sábado, 1 de octubre de 2016

No es el PSOE, es España

«Política voraz. Carne del aparato. Catedrática en maquinaria interna del partido. Medradora nata.» Esto decía el ABC sobre Susana Díaz allá por 2013. Pero, como diría Pachi Poncela, mucho ha llovido. Hoy el ABC y la prensa en papel la ve de otra manera. Sin embargo, creo que todavía necesita algo más en interpretación. Era inevitable que el jueves hiciera el papel de conciliadora inocente, que aceptaría sin merecer el alto honor de la tarea, siempre ingrata, de unir a este PSOE que tanto necesitamos. El papel de conciliación y de mirada al futuro siempre tiene un punto de sentimentalismo y ahí es donde la performance de Díaz flaquea. Esas pausas con las que quiere ser medio pedagoga medio alma, y esa voz casi quebrada que quiere aunar inocencia, sorpresa e ilusión, me pusieron la cara de limón de Bette Davis escuchando el discurso fariseo de Eva.
Lo que está pasando no está pasando en el PSOE. Está pasando en España. Estos incendios siempre tienen más calado que la chispa que los inicia, pero esta chispa nunca es casual, la gota que colma el vaso siempre tiene algo que ver con el meollo. Es difícil mirar más allá y quitarse de la cabeza que la chispa, no la causa profunda pero sí la causa inmediata, es la investidura de Rajoy. Cuesta quitarse de la cabeza que el PSOE quiere echar a Pedro Sánchez a hostias para investir a Rajoy. Cuando Rajoy apareció en pantalla de plasma diciendo a la nación atónita que era registrador de la propiedad y que por eso debíamos olvidar que su nombre figuraba en los latrocinios de Bárcenas, en ese preciso momento, ¿sospecharía algún votante socialista que su voto sería para hacer Presidente al señor ese que les mencioné? ¿Imaginaría alguno un golpe de tal brutalidad contra el candidato socialista para apoyar semejante presidencia? Otro día dijo que sacaría de nuestra salud, de nuestra educación, de la protección de nuestros ancianos y dependientes decenas de miles de millones de euros para cubrir los desfalcos y desaguisados de los amigotes que los partidos habían colocado al frente de las Cajas y que se iba a ver el fútbol. Hace poco nos dice que no los van a devolver, que nuestra salud, nuestra educación y nuestros ancianos sin ello se quedan, que había dicho lo contrario, pero que ya tal. ¿Imaginaría algún votante socialista que su voto sería para que ese señor siga en el poder? ¿Y cuando martilleaban el sistema judicial y los ordenadores de Bárcenas? Y para qué seguir.
Decía que todo esto no es casual. Y da pistas de que no es casual el que los grandes pirómanos hayan sido un Cebrián (ex–director del ex–El País) exultante y libre de deudas, y Felipe González, limpio de polvo, paja y cal. Estos dos pirómanos llevan mucho tiempo luchando a brazo partido para que la situación política no descarrile del bipartidismo. Siempre me pareció sospechosa la desmesura y zafiedad con que se emplearon contra Podemos. No tiene nada de particular que la línea argumental de un partido o de todos y la línea editorial de un medio o de muchos sea hostil con los morados. Pero la virulencia, el histerismo, la alarma desmedida y extrañamente cómplice que se observó desde el principio hacía sentir que no había sólo rechazo, sino verdadero temor, a que Podemos llegara a nichos de poder. Y esto no puede sino levantar desconfianza. No se crea tanta desazón por las políticas que puedan llevar a cabo. Ahí están, en plazas municipales y autonómicas importantes, sin que se hayan levantado epidemias. Su llegada al poder no es más inquietante de lo que era la del PSOE en el 82. El sistema es, para bien y para mal, demasiado robusto como para que cualquier heterodoxia menor lo amenace.
Es evidente que en España hay entramados bancarios, políticos y empresariales a los que están adheridos como hiedra los partidos que vinieron teniendo el poder a través de tanto consejero ex–ministro, tanto ex–presidente mediador y comisionista, tanto militante alimentado y tanta empresa donante y beneficiaria de favores. Es evidente que los medios de comunicación más influyentes forman parte de todo ese entramado y le sirven. Son evidentes los privilegios del Rey emérito, de Felipe González, Cebrián y tantos otros y son bien visibles los ecosistemas que florecen a su alrededor con todo tipo de prácticas. Las mediaciones y tráficos internacionales que se divulgan sobre González ponen los pelos de punta y los intereses accionariales de Cebrián que se llegan a publicar dejan a uno boquiabierto de la complejidad de los hilos que se mueven sobre nuestras cabezas. Y cada vez la voluntad e intereses de estos entramados son más despóticos y dejan menos margen incluso para la información. Qué gracia aquel ataque colectivo de dignidad con el que varios periodistas se levantaron de un acto de Pablo Iglesias porque había criticado a un periodista por su nombre. En la misma semana, menos de siete días después, Cebrián denunció y proyectó todas las furias de la Oscuridad contra dos periodistas que habían publicado que su ex–esposa tenía cuentas sucias en Panamá cuando era su esposa. Nadie se levantó de ninguna silla entonces. Comprendo la presión para hacerlo, pero ya que no pueden, que no hagan el paripé con Pablo Iglesias. Qué ternura aquella entrevista de Ana Pastor a Iglesias cuando ella impostaba “mucho miedo” porque el morado había dicho que había que intervenir en los medios; justo la semana en que habían caído de golpe tres directores de tres grandes periódicos (La Vanguardia, El Mundo y El País), Moncloa mediante. Quizá Pastor comparta nuestro pasmo por el editorial del jueves de El País. Hace poco Manuel Rico, en un muy equilibrado artículo sobre su despido en la SER, recordaba que, con este juego de intereses y presiones, ya no había periódico de difusión que pudiera publicar que El Corte Inglés lleva cinco años sin pagar el impuesto de sociedades. El miedo que dará esto a Ana Pastor. Supongo.
Es este tipo de cosas el que se vio amenazado con la emergencia de Podemos. Los líderes de Podemos no son más listos, ni más honrados, ni mejores analistas que los de otros partidos. Pero vienen de otra parte. Para llegar a la cima del PSOE o el PP hay que haber seguido un recorrido en el que uno se impregna de la historia del partido, de sus silencios y de sus complicidades. Se llega arriba trepando por una cucaña que familiariza y desensibiliza a los sujetos y los hace conformes con la situación. La cucaña de Podemos es extraña a estas décadas, se llega arriba sin haber tenido el debido baño de pragmatismo histórico y lo que se pone en peligro no es el sistema ni lo esencial de las desigualdades. Es el Tinglado lo que se pone en peligro.

Por eso zarandearon a Sánchez tras las elecciones de diciembre, cuando no había más forma estable de gobierno que la suma de las izquierdas, que incluía a los Otros, a Podemos. Es evidente que las sobreactuaciones de Pablo Iglesias no lo pusieron fácil, pero no estaba ahí el meollo de la cuestión. Y por eso ahora esta brutalidad contra el soldado Sánchez. Se hizo evidente que no iba a apoyar de ninguna manera a Rajoy y su banda y que quería intentar formar gobierno. Y González y Cebrián saben contar y saben que podía ser, porque también se dieron cuenta de que esta vez Pablo Iglesias también lo sabía. A partir de ahí, sólo es poner en la dirección adecuada fuerzas menores que ya existían para enfocarlas a la tarea de quitar a Sánchez, es decir, alejar a Podemos y dejar a Rajoy en la Moncloa con su banda (bien lo sabía él y por eso no concedió nada a nadie). Esas fuerzas menores son la tirria que por otros motivos tiene parte de la militancia a Podemos, la catedrática en maquinaria interna que, de tanta borrachera de aparato que tiene, nunca ve más allá de la silla de mando de su partido, barones desnortados y ruidosos y pendencias de aquí y de allá. Pero no es el PSOE. Es a España a quien le imponen y prohíben formas de gobierno y política. Que no lo olvide el millón largo de ausentes de junio.

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