sábado, 30 de abril de 2016

Ante la nueva campaña

La repetición de elecciones puede que no sea una consecuencia de la incapacidad de los partidos, sino un síntoma de algo. Cierto que los partidos no estuvieron a la altura. Podemos estuvo errático y algunos alardes de autocomplacencia complicaron lo que ya era complicado. El PP estuvo donde estuvo toda la legislatura: en el fango como una momia esperando a ver si los demás caían más bajo. El PSOE fue un montón de piezas sueltas a la arrebatina a favor y en contra de todo el mundo; nada de entendimiento con Podemos y a la vez nada de Gran Coalición; o sea, nada de nada. Ciudadanos quiso aparentar ser el constructor de acuerdos, pero en realidad fue una termita corrosiva. Impulsó un acercamiento al PP que era imposible porque pretendía su apoyo para que gobernara un partido con muchos menos votos que ellos. E impulsó una relación con Podemos que era imposible porque se basaba en que no metiera baza en su acuerdo con el PSOE, que no entrara en el Gobierno y que se limitaran a abstenerse y no estorbar. Lo dicho, una termita.
Pero puede que todo sea un síntoma. Los granos son inevitables cuando hay sarampión y el desacuerdo es inevitable cuando la situación es la que es. Veamos. En primer lugar, si el partido más votado lleva en su estructura el delito organizado, continuado y protegido, es muy difícil pactar con él. Y si no se puede pactar con el partido más votado, la aritmética ya va a ser difícil. En segundo lugar, los partidos mayoritarios no parecen haber asumido que ya no son mayoritarios. Pedro Sánchez (y Susana Díaz y demás sursuncordas) pretendió formar gobierno con el peor resultado del PSOE en su historia. Pero no cedió absolutamente nada a Podemos. Lo único que hizo fue subrayar en fosforito las partes en los programas se parecían para decir que había una base, pero sin ceder nada. No parecen haber entendido que un pacto entre PP y PSOE da lugar a una mayoría, pero ya no a una Gran Coalición; que su suma ya no es el ochenta por ciento del país; y que las leyes en las que se pongan de acuerdo ya no serán un gran “consenso nacional”.
Y en tercer lugar, es evidente la presión que ejercieron sobre Pedro Sánchez personajes influyentes (como Felipe González y Cebrián) y los barones y veteranos del partido que, tras una legislatura de corrupción, pérdidas y merma de derechos, sólo vieron en peligro a la patria y a Occidente cuando Sánchez habló Iglesias (inolvidables aquellas destemplanzas desafinadas de Susana Díaz y aquellas arritmias de Corcuera). Pedro Sánchez no podía haber llegado a ningún acuerdo con Podemos sin enfrentarse, como mínimo, a mandamases inorgánicos de su partido y al grupo PRISA. Laten más amenazas a la democracia en el rechazo a Podemos que en Podemos. A Podemos no se le critica ni se le descalifica con términos normales. El rechazo a Podemos se expresa en términos apocalípticos de defensa de la democracia y la nación, con un discurso que rezuma justificación de medidas excepcionales para cerrar su paso al poder. No es sólo propaganda. Fueron hechos. Y no me creo que tengan miedo a su política. Nadie cree que Iglesias vaya a ser más desafiante ni más firme ni más radical que Tsipras. No es eso. Esta España nuestra del 78 es un huerto con secretos, puertas cerradas y privilegios desconocidos. Este sigue siendo un huerto con guardianes. No temen la política de Podemos, saben que no son tan extremistas. En los términos de El sistema de Menéndez Salmón, los ven como los Ajenos, los Otros, los que no están en el ajo y van a enredar donde no deben.
Tenemos una perla reciente de la grotesca ley del embudo que se aplica a esta formación. Pablo Iglesias dijo de un periodista que, dado el periódico para el que trabajaba, tenía la obligación de generar portadas negativas para Podemos si quería mejorar laboralmente. No fue una escena tan ofensiva como Esperanza Aguirre hablando sobre la Sexta, como aquel exabrupto de Juan Carlos I en público hacia un periodista, o como aquellos profesionales obligados a hacer su trabajo ante una pantalla de plasma, o como aquellos directores de periódicos simultáneamente defenestrados, Soraya y Gobierno mediante. Pero con Iglesias los periodistas tuvieron un ataque de dignidad y se levantaron de sus sillas. Qué gracia aquel editorial de El País clamando por la libertad de prensa y aquellas columnas en los medios de PRISA tan preocupadas por que se señalase con el dedo a un periodista por su nombre, a un paso de citar a Bertolt Brecht. Digo que qué gracia, porque a los dos días Cebrián despide a Ignacio Escolar de la SER y no critica, sino que denuncia y moviliza su imperio mediático contra los periodistas que publicaron la noticia verdadera de que su ex – mujer, cuando todavía no era su ex – mujer, estaba en los chanchullos de Panamá. ¿Se levantarán periodistas de alguna parte por lo que ahora sí es un ataque, un escarmiento y una amenaza en toda regla a periodistas concretos?
No perdamos el hilo. La enfermedad es que el partido más votado sea una compañía tóxica; que partidos que ya no son mayoritarios exijan como si lo siguieran siendo; y que un partido necesario para una de las dos únicas posibles combinaciones de Gobierno esté vetado por voluntad de ciertos personajes poderosos. El desacuerdo es sólo el síntoma. Sin PP ni Podemos, cada uno por sus razones, no hay mayoría posible. Pero hay movimientos. Sánchez ya no cree que Rajoy sea indecente y deja con el culo al aire a quienes le aplaudieron. El PSOE bloquea la derogación de la reforma laboral del PP, como antes C’s había votado contra derogar la LOMCE. El PSOE enfoca sus baterías contra Podemos y trata de venderle a IU un dorado amanecer electoral lejos de los morados. El ambiente de Gran Coalición es evidente. Y por otro lado Podemos e IU podrían llegar a un acuerdo electoral con un impacto importante en los resultados. Sobre estas dos formaciones, a partir de la irrupción arrolladora de Podemos, siempre pensé lo mismo: que, en el arranque, no hubiera sido buena idea una confluencia, porque el modelo organizativo de Podemos y su discurso tenían que desarrollarse; que, más a la corta que a la larga, esa confluencia era inevitable; y que el resultado de esa confluencia sería más Podemos que IU. El momento de la confluencia es ahora. IU, como verso suelto, desaparecerá en una o dos legislaturas. La confluencia con Podemos amenaza también su supervivencia, pero es el único ecosistema donde puede respirar con una identidad reconocible. Y a la inmensa mayoría de los votantes de las dos formaciones les gustaría que Podemos fuera coloreado por IU. Y encima dispararía los escaños obtenidos. El momento es ahora.
La siguiente legislatura podría ser la de un gobierno del PP y C’s apoyado por el PSOE y una oposición Podemos – IU, quizás con más escaños que el PSOE. Y con dos problemas peor que nunca. Económicamente, España está más endeudada que con Zapatero y el empleo empeoró porque: 1. el porcentaje de paro sigue igual; 2. sólo sigue igual porque millones de españoles se fueron; y 3. muchos de los que trabajan no pueden vivir de su trabajo. Europa y la Gran Coalición querrán, sin embargo, mantener la política seguida en esta legislatura. La relación entre esa Coalición y la izquierda se anuncia tensa. Por otro lado, Cataluña se complica. La deuda pública catalana es casi el 40% de su PIB. ¿Qué harán? ¿Utilizarán recursos del endeudado Estado provocando más recortes y que Susana Díaz clame desde la España profunda? ¿Dejarán que Cataluña se lo coma sola y se degrade hasta lo insoportable, dando alas al Espanya ens roba por el déficit fiscal catalán y, con ello, a la independencia? ¿Seguirán utilizando a Cataluña para avivar emociones espurias contra quien haga falta?

Será una legislatura incierta. Pero la incertidumbre estará toda ella en la evolución de los problemas más graves, no en la política. La situación política cada vez está más clara.

sábado, 23 de abril de 2016

¿Hay vida inteligente entre los votantes del PP?

Yo creo más en el estilo que en los principios. Las dos cosas se refieren a constancias que imponemos a nuestra conducta. Lo más importante deberían ser los principios, los convencimientos en torno a los cuales una persona manifiesta ética y moralidad y alguna pulsión hacia el bien. Pero los principios son más un criterio negativo que positivo para actuar, más prohibiciones que pautas. Los principios son convencimientos que nuestra conducta no debe quebrar más que indicaciones de cómo actuar y comportarse. El estilo es el grado de automatismo sin beneficio que nos gusta a dar nuestra conducta cotidiana y cuidarlo es una buena manera de ponerse a salvo de malas prácticas y malos contrabandos.
Mala cosa es entonces que los principios afloren en discursos y análisis. A veces oímos principios explícitos porque nuestro interlocutor es un plasta en alguna de sus versiones. Pero a veces la explicitud de los principios no es la tabarra de un moralista pesado, sino la manera de recuperar la orientación cuando se acumulan quiebras en una situación. Por eso digo que mala cosa es que los principios se hagan muy visibles en los discursos: o te están aburriendo o estás viviendo un mal momento. Y creo que tenemos que ir a cuestiones de principio porque estamos en un mal momento.
El partido más votado en España fue descrito por un juez como una organización criminal, practica el robo sistemático y organizado, protege a delincuentes, mintió y engañó y se financia ilegalmente. La cuestión de principio surge porque los seis o siete millones de personas dispuestas a votar al PP tienen por verdadero todo esto. No es que los voten porque crean que todo esto es falso. Aceptan que, mientras Rajoy dejaba en el desamparo a los parados y Andrea Fabra gritaba como una demente “¡que se jodan!”, ellos robaban. Saben que Rajoy sale en los papeles de Bárcenas y saben que le daba su calor al bandido con aquel “sé fuerte”. Ningún votante del PP dice que sea falso todo esto. Y lo votan. Esto nos lleva, como digo, a las cuestiones de principio. Si una misma organización puede robar sin disimulo, puede hacer leyes que dejan impunes las golferías, y sigue recibiendo los votos de la gente, es que los votos no sancionan la responsabilidad de los gobiernos y, por tanto, que no sirven como control democrático. En suma, que la democracia no funciona, porque no hay nada por lo que en este caso el PP deba dejar sus prácticas corruptas. Lo dijo con impecable realismo Rita Barberá: “no veo motivo alguno para dimitir”. Sólo podemos darle la razón. ¿Acaso no es senadora? El sentido común nos dice que quien hace lo que hace el PP no debería ganar elecciones y creo que, ideologías y preferencias aparte, debemos considerar un problema del sistema que pueda seguir ganándolas. Hay tres factores que pueden estar contribuyendo a este desaguisado, dos débiles y uno fuerte.
El factor fuerte es la parasitación partidaria de los mecanismos institucionales de control. Es evidente que el voto de los ciudadanos no puede sancionarlo todo. Por ejemplo, no podemos confiar en que las empresas no pacten precios y dañen la libre competencia porque ya se encargarán los ciudadanos de no votar al gobierno que lo permita. Tiene que haber, además de división de poderes, contrapesos institucionales que impidan las malas prácticas. Por eso hay órganos reguladores, tribunales de cuentas o comisiones de la competencia. El problema es que desde el mismísimo Consejo General del Poder Judicial, el Tribunal Supremo o el Tribunal Constitucional, hasta el Tribunal de Cuentas o la Fiscalía General del Estado están apolillados por la presencia y control de militantes de los partidos grandes que deben su cargo a la lealtad al partido que los nombra. La erosión de estos mecanismos convierte a la democracia en un cacicazgo, donde la gente tiende a aceptar al que manda porque no cree que haya otro remedio.
El primer factor débil es la manera ineficaz de incorporar en los argumentarios la crítica a la corrupción. Los políticos del cambio deben entender que cuando la gente vota a un partido a sabiendas de que roba es porque tienen una razón superior para votarlos que trivializa los desmanes. La razón superior es que ese partido puede protegerlos y llevar el timón y los demás no. La idea clave que deben trasladar es que ningún gobierno arruina a su país (lo de que Zapatero arruinó a España es un chascarrillo zafio): nadie gobierna sin calculadora y nunca al poder le faltan economistas o lo que necesite. Pero sí hay gobiernos que no roban. La idea es paradójica, pero es la que debe entender el electorado: donde mi programa esté gravemente equivocado seguro que no lo cumplo, porque eso no ocurre en ninguna parte; y yo no robaré y eso sí que ocurre muchas veces. Cuando Tsipras creyó no tener fuerza para seguir su programa (con razón o sin ella), no lo aplicó. Grecia no empeoró y tiene un gobierno que no le roba. Es decir, no hay que tener miedo a ningún partido y, por tanto, no hay que tener miedo a echar a ningún partido.
El segundo factor débil es la manera frívola en que la prensa trata el problema de la corrupción. Siento el tufo a topicazo que tiene esto, pero cada cual debe cargar con lo suyo. Los informadores tienen todo el derecho a tener su línea editorial, pero no deben contribuir a la desorientación ética de la gente. Pongamos un ejemplo. En los tiempos del terrorismo de ETA hubo quien quería comparar la muerte de quien recibió un tiro con sucedáneos tan grotescos como la “muerte civil” de un partido ilegalizado. La prensa tiene derecho a protestar y combatir la ilegalización de un partido, pero nunca confundir el estado del militante ilegalizado con el estado del concejal con tiro en la nuca, porque semejante fárrago contribuye a relajar en la moralidad pública sobre la extrema gravedad de un asesinato. Y la prensa no hizo tal cosa, es sólo un ejemplo. Ahora tenemos un grave problema de corrupción y saqueo del Estado. Muy grave. La prensa puede tener la línea que quiera. Pero dedicar en su día titulares a Errejón por tonterías de su beca que ni eran ilegales ni dañinas en ningún sentido mezclándolas con las tarjetas de Cajamadrid; comparar el caso de Monedero con el de Bárcenas y darle más focos que el más significativo caso Aznar; delirar una financiación internacional de Podemos, que no tiene ni locales, como si hubiera ahí algo similar a los gigantescos fraudes y tráficos de la financiación del PP; en definitiva, trivializar los gravísimos casos del PP a base comparaciones enloquecidas para sustentar una línea editorial es contribuir a la confusión moral y ética hacia esas conductas. Así se puede robar y tener votos, por la cosa de que todo es un lío y todos son iguales. Cito algunos casos de Podemos porque es donde las líneas editoriales son más rígidas y donde la ley del embudo está llegando a niveles más grotescos.

Apetece decir que los votantes del PP son estúpidos y que gana las elecciones porque hay millones de estúpidos. Pero no sólo son estériles los análisis que echan la culpa a las masas; es que además son equivocados. Los votantes del PP son algo más lentos en reaccionar que otros y quizás algo más temerosos. Y muchos simplemente tienen su ideología y tienen la esperanza de que la corrupción sea cosa del pasado. Como los votantes socialistas andaluces o asturianos, que sólo viven del mantra de que hay que mirar el futuro. Ese voto resistente a los más graves desmanes indica que en España tenemos una estructura caciquil por la perversión de las instituciones. Por ahí deben venir los cambios. Y mientras tanto los partidos tienen que ser más eficaces en la manera de tratar electoralmente la corrupción y los medios tener más escrúpulos antes de usar esta lacra al servicio de sus líneas editoriales. Faltó nivel para que se formara gobierno en estos meses. Pero es que hay que tener mucho nivel para llegar a algo viable si el partido más votado puede ser referido por un juez como una organización criminal. Que no se nos oculte el nudo del problema.

sábado, 16 de abril de 2016

El terrorismo, la ruptura de la nación y otras cosas necesarias

Todo es cuestión de oportunidad. Soria había convertido a España en el hazmerreír internacional por el impuesto al sol y había ocurrido lo mismo que con otras tropelías del Gobierno: nada. Los papeles de Panamá no dicen nada que no supiéramos: que el que tiene algo de dinero en España tiende a delinquir; y que Europa, regida por quienes tienen algo de dinero, pide sacrificar a los más débiles antes que ajustar las cuentas con los que tienen algo de dinero. Todo era sabido. Pero llegaron en mal momento y, tras los consabidos ataques de aturdimiento de los que están forrados, que nunca saben nada, el aturdido señor Soria tiene que dimitir. De paso nos enteramos de que Aznar tiene cuentas pendientes con el fisco de más enjundia que aquellas de Monedero que casi hicieron llorar a Soraya, como un rey moro por Granada, por el daño a los servicios públicos. Y que en los mismos papeles de Panamá está la hermana de Juan Carlos I, mientras él sigue aforado en una caja blindada sin privilegios, que lo dijo Felipe González.
Este tipo de papeles y lances suelen implicar a personajes de esos que tienen siempre el nombre de la patria en la boca como esas bolas de carne que los niños malos comedores mantienen por horas sin tragar. Hasta el cabeza de Manos Limpias, sindicato por Dios y por España donde los haya, resultó ser un extorsionador. Y por eso mucha gente clama, aparte de por la golfería en sí misma, por la hipocresía de quienes se pasan el día envueltos en la bandera de España y después la saquean o incumplen sus deberes con ella. Pero eso es porque no entienden bien el papel de la patria en los asuntos públicos.
Ante el bloqueo para formar gobierno, los interesados redoblan tambores por la Gran Coalición, por la atención a lo esencial, por orillar lo accesorio y centrarse en lo que nos une, en la patria. En la vida pública rara vez se invoca lo que nos une para unirnos. Cuando se afirma la posición propia sobreactuando lo común y lo obvio se está intentando sacar del país a alguien de dentro. Se está intentando no tener que dar cuenta de las actuaciones propias presuntamente en nombre de lo que nos une. De la patria. No hay nada más apetecible en las disputas políticas que no tener que razonar y poder excluir al oponente por algo que está por encima de lo que podamos discutir. Siempre que se dice en voz muy alta una obviedad de esas que nos une como patriotas como la repulsa del terrorismo se hace con tres objetivos: desterrar políticamente a alguien de dentro del país, justificar alguna reducción de libertades incómodas para el poder y pasar a segundo plano la justificación de las actuaciones propias.
No hay nada más cómodo que convertir al terrorismo, por ejemplo, en un debate interno, como si alguien realmente quisiera bombas en el metro de Madrid. Cuando estallaron las bombas en Bruselas, a Rivera le faltó tiempo para señalar a Podemos y su negativa a firmar el pacto antiterrorista. Y no hubo líder del PP que no señalase con el dedo en la misma dirección con las mismas ganas y alivio que Rivera. Para eso se grita siempre y se sobreactúa lo que nos une: primer objetivo, señalar a alguien de dentro como ajeno y extraño, en este caso a Iglesias (e IU, entre otros; pero el que interesaba era Iglesias). Segundo objetivo: recorte de libertades. El pacto consiste en modificar el código penal para prohibir más cosas y castigar más. Es evidente que el terrorismo llega hasta donde llegue su financiación. ETA en tiempos quiso castigar “los intereses franceses”, pero nunca pudo hacer nada serio contra Francia porque no tenía estructura (dinero) para eso. La posición de Podemos e IU, entre otros, no tiene que ver con simpatías con carnicerías: en ese pacto no hay rastro de actuaciones internacionales en financiación ni exigencias a los países que financian y sólo hay reducción de libertades internas; pero los señalan porque de lo que se trata es de excluir. Y tercer objetivo: tratar como menores y de segundo plano los verdaderos asuntos públicos. El PP, por ejemplo, tiene pocos argumentos para defender su actuación política: crecimiento de la desigualdad y la pobreza a cambio de nada porque el déficit y la deuda crecen sin control; corrupción y saqueos generalizados; reducción de derechos y libertades. Nada de esto es más importante que el riesgo de bombas terroristas que maten a inocentes por docenas. Si la disputa interna es si debemos enfrentarnos al terrorismo o alentarlo, ¿quién va a reparar en bajadas de salarios y saqueos fiscales? Por eso cada bomba provoca reacciones hacia dentro, como la de Rivera, y por eso siguen manteniendo en la vida pública a ETA, como si siguiera existiendo.
Pero no es sólo el terrorismo. En el inicio de las conversaciones para formar gobierno, nada más acercarse Sánchez a Podemos, irrumpió con furia la ruptura de la nación. Otra vez la patria y lo que nos une y otra vez para lo mismo: para dejar fuera a alguien y para no hablar de política de verdad. Nadie quiere la ruptura de España, qué memez. Hay un problema serio en Cataluña que no se inventa Podemos y que muchos creemos, y el PSOE en su fuero interno también, que no tendrá desenlace que no pase por un referéndum. Pero no se invoca a gritos la patria y lo que nos une para solucionar nada; siempre es para dividir y ahorrarse la necesidad de razonar y justificar. La economía y la estabilidad funcionan también como elementos compartidos vociferados para excluir hacia dentro.
La Gran Coalición (en España; puede que en Alemania el sentido fuera otro) es un compendio de todo esto. Semejante movimiento será el decreto de que lo que acuerden PP y PSOE, con Ciudadanos de alcahueta, será por definición la patria y lo que nos une; y que toda discrepancia será, o bien antiespañola o antidemocrática, o bien una discrepancia que debe sacrificarse como menor ante la contundencia de hechos más urgentes. Quien diga que lo de Cataluña requiere cambios y consulta será antiespañol y quien diga que antes hay que quitar privilegios y ajustar cuentas a quien tiene dinero que dejar a familias sin calefacción será antisistema. La Gran Coalición hará un Gran Acuerdo nacional por la educación. Quien quiera suprimir la enseñanza concertada por la segregación y desregulación que introduce en la educación estará desviando la atención de lo urgente y lo importante: el acuerdo en sí mismo, la unidad de España y la unidad ante el terrorismo. El Gran Acuerdo consistirá en esto y en otras cosas en dejar las cosas como están o menguadas en derechos.

No hay contradicción en que Bertín Osborne y el tipo ese de Manos Limpias (ni sé cómo se llama ni falta que me hace) o miembros del Gobierno y Aznar anden chapuceando nuestro dinero público a la vez que hablan siempre en nombre de España y la patria. Ellos utilizan el nombre de la patria y de lo que nos une para lo que la patria y lo que nos une sirven en la vida pública: dividir, reducir derechos y no tener que justificar los actos propios. ¿Qué incongruencia hay en encima evadir impuestos? Me parece hasta coherente. Lo que debe preocuparnos es ese gobierno de Gran Coalición que llegará con el supuesto de que no tendrá que justificar su política, porque por definición lo que decidan será un Gran Acuerdo nacional y porque todo, hasta nuestra salud, será secundario con respecto a lo que nos une. En los próximos meses, cuando oigan hablar de unidad contra el terrorismo y de la unidad de España, echen mano a la cartera a ver si les falta algo.