sábado, 12 de marzo de 2016

¿Y si se abstuviera Podemos? La enseñanza pública, por ejemplo

En el hoy y mañana y ayer, junto
pañales y mortaja, y he quedado
presentes sucesiones de difunto. (F. de Quevedo)

En Reikiavic, al empezar los meses oscuros, amanece cerca de las doce de la mañana y media hora más tarde empieza el atardecer y el crepúsculo. El sol no llega a levantarse. El ánimo de Quevedo le mostraba una imagen parecida de la vida. Pasamos de los gorjeos infantiles a las fatigas de la vejez, la mortaja de difunto sigue a los pañales de recién nacido, sin que la vida haya podido alcanzar una verdadera plenitud. Quevedo tuvo sus cansancios y sus amarguras y veía así las cosas. Y a lo mejor es algún tipo de cansancio el que me trajo su memoria a propósito de algo tan cansino pero tan poco poético como este desgobierno nuestro. Deberíamos haber presenciado tres fases tras las elecciones. Con tanto grupo parlamentario nuevo y tanto aggiornamento de los grupos “viejos”, era lógica una fase en la que cada uno se dedicara a presentarse a los suyos y en sociedad y en la que hubiera más monólogos que diálogo. La fase siguiente debería ser la del mediodía y plenitud política, la del diálogo y búsqueda de gobierno. Y si falla, la tercera fase debería ser la preelectoral, en la que cada grupo se desentendería de los demás y de la formación de gobierno y se centraría en la imagen electoral que quería dar para las elecciones inminentes. Pero nos pasó como al sol de Reikiavic. Pasamos del postureo inicial para los propios a los aires electorales sin que una verdadera fase de diálogo llegara a coronarse en el alto cielo. El proceso juntó sus pañales con su mortaja con sus señorías a salvo y convencidas de la culpa del de al lado. Nada de lo que se hizo tenía el convencimiento ni el propósito de formar un gobierno. Al menos no plenamente.
Quizás estén en la retina las coloristas, y ciertamente brillantes, intervenciones de Pablo Iglesias, en las que parecía que más bien exhibía sus poderes y arengaba a los suyos que acercaba posiciones a quien debía acercarlas, que es el PSOE. El momento de la cal viva puede recordar por su contundencia a aquel en que Pedro Sánchez le dijo a Rajoy, a unos cuarenta centímetros de su cara, que no era una persona decente. También está en el recuerdo aquel gobierno progre ya hecho y acabado que hizo público Pablo Iglesias, más como un órdago de macho alfa que como una verdadera propuesta para hablar. Se puede decir, sin duda, que Podemos no hizo gran cosa para que hubiera ya un acuerdo que pusiera a Pedro Sánchez en la Presidencia y hasta se puede sospechar que en algún momento preferían unas nuevas elecciones en las que pudiera mejorar sus resultados.
Pero, con todo, nadie debe caerse de un guindo. El PSOE profundo no quería un pacto con Podemos; por desconfianza, por miedo a que su vecindad los devorase o por simple choque cultural. O por intereses inconfesables en algún caso. Los primeros pasos de Sánchez fueron en dirección a Podemos. Tenemos también en la memoria aquel viaje a Portugal, bien aireado, que era toda una declaración de intenciones. Y recordamos también el vocerío de los barones, las arritmias de los veteranos y el crujido sordo de las entretelas del PSOE ante un entendimiento con Podemos. Pedro Sánchez tenía muchas presiones contra la coalición hacia la que había movido sus pasos. Por mucho que invoque ahora un pretendido odio de los morados, y por lejana que haya sido la mano de Podemos, estamos donde estamos también porque el PSOE no quiere gobernar con Podemos.
Así que el PSOE se instaló en su discurso habitual: la izquierda tiene que votar su Presidencia por el imperativo moral de parar a la derecha, sin más argumentos. Y luego, como siempre, ya harán la política que les convenga. De hecho, no están pidiendo el voto de Podemos y la izquierda, sino su abstención, que no bloqueen y que luego ya el gobierno rojo anaranjado en minoría buscará apoyos para cada cosa. No es que suene mal. Aunque los argumentos contrafácticos nunca son demostrativos, es humano conjeturar. Así que supongamos que Podemos se abstiene y Sánchez es Presidente con PSOE y Ciudadanos.
Pensemos, por ejemplo, en el gran pacto nacional por la enseñanza. Podemos e IU llevan en su programa la supresión gradual de los conciertos educativos, hasta que no haya enseñanza privada pagada por el Estado. La enseñanza privada concertada introduce dos problemas en el sistema educativo: la segregación y la desregulación. El problema de la segregación no es la segregación por sexos, como pretende ahora el PSOE. El problema es la segregación académica temprana, por la que los casos que requieren atención especial se concentran en las aulas públicas, mientras las concertadas, pagadas por el Estado, se los quitan de encima. La segregación temprana es injusta individual y socialmente (estadísticamente, el riesgo de fracaso se da más en familias de clase baja), es innecesaria (los estudiantes aventajados no se retrasan por tener en el aula casos de atención especial), es ineficiente (se saca más cualificación de toda la población que de una parte) y produce una desagregación social potencialmente peligrosa. La desregulación se produce porque, al ceder el Estado el servicio de educación a empresas privadas, ese servicio quedará marcado por el ideario, principios y maneras de esas empresas (casi siempre la Iglesia) y no por lo que las leyes establecen. Recordemos que la LOMCE ya permite que el Estado no garantice una plaza en la enseñanza pública a todo el mundo. En un pacto nacional, e ideologías aparte, Podemos tiene derecho a decir que la enseñanza concertada está perjudicando el servicio público de enseñanza y que debe considerarse su desaparición si nadie propone una manera en que no introduzca segregación y desregulación.
Y ahora viene la conjetura. El PSOE haría lo que ya está haciendo. Ya está diciendo que sí pero que hay que conciliar y que basta con que la concertada no segregue por sexos. Ciudadanos ya declaró cansinos los líos con la asignatura de Religión y la enseñanza concertada, es decir, con los intereses de la Iglesia, y que hay que ir a lo que importa. Que las cosas sean cansinas quiere decir en boca de Rivera que queden como están. Y lo que está es la LOMCE. Y el PP no se abstendría evidentemente. Defendería con uñas y dientes la presunta libertad de enseñanza que defienden con uñas y dientes el obispado y el Opus Dei. Se votaría en contra de la supresión de la enseñanza concertada y de cualquier modificación de alcance en ella. Y eso, votado por PSOE, PP y Ciudadanos, se presentaría como parte de un gran acuerdo nacional, del cual se descolgarían por radicales y por odio Podemos e IU. Y este sería el patrón más habitual. Podemos y la izquierda se encontrarían con una gran coalición de facto que les dejaría, no en la oposición, sino fuera del sistema una y otra vez. Una gran coalición que ellos habrían facilitado con su abstención.

Seamos claros. No debe haber elecciones y tiene que haber una manera en que Podemos deje al PSOE en el poder. Pero esa manera no puede basarse en la confianza. Podemos tiende a poner mucha energía en cosas secundarias (no es el momento de hacer amigos o enemigos por el nombre del Congreso), pero el PSOE tiende a no poner ninguna energía en las cosas principales. Los socialistas piensan de la concertación de centros lo mismo que IU. Lo que cambia es el énfasis en defender lo que se cree, en esta y otras cosas. El PSOE no puede pedir confianza sin más, tiene que ofrecer algo más para que la abstención no conduzca a una legislatura de gran coalición. Tiene que ofrecer garantías (¿gobierno de coalición?) y comprometer puntos relevantes del programa. Lo demás se parece más a un chantaje, de los señores de las arritmias y la cal a Sánchez y de Sánchez a Podemos; y a una burla, de todos ellos a todos nosotros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario