgo de competencias, su sesgo ideológico y la opacidad de su maquinaria. Y las lecturas necias del informe empeoran las cosas. Supongamos que el informe puntuara el sistema sanitario y concentrara sus mediciones en la salud coronaria. Un país con contaminación que tuviera muchas muertes por enfermedades respiratorias y cánceres de pulmón, pero pocas por infartos de miocardio, conseguiría una puntuación muy alta. La atención preferente al corazón sesgaría el resultado. Supongamos además que consiguen una puntuación muy alta países como EEUU, donde la atención sanitaria es muy desigual según el sitio donde se trabaje y el dinero que se tenga. La puntuación no sería entonces sensible a la justicia del sistema y, por tanto, tendría un sesgo ideológico, porque ideológico es considerar un aspecto secundario la igualdad en la atención sanitaria.
Cosas así suceden con el informe PISA. Está sesgado en las competencias que mide, porque es parte de un organismo, la OCDE, de actividad y propósitos sólo económicos. Al informe le interesa cómo afecta la educación al desarrollo económico. Ese es su propósito expreso y declarado. Y no es un mal propósito. De hecho, es irrenunciable: todo el mundo entiende que la formación ha de tener relación con el bienestar material, individual y colectivo. Pero cualquiera entiende que la educación es más que eso. Corea del Sur consigue unos resultados altísimos. Es indiscutible que es uno de los países donde se alcanza una cualificación más elevada y donde la formación incide más en el desarrollo económico. Pero es un hecho también que es uno de los países del mundo donde más suicidios hay entre los jóvenes. El 10% reconoce haberlo considerado alguna vez. Su sistema educativo es de muy alta exigencia, memorístico, muy competitivo, con poco descanso e induce mucha soledad por el poco tiempo que deja a las relaciones sociales. Aunque no se pueden simplificar las razones que llevan a suicidios tan numerosos, es evidente que el sistema educativo es más parte del problema que de la solución. Pero, como el informe PISA está tan sesgado hacia los resultado económicos y estos son evidentemente muy buenos, la puntuación alcanzada es muy alta y no refleja el dato tan llamativo de la infelicidad extrema de muchos jóvenes, cuando uno de los beneficios de la formación debería ser el bienestar personal. Otra manera de comprender que la educación no aporta sólo mejora económica es imaginarse a uno mismo muy rico, lo suficientemente rico como para estar seguro de que nuestros hijos vivirán muy bien toda su vida aunque no trabajen. ¿Los mandaríamos a la escuela de todas formas? ¿Querríamos que estudiaran una carrera o nos valdría con el Graduado Escolar? Aunque no necesitaran dinero, todos intuimos que la educación es mucho más que eso. En 2014 cincuenta personalidades académicas hicieron pública en The Guardian una carta en la que manifestaban su preocupación por este sesgo economicista. Ahora encima van a incluir conocimientos financieros en el informe. Wert dijo que más economía y religión y menos filosofía y el siguiente informe le dará la razón. Pero no porque la tenga, sino porque se acentuará el sesgo que distorsiona los resultados.
Por otra parte, es evidente que el informe no es sensible a si el sistema educativo integra a la población o la segrega. En Madrid hay casos de segregación entre los centros públicos y los concertados muy preocupantes. Algunos centros públicos llegan a ser asistenciales y no cumplen ya objetivos académicos. Las tasas subieron y las becas bajaron, el aumento de la desigualdad es evidente. La puntuación de PISA no refleja este tipo de fenómenos porque tiene ideología. En realidad, no hay forma de expresar la bondad o perjuicio de un sistema educativo, con números o con palabras, sin ideología. La educación va bien o mal, según lo que queramos obtener de ella y según cómo creamos que debe funcionar la sociedad. Con un sistema que segregue y se asegure un buen nivel en la parte más alta se conseguirá una nota elevada en PISA. Bien lo sabía Wert.
Y además, decíamos, un informe tan influyente debería ser más transparente en su financiación y en su funcionamiento. La presencia en él de grandes cantidades de dinero privado y los enormes beneficios de Pearson siembran la desconfianza sobre si parte de los propósitos no serán espurios y ligados a intereses particulares.
Como decía, todo esto empeora cuando las lecturas son torpes y tan interesadas que llegan a la mezquindad. En el éxito de la educación influyen muchos factores y hay que leer con una mínima inteligencia el número que lo califica todo. Supongamos de nuevo que evaluamos el sistema sanitario por el estado de salud de la población. Es lógico que la gente tenga mejor salud en los países ricos que en los pobres. En los años ochenta, por ejemplo, seguro que los alemanes tenían mejor salud que los cubanos. Pero el sistema sanitario cubano fue siempre internacionalmente alabado y reconocido. Es más fácil tener medios, medicinas y equipos, y por tanto salud, donde hay más dinero. Si en Cuba hay menos, es lógico que no se pueda conseguir lo mismo. Pero puede que el sistema en sí sea superior. La formación general va a ser mejor donde hay más medios. Los resultados académicos son muy sensibles al nivel sociocultural de las familias. Que en Andalucía los resultados sean más bajos que en Madrid no implica que su sistema educativo sea peor: simplemente son más pobres. Sacar conclusiones políticas de ello es de necios.
La enseñanza concertada aventaja en doce puntos a la pública. Otra obviedad. La crítica más persistente que se hace a la concertación de centros, aparte del concepto en sí mismo de que un negocio privado lo pague el Estado, es la segregación, el hecho de que con el dinero de todos se paguen centros que no acogen los casos más complejos (cerca del ochenta por ciento de los casos de necesidades educativas especiales están en centros públicos). Si comparamos la fluidez del tráfico en Oviedo con la de Gijón, midiendo el tráfico en Oviedo a las cuatro de la mañana y en Gijón a las doce de la mañana, concluiremos que Oviedo está mucho mejor en infraestructuras. Los alumnos de buen rendimiento y buen soporte familiar progresan solos y sin especiales atenciones. Lo que hace difícil y caro el sistema es tener que integrar a la población, subir el nivel de los mejores y formar y sacar adelante a los que tienen peores cartas en la mano. Por eso en promedio saldrá más caro cada alumno de la pública y por eso PISA dirá que en la concertada son doce puntos más listos: atendiendo sólo los casos ya resueltos de antemano se es más eficiente, para el tráfico de las cuatro de la mañana sobran carreteras.
De estas lecturas torcidas no tiene culpa PISA. Ni tampoco de la afición a tanto ranking y tanta competitividad. Si nuestros números están cerca de Alemania y no muy lejos de Dinamarca, ¿qué importa que haya por medio veinte países o cincuenta y nos hagan estar por debajo de la media? Lo que importa es que estamos cerca de países de referencia.

El informe PISA pasará por la Tierra dentro de tres años. Y habrá quien vea la confirmación de que se necesita más enseñanza concertada, más religión, extinguir los restos de filosofía y quitar más becas; leerán la calificación como el guiñol aquel de Jesulín, que hablasen de lo que hablasen a él le parecía todo como un toro.

sábado, 10 de diciembre de 2016

PSOE ido y Podemos que no llega

Los diccionarios dicen que la condescendencia es un acto amable por el que uno se acomoda a la opinión o deseos de otro. Pero se equivocan. Si intentas compensar con unas gominolas a un niño al que le acabas de negar una bicicleta, el niño las sacudirá airado y reforzará su berrinche. En su inocencia intuye que la condescendencia no es un acto amable. Es un acto insincero con el que se degrada la opinión o deseos a los que el condescendiente se acomoda. Más aún. La condescendencia siempre es el precio ofensivamente bajo con el que se tasa alguna pérdida nuestra. El niño se siente insultado por quien pretende que unas gominolas es lo que vale quedarse sin bicicleta. Y condescendiente y nada amable es tanto elogio a este PSOE descabezado y movido desde el pasado y la ceguera y tanto encarecimiento de lo que le «está arrancando» al PP. Los que alentaron que entregara sus diputados a Rajoy ahora les dedican a los votantes como consuelo editoriales y titulares condescendientes por una leve subida del salario mínimo (menor de la que había planteado Unidos Podemos). Su condescendencia incluye todo tipo de cantos al valor del acuerdo y los pactos y al buen hacer de ese PSOE sin jinete y aturdido.
El ideario del PSOE y el impulso de sus votantes y militantes choca con la derecha. Pero la deslegitimación le viene al partido desde la izquierda. El PSOE tiene poco compromiso con sus propias ideas y es poco propenso a políticas que las desarrollen si tales políticas crean conflictos con fuerzas poderosas (banca, grandes empresas o Iglesia, por ejemplo). Cuando su izquierda se hace fuerte y amenazante, el PSOE traslada el frente de combate a la izquierda en vez de buscar legitimación en un cambio de conducta. Le pasó en los ochenta cuando tenía mayoría absoluta y no tenía más oposición que unos sindicatos que entonces tenían gran capacidad de movilización. Y eso le pasa ahora con Podemos. Lo pudimos oír en Gijón hace poco. El problema de España no está en las medidas que aumentan la desigualdad y el desamparo. El problema está en el «populismo», según Javier Fernández, que sigue moviendo los labios como si hablara él, y no fuera la ventrílocua Susana Díaz quien mueve los hilos. Alfonso Guerra, con la adaptación al mundo de los vivos de un zombi, decreta que el normal contraste y tensión que debe haber entre el PSOE y la derecha es «odio» y que el odio a la derecha no puede ser su programa. Es decir, que el PSOE no debe lidiar con la derecha. El frente está en la izquierda, con Podemos.
El PSOE de los ochenta que se enfrentaba a los sindicatos era un PSOE poderoso, podía pelear sin desfigurarse. Lo del PSOE actual es mucho más triste. No tiene ya el tamaño de un partido de Gobierno. Quemó sus propias naves para dejar a Rajoy en el Gobierno y ahora tiene que permitir la gobernabilidad para que unas elecciones no lo dejen más pequeño todavía. Y tiene que hacerlo pareciendo que hace oposición y que consigue cosas, porque su conducta parlamentaria hace irreconocible su programa. Pero todo es ficción: la subida del salario mínimo era inevitable y fue la mínima posible, de la LOMCE sólo se están discutiendo aspectos epidérmicos y con cualquier configuración del Parlamento desaparecería la escandalosa ley mordaza. Además de sostener a un Gobierno que violenta el alma de sus votantes, cumple el triste papel de ser quien se enfrente a la izquierda emergente buscando legitimidad izquierdista en una entrega a Rajoy que quieren hacer pasar por pacto y consenso. El votante está en tierra de nadie, porque le desazona que el PSOE sea el soporte de aquello contra lo que tanto clamó y además le embarazan las arremetidas de Podemos que cada vez encuentran más carne. Así que el PP está a sus anchas. Con un PSOE de llavero que se bate con la izquierda, Rajoy apenas tiene que intervenir y Esperanza Aguirre puede dedicarse a hacer el gamberro en la Gran Vía.
Este no fue el Parlamento que salió de la urnas. Nadie votó a este PSOE. Es evidente que Felipe González y Cebrián alinearon pasiones dispersas para que sirvieran a un único fin: apartar a Pedro Sánchez para evitar un pacto con Podemos (no para evitar terceras elecciones). González y Cebrián quieren actuar desde la España que llegaron a tener y que ya no existe sobre esta otra España, en la que retienen poder pero ya ningún predicamento. El roce de estos dos personajes con la realidad actual hace el ruido de unas uñas arañando un encerado. Su oscura evolución hace que su influencia residual sea dañina y ajena a los tiempos. Por eso el PSOE que la gente votó y que debería ser oposición del PP no existe.
El vacío de oposición se completa porque Podemos aún no ocupó debidamente su sitio. Los debates entre Rajoy e Iglesias son distendidos y los dos están tranquilos, ocurrentes e irónicos. Esto ocurre porque no tienen frontera, no hay votos que se disputen los dos partidos. Por eso no hay tensión. Y ahí Iglesias se equivoca. Rajoy no es tonto, conoce bien el paño electoral y sabe que mientras haya ese hiato entre PP y Podemos, todo va bien. Puede parecer que es la distancia lógica que inducen ideologías tan distantes. Pero no es así. Para ser oposición, Podemos tiene que rascar en alguna capa de los apoyos del PP y lo que le separa de las capas menos ideologizadas no es la ideología, sino el mensaje y el tono. Por ejemplo, decirle a Rajoy que cumple órdenes de Merkel tiene una base cierta, pero es una afirmación de trazo rápido que deja a Rajoy cómodo en su sitio y le hace fácil el chascarrillo. Si le dice que lo que quiere Merkel es imponer medidas que benefician a Alemania y que sería justo que Rajoy no compartiera las que perjudican a España, está diciendo lo mismo pero más cerca del sentido común y Rajoy sentiría que le muerden los tobillos. No se acercaría a votantes moderados del PP por derechizarse, sino por hacer su lenguaje más llano y menos asambleario. Podemos tiene que llegar a tocar la conciencia y certezas de alguna capa de votantes del PP o no será oposición real.
Pablo Iglesias es a la vez la garantía del tamaño actual de Podemos y seguramente también una de las causas de sus límites. Que sea un personaje excesivo le viene bien a Podemos para lograr un tamaño tan sustantivo. Pero, lo sepa él o no, necesita ayuda. Se necesitan más caras, más talantes y más mensajes para que Pablo Iglesias sume y no sea el límite. Necesitan voces técnicas fuera del Parlamento que avalen y expliquen sus propuestas. Debe oírse más a Errejón, cuyas evidentes dotes aportan matices y resonancias a Podemos. Debe oírse a gente mayor y no sólo a jóvenes. Pablo Iglesias es un icono que sigue necesitando el partido, pero esa paella necesita más ingredientes.

Algunos no quieren que el PSOE busque su recuperación «podemizándose» y se quedan tan frescos viendo cómo se «ciudadaniza» haciéndose un apéndice del PP y saltando y estirando el cuello de manera infantil para que se les vea, como un Rivera cada vez más infeliz. El PSOE puede, desde luego, recuperarse, pero no en esta versión a la que nadie votó. Y por supuesto Podemos puede completarse y cuajar en una izquierda que realmente muerda las murallas del PP. Pero ni una cosa ni otra está sucediendo. Es más probable una evolución en Podemos que en el PSOE (¿quién le dirá «por qué no te callas» a González con el aplomo de un Borbón?) y esta sensación está manteniendo un goteo, ya lento pero persistente, de apoyo que se desplaza del PSOE a Podemos. Pero tampoco esto basta. Mientras esto siga así, seguiremos con un PP desvergonzado y delincuente en el poder, una oposición inexistente y un Podemos en su insuficiente latifundio discutiendo lo que no importa. El problema de que esto se alargue es el de las malas soldaduras de los huesos fracturados. La situación puede criar callo, hacerse hábito en la mente de los votantes y una democracia ya atrofiada por el papel parásito de los partidos en las instituciones que deberían ser independientes podría viciarse aún más. El peligro no es el populismo.