sábado, 2 de abril de 2016

Calculadora, democracia y talante en la mesa de Pedro Sánchez

La situación iba pidiendo ya algo que nos sacase del sopor. Un beso con lengua entre Pablo Iglesias y Felipe VI, algún sms de Rita Barberá o que Rajoy dijese algo más sobre Eduardo Mendoza. Algo que nos despertara. Las elecciones habían llenado el país de burbujas: un parlamento fragmentado, nuevas actores con impulso, viejos actores perplejos, un presidente pasmado y toda la vida por delante. Lo de las rastas y los piojos y bicis y niños a cuestas añadían gas y color a la legislatura. Pablo Iglesias nos había pedido que no olvidáramos y que sonriéramos. Y empezamos bien, como digo con gas, pero pasó el tiempo y la sonrisa se hizo bostezo y los recuerdos se hicieron vagos y lejanos. Ya no nos acordamos de regeneraciones, castas, escándalos, izquierda y derecha y arriba y abajo. Todo se reblandece y mezcla en esta modorra postelectoral. La imagen que sintetizaría las conversaciones de estos meses sería la de dos bolas de billar chocando y repeliéndose. Las mesas de negociación fueron centrífugas: cada uno estaba más pendiente del grupo del que procedía que del grupo con el que negociaba; y de no parecer el responsable del desacuerdo más que de evitar el desacuerdo. Y por si llegaran a un acuerdo sin darse cuenta, cada uno exhibió modos bien arrogantes, no fuese a parecer que otro le estaba comiendo la tostada. Y mientras tanto el país sigue perdiendo aceite.
Pero no caigamos en esta especie de ecumenismo perezoso de que todos son iguales. Hay dos criterios por los que se pueden medir las responsabilidades de cada uno. Y un tercer criterio escurridizo que no deja ver claro el límite del vicio y la virtud. El primer criterio es el numérico, la pura calculadora. Hay algo evidente: no hay combinación posible que no tenga al PSOE por actor principal, lo que le da a la vez la iniciativa y un plus de responsabilidad. Pedro Sánchez acabó aplicando la resultante de todas las presiones que inciden sobre él para llegar a una fórmula matemáticamente imposible: busca una combinación que excluya al PP y que incluya al Ciudadanos. La condición de que con el PP a ninguna parte y sin Ciudadanos a ninguna parte da resultado nulo: no hay mayoría que cumpla esas dos premisas. Si no quieres al PP, no puede ser seguro Ciudadanos. Si exiges la compañía de Ciudadanos, no puede ser segura la exclusión del PP. Ciudadanos quiere algo que también choca con la calculadora: que el PP se involucre en un gobierno en el cual no tendría la presidencia. En cualquier combinación en la que entre el PP la presidencia ha de ser suya, porque sería la fuerza mayoritaria de la combinación. Como las cuentas no salen, los dos pretenden el apoyo imponiendo obligaciones a los demás que han de cumplir a cambio de nada. Pedro Sánchez recurre al eterno, cansino y ya desacreditado discurso del PSOE: Podemos, la izquierda, tiene la obligación de poner al PSOE en el poder para parar a la derecha, mientras el PSOE no tiene obligación de asumir políticas de izquierda. La compañía con acuerdo ya cerrado con C’s no deja para Podemos más premio que el de echar a Rajoy. Poco parece. Por su parte, C’s pretende que el PP tenga la obligación de garantizar la gobernabilidad porque sí, sin más compensación que el servicio a la patria. Con poco quieren contentar al partido más votado.
Las combinaciones que sí salen numéricamente son las que pretenden PP y Podemos. Un gobierno PP – PSOE tendría mayoría absoluta. La combinación propuesta por Podemos daría un gobierno con 161 diputados (que saldría sin duda en segunda votación). Sánchez dice que no da porque tiene presiones para no gobernar con Podemos, pero la verdad es que sí da. Zapatero gobernó con 169 diputados, sin mayoría absoluta, pero sin problemas porque el resto de la Cámara era demasiado heterogénea como para formar un bloque que impidiera la acción de gobierno. Como ahora. No van a hacer un frente permanente Esquerra Republicana y PP, por decir algo, que haga que el gobierno en minoría no pueda sacar las leyes adelante. Sí da con 161. Que el PP y Podemos sean los únicos que ponen combinaciones numéricamente viables encima de la mesa no es mérito de ellos. Es que sencillamente sus pretensiones políticas, Gran Coalición o pacto de izquierdas, son las que tuvieron el respaldo electoral. Por eso encajan. Lo demás es abracadabra y componendas. El PP no da al PSOE más argumento que la calculadora. No acompaña el dato matemático con autocrítica o concesión alguna. Le ofrece al PSOE la misma satisfacción que C’s ofrece al PP: la satisfacción del servicio a la patria. Podemos empieza a ceder puntos programáticos. El PSOE empieza a estar con una propuesta matemáticamente inviable y con menos argumentos contra otra numéricamente posible. Es decir, empieza a ser más responsable del desencuentro: ¿qué cedió hasta ahora el PSOE a la izquierda?
El segundo criterio es el de las prácticas democráticas. Aquí todo el mundo puso rayas rojas y todo el mundo excluyó a alguien. Pero, igual que no todas las combinaciones son numéricamente igual de viables, no todas las exclusiones son igual de democráticas. El destinatario de las exclusiones es Pedro Sánchez, porque es la pieza necesaria para cualquier gobierno. A él es a quien le dicen que con fulanito no. Pero hablemos claro: una buena parte de las exclusiones de Podemos tienen tufo antidemocrático. Podemos excluye a C’s por razones ideológicas. Quien las quiera ver demasiado rígidas puede decir que Podemos es dogmático. Seguramente la exclusión paralela que exige C’s de Podemos admita el mismo comentario. Estamos dentro del rifirrafe democrático. Pero la exclusión de Podemos en nombre de la democracia, es decir, la reducción del juego democrático a los límites que algunos deciden poner porque les da la gana huele a otra cosa. Esa aparición de Felipe González, que anuncia siempre una línea editorial sostenida de El País, esas encuestas que casualmente corroboran esa línea editorial, esos políticos retirados que aparecen llenos de arritmias como guardianes del régimen, ese peligro para todos que se cierne, como digo, todo eso arrastra tintes antidemocráticos. Tendría gracia que un partido al que un juez tiene que referirse como “agrupación criminal” tuviera credenciales democráticas y no las tuviera Podemos porque lo digan personajes tan oscuros, interesados y dudosos como González. El nerviosismo de este tipo de personajes me hace a veces dudar si lo que temen de Podemos es su política o su acceso al centro de inteligencia y lo que pueda haber ahí. Pedro Sánchez tiene encima de la mesa combinaciones con distinta viabilidad numérica y con distinta calidad democrática.

Finalmente, hay un criterio para decantar la bondad de unas u otras posibilidades que es la flexibilidad y talante con que se presenten. Difícil criterio este. La rigidez del PP es evidente y también su falta de autocrítica en esta desastrosa legislatura. La excesiva volubilidad del PSOE es también evidente. Nunca pensé que el PSOE tuviera ideas sustancialmente distintas del resto de la izquierda. Lo que hace que no sea un partido de izquierdas es la facilidad con que las abandona por supuestos pragmatismos. Cuando se está en condiciones de gobernar con Podemos o con el PP, poca firmeza de principios hay. Pedro Sánchez tiene sobre la mesa la cerrazón del PP amparada por C’s haciendo de alcahueta. Y tiene que decidir cuánto hay de rígido, pragmático, aparente, franco o sibilino en Podemos. Y no debe olvidar que tiene que darle a Podemos buenas razones para que acepte ser pragmático. ¿Por qué iba a ser pragmático Podemos si la democracia se encoge tanto que no caben en ella 96 de los actuales legítimos representantes, incluidos sus 69? ¿Y qué querría decir que Podemos, la izquierda y los grupos territoriales no fueran pragmáticos? Muchas responsabilidades para Pedro Sánchez. Y se le pedirán.

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