viernes, 9 de octubre de 2015

Calcomanía catalana

Salvo que alguien crea vivir el fin de los tiempos, el independentismo catalán ganó mucho en las elecciones. Si estuviéramos en el penúltimo día de la historia, deberíamos decir que hasta cierto punto perdió: plantearon las elecciones como un plebiscito con tanto convencimiento que mezclaron churras con merinas en una candidatura (Junts pel Sí) y tendrían que hacer una de esas mezclas que provocan olores fétidos para juntarse con los desobedientes de la CUP y con todo ello junto no llegaron al 48% de los votos emitidos. “Menudo gatillazo del independentismo”, decía Eduardo Inda con ese temblor tenso con que los niños dicen llorosos “no me dolió” al recibir un guantazo de algún matón en el recreo. Pero no estamos en el fin de los días. Vendrán más elecciones. Los independentistas ganan por dos razones.
La primera es que la independencia de Cataluña ya es una cuestión en la política española e internacional con entidad propia que reclama una consulta. Esto no es una obviedad. La razón democrática más sólida para oponerse a un referéndum de independencia sería, si ese fuera el caso, negar la mayor y considerarlo como una forma de impostar como pendiente un tema inexistente sólo por las veleidades separatistas de algunos. Es como si el gobierno español quisiera anexionarse Portugal y pidiera un referéndum sobre el particular. El gobierno portugués tendría plena legitimidad democrática para negarse, porque el referéndum sustanciaría la cuestión de la anexión, cuando no hay tal cuestión política. No siempre la independencia fue un tema pendiente de resolución y no basta con que haya independentistas para que lo sea. Pero ahora, y más después de estas elecciones, sí lo es y ahora ya no hay solución estable que no pase por algún tipo de consulta.
La segunda es que la posible independencia de Cataluña es cada vez menos una tierra misteriosa erizada de incertidumbres y cada vez más una opción posible dentro del seny catalán. Ese 47% no indica que el independentismo se queda corto, sino que se está acercando a la mayoría. Como dije, la historia no acaba aquí, y esto es un proceso con tendencias muy nítidas.
La independencia es la única opción que ofrece ahora mismo un camino por recorrer; con niebla, con trampas y cantos demagógicos de sirenas, pero un camino. Nuestra clase política nacional no cree necesitar una hoja de ruta para la integración de Cataluña en España porque asume que ya está en ella y por eso se opone a la independencia sin ofrecer a los catalanes ningún otro proceso. Pero se ve a simple vista que hace tiempo que Cataluña se está yendo. Cataluña en España parece una de aquellas calcomanías que entraban en los chicles y que se despegaban despacio pero sin remedio del dorso de la mano a medida que la mojábamos. Quienes trabajan en la universidad, o en laboratorios farmacéuticos, o en equipamientos mecánicos, o en recursos humanos, o en cualquier cosa que obligue a ir de vez en cuando a Barcelona, notan que Cataluña se viene despegando sin ruido de España como una calcomanía sumergida en agua desde hace tiempo.
El PSOE ofrece un estado federal. Y repite lo del “estado federal” como si hubiera una idea asociada con esa etiqueta. Dígase claramente cuál es la diferencia para Cataluña entre ser una autonomía y ser un territorio, como quiera que se llame, dentro de una estructura federal, trácese una ruta. Podemos propone una especie de proceso constituyente. Es evidente la necesidad de cambiar la constitución porque España no cabe en su pellejo. Pero Podemos tiene que ir más allá y explicar a Cataluña qué diría de Cataluña esa nueva constitución según su propuesta. De nuevo, muéstrese un camino. No deberían ser los independentistas los únicos que tienen un camino claro en mente.
El PP realmente no dice nada. Se escuda en la ley porque es la forma de no decir nada y parecer que está haciendo algo. Es infantil esa letanía de que no se puede hacer nada porque nos saldríamos de la ley. Hace poco era legal protestar ante edificios gubernamentales y era ilegal segregar a los niños en la escuela por su rendimiento a edades tempranas. Cambiaron las leyes y santo remedio, ya es ilegal protestar ante edificios gubernamentales y ya es legal hacer con niños de doce años un pelotón de los torpes. Las leyes se pueden cambiar y eso es lo que España tiene que negociar con Cataluña, un cambio de leyes. En su día la plana mayor del PP protagonizó una sonora recogida de firmas contra el Estatut que ahora ahoga su discurso. Y en vez de aprender instigan un insensato procesamiento de Artur Mas para añadir ruido al ruido (por cierto, hasta que lo vi bailar el otro día no me di cuenta de que en realidad nunca soporté a Artur Mas; lo había visto queriendo que los deportistas catalanes se federasen en Andorra, por la cosa de la construcción nacional; chapoteando en el tres por ciento y la financiación ilegal; privatizando y recortando servicios esenciales y prestaciones; me había hecho chirriar los oídos con su demagogia nacional-victimista; en la pitada futbolera culé al himno y la bandera, le había visto la sonrisa más equivocada que cabe en política; pero hasta que lo vi el otro día agitando las muñecas y los hombros no me di cuenta de que yo nunca había soportado a este hombre).
Aparte del evidente éxito independentista, estas elecciones dejan apuntes de interés para las generales (aunque, como se suele decir, los resultados no sean “extrapolables”). Uno es que con el tema catalán Rajoy está mostrando su tamaño real, su pequeñez moral y su falta de ideas. La ocurrencia de poner a Albiol al frente a ver si con la estridencia facha y xenófoba se pescaba algo sí que fue un gatillazo ridículo. Cataluña puede diluir su mentira reiterada de la recuperación económica. Otro apunte es que el éxito del PSOE parece consistir en perder poco. En las dos comunidades más pobladas, Andalucía y Cataluña, celebró como un triunfo sus peores resultados de la historia (para qué hablar de nuestra Asturias, donde siguen felices y a lo suyo con la mitad de votos que hace dos legislaturas). Otro más es que a Podemos se le movió el paisaje y, como la Alicia de Lewis Carroll, sin moverse se encontró con que ya no estaba allí. Consiguió en su día eclipsar la cuestión independentista con radicalidad social y maneras de nueva política. Entonces era útil no enredarse en esta cuestión. Pero Mas provocó que el paisaje se moviera y la independencia fuera el gran y casi único tema. Podemos siguió a lo suyo, en plan Ada Colau, y en el nuevo escenario, al seguir fuera del debate de la independencia, resultó una candidatura inaudible. No se puede no hablar de lo que está en primer plano. Y hay que hablar claro: sí quieren un referéndum, no quieren la independencia, sí quieren otro encaje legal: aclárese qué nuevos elementos de soberanía proponen. Con más claridad hubieran estado más cerca de los focos. Están a tiempo para las generales. Otro apunte. Ciudadanos no ganó en Cataluña, pero sí en España. La claridad fue bien recibida y Ciudadanos parece en condiciones de alimentarse de un PP carcomido al que sólo le falta un soplo de aire.

Cataluña continúa despegándose, ahora ya a tirones, ante unas generales con sabor a examen final. Con un poco de suerte en las generales Artur Mas ya no estará allí (no soporto a este hombre). Y puede que Cataluña esté, pero como la amada dormida de aquel verso. Como ausente.no en lo que importa (educaci´o que importa udadanos no gan est. Podemos siguis legislaturas). Otro mmos se le movi PSOE

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