sábado, 14 de noviembre de 2015

El parlamento catalán y los días de Venus

El parlamento catalán protagoniza una de esas paradojas que se da con los tamaños. Hace años la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación de la Universidad de Oviedo se escindió en tres facultades distintas, pero durante un tiempo el Departamento siguió siendo único y con sede en la nueva Facultad de Filosofía a secas. Lo normal es que las facultades tengan departamentos, pero por un tiempo la Facultad de Filosofía tenía un solo departamento que era más grande que la propia facultad. Todo era legal, pero raro. En Venus pasa un prodigio de este tipo. La rotación del planeta es más lenta que su traslación y por eso un día es más largo que un año. Todo físicamente comprensible pero, de nuevo, raro.
El parlamento catalán parece haberse unido a este tipo de portentos. El parlamento proclamó la independencia de Cataluña porque hay una mayoría de parlamentarios que la quiere. Pero el gobierno independentista en funciones no puede proclamar la independencia porque hay una mayoría de parlamentarios que no lo quieren como gobierno. El líder y candidato a la presidencia es el número cuatro de la lista ganadora, porque en esta paradoja que no cesa el cuatro va delante del uno, igual que los días de Venus tienen años en vez de ser el año el que tiene días. El sistema D’Hondt aporta su porción de extravagancia y así una minoría de catalanes que votaron por la independencia da lugar a una mayoría parlamentaria de independentistas, que, como las ranas de la fábula de Esopo, demandan otro rey porque Artur Mas, igual que el tronco que Júpiter había enviado a las ranas, les parece un zoquete. Carme Forcadell grita en el parlamento de los prodigios que viva la república catalana y tuvo que aclarar después, por la cosa de que no hay tal república, que los valores republicanos y de la democracia son universales y que eso era lo que quería decir porque, dicho de Cataluña, proclamado queda para el universo, que allí donde el cuatro va delante del uno es Cataluña la que incluye al universo como los días de Venus incluyen a los años. Pero Mas, el tarugo que las ranas no quieren como rey, es un pragmático que avanza en sentido de la realidad. En JpSí se agruparon dos fuerzas incompatibles para dar lugar a un ente a su vez incompatible con la CUP. Son tres piezas que sólo se pueden poner en contacto por las nalgas, así que Mas, realista, quiere un gobierno tridente donde quepan los tres a base de mantenerse aislados y donde él sería Presidente para ser destituido a los diez meses. Es decir, un gobierno diseñado con las nalgas, que para eso son su punto de unión, y donde el pensamiento parece reducirse al tiritar desangelado de alguna membrana aislada del sistema nervioso.
En una situación mínimamente templada, deberíamos decir que la mayoría de votos no independentistas fue exigua y que muchos muchos votaron por la independencia; y a su vez que la mayoría parlamentaria independentista es demasiado leve como para dar puñetazos en la mesa. Pero en el momento actual todo el mundo parece convencido de que ganó y de que el que gana lo gana todo. Porque también tiene su gracia ver a quienes veían en un referéndum de independencia el advenimiento del Maligno sacar pecho por esa mayoría de votos no independentistas y dando a las elecciones el rango de un referéndum encubierto y por supuesto legítimo. Rajoy veía en las espectaculares Diadas de estos años sólo una cuestión legal. Y las Forcadell y los Mas que se creen en la república catalana acabarán consiguiendo que una cuestión política de primer orden acabe siendo efectivamente una cuestión legal.
Hace ya tiempo que no hay desenlace posible en Cataluña que no pase por un referéndum vinculante de independencia. Este referéndum sería una medida democrática y fracasada. Es democrática por la obviedad de que sería la opinión popular la que marcase el camino. Es fracasada porque el referéndum es una buena manera de validar acuerdos políticos y una mala manera de zanjar diferencias. El referéndum de Escocia era benigno porque se basaba en acuerdos donde cada parte aceptaba lo fundamental de la otra parte. En el caso catalán, el referéndum será más bien la aplicación de la variante que Sánchez Ferlosio hacía del precepto bíblico: dejaos por imposibles los unos a los otros. La cuestión es que cualquier resultado del referéndum daría paso a una negociación. Ni siquiera establecida por un referéndum vinculante la independencia puede ser un proceso unilateral. Y ni siquiera consolidada la presencia de Cataluña en España por un referéndum vinculante la situación puede quedar como está. Ningún referéndum dará toda la razón a una parte.
Puesto que esto es así, podría ser parte de la campaña y del razonamiento para sí o el no ese otro desenlace al que habría que ir. Por ejemplo, si la permanencia de Cataluña en España fuera a conducir, expresémoslo aquí con una etiqueta sin contenido, al Reino Unido de España, donde Cataluña tendría un estatus determinado, acompáñese tal perspectiva al razonamiento para pedir a los catalanes su permanencia en este Reino. Y también se podría hacer el proceso inverso. Podríamos modificar la constitución antes de que se nos deshaga entre los dedos para crear el Reino Unido de España (etiqueta sin contenido, recuérdese; es sólo para hablar ahora) y anunciar a los catalanes que al final habrá un referéndum en el que se decidirá si Cataluña quiere seguir siendo parte de España en esas condiciones. Pero antes o después tendrá que haber un referéndum. De lo contrario, seguiremos teniendo parlamentos con un cien por cien de ganadores que lo ganaron todo.

La pulsión nacional es una de las emociones que más afecta a las conductas colectivas. Marvin Harris había sentenciado que la eficacia de la acción colectiva de las masas dependía más de la aceptación de credos compulsivos que de la racionalidad. Los dos fenómenos más eficaces para que la conducta colectiva sea compulsiva son la religión y la nación. La emoción nacional puede ser canalizada en formas de organización democráticas. La emoción religiosa no. Por eso el carácter democrático es un atributo de los estados o estados – nación y por eso las democracias sólo lo son si son laicas. La cuestión es que el impulso nacional es potencialmente tan intenso que puede arrastrar o anular todos los demás impulsos colectivos y descomponer la ética individual y de la vida pública, igual que el tirón gravitatorio de un cuerpo masivo puede tronzar un planeta que se acerque lo suficiente. En Cataluña y en España se quebró la universalidad de la sanidad, aumentaron los negocios privados con la desatención de la salud, se perdió a un profesor por hora en los últimos años, se abandonó a los dependientes, se dejó a mucha gente sin electricidad y hasta sin casa. Y se robó. A gran escala y de manera organizada y sostenida. Y se mintió con desvergüenza. Pero el tirón gravitatorio de la emoción nacional puede tronzar la ética en la que todo esto significa algo y ponernos a todos en ese nivel en el que el Amo del 3% habla de la libertad de los pueblos y el Señor de la ley mordaza habla de la roca firme de la democracia. Debería ser obligatorio que todas las banderas llevaran en alguna esquina una calavera de advertencia, como las instalaciones de alta tensión.

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