lunes, 12 de septiembre de 2016

El bloqueo de PP y PSOE

Estos calores tardíos de septiembre parecen la pereza con la que el verano quisiera acompañarnos a su manera. No sé si el verano se hace el remolón para irse por pereza del inicio de curso escolar; o de que sea la política la que siga su curso y empecemos a respirar aires electorales otra vez; o de que el curso que siga la política sea el de seguir viendo a Rajoy en lo alto chapoteando en escándalos y suciedades y dejando la imagen exterior de España a la altura (cosas del idioma, en realidad no a la altura sino a la bajeza) de José Manuel Soria, después de haber pretendido dejar al Parlamento a la bajeza de Jorge Fernández. Si el verano fuera un ente con voluntad y capacidad de desvelo, como una de esas vírgenes a las que pone medallas el tal Jorge Fernández, en su bajeza, no podríamos reprocharle su pereza. Ante un ovillo de cables enredados, todo el mundo tiene un primer momento contemplativo en que su diligencia flaquea. Y el aspecto con el que el país llega al otoño es como para permitirse un momento de inacción en jarras resoplando ante el ovillo.
No encontraremos explicación al enredo más que en el PP, por ser el partido más votado, y en el PSOE, por ser el partido necesario para formar  mayorías. A muchos les parece que Rivera es dialogante y a otros nos parece cizañero, pero es hora de decir que es irrelevante que sea una cosa u otra. Pablo Iglesias tuvo errores sonoros y, a la vez, fue de los pocos que cedió explícitamente algo de su programa, pero de poco hubiera valido mejor estilo o más cesiones. Se puede pensar con razón que el independentismo desafiante y ensimismado de los nacionalistas es parte del problema. Y lo es, pero tampoco explica estas aguas estancadas ya poco saludables. Lo que ocurre ocurre por lo que pasa en el PP y en el PSOE.
Una situación en la que el partido más votado tiene casi tanta actividad delictiva organizada como política es una situación de desenlace complicado ya desde el punto de partida. El desparpajo con el que manifiesta su intención de no modificar su conducta política ni moral hace difícil reconducir ese mal punto de partida a un ambiente más acogedor para el entendimiento. No olvidemos la paz interior con la que querían colocar a Jorge Fernández, en pleno huracán por sus trapacerías, al frente del Parlamento justo antes de buscar confianza y entendimiento. Y retengamos el desenfado con el que, siendo ya una evidencia las desconfianzas, querían llevar al Banco Mundial al ministro que se había ido por mentir y defraudar. Toda esta desenvoltura se debe a que la infiltración política de la administración de justicia alcanza límites de escarnio. Se debe también a que tomaron Televisión Española como un ente tan de su propiedad como de su posesión consideraba Fabra aquel aeropuerto sin aviones, cuando le decía a su nieto si le gustaba el aeropuerto del abuelo. La soltura del PP se explica también por la creciente entrega de la prensa en papel y su creciente merma de profesionalidad. Antes había una prensa derechona que se había ganado a pulso el alias de «Caverna», mientras El País hacía de contrapunto profesional y civilizado, más que izquierdista. Los dineros los hermanaron ya a todos en la Caverna y Rajoy no tiene motivos para ocultar la basura. Con el sistema judicial atrofiado, TVE haciéndole palmas hasta el sonrojo y los periódicos, ya sin distinción, ofreciendo cada día portadas mellizas y cavernarias, le basta decir que quiere seguir gobernando porque él lo vale para que el ciudadano sólo oiga hablar de la irresponsabilidad de Pedro Sánchez. Sin ofrecer ninguna moderación ni una mínima modificación de conducta, la Caverna clama contra Pedro Sánchez. Cómo no va a ser difícil formar Gobierno.
El PSOE es un hervidero de presiones. Una parte suya, la que tiene el centro en Felipe González y linda con Cebrián y la Caverna, la de líderes veteranos que ahora se reivindican airados, quiere sobre todo sostener lo que muchos llaman el régimen de la Transición. Aunque les moleste el término, es evidente que quieren que una parte excesiva de nuestra vida pública sea «orgánica», inmune a vaivenes políticos e intocable. Es cierto que todo sistema funciona sobre la base de principios de funcionamiento permanentes. El problema es que Felipe González y compañía querrían que aspectos de la política ordinaria que tocan ciertos intereses estuvieran fuera de lo discutible. Querrían una alternancia con unos límites estrechos y prefijados, a la manera de la Restauración. Y querrían que parte del funcionamiento orgánico del Estado incluyera privilegios, amnesias e impunidades. Por eso, en sintonía con lo que representa C’s, lo que hacen es tensar hasta el conflicto la pugna con las fuerzas a las que ven poco cariñosas que esas formas políticas hormigonadas que ellos pretenden. Estas fuerzas son todas las nacionalistas y Podemos (con o sin Unidos o Mareas varias) y presionarán siempre a favor de la cohesión de lo que queda dentro de su peculiar restauración, contra lo que ellos sitúan fuera de España y el sistema. Le dirán a Pedro Sánchez que mejor están con ladrones de casa que con esa gente de ahí fuera.
Esta sensibilidad encaja bien con una furia anti – Podemos que prendió en el alma del PSOE por razones variadas. Algunos son contrarios a los morados por razones francas, porque los ven irresponsables, aniñados y faltones, o porque desconfían sin más. En otros casos se trata de boquitas hambrientas piando, temerosas de perder posiciones ventajosas en el pesebre, en parte porque Podemos debilita al PSOE y en parte porque llega precisamente con un programa muy firme contra esas canonjías. En todo caso, hay en el cuerpo del PSOE un recelo hacia Podemos que, sin ser lo mismo, puede encajar con la oposición mucho más interesada que viene de González y su oscuro mundo. También encajan los que empiezan a acusar la presión, como puede ser el caso de Fernández Vara y sus propuestas cobardonas. Otros socialistas, sin embargo, ven en la relación de Podemos lo que una situación más saludable debería ver: un campo para trabajar, para fracasar, para acertar y para arriesgar como cualquier otro. El peso mediático contra Podemos y el poder de los santones más beligerantes hace que estos socialistas hablen, pero no insistan, proclamen pero no griten. Son los casos obvios de Ximo Puig y García – Page, por ejemplo.
Los más fascinantes son los llamados barones, Susana Díaz y nuestro Javier Fernández. Juntan dos actitudes que, dadas en los mismos individuos, son eso, fascinantes. Por un lado, no son como Ximo y Page. Estos gritan, enarbolan y pontifican. Por otro lado, suman tantas negativas que, sencillamente, no dejan camino que tomar. No quieren pactos con el PP, vociferan contra cualquier entendimiento con Podemos y claman contra unas terceras elecciones, tan perjudiciales e inoportunas. Lo bonito es que lo digan todo con contundencia y convencimiento vehemente. No es de extrañar que el efecto de tanta presión y tan discordante sean estos intentos extravagantes de Pedro Sánchez. Primero fue pedir a Podemos apoyo para un pacto al que no habían sido invitados y que no podían tocar y para un Gobierno del que estaban excluidos; así llegó a querer ser Presidente con 130 votos favorables. Ahora es un acuerdo con Podemos y C’s. C’s proclama que uno de sus objetivos es impedir el paso de Podemos al poder. Podemos dice que no pueden ir a ninguna parte con la hipoteca naranja. Cualquier observador perezoso puede ver que son ciertas las dos cosas. Pero así de excéntricos son los caminos que le dejan a Pedro Sánchez los consejos, presiones y patadas de un PSOE invertebrado al que no se le ve más forma que la que le dan las instituciones, es decir, el poder.

Iglesias de momento falló en su asalto a la centralidad. De momento, donde se cuece el asunto es un PP tóxico que no puede ni quiere cambiar y en un PSOE retorcido queriendo correr en todas direcciones y en ninguna. Diga lo que diga la Caverna, los dos partidos mayores son el tapón del desagüe.

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