domingo, 6 de diciembre de 2015

El debate de algunos candidatos y el reverso de la caverna platónica

La primera sensación ante la pantalla el día 30 era que, efectivamente, estábamos ante un debate entre los aspirantes a la presidencia. Había tres intervinientes con tres atriles y un cuarto atril sin interviniente simbolizando que se esperaba a Rajoy tan en vano como a Godot. Quizá, siguiendo ese impulso simbólico, se podría haber dejado sin atril a uno de los intervinientes, simbolizando que no se esperaba a Alberto Garzón porque no se le había llamado. Y todo era tan masculino que fue la primera vez que noté que el vacío tiene sexo. Si hubieran llamado a Garzón e incluso si, haciendo algo de arqueología, se hubieran acordado de UPyD y hubieran llamado a Herzog, el plató de El País seguiría rebosando testosterona. La igualdad de la mujer casi nunca pasa de susurro porque sólo se pueden decir obviedades que suenan a ruido de fondo. Pero a veces uno se encuentra leyendo un libro grueso de Caparrós sobre el hambre y, oculta en la página 242 y sin nada que la destaque especialmente, nos espera como un alfiler escondido para pincharnos el ojo la afirmación de que el suyo, al ser sobre el hambre, es un libro sobre mujeres, que la mujer es al hambre lo que el agua al cuerpo, el 90% de su materia. Y con esa imagen en la retina aquellos atriles y aquellas ausencias sin mujeres me resultaron algo más que un susurro.
Pero, como digo, aquello parecía un debate. Pedro Sánchez tenía que cargar en la chepa él solo con todo el bipartidismo y por eso era el que más señalaba al atril vacío, al que más se le aparecía en el debate el fantasma tan ausente como el del medio de los Chichos, según la magistral y desopilante asociación de Manuel Jabois. Al PSOE le pesa el pasado, es decir los hechos, casi tanto como al PP y por eso en campaña Pedro Sánchez busca el combate con el PP dándole al PP la exclusiva del pasado para así escapar de él. A Albert Rivera empieza a notársele falta de fondo de armario. Hubo tiempos en que el silencio de Adolfo Suárez parecía un silencio estratégico que precedía a la madre de todas las batallas. Hasta que se fue haciendo evidente que era que no tenía nada que decir. A Rivera se le empieza a notar que no tiene nada nuevo que decir. Aunque debate bien, dos o tres pullazos seguidos le llenan el cuerpo de pulgas. Y antes o después llamará la atención que sus escenarios siempre son con poca gente. Pablo Iglesias en un momento les dijo más o menos que se calmaran y no le levantaran dolor de cabeza, que bastante turra tenía él con Inda y Marhuenda. La cosa tenía su profundidad. En realidad lo que estaba diciendo es que él estaba en su casa, en la tele, que los otros eran los recién llegados y que se limpiaran los pies en el felpudo antes de entrar. Parecía un partido con gol de oro. Nadie buscó la victoria. Los únicos picos los consiguió Pablo Iglesias, sobre todo por la torpeza con que Pedro Sánchez le pinchó en los pocos momentos en que no aludió al del medio de los Chichos.
Pablo Iglesias sigue pareciendo comedido con Rivera cuando lo tiene delante. Puede que no encaje en su discurso. No encaja en la denuncia de la vieja política, porque a Rivera se le acepta también como emergente. Y no puede contrastarse con él con una expresión rápida al renunciar a referencias ideológicas explícitas. Renunciar a llamarse de izquierdas es lo que vinieron haciendo las movilizaciones izquierdistas más reales de los últimos tiempos (las mareas y las plataformas), pero lo hicieron dialécticamente bien: no diciendo nada. Pretender justificar la acción política en los hechos y no en la ideología da claridad porque lleva al grano. Pero sin decirlo. Verbalizar una vez que no se pretende estar en la derecha ni en la izquierda crea confusión. Verbalizarlo muchas veces crea más confusión. Y ahora puede que falte vocabulario para contrastarse de un plumazo con Ciudadanos. O a lo mejor es que Pablo Iglesias cree que no está ahí el frente, que puede ser.
Garzón se añadió al debate en diferido como un sobre de Bárcenas. El mismo periódico que lo excluyó del debate televisó una entrevista con él al día siguiente para dar al mundo un ejemplo de pluralidad. Garzón vio a los tres candidatos muy trillizos en el centro y sintió ecos en el hueco de la izquierda de tan vacío que lo sentía. Es el eterno razonamiento geopolítico de IU. Dudo que consigan dar sabor al caldo con la ideología como único hueso. Garzón cree haber sido excluido de los debates por razones ideológicas. Ojalá fuera eso. Puede que sea peor.
Mientras tanto Rajoy va sembrando los canales de televisión de jovialidad y collejas domésticas. Piensa, seguramente con razón, que si Juan Carlos I a base de campechanía consiguió durante décadas que no nos preguntáramos a qué se dedicaba, a lo mejor derrochando esa misma llaneza nos olvidamos de la impiedad y deshonestidad con la que trató a la nación.
El vistazo a la prensa del día siguiente va dando perspectiva al asunto. El País, transido de democracia, atraganta su portada de debate y de hito histórico e ignora las campechanías de Rajoy en Telecinco. Y en los demás periódicos e informativos, según el espectro ideológico y sobre todo la matriz empresarial del medio, el dichoso debate se esfumaba y aparecía en su lugar el lado humano de Rajoy en Telecinco o bien ocupaban las dos cosas un espacio tibio. Demasiada diferencia. Lo que habíamos visto no era un debate político más que en la epidermis. Era una pugna de los medios por la audiencia electoral. Los políticos de esta hornada son jóvenes, algo protestones y dividen el voto en muchos trozos. Hasta el PSOE tiene a un novato. Son más entretenidos que los Rubalcabas tan manidos del bipartidismo. Dan más juego. Y ellos parecen aceptar un formato, quizás porque no les quede más remedio, en el que se recuerda más la frikada asociada a un pico de audiencia que razonamientos demorados o análisis. Decía antes que ojalá la exclusión de Garzón fuera por censura ideológica, porque al menos eso no es banal. Yo creo que fue por estética. Los cuatro atriles me dieron la sensación de un Belén concebido por un medio de comunicación, con dos de la vieja política y dos emergentes a derecha e izquierda. Querían un Belén, pero sin caganer que estropeara la estética. No es que Garzón tenga peligro ideológico, a buenas horas, con lo bien que durmieron siempre Arriola y Botín con IU rondando por ahí. Es que desarregla el escaparate. Siendo líder en las encuestas, El País manipuló la información contra Pablo Iglesias hasta el sonrojo. Con las encuestas más tibias, la cuestión pasa a ser su impacto en la audiencia y en el aspecto del Belén electoral.

Y si, después de visto el debate y ascendido a los medios, ascendemos un poco más a los dueños de los medios, se hacen visibles racimos de canales, emisoras y periódicos y se notan los ojos con que miraron hacia Rajoy a corazón abierto y hacia el debate, según sea El País o Telecinco el componente del racimo. De manera que, como en la caverna de Platón, lo que vimos que parecía un debate era sólo una apariencia cuya causa y fundamento se encuentra en algo no inmediatamente visible, que son los intereses de los medios, que a su vez encuentran su fundamento en las empresas y acreedores que los poseen. Pero en la alegoría platónica, las apariencias eran lo oscuro, porque eran sombras que se veían en una caverna umbrosa. Y la verdad que les servía de fundamento era luminosa, porque era la luz la que las causaba. En el mundo real las cosas parecen invertirse. La luz está en la apariencia. El debate fue más ágil y con menos alcanfor que otras veces. A medida que trepamos hacia el fundamento de las cosas, nos vamos topando con Cebrianes y finalmente en la causa final con Berlusconis y bancos. Cuanto más cerca de la verdad más oscuro y siniestro todo. La alegoría platónica vuelta del revés.

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