sábado, 27 de febrero de 2016

El acuerdo PSOE - C's: cuidado, Pedro

Cuando el otro día Pedro Sánchez y Albert Rivera presentaron su acuerdo se me agolparon en la mente B. Russell, G. Bateson y hasta la abogada del Estado del caso Nóos. No sé si es que fue muy profundo lo que dijeron o que estaba yo de huevo. La abogada dijo que eso de “Hacienda somos todos” era sólo publicidad; y aquello tenía su calado lógico. La teoría de los tipos de Russell nos había aclarado que pensar en los delgados era menos abstracto que pensar en la delgadez. Bateson había aplicado los tipos de Russell al lenguaje y había dicho que es más fácil y menos abstracto entender la frase “mañana te compro un avión”, que entender que la frase se dijo en broma. Los niños no entienden ironías, aprenden antes el significado de las frases que a distinguir cuándo no se dicen en serio. Por eso la abogada de Nóos nos propuso una operación lógica de segundo orden al decir que la frase “Hacienda somos todos” era publicitaria, es decir, no iba en serio. Y es que al oír a Sánchez y a Rivera tenemos dos trabajos. Uno es entender lo que dicen y otro, haciendo un esfuerzo mayor de abstracción, si lo dicen en serio o se están quedando con nosotros.
El acuerdo, dice Sánchez, es histórico. Es un esfuerzo comparable a la Transición, dice Rivera. Hay en él valentía, coraje y generosidad, dicen. Pedro Sánchez dice orgulloso que el acuerdo suma porque no excluye, y tiende la mano “a izquierda y a derecha”. Son palabras muy fuertes, que requieren nuestro escrutinio para ver si se dicen “en serio”. Pedro Sánchez dice que con ese acuerdo se van a derogar esas leyes que la izquierda y más que la izquierda vienen exigiendo que se deroguen: ley mordaza, LOMCE y reforma laboral entre otras. Eso lo dice Sánchez, pero en el texto firmado, no sólo no figura tal cosa, sino que hay un notable esfuerzo lingüístico por eludir el término “derogar” y sus derivados. Así, se habla de “cambiar el marco de las relaciones laborales”, “reformar la ley de protección ciudadana” y “paralizar el calendario de aplicación de la LOMCE”. Algunas piruetas lingüísticas son finas. El contrato único de C’s, que el propio Sánchez decía que ya era un eufemismo por despido libre, aparece en el acuerdo como “contrato estable y progresivo”. El programa completo de C’s y el texto de este acuerdo son públicos y están en la red. Quien tenga la curiosidad, puede echar un ojo a lo que dice de educación el programa de C’s y lo que dice el acuerdo. Le costará encontrar siete diferencias (el acuerdo sobre educación requiere un artículo dedicado). Es evidente que en las 66 páginas del acuerdo los ingredientes básicos vienen de C’s y que el PSOE es una especia en algunos párrafos. Y bien que está presumiendo de ello Rivera. Y lo que no está fuertemente influido por C’s es demasiado impreciso. Por ejemplo, constituir una mesa para un pacto social y político sobre educación es una vaguedad que no da pistas sobre qué tratamiento tendrá la religión, la enseñanza concertada o el currículo de asignaturas que contente a todo el mundo. Es demasiado poco como para que alguien que diga que esto es histórico lo diga “en serio”.
Leyendo el texto del acuerdo, apetece reformular esa mano tendida “a izquierda y a derecha” remedando a los chicos de Mongolia: es una mano tendida a la izquierda y a la derecha, repetimos, es una mano tendida a la derecha. Pero de lo que intento hablar no es de si el acuerdo es más de derechas (que lo es), sino de si la hiperbólica presentación que hicieron Sánchez y Rivera era una comunicación franca o una actuación táctica. Me parece evidente que fue lo segundo, sobre todo en el caso de Pedro Sánchez. Demasiadas cesiones del programa propio, demasiadas vaguedades, demasiada diferencia entre los términos que usa Sánchez y los que figuran en el acuerdo como para pensar que Pedro Sánchez está encantado de verdad y convencido en serio de que es el embrión de un gobierno que cambiará el país. De lo que venimos hablando es de por qué podemos pensar que sobre todo Pedro Sánchez no hablaba “en serio” cuando presentó al mundo y a la historia el acuerdo en aquella performance tan aparatosa. La cuestión ahora es para qué ese acuerdo y esa presentación.
Los bien intencionados barruntaron que Pedro Sánchez quería esa actuación para negociar con Podemos con más fuerza. Lo dudo mucho. En esta columna dije que Pedro Sánchez es más capaz de lo que creyeron muchos y maneja las tácticas tan bien como los politólogos de Podemos. Pero con ello no quise implicar que Pedro Sánchez fuera, en el buen sentido de la palabra, bueno. En estos cuarenta años el PSOE siempre fue la fuerza más votada de la izquierda e interiorizó que lo que hubiera a su izquierda tenía la obligación de apoyarlo por el imperativo moral de impedir gobiernos de derechas. El PSOE se dedicó siempre a marcar obligaciones sólo para los demás. Después solía pasar que su izquierdismo se quedaba en las siglas y en la campaña. En Asturias sabemos mucho de esto. Todavía esta legislatura arrancó con el PSOE marcando la obligación que tenían IU y Podemos de permitir su investidura para que no gobernara el PP, sin hacer por un acuerdo nada más que marcar esa obligación. Después señaló la obligación que tenían los mismos de no dejar a Asturias sin presupuestos, pero de nuevo sólo repartiendo obligaciones para los demás.
Y creo que por ahí va Pedro Sánchez. El acuerdo con C’s es un órdago a Podemos para que permita su investidura porque sí, y para que acepte no tener más papel que la abstención. Todo lo que obtendrá Podemos es no ser el partido que impidió echar a la derecha. La eterna obligación para los demás, mientras firma con Rivera el abaratamiento del despido y esa presunta ayuda del Estado a los sueldos más bajos para que no sean tan bajos, que es sencillamente que todos paguemos una parte del sueldo que debería pagar la empresa. El órdago se basa, seguramente, en que si él no es investido habrá elecciones y cree que Podemos manejará mal en la campaña eso de no haber facilitado el gobierno del cambio. Creo que todos partidos principales tuvieron en algún momento la tentación de provocar nuevas elecciones creyendo que les beneficiaría. Y en todos los partidos es un movimiento muy arriesgado. En el PSOE también, aunque Pedro Sánchez crea que su figura se agrandó en este proceso (cosa cierta). Es verdad que Podemos tendría problemas internos para mantener la unidad con las mareas (pero cuidado, Sánchez, que a lo mejor sí consiguen esa unidad e IU en ella de propina). Pero pensemos en los problemas que tendría el PSOE.
En primer lugar, volarían navajas internas. Ya están volando y, vaya por Dios, porque muchos no quieren perder el momio de las diputaciones. En segundo lugar, andan mal de discurso y programa. C’s no les coló mucho de su programa en el acuerdo porque Rivera sea más listo. Es que C’s sabe lo que quiere en la enseñanza, en las ordenanzas laborales y en la economía mucho más que el PSOE, que deambula sin identidad propia. En tercer lugar, un pacto con Podemos ilusiona a la izquierda y a la militancia; ir a las elecciones con el pacto de C’s colgando no ilusiona ni siquiera a su militancia, a la que siempre le toca el marrón de justificarse como poli bueno de la derecha. Y en cuarto lugar, ¿cómo gestionarán en la campaña esos puntos tan maravillosos que firmaron? ¿Meterán en su programa ese contrato estable y progresivo y demás lindezas tan históricas?

Si el órdago se basa en una nueva campaña electoral, el juego de Sánchez es muy arriesgado. Y si encuentra alguien un minuto, sólo un minuto, para pensar en el país, deben tener claro lo que está claro desde el minuto uno: el PP no puede gobernar porque tiene al parlamento y al país en contra; no hay combinación de gobierno posible que no incluya al PSOE y a Podemos. Esa es la tarea en la que deberían estar.

sábado, 20 de febrero de 2016

Santificar el coño en tiempos revueltos

En la entrega de los premios Ciutat de Barcelona, Dolors Miquel declamó un poema suyo. “Venga a nosotros vuestra llamada / vuestro amor, vuestra fuerza”, decían unos versos que remedaban el soniquete del Padrenuestro. Alberto Fernández, presidente del PP local, ya se había levantado del acto y se alejaba a zancadas grandes y resueltas, por los versos previos: “Madre nuestra que estás en el celo / santificado sea vuestro coño”. Mientras daba trancos hacia la salida, en su cerebro bullían dimisiones, juicios y cárcel por la afrenta. La verdad es que no es la primera vez que oigo befas de los rezos. Creo que llevo toda la vida oyendo esas gracietas. “Ave María putísima”, rugían entre estertores de risa dos sargentos, de aquellos que llamaban chusqueros, cuando se cruzaban con un “imeco” del Opus Dei (para aquellos brutos, eso era ser maricón), según me contaba un amigo que hizo la mili.
No es cuestión del buen o mal gusto de la irreverencia, ni de si es necesaria la blasfemia. La cosa es que existe el delito de ofensa a los sentimientos religiosos y algunos piensan que hay ofensa cuando alguien se siente ofendido y que, por tanto, cualquiera puede pedir chirona para otro sólo alegando, como prueba irrefutable de que hubo una ofensa, que él mismo se siente ofendido. Y cuando tienen razón tienen razón. No encuentro error en ese razonamiento. La única forma de bloquear el evidente absurdo es retirar del código penal semejante antigualla. Hay dos vicios evidentes en ese delito. Uno es su inevitable imprecisión. Meter sentimientos en el código penal es meter algo inmanejable. San Jorge Fernández encuentra repugnante, obsceno y execrable el poema aludido, el mismo que otra gente de bien ve como un acertado acto de resistencia. Acabo de referirme al ministro como “San” con mala uva. Alguien puede considerar irrespetuoso recurrir a un concepto doctrinal como el de la santidad para burlarse de un sujeto (que tal era mi intención, burlarme). Incluso un agravio a su credo. Yo creo que es su conducta pública lo que hace ridícula su febril religiosidad y que eso hace adecuado utilizar su fe para escarnecer su ley mordaza o sus órdenes de dejar morir en el mar a los inmigrantes o directamente pegarles tiros. Y no sé cómo una ley puede zanjar nada de interés en esta cuestión. Sin duda, Dolors Miquel no declamó en público ese poema por brutalidad de chusquero. Probablemente otro tipo de brutalidades hacia las mujeres dichas desde púlpitos tenga que ver con haber elegido el tarareo del Padrenuestro en un poema feminista irreverente. Quizá pensó que tenía el mismo derecho que quienes braman desde esos púlpitos.
El otro vicio es el de dar protección especial a los sentimientos religiosos sobre otros sentimientos. Los religiosos son sentimientos como los demás. Soy español y por eso me hiere la casposa canción Que viva España que ridiculiza mi patria (entiendo por casposa esa confusión de la zafiedad con la autenticidad, esa ostentación orgullosa de las limitaciones propias, esa simpleza ruidosa exhibida con vanagloria). Tengo familia y por eso me siento parodiado por los topicazos de happy family almibarados diseminados en series, películas y anuncios ñoños de lotería de Navidad. Y me ofende el que dice que sólo debe estudiar el que pueda pagar sus estudios. Cada uno tiene sus sentimientos y su catálogo de ofensas. Pero es una práctica común la de considerar acreedora de una tolerancia especial la conducta guiada por algún credo compulsivo. Es maleducado quien desdeña la comida que le das en tu casa, pero si es vegano o de no sé qué religión, eres tú quien debe adaptarse a él. Así se hace en muchos colegios con el menú y así aprenden los niños que, de todas las sensibilidades, la religiosa ha de ser motivo de miramiento especial. Y así llegarán a creer que le falta al respeto quien no tenga comedimiento particular sobre ese sentimiento. Y así el que llegue a Papa dirá ante los cadáveres de Charlie Hebdo que los muertos no deberían haber faltado al respeto a las ideas religiosas de los asesinos (¿o no fue así?).
Para que la resistencia a sus dogmas parezcan un ataque, el lenguaje del obispado convierte en ideología lo que son rasgos de convivencia. El repudio del racismo no es una ideología. Ni el carácter laico de una sociedad. Ni la igualdad de la mujer. Pero la jerarquía religiosa llama ideologías a los que le molestan (laicismo, ideología de género) para que les quepa la etiqueta “radical” y parezca intolerancia lo que es convivencia. Desde púlpitos conspicuos se comete la canallada de relacionar el asesinato de mujeres con esa ideología de género, que es sólo el deseo de igualdad. Se denigra desde sillas episcopales al grupo humano de los homosexuales con los términos más infames. Cuando llega la réplica, las jerarquías religiosas se parapetan detrás de los creyentes y su buena fe y en su nombre se establece que el delito es ofender los sentimientos religiosos de esa buena gente y que sea Rita Mestre la que pueda ir a la cárcel.
El ofendido Alberto Fernández y nuestro arzobispo llariego, entre otros (como Pilar Rahola), repitieron la monserga de que no se atreven a hacer esas cosas (alteración de los ritos navideños, protestas o versos irreverentes) contra el islam. El biólogo PZ Myers acuñó la expresión “envidia de la fatwa” para referirse a este tipo de comentarios, que encierran una falsedad, una obviedad y un deseo mal disimulado. La falsedad es que se le tiene más inquina al catolicismo que a otras religiones, cuando se critica más a la jerarquía católica porque es la que tiene poder aquí. La obviedad es que, claro, nadie se mete con un dictador o con un fanático religioso donde hacerlo puede costar el pellejo; qué inconsistencia hay en ello. Y el deseo mal disimulado es que en verdad pueda costar el pellejo rechistar a la autoridad religiosa. El supuesto de que bajo amenaza de represión la gente sería dócil a esa autoridad les hace sentir superioridad moral y eso es lo que convierte a ese supuesto en deseo, en verdadera envidia del poder de las fatwas.

Pero todo esto es sólo parte de un mal más amplio. En el debate público español se instaló el sectarismo. Creo que lo característico del extremismo no son las ideas sino la medida en que se desfigura al rival. No sólo cada vez hay más dirigentes católicos dispuestos a ver persecución y delito en cada vez más cosas. Desde la desaparición de ETA se quintuplicaron las sentencias por apología del terrorismo. La gente se va olvidando de ETA, pero el creciente sectarismo hace que cada vez más expresiones o actos resulten filoterroristas. Hay en la izquierda rasgos de este tipo, pero es justo admitir que estos malos vientos vienen de la derecha y su historia profunda. Basta mirar la saña de los periódicos y canales derechones. La izquierda tendría que demostrar cosas como que no es de ETA, no quiere romper España, salir de Europa o arruinar económicamente al país. Para los sectarios siempre está juego la caída a los infiernos. Y la izquierda cada vez entra más en estas memeces que nos alejan de las cuestiones de fuste. Así, muchos dirigentes del PSOE tienen miedo a un pacto con Podemos, y están sin embargo muy tranquilos con el anuncio de un entendimiento del PSOE con Ciudadanos en educación. Un vistazo al programa de Ciudadanos en esta materia es lo que debería preocupar y mucho a cualquier socialista. Es sólo un ejemplo. La cuestión es que los problemas de la educación o del saqueo del Estado son muy reales. Sin embargo, los regímenes chavistas, la difunta ETA y los planes para romper España son los cuentos de miedo con que los extremistas desfiguran al rival, como esa espuma sucia que flota en los cocidos cuando empieza la cocción y que hay que retirar. Lo que quiero oír es qué van a hacer con la educación, la sanidad, la deuda y la corrupción, si tienen planes de regeneración y si no les da vergüenza tanta mediocridad. Me aturde el ruido y me aburren los cuentos de miedo.

sábado, 13 de febrero de 2016

¡¡PEEEDROO!!

Hace sólo un año, Rajoy bramaba en el debate del estado de la nación que él se tomaba muy en serio a Pedro Sánchez, “¡y mi trabajo me cuesta!”, rugía ante el alborozo de los suyos. Fue un poco antes de llamarlo patético, cuando todavía no era ruin, mezquino ni deleznable decir esas cosas. Ahora Pedro Sánchez el patético puede llegar a la Presidencia de la manera en que los socialistas llegan últimamente a las presidencias: con el peor resultado de su historia (como Susana Díaz o Javier Fernández).
En aquel debate estaba ocurriendo algo que a Rajoy se le escapaba, como todo, pero que también se les escapaba a los demás. Pedro Sánchez había detenido la caída de su partido y había mostrado mejor intuición táctica que el grueso del PSOE. Sánchez no parecía muy listo, y quizás no lo sea, pero entiende de estrategias casi tanto como un politólogo. Apenas dos meses antes del debate, Podemos encabezaba las encuestas y el PSOE era un azucarillo en la taza del PP. Hubo una serie de hechos en los que el PSOE ahogó su propia voz y se convirtió en ventrílocuo del PP porque se sintió obligado a reafirmarse en la “sensatez” y el sistema: la sucesión en la Corona, donde creyeron que tenían que alinearse con los monárquicos; las protestas indignadas (escraches, rodeo del Congreso, ocupación de supermercados), ante las que entendieron que tenían que estar con el orden; el avance arrollador de Podemos, ante el cual pensaron que tenían que unirse a quienes alertaban contra el populismo antisistema. Hasta el debate del estado de la nación el PSOE parecía en la misma rampa que el PASOK griego. Era llamativo que los estrategas del PSOE no comprendieran que sólo podían defenderse de Podemos dando media vuelta y atizando al PP, en vez de vociferar contra Podemos desde las faldas del Gobierno.
Pero Sánchez sí entendió esta evidencia y en el debate entró a saco contra Rajoy. La respuesta desabrida de Rajoy se debió a la falta de costumbre. No estaba acostumbrado a que un líder del PSOE le dijera que su Gobierno era precariedad, impuestos y Bárcenas, en vez de derrochar sentido de Estado. Y es que Rajoy lleva durmiendo más tiempo del que parece. En aquel momento, hace sólo un año, estaba tan convencido del buen éxito de su política, que antes de hablar Sánchez intentaba parecer modesto y peroraba que el mérito de tanta bonanza era de todos los españoles. Era esa tontuna que le llevó meses después a perpetrar aquel vídeo electoral sonrojante en el que iba por las casas dando las gracias. El ataque de Sánchez lo pilló en gayumbos y eso lo alteró. El cambio táctico de ese discurso detuvo la deriva del PSOE. Aunque la tendencia subyacente se mantiene, porque el PSOE sigue declinando y Podemos emergiendo, lo que se detuvo fue aquella brusquedad con que el PSOE se diluía y Podemos tomaba el cielo por asalto.
En la campaña electoral Pedro Sánchez hizo lo que pudo y poco podía hacer él o cualquier otro. Le mordían el PP, Ciudadanos, Podemos e IU y además le mordían en sitios distintos. Los saqueos del PP arrastraban y debilitaban al PSOE. Cada nuevo escándalo aumentaba el hastío de “los políticos”, y en España “los políticos” son PP y PSOE. Nadie imagina al PSOE como el partido de la limpieza y la regeneración. Demasiado pasado y demasiados frentes. Pero tuvo el acierto táctico de insultar a Rajoy y afincarse como oposición. La complejidad postelectoral fue poniendo a cada uno en su nivel. Los barones del PSOE sacaron a pasear su ramplonería y rugieron su mezquindad, incapaces de mirar, no ya el interés del país, sino el de su propio partido. Patxi López no pudo evitar llamar espectáculo lamentable al griterío revuelto de su formación, al que aportaron más barullo los mayores del partido, que ejercieron más de fósiles que de veteranos. Pedro Sánchez tenía clara la idea de que debía intentar la Presidencia y le tocó aguantar y hacer como escuchaba.
Podemos tiene a los dirigentes que mejor conocen la respiración del país. La actitud de diálogo tiene un valor distinto en cada partido. La fortaleza de Podemos no se basa en eso, sino en la firmeza ante ese conjunto de malas prácticas que llamaron “vieja política”. Se les exige renovación y frescura y no que se instalen en las rutinas de esa vieja política en nombre de no se sabe qué sentido de Estado. El proponer unilateralmente un gobierno con vicepresidencia y ministerios adjudicados tuvo sus pros y sus contras. Es evidente que el movimiento proyectó imagen de arrogancia. Pero también es verdad que mostró al país ese gobierno como una realidad al alcance (“se parte con la ventaja de que una escena montada es difícil de desmontar”, dijo hace poco Jabois); y que desde luego le dio a Podemos una fuerte iniciativa. El trance para Pedro Sánchez no era fácil. Tenía que huir hacia delante de su propio partido y no había más dirección posible que Podemos. Y a la vez, cualquier acercamiento a Podemos lo devoraba por los continuos golpes de efecto de los morados.
La cuestión ahora es la iniciativa, quién arrastra y quién es arrastrado. Es lo que da fuerza en la negociación y lo que distingue el éxito del fracaso. Los acuerdos no requieren confianza, que es evidente que no se da. Los acuerdos sólo necesitan responsabilidad, garantías de cada uno asume las consecuencias de sus actos. Sánchez parecía un títere en manos de Iglesias, pero como dije, sabe de estrategia y no intuye mal las circunstancias. Fue el único que reaccionó con contención a la provocación del anuncio de Iglesias. Sosegó los plazos, consiguió ser propuesto por el Rey mientras Rajoy seguía contando moscas, se dejó ver con Rivera, provocó titulares de que algunas de las confluencias de Podemos podrían pactar con él. Ahora tiene la iniciativa. Si mañana se anunciara un Gobierno de coalición con Iglesias de Vicepresidente, ya no parecería un títere. Tener la iniciativa tiene ese encanto. Ahora parece que el juego es el que él reparte. Y no era fácil con sus noventa diputados, el peso del pasado, la mediocridad de los gritones regionales y la habilidad indiscutible de la cúpula podemista para marcar agendas y tiempos y ser el centro. Ahora tiene más libertad para llegar a acuerdos con Podemos, porque ahora no está succionado por su estela. Y está dando imagen de esfuerzo y voluntad de entendimiento. La actitud de diálogo, que en Podemos no es el principal valor porque no es la prioridad de quienes lo votaron, es un valor de primer orden en el PSOE, porque eso es lo que esperan sus votantes. Iniciativa arrebatada a Podemos y capacidad de diálogo arrebatada a Ciudadanos. Pedro Sánchez sabe de estrategias.
Ciudadanos vive de la imagen de diálogo y limpieza. En ellos el diálogo es el valor de imagen supremo. La prensa biempensante (en papel) gusta de contrastar su voluntad de diálogo con las imposiciones y rigidez de Podemos. Pero tan cierto es que Iglesias exige la exclusión de Ciudadanos como que Rivera exige la de Podemos. Y además Rivera no quiere estar si no está el PP. Las sonrisas de Sánchez a Rivera son sólo tácticas para capear el embate de Podemos. Rivera habla con todos, pero habla sin decir. Aún no propuso nada que pueda acercar a PP y PSOE. Parece que más que decir cosas, quiere asegurarse estar en la pomada, que cuenten con él en el cotarro que se forme, ser parte del gobierno progresista sean del signo que sean los progresistas. El PP se dedica a lo suyo: mojar el hueso reseco de ETA a ver si da algún sabor todavía, extender infundios sobre su país, embarrar el campo para que no haya juego practicable. Son un parque temático de historia de España.

Podemos prepara una propuesta, que será seguro otro golpe de impacto para recuperar la iniciativa. Pero que no hagan como Susana Díaz e infravaloren a Sánchez. Es fácil formar un gobierno del que Podemos sea parte, pero no poniendo a Pedro Sánchez en la Presidencia a gorrazos. Que no lo tomen por un titiritero (con perdón).