sábado, 28 de mayo de 2016

Freedom for Albert Rivera

Estoy fascinado con Venezuela. El cura protagonista de El día de la bestia decía que el diablo siempre imita a Dios para burlarse de Él. Todos hicimos alguna vez la pantomima de imitar lo que está haciendo otro para hacerle burla, o repetir sus palabras (“fin de la cita”, “salvo alguna cosa”, “ya tal”) con el mismo fin. ¿Por qué no iba a hacerlo el diablo? El PP ya se había burlado en el Parlamento y en la Asamblea de Madrid de quienes luchan por sus derechos, cuando la policía había detenido a dos de sus militantes porque habían agredido al entonces ministro José Bono en una manifestación antiterrorista. El PP trató a aquellos macarras como mártires y se plantaron en la Cámara con las muñecas esposadas gritando “libertad, libertad”. Parecían el mismísimo diablo burlándose de Dios. Ahora les da por ir a Venezuela a imitar a los luchadores por los derechos humanos y contra las dictaduras, para hacer otra vez escarnio de la divinidad. Rivera tenía ganas de estar en algún sitio con más de cien personas escuchándolo y, ayuno como estaba de escenarios de Estado y visibilidad internacional, se fue para Venezuela como aquellas serranas de Cervantes se iban con toda su virginidad a cuestas a lavar la ropa al río. Se hizo el hombrecito Íbex diciéndole a Maduro que no había de callar por más que con el dedo silencio avise o amenace miedo; arriesgó salud y hacienda confiando valientemente en que el dictador bolivariano, al que ni Bertín Osborne entrevistaría, no obstaculizara su “misión” (“Albert Rivera desafía las amenazas de Cabello y entra en Venezuela”, llegó a decir el ABC casi invocando las trompetas de Jericó); y con las mismas Rivera se volvió para España cargado de testimonio y de vivencia humana. Con qué gravedad nos repetirá en la campaña lo que allí vio, con qué hondura saldrá de sus labios todo el dolor de aquel pueblo. Y Dios aguantando las mofas del diablo.
Por supuesto que no es un asunto menor lo que ocurre allí y no será Maduro con sus visiones de Hugo Chávez y sus psicofonías el líder del que uno vaya a hacer santo y seña. Pero tiene uno que pellizcarse para aceptar como real la sucesión de desvaríos que llevan a un país saqueado y asqueado, con la pobreza trepándole por las piernas ya por encima de las rodillas y acercándose a los genitales, en plena desagregación social y territorial, con una corrupción que alcanza niveles de tragedia y con una moralidad pública inexistente, y ahora me estaba refiriendo a España, que lleva, digo, a un país así a tener que padecer informativos y periódicos mostrándonos a Rivera burlándose de Dios; a reunir al Consejo Nacional de Seguridad para tratar sobre Venezuela por los 200.000 españoles que viven allí, después de haber echado de aquí a dos millones y de tener a un tercio de los que quedan a punto de alimentarse en los contenedores de basura; a estos politicastros del PP buscando credenciales de demócratas mediante pronunciamientos sobre Maduro (¿será Venezuela como la legión, donde tus delitos quedaban olvidados?). Para llegar a esta demencia se necesitan al menos dos frentes concurrentes.
Uno es el de los intereses. En qué cabeza cabe que Felipe González, que se había opuesto a la extradición de Pinochet porque “hace 150 años que España no administra justicia en las colonias”, va a defender a los opositores venezolanos en nombre de los derechos humanos. González había sido uña y carne con un personaje mucho más oscuro que Maduro, Carlos Andrés Pérez, con delitos infames detrás de él y cientos de muertos en manifestaciones por orden directa suya. Y sus tejemanejes con Cisneros son conocidos desde hace décadas. Lo único que defiende González en Venezuela son intereses y apaños.
El segundo, con sus derivaciones, es Podemos. Más allá de afectos o desafectos a Podemos, creo que me está ganando la curiosidad. Eloy Tizón tiene un relato en el que el jefe de una oficina llama a su despacho a una empleada. Él está nervioso, sudoroso, algo descompuesto. Le muestra una caja de cartón que hay en la mesa y le pide un favor: que tire esa caja, que se deshaga de ella donde sea, sólo eso, que él ya no puede más, dice casi tartamudeando. ¿Qué haría cualquiera de nosotros con esa caja al llevárnosla? Demasiado intrigante para no abrirla, qué puede haber ahí dentro que tenga tan abatido al jefe. Y lo de Podemos es que ya mueve a la curiosidad. Cuesta creer que tajadas enteras de nuestra política exterior estén condicionadas por el impulso de hacer propaganda contra este partido. En vez de atacar lo que dice Podemos, atacan lo que no dicen, buscaron la prolongación de su discurso en Grecia y Venezuela para explicarnos lo que no dicen y atacar por ahí. La posición española sobre Grecia y la deuda no estuvo en línea con sus intereses como país deudor y ni siquiera con las orientaciones del FMI, que recomendaban la reestructuración que pedía Tsipras y que finalmente se va a hacer. El gobierno español sólo veía a Grecia a través de Podemos y sólo sostenía lo que pudiera debilitar la parte del discurso de Podemos que Podemos no había dicho y que ellos se habían inventado. Lo de Venezuela llega ya al desvarío. Pero además las propias directrices informativas siguen ese mismo guion. Mientras ardían las calles de París y mientras en nuestro país se acumulan datos de pobreza y abandono, todos los días era noticia de portada la falta de papel higiénico en Venezuela. Grecia estuvo en portada y en el parlamento meses enteros. Y lo increíble de todo esto es que todo sea dictado por la propaganda contra Podemos. Por favor, ¿alguien cree que habría este circo con Venezuela si no hubiera elecciones y si no hubieran inventado una asociación delirante entre Podemos y aquel país? (Que nadie se desmaye: las relaciones de Felipe González con Fidel Castro fueron mucho más profundas que las que nadie de Podemos haya tenido con nadie de Venezuela, vivo o muerto).
Y por eso la curiosidad de la caja de cartón. ¿Será para tanto? Nadie cree que Pablo Iglesias sea más rebelde o determinado que Tsipras. Si alguien cree que su política sería inadmisible para el sistema, saben de sobra que el sistema puede obligarle a que no la haga. ¿Por qué tanto miedo y tanto niño Rivera a Venezuela para decirnos el mal que anida en Podemos? ¿Será lo que puedan encontrar en el CNI? Me muero de curiosidad, y quién no. Apetece abrir la caja de cartón.

La cuestión es que parecen pretender centrar las elecciones en la aceptación o no del sistema democrático, a través de la postura de cada uno sobre Venezuela, y sobre el mantenimiento o ruptura de España. Es decir, sobre obviedades. Dar puñetazos encima de la mesa por el mantenimiento de la democracia sólo busca lo evidente: que no se hable de lo que hay que hablar, de que estamos gobernados por un partido delincuente, de que España se desangra en emigración y pobreza, de que aumentan las desigualdades y de tantas y tantas cosas. Quién va a discutir sobre los privilegios de la Iglesia, sobre la enseñanza pública (¡pues no dijo Rajoy que la enseñanza concertada es consustancial al ser humano! Prometo no hacerlo más, pero déjenme que me repita: que – la – enseñanza – concertada – es – consustancial – al – ser – humano), quién va a discutir sobre estas cosas mientras Rivera tenga que desafiar las amenazas de Cabello y se arriesgue a quedarse sin papel higiénico al entrar en Venezuela. Cosas graves están pasando allí, demasiado graves como para encima aguantar mindundis arañando el escaparate a ver qué hebras se les pueden quedar entre las uñas.

domingo, 22 de mayo de 2016

La indignación y sus resonancias

“En este contraste que hay entre totalidad y suma reside la trágica tensión que hay en toda evolución ... Esto ... significa a su vez empobrecimiento, pérdida de posibilidades que aún están al alcance del estado indeterminado ... en lenguaje aristotélico, toda evolución, al desplegar alguna potencialidad, aniquila en capullo muchas otras posibilidades”. (L. von Bertalanffy, Teoría general de los sistemas).

El principal acierto de Stephane Hessel fue el título de su panfleto: ¡Indignaos!. Esa era una palabra a la que uno podía aferrarse sin precauciones. El verbo “indignar” era una expresión que no se había utilizado antes en ningún movimiento social, como “luchar”, y por ello repetirla no implicaba retomar otras causas. Y además podíamos repetir esa palabra sin cautelas. Puede que yo, como la mayoría, no crea merecer palabras como “luchador” o “rebelde”. Pero la palabra “indignado” sí estoy seguro de que me cubre como un guante. El valor de una palabra no es sólo lo que significa, sino el discurso que es capaz de abrir. Y Hessel acertó con el término que era fácil repetir y que podía abrir un discurso.
La indignación que llevó a las acampadas de hace cinco años era un estado confuso, en el sentido de que era indeterminado, susceptible de distintos desarrollos o de ninguno. La indignación se nutría de una falta de perspectivas que movilizaba a los jóvenes y conmovía a sus abuelos; de unos políticos percibidos como una clase aparte que flotaba sobre la situación real como el aceite en el agua, sin mezclarse ni entender; y de la sensación de que el sistema no funcionaba o era ajeno. El estado de ánimo indignado puede desarrollarse en movimientos fuertemente reaccionarios. El Tea Party americano siembra con él hostilidad hacia el Gobierno y llama Gobierno a todo lo que sea público. El mal que se denuncia en políticos corruptos y holgazanes se extiende en su discurso hacia los impuestos, la sanidad pública o cualquier servicio público, que siempre es una “intervención gubernamental” en la vida civil. Un discurso parecido anima la actividad del Frente Nacional francés, que azuza ese estado indignado indeterminado, hacia el problema de la inmigración.
Pero la indignación indeterminada que acampó hace cinco años en España era poco proclive a desarrollarse en agresiones al estado del bienestar. Las acampadas y lo que rodeó el fenómeno fue ante todo un espasmo de complicidad, un encuentro masivo de miradas que de repente se reconocieron y dejaron de sentirse solas. La percepción era que se había degradado el sistema general, que las arterias de la democracia se habían llenado de colesterol, que había que limpiar y devolver a la gente algo que se le había quitado. Pero exactamente eso: que había que limpiar para que la democracia fluyera, no que hubiera que ir a sistemas más autoritarios. Oí en un acto público a Nacho Vegas decir que el 15 M había sido un cortafuegos que había impedido una extrema derecha en España. La observación fue inteligente, a pesar de ser paradójica. Un movimiento que la derecha quiso denostar como de desorden extremista de izquierda se apunta como la barrera que impidió algún Le Pen de esos que tanto añora Javier Tebas. Como dije, el estado de indignación que induce el abandono político y el alejamiento de los partidos del pulso de la gente es un estado indeterminado que puede coger la forma del recipiente que lo haga resonar. El que se canalizase hacia pretensiones habituales de la izquierda (revertir la privatización sanitaria y consiguiente desatención, fortalecer la educación y servicios públicos) y otras menos habituales, pero reconocibles (devolver a la gente el poder que se acumuló de manera viciosa en los aparatos de los partidos, en vez de en las instituciones del Estado) puso la indignación y la movilización correspondiente del lado del regeneracionismo político, y de esta forma no se canalizó hacia la desconfianza en la democracia y hacia actitudes reaccionarias. El comentario de Vegas era paradójico, pero muy perspicaz.
Sólo una pequeña parte de los políticos reaccionaron con hostilidad abierta a aquella amalgama de jóvenes con sus abuelos, de parados y gente bien situada, todos ellos indignados por el deterioro del país. La mayoría reaccionaron con condescendencia y otra pequeña parte, IU, con apoyo abierto. Las aguas de Podemos rodearon rápidamente a todos los partidos antes de que se dieran cuenta y reaccionaran a una descalificación tan masivamente sentida. Podemos no es la forma política del 15 M. Si las acampadas fueron un tono, Podemos es una resonancia, una de las posibles. Algunos ven en el actual Podemos algo muy alejado de la inocencia de aquellas miradas que se encontraron y se reconocieron. Lo decía Bertalanffy: no hay desarrollo que no sea a costa de otros desarrollos posibles, no hay desarrollo que no mate algunas cosas que eran posibles en el estado indeterminado. Un niño pequeño puede aprender a hablar en cualquier idioma. Cuando lo hace en uno, pierde la capacidad de hacerlo en los otros. El desarrollo siempre define y siempre elimina. La resonancia política del 15 M fue determinada las circunstancias y la acción de sus dirigentes. Podemos fue un cauce que dio forma a esa indignación original informe y que canalizó ese estado de ánimo que al principio de esta legislatura se desbocaba rodeando el Congreso, invadiendo supermercados y manifestándose con contundencia en la calle.
Pero el deterioro sigue. No es que el partido del Gobierno siga complaciéndose de su política económica viendo disparatado el paro y viendo la deuda crecer sin control, es decir, viendo un país literalmente arruinado. Ni es sólo que el partido del Gobierno pretenda seguir justificando sus recortes viéndose como se ve su ineficacia para contener esa deuda. Es que es Europa y el FMI quien transmite, de manera cada vez menos velada, que no se trata de que estas cosas tengan que funcionar: es que las cosas ahora son así y se acabó y no podemos decidir sobre ellas. Aquella indignación que hizo a tantos exigir, sin más, democracia sigue necesitando resonar en estos días. Y no estaría de más que resonara en más partidos que en Podemos.
Pero los partidos clásicos siguen poniendo, como domadores, una silla entre las resonancias del 15 M y ellos. El PSOE, el más afectado de todos, se está dedicando a repetirse todo lo que lo diferencia del PP en servicios públicos, protección e igualdad. Sigue alimentando el convencimiento de que la diferencia suya con el PP le da legitimidad natural y permanente y hace equivocados o demagógicos los planteamientos que vengan desde su izquierda. El problema del PSOE no está en sus ideas, sino en lo fácilmente que las abandona y en que él mismo consideraría radical la insistencia en algunas de las cosas que supuestamente defiende. ¿Consideraría templado un partido laico como el PSOE eliminar completamente la religión de la enseñanza pública, por ejemplo? Aún no dio ningún paso para desparasitar las instituciones del control partidario ni para que los gestores se deban más a sus administrados que a la lealtad al aparato interno de los partidos. Sigue sin dar señales claras de repeler a sus corruptos y las malas prácticas. Se limita a juntar con las manos tal y cual aspecto del pasado para convencerse de que ya está, de que ya es un partido regenerado y regeneracionista sin hacer nada más que seguir igual. El PP, por su parte, lleva ya su propia miseria moral como se lleva un chaparrón cuando ya se está empapado. Apartarlo del poder se parece cada vez más a una desinfección.

Cada uno puede hacer el balance que quiera, pero nadie debería engañarse. En estos días nos acordamos de las acampadas que cumplen cinco años sencillamente porque las cosas van muy mal.

sábado, 14 de mayo de 2016

La confluencia y la anomalía asturiana, tan nuestra

Decía en la radio Xandru Fernández sobre su novela El ojo vago que, aunque no nos reencarnamos, todos vivimos varias vidas en la única vida real que nos consta, todos mudamos la piel y nos reconstruimos y hacemos otro varias veces. Si esto es cierto de cualquier persona, es doblemente cierto de los políticos en ejercicio. Se suele decir que la política es el arte de lo posible, pero realmente es el arte de la coyuntura y del salir del paso. La política obliga más de lo normal a rehacerse en otro y tratar el tiempo, no como algo extenso, sino como algo que se da en rodajas discontinuas algo amnésicas unas respecto de otras. Hay políticos más proclives que otros a renacer en identidades distintas las veces que haga falta, pero todos tienen en alguna medida la reencarnación como parte del oficio. No hay nada despectivo en todo esto. Cualquiera entiende que nuestra actitud en el trabajo tiene que tender a ser “profesional”, y no personal, lo que quiere decir que tenemos que desactivar ciertos protocolos y miramientos que en la vida “personal” consideraríamos éticos. Los asuntos públicos requieren que alguien se encargue de desactivar más protocolos de esos y se ocupe de sujetar el presente sin que se desmadeje. El público decidirá quién los desactiva por el bien común y quién por el bien propio.
Digo todo esto porque parece que la confluencia de Podemos e IU crea emociones intensas. Si desde la aparición de Podemos no dejaron de darnos lecciones de historia, desde Esperanza Aguirre a algunos columnistas de PRISA, para explicar su irrupción con el fascismo, con Chávez o con Genghis Khan si hace falta, no podían ahora faltar lecciones de ética y de lógica a propósito de esta confluencia. Cuántas madres le salieron de golpe a IU. Hasta Cherines dice sentir “estupor” por la “humillación” de IU. Casi parece que quiere abrirle hueco en su confluencia con el Foro para aliviar tanta orfandad. Bien está que los confluidos aten cabos. Pero sólo la calculadora justifica tanta ansiedad en todos los demás: los números a los que apunta la confluencia deben ser relevantes para tanta excitación.
Lo cierto es que no ocurrió nada llamativo entre Podemos e IU. Podemos surgió en el espacio político en el que se venía moviendo IU. Una nueva fuerza que aparezca en el espacio en el que ya hay otra nace necesariamente con una carga crítica sobre esa fuerza que ya estaba ahí. Si se forman Vox y Ciudadanos es porque hay políticos disconformes con el PP. Y Podemos no se hubiera configurado si no hubiera gente que se sentía mal representada en IU. El inevitable componente crítico inicial hacia IU, lógicamente, tendía a hacerse recíproco. Cada uno tendrá entonces su colección de anécdotas, de palabras gruesas o de gestos desapacibles, pero ese roce era inevitable. Es discutible si debieron unificarse desde el principio. Creo que una fusión temprana entre dos formas de organización muy diferentes hubiera perturbado el desarrollo de Podemos y su éxito de movilización. Pero era evidente que las dos corrientes estaban destinadas a fundirse en algún momento. La semejanza de sus propósitos justifica esa frialdad pragmática de la actividad política. IU corre un riesgo evidente de diluirse, pero no por efecto de la confluencia; no creo que ella sola resistiera muchas elecciones más. Sin embargo, estaba y está siendo un cortafuegos que aísla a Podemos de un sector relevante de la izquierda, con buen bagaje ético y ricas herencias históricas. Con la confluencia sus votos se convertirán en diputados, llegarán a votantes a los que no llega Podemos y tal vez sean ya una alternativa de poder. Parece claro que la relevancia política de IU es aquí mucho mayor que en la soledad de sus dos diputados. No hay nada deshonroso en que sea la calculadora lo que llevó a Podemos a buscar el acercamiento, como no lo había en que fuera eso mismo lo que había llevado a IU a intentarlo en las elecciones municipales y autonómicas. El país necesita que el arte de la coyuntura se emplee para el bien común después de tanto desmán.
González Orviz reclama atención para la anomalía asturiana. Desde luego que algo especial pasa aquí y lo más llamativo pasa en Gijón. Si la relación entre Podemos e IU tiene un guion claro, la relación entre Podemos y el PSOE lo tiene más enrevesado. Si miramos los tiempos de la alcaldía de Areces en Gijón con ojos de finales de los ochenta mientras ocurrían las cosas, Areces tenía claroscuros. Se completó la mejora de los barrios, continuó el desarrollo de instalaciones culturales y deportivas y en general la ciudad cogió impulso. A la vez, el clientelismo era asfixiante, Areces fue el típico gestor derrochón y gastizo, las malas prácticas se intuían y, como dijo recientemente Emilio León, su reino olía a cebolla. Como digo, con ojos de finales de los ochenta, había cosas buenas y malas, en Areces y en el Principado. Un día nos levantamos con el país arruinado y debiendo todo lo que es capaz de producir. Tenemos que empobrecernos y no sabemos qué hacer con toda una generación. Esas cosas malas de Areces y de los gobiernos del Principado resulta que estaban por todas partes. La corrupción era mayor de lo esperado. El clientelismo partidario afectó al funcionamiento institucional del Estado y el país quedó casi sin control. El sistema financiero, también infectado por el clientelismo de los partidos, funcionó con recursos ajenos hasta convertir el país en una burbuja. Se hizo evidente que aquel José Manuel Palacios tan gris era el tipo de gestor que había faltado en todos lados y las cosas malas de Areces y el Principado se hicieron sencillamente insoportables. Podemos no puede negarse a entenderse con el PSOE desdeñando la fibra progresista que sí hay en su espacio e ignorando, de nuevo, la calculadora. Pero no tiene obligación moral previa a apoyarlo porque la obligación que sí tiene es la de enfrentarse a toda la grasa y el exceso que acumuló el PSOE por décadas y a unas prácticas que el PSOE sigue sin cambiar. El PSOE tiene a la vez un pasado que corregir y un pasado que reivindicar y con facilidad confunde lo uno con lo otro (de hecho, ahí sigue Areces en el Senado).
En Gijón XsP no tenía, como digo, obligación previa de dar el gobierno al PSOE, pero sí de explicar el desacuerdo. Su actuación fue confusa y nunca llegué a entender qué pidió al PSOE que le fuera negado ni conseguí ver en su web una lista clara de desacuerdos concretos que disiparan la sensación de que había una estrategia previa de desacuerdo. Al calor de los nuevos aires, Mario Suárez quiere ahora un acuerdo, pero asumiendo que Podemos e IU son ya una sola pieza, mayor que el PSOE, insinuando que la alcaldía debería ser para esa pieza mayor. Seguimos con la anomalía. Por un lado, Podemos e IU no se presentaron juntos y Suárez Fueyo no puede asumir que representa a los votantes de IU. Por otro lado, sería difícil de explicar por qué no era posible un acuerdo con el PSOE cuando el alcalde debía ser José María Pérez y sí lo es si el alcalde es el propio Fueyo.

En el Principado la cosa fue distinta. Quien tenía la obligación de buscar acuerdos, Javier Fernández, no hizo ningún acercamiento serio a Podemos ni le ofreció nada más que la consabida diferencia que hay entre el PSOE y el PP, con la que se pretende ya una justificación natural. Dijo el Presidente que Asturias no es un lodazal. Tal vez, pero realmente no cabe más corrupción por metro cuadrado y a eso no se llega más que porque las estructuras y las malas prácticas lo permiten. El PSOE no ofrece nada para la regeneración política e IU no exigió casi nada. Le parezca como le parezca a Orviz, la anomalía en el Principado fue Llamazares al repetir el eterno papel de muleta del PSOE cuando el Parlamento permitía otra cosa. Ahora toca ese difícil equilibrio entre la necesaria reencarnación que exige la actividad política y la necesaria coherencia que nos hace reconocibles. Toca el arte de la coyuntura. Esta confluencia puede ir muy lejos y para bien.