lunes, 7 de marzo de 2016

El beso y la cal

Mala cosa es que, en un país con tantos renglones torcidos y tanta maleza, lo más prominente del acto de investidura haya sido la cara de Guindos ante el morreo fugaz de Pablo Iglesias con Domènech y que el mismo Pablo Iglesias le haya mentado a sus muertos a Pedro Sánchez (o lo que es lo mismo, mentara a Felipe González y la cal viva). O quizá no es tan mala cosa. Esta fue una legislatura de hachazos, de injusticia y de reacciones convulsas. Hay truenos dentro de cada uno y mucho y severo que decirse unos a otros. Era difícil que el primer momento público no fuera estridente. En la Universidad suele crear tensión la elaboración de planes de estudio. Las veces que me tocó este trance teniendo algún cargo, siempre intenté que el primer rifirrafe no fuera en el órgano que tenía que tomar decisiones. Como es inevitable ese momento entrañable de posiciones sumarias y enérgicas, mejor que ese momento no sea el de la Junta de Facultad que tiene que votar para llegar a ella un poco más atemperados. A poco representativo que sea el Parlamento de lo que realmente pasa en el país, hay mucha tensión acumulada y algún momento de espumarajos teníamos que vivir.
La sesión del miércoles era un buen momento porque era sólo un ensayo, no era de verdad una sesión para investir a nadie. Nadie había hecho nada para que de allí saliera un presidente. El miércoles fue el día para que cada uno saludara a los suyos y les dijera, cada uno en su lenguaje, que allí estaban, en el Parlamento. Hubo muchos cantos al entendimiento y a la bondad de que haya acuerdos. Se pidió nobleza, comprensión del oponente, acercamiento. Y, por bien que suene, esa no es una buena base para los acuerdos que, ahora sí, tienen que empezar a negociarse en serio.
Los acuerdos no se basan en caerse bien y fiarse unos de otros. ¿Por qué había de fiarse Podemos del PSOE, si surgió precisamente como reacción contra ese tipo de partido? ¿Por qué iba a fiarse el PSOE de Podemos, si tiene que defenderse cada día de sus acometidas? ¿Por qué nadie va a fiarse de Albert Rivera ni Rivera fiarse de nadie? No creo que el llamado proyecto europeo, que se inició con aquel lejano Mercado Común, se basara en la confianza y buen rollito de países que habían pasado toda su historia en guerra. Y no acordamos cosas en nuestras reuniones de portal porque nuestros vecinos sean nuestra familia, nos caigan bien o siquiera los conozcamos de algo. Hay motivos objetivos para que en España haya fuertes recelos de unos con otros, es evidente que no es un país estable y en calma. En las comunidades de vecinos se gestionan acuerdos sencillamente porque hay tarea, porque hay cosas que hacer. Lo que mueve los acuerdos, en el portal o en el país, es la necesidad de hacer cosas que no se pueden hacer más que conjuntamente y la responsabilidad de hacerlas. Por eso alguien tiene que buscar puntos en común con alguien para hacer un programa de gobierno. Y si no se caen bien y no se fían, que el acuerdo sea por escrito y con muchos puntos, de manera que sea manifiesta la lealtad de la que cada uno se hace responsable. Las maneras tienen que ser las justas para que las piezas del rompecabezas fluyan y para que cada cual sea reconocible para quienes lo votaron. Y el punto de cruce de las dos cosas no siempre es apacible ni amable. A todos nos toca trabajar a veces con quien no nos apetece y nos aguantamos. No debería haber tanta alma perturbada por la ofensa del otro en el Parlamento.
El episodio de las manos de manchadas de cal de Felipe González puede ser un problema o una vacuna, según se mire. Hay dos razones por las que Pablo Iglesias no debió decir eso, pero también hay razones para que tanta crítica apunte también a otra parte. La primera razón es que Pablo Iglesias creó ruido sobre su propio mensaje. Lo más importante que dijo y quería decir lo dijo en su más que notable intervención inicial de media hora. La mención de la cal viva atrapó la atención y las reacciones, de manera que él mismo creó el ruido por el que no se oyó ni se recuerda debidamente lo demás que dijo. La segunda razón es que el episodio aludido es doloroso para el PSOE y es justo decir que superado. No se trata de si González merece esa alusión, sino si la estaba mereciendo el PSOE y Pedro Sánchez. Es una piedra en el entendimiento de la que no se saca provecho. Hay que dejarle un margen a Sánchez para que sea aceptable en su partido gobernar con Podemos.
Pero, como dije, no es sólo la intervención de Pablo Iglesias la que debería concitar tantos comentarios. En la vida pública española parecen haberse desatado dos virus de mal rostro. Uno es el de “y tú más”, por el que cada uno cree que puede hacer cualquier tropelía mientras tenga mierda que echar a la cara a quien le censure. Y el otro es el que quiere evitar el “y tú más” haciéndonos tragar la ley del embudo y las dobles varas de medir hasta donde las tragaderas no alcanzan. Pedro Sánchez recordó a Isaías Carrasco, socialista asesinado por ETA hace ocho años, y empleó una solemnidad funeraria para relacionar aquella atrocidad con el comentario de Pablo Iglesias sobre la salida de la cárcel de Otegi (que están diciendo muchos otros sin relación con el terrorismo; lo de Otegi es un caso complejo). En plata, Sánchez relacionó la sensibilidad de Iglesias con el crimen. Da la sensación de que de Pablo Iglesias se puede decir cualquier cosa, así pase por Irán, Venezuela o el tiro en la nuca. Como lleva coleta, parece que cualquier cosa que se diga sonará sensata. La cuestión es que lo de ETA pasa ya de castaño a oscuro. El que se estén multiplicando las denuncias y condenas por apología del terrorismo desde que desapareció la banda demuestra para qué se está utilizando el recuerdo del dolor compartido: para que algunos tengan la potestad de acusar, acosar y restringir la libertad de expresión de otros. Debería saberlo el PSOE mejor que nadie. Quizá recuerden todavía aquella demencia con la que los Acebes y los Zaplanas, desde el gobierno y desde la oposición, tenían la bajeza de aprovechar cada crimen de ETA para señalar a Zapatero como causante. Y Pedro Sánchez debe saber también que un insulto (y relacionar ya al PSOE con la cal viva lo es) tiene más grados de mezquindad cuando a la vejación se le suma la falsedad: la cal viva es una verdad abusivamente traída a colación, pero una verdad; la relación de Pablo Iglesias con el crimen de Isaías o cualquier otro es una mentira. Y es un mentira dicha desde una emoción compartida, el dolor e indignación por aquellos crímenes, de manera que la empatía con esa emoción disfrace de aceptable la infamia y haga más tóxica la falsedad. El episodio de la cal habrá acabado aquí, pero el fantasma de ETA seguirá alimentando a aprendices de Torquemada para que nos impongan sus límites de la fe y el sistema.
No merece la pena dar vueltas a si se le deben perdones a Susana Díaz de tanta afrenta o si es el oscurísimo Felipe González quien nos los debe por tantas otras. Lo que debe preocupar es que, según la ortodoxia del PP y la sensibilidad que representa Susana Díaz en el PSOE, 94 diputados actuales son ajenos a España y la democracia (hagan la cuenta). Es demasiado trozo de soberanía popular para ser indigno de participar en el gobierno del país y demasiados españoles excluidos, siempre desde emociones compartidas. Alguien tiene que revisar sus tácticas.

Como dije, es mejor que deje de haber tantos vahídos de indignación y ofensa en el Parlamento y se pongan a componer un gobierno. En el momento de acabar este artículo, no se había producido la segunda votación, pero me atrevo a imaginar el resultado. Ahora ya echaron la bilis y ya se vacunaron contra los decibelios del otro. Ahora les toca recordar lo fundamental: que hay tarea que hacer y responsabilidades que asumir.

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