domingo, 31 de julio de 2016

Materias inútiles en la enseñanza. Schank, el Quijote y el álgebra

¿Cuántas veces en la vida de una persona normal sale Cervantes en la conversación? Para esas pocas veces, bienvenidas las horas que hayamos empleado en leer el Quijote, pero el rendimiento parece escaso. Fuera de esas pocas veces, el tiempo de lectura, el tiempo que los profesores emplearon en explicarnos la obra y el dinero que los gobiernos gastaron para pagar a esos profesores fueron tirados. ¿Y el álgebra y sus arcanos? ¿Quién usa el álgebra en su vida normal o en su trabajo? Muy pocos, y por esos pocos extraños se endilga a toda la población un montón de horas de dolor sin propósito y se gasta más dinero para pagar el innecesario trabajo del profesor o profesora de turno. Cada uno carga con el álgebra por si acaso va a acabar siendo uno de esos pocos frikis que la usan para algo cuando se hacen mayores. O por la tontería de ejercitar la mente y el razonamiento, como si no hubiera juegos de Nintendo mucho más llevaderos para esa función. ¿Quién dice todo esto?
Esta vez no se trata de un informe del Banco de Santander o de alguna fundación de empresarios ávida de convertir los centros de enseñanza en su granero particular y gratuito de especialistas. Esta vez es Roger Schank, uno de los maestros de la inteligencia artificial y las ciencias cognitivas de los años 80, cuando se pensaba que la informática se dirigía a la inteligencia artificial, porque no se había descubierto el potencial de los Pokemon Go y las apuestas deportivas. Una alarma educativa más. En España se abordó la urgencia educativa aumentando las horas y peso de la religión, quitando becas y sentando las bases para que más dinero público financie los centros privados de la Iglesia. Es una manera de verlo.
Schank quiere otra cosa, pero para esa otra cosa vuelve a tocar esos temas sobre los que apetece decir a cada ministro entrante que no le toques ya más, como Juan Ramón Jiménez; temas como la rentabilidad de las horas de El Quijote, la tocada y hundida filosofía y la propia álgebra, porque Schank no se queda en las humanidades. Schank parece que quiere que cada cosa que cueste esfuerzo, tiempo o dinero tenga una utilidad reconocible y lo bastante amplia para justificar todas las cargas que comporta. Quién puede negarse a algo así. El problema, extraño en quien tan finamente estudió nuestro pensamiento para hacer pensar a las máquinas, es que parece exigir, por lo que repite y divulga en todos los foros, que la utilidad y justificación de cada cosa sea directa, unívoca e inmediata.
Veamos algunas certezas. Estoy seguro de estar escribiendo estas líneas con un nivel de redacción que mi padre y tantos otros no podrían conseguir. Estoy seguro de que tal destreza es útil para la mayoría de la gente en muchos trances. Estoy seguro de que esta “competencia” tiene algo que ver con mis estudios, llenos de filosofías, Quijotes y declinaciones. Y estoy seguro de que ni una sola de las materias o lecturas que haya hecho es necesaria para tener esta o cualquier otra competencia. Si no hubiera leído el Quijote o las discusiones que Strawson se traía con Russell, es seguro que mi nivel de redacción o expresión sería el mismo. Digámoslo de otra manera: mis estudios están compuestos de saberes inútiles para cualquier competencia. Y sin embargo ellos son los responsables de que yo tenga alguna humilde destreza. No hay misterio. Ningún puñado de granos de arena que cojamos forma una playa. Sin embargo los granos de arena son los responsables de que una explanada nos parezca una playa. Es la conocida cuestión de las relaciones no lineales y los procesos emergentes. Para entendernos: una serie de partes idénticas puede formar por acumulación un todo con propiedades distintas de las que ellas tienen. Cuando decimos que la playa de San Lorenzo tiene dos o tres kilómetros no pretendemos decir que cada grano tenga esa extensión. Cuando le decimos a Schank (a Wert no merece la pena el intento) que las humanidades y el álgebra son útiles, no queremos decir que sea útil cada pieza. Más claro. El Quijote y el álgebra son tan inútiles como pretende Schank. Pero una acumulación de cosas como el Quijote y el álgebra, lo que se llamaba en los pueblos “unos estudios”, sí producen por acumulación competencias útiles en los sujetos.
Schank trabajó con computadoras y tendría que está sin duda familiarizado con el fenómeno de la representación y la complejidad intermedia entre entradas y salidas. Es distinto lo que ocurre cuando empujamos con un dedo una botella haciéndola caer y lo que ocurre cuando empujamos una tecla de ordenador provocando que una impresora imprima. Entre la fuerza de nuestro dedo y la botella no hay nada: la fuerza la hace caer. Entre la pulsación del dedo en la tecla y el papel impreso media un proceso complejo. Con un dedo y un ordenador podemos hacer muchas más cosas que con un dedo y una botella, porque en el ordenador hay un fantasma complicado que llamamos software y que lo hace muy capaz para muchas cosas. Schank sabe que la máquina física se hace poderosa cuando se instala en ella el sistema operativo, tan inútil como un Quijote, pero que la capacita para trabajar con programas avanzados que solucionan problemas. Entre las conductas inteligentes de sus máquinas y tal o cual rutina o módulo del sistema operativo no hay relación reconocible; sería fácil decir que esa parte del código es inútil, si no es causa directa y unívoca de algo que haga la máquina. Pero Schank no razonaría así con una máquina. Ni debe con las personas. También nos hacemos más capaces cuando se instalan en nuestra mente los estudios que nos dan las competencias básicas, nuestro propio fantasma, para hacernos eficientes en la adquisición saberes especializados y aplicados.
Y más cosas que esos saberes, porque Schank cree que el sistema educativo no tendría que entretenerse en páginas inútiles de molinos de viento, sino enseñar a la gente a buscar trabajo. Encontrar buenos trabajos no es el único beneficio al que debe estar destinada la educación. La formación debe estar relacionada con lo que confusamente llamamos felicidad del individuo, con ensanchar e intensificar el mundo que se vive. Ortega i Gasset decía que por eso la sabiduría se simboliza con la lechuza, el ave de ojos abiertos y deslumbrados y que ese era el gesto por el que empieza el conocimiento y el disfrute: los ojos en pasmo de quien discierne, se sorprende y entiende. Si sólo se tratara de artes de búsqueda de trabajo, nos bastaría con unos seminarios de Gustavo de Arístegui, Federico Trillo, Martínez Pujalte o cualquiera de estos hachas en las artes de buscarse huecos, trabajos y chollos. Además ya está inventado eso en másteres como ese de liderazgo y gestión pública de Aznar, donde no se lee el Quijote pero te relacionan y te enseñan a seguir influencias útiles y avanzar por pasillos y por el quién es quién.

Pero Schank no es un banco, decíamos. Su provocación toca otros puntos. Se suele distinguir la memoria procedimental, esa que almacena el saber andar en bici o bailar el tango, y la declarativa, la que guarda el nombre de los ríos y las obras de Cervantes. Él quiere disolver la segunda en la primera, que los datos se queden pegados en la memoria en el curso de los procedimientos, que los estudiantes aprendan haciendo cosas, no estudiando. Y quiere que no todos hagan lo mismo, que hagan racimos los afines y adquieran destrezas a partir de esa afinidad, redes virtuales mediante. Quiere que la entrada sea la apetencia que cada uno comparte con algunos otros y su desarrollo en acciones conjuntas. Y que se cierren colegios y universidades para crear otros espacios. Bien necesitada está la enseñanza de provocaciones y remociones y que vengan de la inteligencia y no de la codicia de empresarios simplones. Pero sin olvidar que lo primero que altera para bien la enseñanza es la conducta y el sabor de lo cotidiano. Y que en el mundo del trabajo se debe entrar ya con los ojos en pasmo, en un mundo ancho e intenso, con calor y color.

sábado, 23 de julio de 2016

El último gesto antes de las elecciones o la legislatura

Ella se acostó a su lado con bastante descuido para que despertara y se fuera. Él despertó a medias, en efecto, pero en vez de levantarse apagó la veladora y se acomodó en su almohada. Ella lo sacudió por el hombro para recordarle que debía irse al estudio, pero él se sentía tan bien otra vez en la cama de plumas de sus bisabuelos, que prefirió capitular: «—Déjame aquí —dijo—. Sí había jabón.» (García Márquez, G., El amor en los tiempos del cólera).

Me parece percibir que la convivencia doméstica es sobre todo el arte de las primeras palabras y de las primeras reacciones. No importa lo segundo que se diga al llegar a casa ni lo segundo que se le diga a quien llega a casa. Según que la costumbre sea que ese primer gesto sea sonriente o refunfuñón, así será de amable o áspera la convivencia en esa casa. Sin embargo en política, como en cualquier actividad donde parte del éxito consiste en que los demás crean que tenemos éxito, lo importante es el último gesto. Se dijo que Cristiano Ronaldo había marcado el penalti «decisivo» en la final de la Champions. En realidad, el Madrid ganó por un penalti de ventaja, por lo que todos fueron decisivos. El de Ronaldo simplemente fue el último y eso hizo parecer que lo más importante lo había hecho él.
En este momento en que se estrechan las negociaciones, estamos viendo lo que ya vimos en la legislatura fallida y que tiene que ver con la gestión del último gesto. La iniciativa de negociación corresponde siempre a quien está en situación de formar gobierno. En la legislatura que no fue le tocaba al PSOE. No hace falta sacar la calculadora: si antes la Presidencia del Congreso fue para Patxi López y ahora para Ana Pastor, es porque esa era la correlación de fuerzas. En las nuevas elecciones, las izquierdas perdieron 5 diputados y las derechas ganaron 6, lo que hace 11 diputados de diferencia, mucha diferencia en un parlamento tan quebrado. En las elecciones fallidas, el movimiento aritméticamente relevante era el que hiciera el PSOE hacia Podemos y consistió en la siguiente oferta: Podemos debía apoyar a un gobierno del que no formaría parte; el gobierno se basaría en un documento que Podemos no podía tocar; el documento era tan bueno que Podemos tenía que apoyarlo, y esa era la oferta: que no estorbase. Es imposible que el PSOE creyera que eso era una negociación, pero sabía quién debía hacer el último gesto. El último eslabón de la cadena que llevó a las nuevas elecciones fue el no de Podemos, lo que podía darle tanto protagonismo en el fracaso como a Cristiano tirar el último penalti. Por eso lo del PSOE fue un órdago más que una negociación: después de tu negativa no viene nada, a ver si te atreves. Algo parecido viene ocurriendo en Asturias, donde las negociaciones del PSOE con Podemos están siempre presididas por el argumento que sintetizó desde el principio Javier Fernández: «¿Qué se puede negociar con Podemos?»
Ahora la iniciativa evidente le corresponde al PP. Se dice que es normal que el PP proponga las ideas del PP. No es así. La legislatura del PP fue pródiga en escándalos y delitos. Y en lo político fue radical y contestada. Ahora el PP tiene que entenderse con quienes se enfrentó y tiene que crear un clima favorable en los dos aspectos. Nadie quiere ensuciarse las manos con asociaciones delincuentes y el PP debería dar alguna señal de dejar de proteger a tanto macarra. No sé si lo de que Jorge Fernández pudiera presidir el Congreso iba en serio o sólo se dijo para que pareciera que C’s había arrancado algo al PP. Es igual. El hecho de que se haga público que personaje tan infame era aceptable como tercera autoridad del Estado indica que el PP no hará ningún gesto para que deje de apestar la administración. En lo político, podrían ofrecer al PSOE negociar las leyes más extremistas del PP, educación, mordaza, reforma laboral y tantas otras. En lugar de eso, sueltan a Cospedal para decir condescendiente que sólo aceptarán cambios que hagan a esas leyes “aún mejores”, cuando la derogación de semejantes bodrios debería ser la condición de cualquier acercamiento al PSOE. Pero el PP está pensando también en el último gesto. Mientras sigamos encadenando elecciones ellos siguen en funciones. En la mente de los españoles domina, como en la final de la Champions, lo último más que lo importante. A los españoles les va dominando ya el hastío de tanta negociación fallida más que el recuerdo de la legislatura que deberían sancionar. Es el tipo de hastío que llevaba al Juvenal Urbino de García Márquez a reconocerle a su mujer la falsedad de que sí había jabón en la bañera, para dormir en su cama y acabar con aquella discusión conyugal que lo mantenía desterrado en el sofá. Rajoy sabe que si vuelve a fallar la formación de Gobierno, en unas próximas elecciones los españoles dejarán de pensar en educación o pensiones, le dirán hastiados y sin querer discutir que sí había jabón y lo aproximarán a la mayoría absoluta.
Por eso el PP le deja al PSOE el último gesto. Hay algo que está por encima del saqueo delincuente de las arcas públicas y de leyes extremistas: la responsabilidad de permitir que haya Gobierno, que España, como las ranas de Esopo, quiere ser gobernada. Y de nuevo, la negativa del PSOE, por ser el último gesto, será la responsable del desaguisado. De nuevo órdagos en vez de negociaciones. El PSOE ya debió aprender que la propaganda que amenaza caos absurdos (Venezuela, ruptura de España, terrorismo) hace impunes los delitos del PP, mientras que a él el miedo no le da ningún voto. También debió aprender ahora que la unidad de España aguanta bien hablar con políticos nacionalistas como si fueran políticos, como hace el PP. Con 161 diputados y un par de abstenciones nacionalistas, no quiso ser Presidente porque esas abstenciones rompían España. Quizá ahora esté aprendiendo que lanzar órdagos no es lo mismo que buscar entendimientos.
Podemos, no se sabe si por necesidad o por reflexión, está haciendo lo que le toca hacer ahora: callar. Él no puede ser un actor relevante en esta fase de la comedia. Ni puede repetir los golpes de efecto de cuando aparecían por primera vez en el Parlamento, porque ya no sería la primera vez. Les toca esperar y recuperar ese millón y pico de votos siendo más Podemos y menos Zapatero. Puede que ellos lo estén entendiendo así o puede que el juego de Rajoy los deje fuera de foco a propósito. Mientras tanto, C’s sigue a lo suyo. Es un partido frentista que quiere parece dialogante. Realmente, C’s quiere favorecer cualquier combinación que deje fuera a Podemos y a los nacionalistas. Es un partido que quiere entendimiento entre los españoles propiamente dichos y que señala con más explicitud que nadie qué españoles no sirven para España. Sus maniobras tienen tanto de búsqueda de acuerdos como de cizaña. Los maniobreros de toda condición fueron siempre así. Siempre buscaron alianzas, lo que no quiere decir que fueran gente de consenso. A veces resultan un poco infantiles haciéndose los hombrecitos y señalando deberes como si pintaran más de lo que pintan. Especialmente gracioso resulta que se pongan pavitos con el PP, como si pudieran hacer otra cosa que lo que esperan de ellos quienes los pusieron ahí. Tienen suerte de que en España la mentira cuesta poco. Cuando uno hace lo contrario de lo que dijo, sólo tiene que adoptar aire de tragedia y señalar la gravedad del momento para que parezca que su incumplimiento es un sacrificio por una causa superior. Rajoy lo hace a diario.

El PSOE tendrá que hacer prácticas de una de las varias lecciones que fue aprendiendo. Puede tragarse el sapo del último gesto que le brindó a Podemos y abstenerse en segunda votación «por responsabilidad». O puede ayudar a convencer a los nacionalistas a que arrimen el hombro para que no sea culpa suya que gobierne el PP, y tragarse el sapo de no haber formado gobierno porque los nacionalistas rompían España (hace un par de meses). Mientras tanto, cada vez más españoles hastiados están dispuestos a reconocer que había jabón y que no les molesten.

domingo, 17 de julio de 2016

Enseñanza y empresa, creatividad y adaptabilidad. Cuánta memez

Las empresas no están contentas con nuestros jóvenes. «Necesito contratar pilotos de drones y no los hay», dice a modo de ejemplo el representante de una multinacional. La Universidad no forma bien a los jóvenes: les enseña cosas que no hacen falta y no aprenden a hacer lo que se necesita. Hay casi cinco millones de parados y a la vez hay multinacionales en España que no encuentran trabajadores para algunos puestos. La inadecuación del sistema educativo, con estas cifras de paro, es una tragedia, dice transido de dolor social un ejecutivo de MAPFRE. Uno de los informes de la Fundación Botín dice, en esta misma línea, que el principal problema social de España es la falta de creatividad; el principal problema social, qué bárbaro.
Una de las falacias que hace más fortuna en la vida pública es la que en lógica se llama del término medio no distribuido. Debidamente extendida, esta falacia pretende que cuando decimos algo verdadero es verdadero todo lo demás que digamos. Mezclar mentiras con verdades es una manera eficaz de intoxicar, porque las verdades son infecciosas y hacen parecer verdadero todo lo que tengan cerca. Además, como siempre se dijo, la verdad resplandece, tanto que el resplandor de las palabras verdaderas no deja ver las intenciones de las palabras vecinas y parece que son «técnicas» y desinteresadas.
Ya lo había dicho Wert. Ese cuarenta por ciento de paro juvenil pide a gritos que formemos a los jóvenes para el mundo en que viven. No hay nada como una buena alarma educativa para justificar que se haga en educación cualquier cosa. Todos estos discursos pretenden instalar dos ideas perversas: una, que el volumen de paro se debe a lo que la gente es capaz o incapaz de hacer; y otra, que se sigue de la anterior, que quien está en paro lo está por sus características personales y por lo que es capaz de hacer. Respecto de la primera, puede ser que haya multinacionales que no encuentren gente para algunos puestos. Esa verdad, la de que no haya gente para «algunos» puestos, repárese en el cuantificador, no hace verdadero el disparate de que en España casi la mitad de los jóvenes estén parados porque no tengan la formación requerida. Con una formación adecuada, sólo «algunos» de esos jóvenes estarían trabajando y el porcentaje de paro sería el mismo. En España hay paro porque no hay puestos de trabajo, no porque los haya y no haya gente formada. Esta gente joven, tan mal formada por nuestro sistema y con esa falta de creatividad tan nuestra, se va a centenares de miles para el extranjero, y allí sí consiguen empleo. Nuestros emigrantes son gente cualificada y en otros países no padecen la tragedia de su formación. Relacionar el volumen de paro de España con el sistema educativo es una estupidez.
Respecto de la segunda idea perversa, de nuevo se enuncia una verdad objetiva para que parezca también objetiva la carga ideológica ultraliberal que la acompaña. Se dice que el mercado ahora necesita gente flexible, creativa, con iniciativa. Todo verdadero. A continuación se vuelve a relacionar tales cualidades con la probabilidad de encontrar empleo o estar en paro. Por muchas matrículas de honor que saques, no te sirve de nada si luego no espabilas y te adaptas rápidamente. Margaret Thatcher había sido la dirigente que más enfáticamente había insistido en que la sociedad apenas existe, sólo existen individuos que tienen la suerte que corresponde a sus aciertos y errores. La realidad es que la inserción laboral es muy difícil sencillamente porque no hay empleo, una vez más no porque la gente esté falta de iniciativa. Estos «consejos» para ser más competitivo en el mercado laboral tienen sentido sólo hasta el momento en que se relacionan con las tasas de paro y la probabilidad de trabajar. Cuando se alcanza ese punto se convierte en una sandez liberal. Es como si se convocaran diez plazas en una oposición y el consejo que diéramos a la gente fuera el de estudiar más que los demás. Esa es una tontería que sólo puede funcionar con diez personas y no hará que haya más de diez plazas.
La cuestión es que estas memeces instaladas con razonamientos tan falaces presionan sobre el sistema educativo. Hablemos un momento de El juego de Ender. Como los malos estudiantes, no leí el libro y sólo vi la película. La Tierra había estado en peligro por el ataque de unos alienígenas. El ejército de elite que preparan para su posible regreso está compuesto de niños superdotados. La guerra es ya tan tecnológica que la pelea se parece a un juego muy sofisticado y los niños tienen más agilidad mental, más capacidad de decisión cuando no hay patrón y más destreza manual que los adultos. Sólo hay que elegir a los más listos. Y efectivamente parecen genios y es un asombro cómo mueven las máquinas. Pero en realidad son niños, piezas manejadas por otros. La batuta la llevan militares bien adultos. Esos «genios» superan a los verdaderos líderes tanto como los bueyes superan en fuerza a sus amos y su talento es tan limitado que sólo hacen el papel que les asignan los verdaderos dirigentes. (Spoiler) Ender destruye el planeta enemigo entero en la batalla final creyendo que era una simulación porque así se lo había hecho creer el alto mando.
Ya quitaron la Filosofía de la Enseñanza Secundaria y siguen presionando para quitar las enseñanzas «inútiles», esa tragedia nacional, que son las que equipan a la gente con los recursos para no andar en el mercado laboral como niños de Ender: sujetos quizá muy cualificados y eficaces en ciertas tareas, pero niños incapaces de manejar y entender los procesos en los que viven. Qué oportuna esa empresa que pone por ejemplo que no encuentra pilotos de drones. El campeón del mundo de pilotaje de drones tiene quince años. Eso es lo que quieren. Los liberales quieren presuntos genios que son en realidad especialistas de usar y tirar, niños que no pueden ver el conjunto ni insertarse en procesos colectivos complejos. Un cargo de Prosegur decía que lo que necesitan las empresas es gente ya formada para lo que quieren, no gente a la que haya que formar. No les interesa gente con formación de peso y mucha madurez a la que la empresa sólo tenga que «tunear». Les gustan las piezas ya hechas ad hoc y, como digo, de usar y tirar. Por eso es curiosa la insistencia en que sobran universidades públicas, a la vez que se regala suelo público y se gasta dinero público para que se instalen universidades privadas. Las públicas tienen sistemas muy exigentes de selección y sobre todo de consolidación del profesorado. Los de más altura científica están en estas universidades. Las privadas tienen un nivel muy bajo de investigación e investigadores y sistemas de plantilla muy expeditivos. Pero para formar a niños de Ender, especialistas ya hechos según el pedido de tal o cual empresa, siempre de usar y tirar cuando cambien los vientos, con los recursos de las universidades privadas es más que suficiente. Y además son más controlables y manejables que las públicas.

Todas esas etiquetas de «creatividad» o «adaptabilidad», todas esas capacidades que se exigen para este mundo tan dinámico, en el sentido en que el liberalismo extiende tales etiquetas, son las capacidades que vemos en cualquier friki de videojuegos. La formación profunda, la que permite entender y adaptarse a los grandes procesos (pero eso sí, que puede hacer que la gente fije sus propios intereses y se haga respondona) esa formación, requiere tiempo y disciplina. Los tramos largos de disciplina no son ausencia de creatividad ni ensimismamiento funcionarial. Son el ritmo propio de la formación compleja. Al final siempre llega más lejos un país culto en el que la población sea capaz de involucrarse en tareas colectivas complejas y extensas en el tiempo, que un país lleno de niños de Ender, de usar y tirar como le gusta al liberalismo, y obedientes en lo fundamental como siempre le gustó a toda oligarquía. Es el viejo asunto del interés de la mayoría o el de la minoría.