viernes, 25 de septiembre de 2015

Cataluña y regeneración

Los problemas, como los edificios, se abordan mejor a partir de cimientos firmes que sobre bases cenagosas. Y a veces esos cimientos son sólo un recordatorio de obviedades. La pregunta que conduce a la primera obviedad sobre la cuestión catalana es si alguien cree que la independencia de Cataluña no está en la agenda política de España, sean poco más de la mitad o poco menos de la mitad los catalanes que quieren la secesión. No se puede dejar este tema Diada tras Diada como si no hubiera tema que tratar y provocar por pura desidia que cada vez haya menos maneras civilizadas de tratarlo. Claro que hay que tratar la posible independencia de Cataluña, aunque sea para evitar que suceda. Y tratarla con Cataluña, no con Obama. Alguien tiene que hablar con alguien aquí.
La segunda pregunta de respuesta obvia es si alguien cree de verdad que una comunidad es independiente porque sus líderes políticos declaren que son independientes. La comunidad internacional insertaría a una Cataluña independiente con facilidad. Ese mantra de que quedaría fuera de la Unión Europea, la ONU y hasta del planeta me recuerda a las abuelas cuando la nieta comunicaba que no se casaría por la Iglesia y anunciaban desmayos, vahídos y remoción de tumbas familiares de tres generaciones. Y siempre había vida después de la boda, menuda memez. Pero claro, la UE y demás organismos integrarían sin problemas a una Cataluña independiente; y Cataluña no es independiente porque Artur Mas con la mano en el corazón la declare independiente y Guardiola al fondo ponga cara de éxtasis. La comunidad internacional integraría a una Cataluña independiente, pero no va a aceptar la independencia que proclame cualquier Lope de Aguirre sobre cualquier terruño. Cataluña no será independiente sin que alguien hable con alguien, quién puede creer otra cosa.
La tercera pregunta que nos refresca otra obviedad es si alguien cree que la permanencia de Cataluña en España consiste en dejar las cosas como están. Es evidente que el problema de la permanencia de Cataluña en España no hizo más que empeorar y que Cataluña no se va a sentir cada vez más española con el paso de los años y las generaciones. Es evidente que la situación de Cataluña tiene que modificarse en cualquier supuesto. Cataluña no seguirá siendo parte de España sin que alguien hable con alguien.
La cuarta pregunta que nos ayuda a establecer lo obvio es si alguien cree que hay alguna manera de mantener a Cataluña en España y a gusto de casi todos sin modificar la Constitución. Qué grave pérdida de tiempo fue rechazar aquel Estatuto que llegó a Madrid allá por 2006 con las bendiciones de independentistas y unionistas y aprobado en referéndum por amplia mayoría de catalanes (la única excepción era el PP, pero qué importa lo que dijera quien cada día señalaba a media España como parte de ETA). Quién podría en varias generaciones poner en cuestión en Cataluña la legitimidad de aquel Estatuto. Qué poca perspectiva para comprender que lo que estaba en juego era más grave que un retoque de la Constitución para que aquel Estatuto saliera adelante.
Y quinta y última pregunta para establecer obviedades. ¿Alguien en Cataluña se opondría a un diálogo sobre la permanencia o salida de Cataluña sin límites y con todas las posibilidades de reforma constitucional abiertas? ¿Alguien se opondría a que alguien hablara con alguien?
Ni la independencia de Cataluña ni su permanencia en España son posibles sin diálogo político. Todo lo que no sea abrir ese diálogo es perder el tiempo y reducir las posibilidades de que el desenlace sea democrático y estable. El diálogo es sobre la independencia de Cataluña, de eso es de lo que hay que hablar. No se puede hablar como si esa independencia no fuera una posibilidad. Ni como si fuera una necesidad.
Desde luego, un diálogo encabezado por Rajoy y Mas da grima al más pintado. Es más fácil imaginarlos a los dos con un pijama de rayas que poniendo una mínima inteligencia en este problema o diciendo algo mínimamente dotado de razón moral. Pero da igual las elecciones que se convoquen y las Diadas que se organicen. Para separarse de España o para seguir en ella tiene que haber diálogo entre el Estado y Cataluña porque la situación actual no es estable. Y no habrá una manera de que Cataluña se mantenga en España de manera estable que no requiera alguna modificación de la Constitución. Desde 2006 la cosa no hizo más que empeorar.
¿Y es razonable modificar la Constitución sólo porque hay un problema con Cataluña? Es razonable modificar la Constitución porque se acumulan los desajustes, el de Cataluña y otros. Seguimos con listas cerradas y por tanto con representantes que deben su condición a lealtades internas de partido y no a la opinión que merezcan a sus representados, que ni siquiera saben quiénes son. Por eso cada vez los políticos tienen menos que ver con el país y por eso cada vez son más ramplones. Seguimos con unas leyes que permiten que los cargos no políticos nombrados puedan ser destituidos por el mismo agente que los nombra. Por eso no pueden ser independientes y por eso los partidos tienen invadidas y atrofiadas instituciones básicas del Estado (Fiscalía General, Tribunal Constitucional, Tribunal de Cuentas, Consejo General del Poder Judicial, …). Seguimos con un Senado parásito y carísimo que sólo sirve de pesebre para políticos que ya empiezan a tener reúma y quieren menos ajetreo y para que los partidos se embolsen cantidades mayores de nuestro dinero. Seguimos con una financiación de partidos que les permite pagos multimillonarios en la cumbre y una notable siembra de mediocridades anónimas que cobran lo que el país no quiere pagar a médicos, ingenieros o profesores. Seguimos sin herramientas para atajar la corrupción estructural de los partidos de gobierno y limitar sus absurdos privilegios. Claro que hay que cambiar la Constitución. La agobiante necesidad de regeneración política en España no puede depender de que Podemos asuste en las encuestas.

Un proceso de reforma constitucional ni paralizaría al Estado ni crisparía o enfrentaría a la población. Al contrario, haría sentir que por una vez se está hablando de nuestras cosas. Poner un informativo y oír hablar de cómo se van a abrir las listas para que poner cara a cara con nosotros a quien nos representa, o cómo se van a limpiar de intereses partidarios las instituciones sólo nos daría cierto rearme moral y, si se me permite, patrio. ¿Por qué no hablar de Cataluña y la Constitución para ver hasta dónde se puede llegar, tan necesitados como estamos de hablar de nuestra convivencia y nuestra Constitución por otros motivos? A lo mejor el problema catalán dispara el proceso en el que se pueden tratar otros problemas que nos paralizan. Porque nadie debe engañarse. Da igual cuántas elecciones y consultas se hagan. El Estado y Cataluña tendrán que hablar y la reforma constitucional será un componente inevitable de esa conversación. A lo mejor la amenaza independentista es también nuestra oportunidad.

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