jueves, 27 de agosto de 2015

¿Pacto educativo ahora?

No sé si antes de marchar Wert o al marchar Wert, alguien tiró del tapón del Ministerio y la educación en España se desagua en un desorden sin forma. Íñigo Méndez de Vigo, el nuevo ministro, habla de la educación y la cultura como un jubilado mirando una obra con las manos atrás. “Sí, sí, la cultura es importante, alguien debería darle un empuje. Menuda crisis ¿eh?, debió ser mayor que la de los ochenta, yo estuve un año sin leer, de tanto jaleo. Qué sé yo esto del IVA, ¿será para tanto? Y la educación, yo estar no estoy muy al tanto, pero qué raro que no haya un pacto, a ver qué me dicen los asesores. Qué mal yuyu daba el cuadro aquel del tal Unamuno tan tristón. ¿Qué ponen hoy en Cine de Barrio?”
La gestión de Wert y la millonaria Gomendio consistió en sembrar de sal el campo de la educación. Wert cultivó intensamente la provocación política y el agravio gratuito a los profesionales. Fue más cínico que hipócrita, es decir, no fingía respeto a las normas, sino que ostentaba su desprecio por ellas. Por eso, o bien directamente no razonaba, o cuando lo hacía sus paradojas eran tan indefensas que era evidente que no querían ser un razonamiento, sino una provocación más: subir el número de alumnos por aula no bajaba la calidad; recortar gastos en educación era una vía para mejorar el nivel educativo; la caída de profesionales (decenas de miles de profesores menos) no tenía  que ver con la capacidad formativa del sistema (repito, decenas de miles; hice la cuenta: durante la gestión de Wert desaparecía un profesor cada hora; al salir de cada clase, yo sabía que había un colega menos en activo; al levantarme cada mañana, guardaba un respetuoso silencio por los siete profesores o profesoras que habían desaparecido de nómina durante la noche); quitar becas y subir las tasas no afectaba a la equidad del sistema; y que los estudios universitarios pasen de cinco años a tres, tampoco afecta a la formación de los alumnos.
Wert y Gomendio se fueron con su botín a sus millonarias bicocas y dejan la educación en el taller con todas las piezas desparramadas y una LOMCE huérfana llena de enemigos y sin ningún valedor. Las comunidades autónomas se resisten a aplicarla, todos quieren dilatar cualquier medida con la esperanza de que alguien arregle el sindiós y ni el PP presume de LOMCE ni el nuevo ministro espera a que sus asesores se la expliquen para decir que sí que sí, que se aplacen las reválidas o lo que sea eso y que no se junten cuarenta y tantos alumnos en un aula de bachillerato.
Y ahora, con esa ley radical espetada como una astilla en el ordenamiento jurídico y en el sentido común, ahora vuelve la letanía de siempre: que España necesita un pacto y no podemos seguir haciendo más y más leyes educativas. Poner encima de la mesa la LOMCE como argumento para el pacto educativo recuerda a cuando Reagan contemplaba sus misiles nucleares intercontinentales y los llamaba, transido de fe, “gigantescos guardianes de la paz”.
En los meses que quedan hasta noviembre el Gobierno no va a hacer nada serio, más que encadenar consignas publicitarias y leer la prensa griega. Intentar un pacto educativo ahora sería la confirmación de la poca jerarquía que tal suceso tiene en los propósitos del Gobierno. Ahora sólo se dicen insustancialidades, como bajar el número de alumnos por aula a la vez que se carga sobre las autonomías, que son las que gestionan la educación, el peso del déficit. No es momento de pactos. Pero claro que hace falta un gran pacto. Y, como calientan motores electorales, no estaría de más que cada partido asomara la patita y dijera qué clase de pacto querría impulsar, cuáles son los temas en los que hay que ponerse de acuerdo. Los temas en los que hay que ponerse de acuerdo son aquellos que, en ausencia de acuerdo, deben seguir propiciando cambios de ley educativa (quién no quiere ahora una nueva ley educativa, otra más). Permítaseme un breve apunte al respecto, por si abre boca.
1.      Enseñanza pública. Es el único tipo de enseñanza que garantiza la universalidad del sistema y la neutralidad de valores dentro del consenso constitucional. Debe haber un acuerdo para que la primera obligación de cualquier gobierno sea darle el mayor nivel que el país se pueda permitir.
2.      Segregación. Como sabemos por la experiencia de otros países europeos, sin excepción ni duda posible, toda segregación temprana de los alumnos, aunque se haga sobre bases académicas, es una segregación estadísticamente social. Es injusta, porque merma la igualdad de oportunidades, e ineficiente, porque desaprovecha el potencial del país. Debe ser un acuerdo que toda ley o práctica encubierta que la propicie sea inmediatamente corregida.
3.      La enseñanza concertada. Si de consensos se trata, no se puede determinar a priori si debe o no haberla. Pero los datos, y hablamos siempre de generalizaciones, indican que la concertación de centros privados introduce en el sistema dos efectos. Uno es la segregación, en algunas comunidades (de momento no en Asturias) muy acusada; ya quedó dicho que es una característica perversa. Y otro es la desregulación, es decir, que la situación real escape hasta cierto punto a las leyes y sus previsiones; otro efecto perverso. El balance obliga a los poderes públicos a intervenir más y a tomar más medidas. Esa libertad que con más énfasis que nadie predica la Iglesia no puede consistir en el derecho a segregar en beneficio propio.
4.      Religión. El límite del consenso debe ser si ha de haber en el sistema una asignatura confesional. No puede buscarse consenso sobre si ha de tener valor académico o sobre si el hecho de que algunos quieran cursarla obliga a los demás a tener otra asignatura, para que los primeros no la tengan de más.
5.      Currículo. Los estudios de secundaria y bachillerato deben equipar al sujeto para fases más complejas de formación o adaptación, no para darle competencias rudimentarias de actividades profesionales. Si los alumnos fueran ordenadores, se trata de instalarles un buen sistema operativo que permita que funcionen después programas potentes, no un sistema mediocre que venga ya con algún programa de poca monta para escribir cartas. La desaparición de la filosofía y el incremento paralelo de la economía en el actual currículo es un canto a este tipo de sinrazón. Y no porque no sean de provecho los contenidos de economía, sino por la evidente confusión de objetivos y niveles de formación. ¿Por qué no quitar horas de literatura y poner asignaturas de derecho civil o penal?

Como digo, mientras no haya acuerdo en cosas como estas, deben seguir cambiándose las leyes educativas, por una razón muy sencilla. Porque son cosas por las que merece la pena pelear.

miércoles, 26 de agosto de 2015

El buen ladrón pide protección a San Jorge

Ni Rodrigo Rato parece a simple vista el buen ladrón ni Jorge Fernández tiene pinta de Jesucristo. Es pura coincidencia todo parecido con la escena evangélica de San Lucas la escena en la que Rodrigo Rato entra como Pedro por su casa en el Ministerio del Interior, con imputaciones y familias arruinadas a cuestas, en vez de una cruz, y se planta ante el ministro San Jorge a hablar “de todo lo que le está pasando”. Podría parecerse más a aquella nota que Javier de la Rosa, aquel otro chorizo que fichó KIO, envió al entonces Rey Juan Carlos estando en la cárcel (de la Rosa, no Juan Carlos). “Te recuerdo que todavía estoy aquí”, decía la nota. Era algo como “¿estás dormido?, ¿qué hay de lo mío?”. Rato prefiere no esperar a la cárcel. Y nada de notas, que ya vale de procesos en diferido. Comunicación directa, presencial, en 3D. Y allí estuvo en el Ministerio a ver qué hay de lo suyo.
Esto de que individuos, no sé si decir sospechosos, porque la sospecha es un estado mental y lo de Rato es más orgánico, se parece más a un olor que a un estado epistémico, lo de que este tipo de individuos, digo, puedan tener audiencia en espacios tan privilegiados como un despacho ministerial en muchas culturas distintas a la nuestra está mal visto. Y, como sucede con el toro de La Vega, quizá deberíamos revisar aspectos de esta cultura nuestra y empezar a ser más escrupulosos y menos tolerantes con según qué cosas. Resulta que Rodrigo Rato fue la cabeza de una política económica que llevó al país a una deuda mayor que el PIB (aunque, vistos los embustes y desfachatez del personaje, ya podemos empezar a dudar si su papel fue de cabeza o de extremidad). Y compartía gobierno con el hoy Presidente. Hasta compartieron la condición de vicepresidentes y delfines. Resultó que además de que la política de Rato fuera semilla de infortunio, el sujeto no fue simplemente un político incapaz, sino un golfo ahora acusado de importantes delitos que compendian todas las corruptelas y tropelías que caben en la gestión pública. Ahora “ese señor”, como lo llama Rajoy, entra a hablar de su situación con el señor ministro. No es que fuera a una cacería, como en su día el señor Bermejo (conste que no me dio pena su dimisión de entonces ¿quién les manda ir a cacerías?). Fue al mismísimo Ministerio del Interior para hablar de lo que le está pasando con el ministro.
No es que nos rasguemos las vestiduras porque somos muy impresionables. Tenemos un problema muy severo de comportamientos en los políticos, que van desde malas prácticas a delitos y a delitos organizados y sostenidos en el tiempo. Los que se imputan a Rato son graves y además testigos de lo que sucedió en estos años de derrumbe callado de la nación. Esos delitos comprometen políticamente y no sabemos si judicialmente al partido que sostiene al Gobierno. Y el señor Rato se reúne con el ministro de la policía y la Guardia Civil a hablar en sede gubernamental de esto que le está pasando y que puede comprometer al Gobierno. Si hubiera veredicto de inocencia, ¿quién la creería ahora?
Resulta que el problema, según su santidad ministerial, es que estaba amenazado; que mientras se solazaba en su yate andaban poniendo tuits amenazantes. Así que hizo lo que cualquiera de nosotros haría: ir a ver al Ministro. El discurso es oscilante y rocambolesco: que si luz y taquígrafos, pero sólo se supo días después porque enredó un periódico; que si la reunión era de tres cuartos de hora o de más de dos horas; que si era personal, pero también de “lo que me está pasando” (un castellano parlante normal le dice a otro esa expresión para aludir a algo que el interlocutor conoce; en este caso su conocida situación procesal, no su desconocida situación de amenazado); que si la cosa es que lo amenazaban y ya de paso que hablaban de su seguridad, hablaron de Cataluña, pero no de su lío judicial; y que tenemos todos su palabra. La realidad pura y simple es que un imputado y, como diría Woody Allen, sospechoso prometedor, implicado hasta el tuétano con el Gobierno y partido del Gobierno, habló en plena tormenta judicial con el jefe la policía y la Guardia Civil que investigan su caso. Y que Jorge miente como un pepero.
Puede que a Jorge Fernández le pase con su catolicismo extremista lo que a muchos les pasa con la ideología o con el amor. Ahora que hay partidos que no quieren ideologías como referencia de identidad, otros partidos se reafirman justo por eso en su condición ideológica. Y eso está bien. Está bien que un político de izquierdas lo diga alto, claro y orgulloso. El problema es si cree que su trabajo es ese, ser de izquierdas; es decir, si cree que es buena su actividad política mientras sea evidente que es de izquierdas. Y está bien que las parejas se amen, claro. El problema es creer que en eso consiste el asunto y que, mientras la ame o lo ame, no pueda ser que no esté siendo buena pareja, así esté levantando la voz o el puño. A lo mejor Jorge Fernández cree que mientras sea evidente lo dentro que siente a Dios ha de ser bueno y católico lo que sea que esté haciendo, así sean leyes mordaza o recepciones privilegiadas del buen ladrón.
Puede que no sea eso y que Jorge Fernández sea un político más normal. Los políticos normales consideran que en política es un error o una falta aquello que les cuesta algo. No creo que a estas alturas Pujalte o Trillo crean que fue un error la desvergüenza con que apañaron aquellos dineros oscuros. Lo que convertiría en falta aquello sería que hubieran perdido sus puestos o que el PP hubiera perdido votos. Si no es así, cuál puede ser el problema. A lo mejor Jorge Fernández lo piensa de esa manera. Si el berrinche acabará pasando y se olvidará esto como se olvidan otras cosas peores, ¿qué error puede estar cometiendo abriéndole el Ministerio a Alí Babá?
O puede que Jorge Fernández no sólo sea un político normal, sino que además sea un cargo normal del PP. Los cargos del PP llevaron las irregularidades de todo tipo con singular frescura y descaro. Sólo empezó a ser un problema la corrupción cuando Podemos excitó la fibra de indignación que había en la población y empezaron a tambalearse las poltronas. Más por ganas que por una lectura atenta de las encuestas, puede que en el PP estén respirando aliviados por la percepción de que la amenaza de Podemos finalmente se contiene y no se consumará. Puede que sientan de vuelta los buenos tiempos de la impunidad legal y política y, como digo, puede que Jorge Fernández sea normal en todos los aspectos. Por qué esconder el acceso privilegiado al Ministerio de un más que probable delincuente. Hágase a plena luz, los viejos tiempos han vuelto. Que le den algún ministerio a Ana Mato.

La gravedad de este episodio está en el contexto en el que ocurre. La población perdió mucho, en dinero, en derechos y en futuro. Las muestras de desaprensión de nuestros políticos llevaron a una separación nunca vista entre representantes y representados. Parecen convencidos de que nuestro aguante es infinito. No se puede saber si lo es o no. Tampoco se puede saber si será verdad que los políticos son como son porque así somos nosotros, que los votamos. Pero yo me seguiré preguntando qué habré hecho para merecer al frente del Ministerio del Interior a un fanático religioso que recibe en pleno procesamiento a un presunto alto delincuente, compañero de partido y de fatigas. Y a un Presidente tan vacío de escrúpulos y entrañas que puede flotar en cualquier letrina. ¿De qué estará hecha la carcasa?

sábado, 8 de agosto de 2015

Ruido mediático

Cuando leí no sé dónde que el mayor volumen de noticias que se podía oír en televisión era el que daba Sandra Sabatés para dar paso a las gracias de Wyoming, creí que era una broma. Hasta que me fijé. El sensacionalismo y la anécdota banal ocupa el grueso de los informativos y apenas un par de titulares encajan en lo que uno consideraría información pública. Vi en un documental sobre el tema a profesionales, buenos profesionales, encogerse de hombros y rumiar algo de la audiencia televisiva, de la presión y de que “a veces” te tienes que olvidar de lo que sabes del periodismo. Intento entenderlo imaginando la cuestión en mi trabajo.
Imaginemos que en la Universidad no hubiera grupos, sino sólo alumnos a granel por el campus. En las aulas en principio vacías cada profesor está dando su clase y los alumnos cada día se dedican a asomar la cabeza de aula en aula y quedarse en la que parezca ofrecer algo interesante o ameno. Supongamos también que mi sueldo dependiera de la audiencia, del número de alumnos que haya normalmente en mi aula. Y aún peor. Imaginemos que la medición de resultados, y por tanto la decisión sobre el valor de mi trabajo, fuera diaria o semanal. Mi trabajo consistiría en que los alumnos que metan la cabeza en mi aula a ver qué se cuece decidan entrar y quedarse. Nada de complejidades interesantes que se dilatan en el tiempo. Cada cinco minutos tendría que estar diciendo algo gracioso, haciendo alguna pregunta sugerente (¿realmente estuvo implicado Teilhard de Chardin en el fraude del Piltdown? ¿se pueden hacer las fotos de Chema Madoz con la mente de un neandertal?) o diciendo algo chocante (la relación de la sintaxis con los nidos de golondrina) para que esos alumnos que andan zapeando aulas, al sintonizar la mía, se queden. Por supuesto con el tiempo, al tener que llamar la atención en cada momento, desaparecería de mis clases cualquier tratamiento demorado y serio de nada y sólo serían un conjunto de ingeniosidades, un mero abracadabra con apariencia de conocimiento.
Que nadie eche la culpa a los alumnos. Que nadie diga que mis clases derivarían hacia lo insustancial porque es lo que ellos piden y a lo que ellos responden. La culpa sería de un mecanismo necio que simplemente les hizo dar lo peor de sí mismos. En el mundo real ellos mismos están aceptando formas de aprendizaje más serias porque en el mundo real, en mi trabajo, no se puso en marcha ese mecanismo necio que los haría peor de lo que son.
Evidentemente, como haría yo llegado el caso, los periodistas de los informativos de televisión juegan con la baraja que hay. Y la que hay les obliga a lo que podríamos llamar satisfacción informativa inmediata. La ausencia total de información es ese estado en que nos llega el aburrimiento y el sopor. La satisfacción informativa es la respuesta a estímulos que mantienen viva nuestra atención. Con dosis adecuadas de violencia explícita o sexo se puede lograr atención sobre series o películas mediocres. Con campañas de mal gusto y cierta crueldad, Benetton consiguió atención sobre sus productos. La satisfacción inmediata tiene la ventaja de que es instantánea y se alcanza sin esfuerzo. Se puede conseguir entender la situación económica de la UE leyendo artículos de economía durante un par de meses, pero ese es un beneficio diferido en dos meses de disciplina. Satisfacen más la atención inmediata los detalles de alguna orgía sexual de Rodrigo Rato con cargo a una tarjeta de Bankia.
La televisión vive de la publicidad (“yo vendo publicidad”, dijo una vez el director de Antena 3, cuando se les pidió cierta ética y cierta contención) y la publicidad no tiene valor sin audiencia. Hay que pelear con la audiencia minuto a minuto y los informativos tienen que proporcionar satisfacción informativa inmediata, con dosis de inmersión emocional (sensacionalismo) y con anécdotas truculentas de ancianos abandonados por sus hijos que se asfixian por un escape de gas o crímenes desmembramientos de esos que antes salían en El Caso, con un supuesto interés “humano”, pero que no muestran las vigas maestras de la actualidad, esto es, la información de interés público que ayuda a entender las cosas que nos afectan. Los debates tienen el mismo formato sea cual sea el tema, así sean las infidelidades de no sé qué parásito famoso o el caso Púnica. En un debate sobre este último tema, los intervinientes gritaban todos a la vez y repetían a voces una y otra vez la misma idea, sin más estrategia argumentativa que la insistencia y los decibelios. Es fácil zapear y pararse en algo así que incita con fuerza a intervenir como si nos pudieran oír en el plató, debido a que el enganche es inmediato. Si con el mismo zapeo llegamos a uno de aquellos debates que hacían en La Clave in illo tempore, es menos incitativo detenerse, porque allí la satisfacción exigía más esfuerzo y más tiempo, no era instantánea.
Por su parte, la prensa escrita es cada vez menos rentable y más dependiente de quien la financia y de quien pone los anuncios caros que la sostienen (el Gobierno y el Corte Inglés); para qué recordar aquella semana en que defenestraron a tres directores en tres grandes periódicos, Soraya mediante. La prensa digital de momento sólo va abriéndose paso. Y los infalibles algoritmos de Facebook seleccionan con acierto los posts de gente similar a nosotros y los enlaces que nos satisfacen, encapsulándonos en burbujas de gente afín y haciendo sentir en vano a cualquiera que tiene voz y predicamento público.
La cuestión es que las televisiones privadas en abierto no tienen más remedio que recurrir a esos mecanismos que sacan de la audiencia lo más vulgar que tienen. Las privadas de pago siguen el principio normal de la empresa privada, que no es el del beneficio, sino el del máximo beneficio (¿será posible que ninguna de las caras suscripciones de Canal+ incluya un humilde canal de teatro y que siga uno añorando aquel Estudio 1 de los martes en blanco y negro?). Las televisiones públicas que conocemos en esta patria nuestra son un concentrado de todas las groserías, tan zafias como Intereconomía y con la perversión añadida de ser pagadas a nuestro cargo. Nos salieron más baratos los puteríos de Rodrigo Rato que cualquiera de estos chusqueros que infectaron los canales públicos, estatales y autonómicos, durante cuarenta años (estos cuarenta años). Los informativos, en vez de acercarnos a los asuntos públicos, los cubren de ruido: en el sentido metafórico de la teoría de la información, porque tanta ramplonería embota nuestra capacidad de discernimiento en vez de afinarla; y en el sentido etimológico, que iguala la palabra “ruido” a la más culta “rugido”, porque sólo con alaridos nos hablan de la actualidad.

Pero la televisión pública es la única imaginable sin ánimo de lucro, por lo que de ella tendrá que partir cualquier regeneración seria de los informativos. Una televisión pública independiente sería el elemento de arrastre que podría civilizar los espacios informativos y poner sordina a todos los voceras que ahora nos aturden. Podríamos mirar en la BBC cómo se hace independiente un medio público y devolverles el favor a los ingleses mandándoles algunos informativos de por aquí, para que no se les olvide lo que tienen, ahora que políticos de toda condición le dan dentelladas diarias a su admirada televisión pública. Por lo de siempre, porque no es “sostenible” (para el negocio de Alguien, claro).

viernes, 7 de agosto de 2015

Gobierno en Asturias. La inestabilidad del poli bueno

El pasillo temporal que va desde el día de la votación hasta la constitución del Gobierno es el período de los mundos de Yupi. El quién es quién postelectoral nos distrae durante un tiempo y nos ameniza los cafés. Se habla mucho en términos de derecha e izquierda y de grandes principios. Vive uno la victoria o derrota de uno u otro partido o la consumación de tal o cual pacto con el mismo tipo de emoción con que sigue un partido de fútbol. La realidad queda momentáneamente lejos. Ahora toca retornar a ella.
Y la realidad es que el PSOE tiene menos de un tercio de la representación parlamentaria y que tiene que hacer cambios. Los tiene que hacer porque pactó la investidura con un grupo al que no gustó su política de la última legislatura. Y los tiene que hacer porque con ese grupo sigue lejos de una mayoría para sacar unos presupuestos. Es complicado buscar complicidad en la derecha porque, si un punto de apoyo es IU, estirar la goma hasta Ciudadanos o más allá puede ser mucho estirar sin que la goma se rompa. IU ya asumió un gran riesgo y seguramente un perjuicio apoyando la investidura, como para aceptar más renuncias, teniendo como tiene además la sombra de Podemos encima. La aritmética y la lógica dictada por la geografía ideológica obligan a que el PSOE deba buscar necesariamente a Podemos. Y lo tiene que buscar él, no IU. Llamazares no va a ser el correveidile entre Javier Fernández y Emilio León. Y lo tiene que buscar él, no Podemos, porque el PSOE tiene la primera responsabilidad en buscar apoyos. Si las maneras de Podemos hacen fácil o imposible algún entendimiento es algo que merece análisis después de que el Presidente haya hecho gestos y cambios lo bastante relevantes como para que sea obvio que le toca a Podemos el siguiente movimiento.
Y hay algunos ámbitos que parecen clave, no sólo para que el apoyo de Podemos sea posible, sino para que IU pueda implicarse más en la gobernabilidad. Uno de ellos es el buque insignia del bienestar y servicios que forman la educación y la sanidad. En la gestión de la educación y la sanidad en tiempos de crisis y recortes el PP y el PSOE vienen jugando al poli malo y poli bueno. Se diferencian más en la cautela o brutalidad con que recortan que en las prioridades de gasto. Parece lógico pensar que el último sitio en que se debe recortar es allí donde el ciudadano se encuentra con el Estado y recibe de él los servicios asociados a sus derechos básicos: el ambulatorio, el aula o la sala de justicia, por ejemplo. Sin embargo, es justamente por donde se empieza. No empezó el propio poder político adelgazando su dieta insaciable (no es demagogia; ¿hará falta recordar que Bárcenas cobraba, en A y legal, casi 11.000 euros netos mensuales? ¿Cuánto dinero estamos dando a los partidos para que paguen esos sueldos y tengan tanto tresmileurista invisible?). La hinchazón de empresas dependientes de organismos públicos o de funcionarios de libre designación podría haber sido eliminada antes de tocar un solo hospital o una sola escuela.
Asturias no supuso ninguna excepción en la prioridad de los recortes. Como en todas partes, los primeros en notar los recortes fueron los ciudadanos que recibían los servicios básicos. Podemos encontrar sin dificultad a un médico atendiendo a la vez su consulta y la de su compañero de vacaciones por falta de personal. Los ajustes en las plantillas de educación irán dejando ver sus efectos poco a poco (en educación nada es de golpe; la mejora o la decadencia siempre son lentas y pacientes). Como poli bueno, el PSOE aplicó estos recortes con más suavidad que la complacencia con que lo hizo el PP, pero el diseño del adelgazamiento del Estado es parecido. El único índice de “izquierdismo” al que puede apelar el PSOE de Asturias es la comparación con las autonomías del PP, no la manera en que atienden a la población. Genaro Alonso y Francisco del Busto están al frente de los servicios testigo de la sensibilidad y orientación ideológica del Gobierno y serán los primeros en acercar o alejar al PSOE de Podemos e IU.
Genaro Alonso, como del Busto en su área, tiene delante el cambio en la política educativa o la persistencia en la misma. Como él, tiene también delante una situación tensa con el personal educativo. Aunque esto no es nuevo, porque desde los ochenta no hubo teórico o gestor de la educación que no creyera estar por encima de los profesores y su criterio, Ana González consiguió dejar un ambiente especialmente irritado. Pero aparte de estas cuestiones propias de su ámbito de gestión, parece haberse concentrado en él la responsabilidad de algo que en realidad no es propio de su Consejería más que en parte, que es la cuestión del asturiano. Al ser este un motivo explícito de discrepancia entre IU y PSOE y al ser él académico de la Llingua, parece que su presencia es la manera amable con que el PSOE trata esta discrepancia con IU.
Sin embargo, la cuestión del asturiano, cuarenta años después de los cuarenta años, excede el ámbito de la Consejería de Educación y Cultura. IU lleva mucho tiempo pidiendo la oficialidad de esta lengua. Daniel Ripa dijo que la gente debe ser protagonista en lo que haya que hacerse. No se comprometió (al menos, yo no lo oí) con la oficialidad, aunque algunas fases de la intervención de Emilio León en el discurso de investidura fueron las únicas palabras en asturiano que se oyeron en la Junta. No debería ser difícil que Podemos asuma que el estado legal en el que una lengua está de hecho en manos de la gente es la oficialidad. Si IU tomara una iniciativa parecida a la que tomó otras veces, el previsible apoyo de Podemos y las cuentas que cualquiera puede hacer en el actual Parlamento podrían poner seriamente sobre la mesa la oficialidad del asturiano (hagan números, es muy fácil). El asunto, como digo, excede el significado de la presencia de Genaro Alonso en el ejecutivo.

Sin prejuzgar nada ni a nadie, la verdad es que el ejecutivo se parece bastante a cualquier gobierno que podría haber formado el PSOE en cualquier circunstancia. El PSOE tiene poco más de la mitad de votos que tenía hace dos legislaturas. Viéndose en el poder, no parece acusar la diferencia de su situación. La regeneración no consiste en leyes de buen gobierno, sino en conductas perceptibles que han de incorporar la autocrítica y hasta la desafección explícita con personas y políticas realizadas. El PSOE parece confiar en que los demás cumplirán ciertas obligaciones de principio sin asumir él ninguna propia. Confió en la obligación que la izquierda tiene de impedir que gobierne la derecha para lograr la investidura. En los próximos meses confiará en la obligación que los demás tienen de garantizar presupuestos para Asturias, por el enorme daño que haría a la comunidad la prórroga presupuestaria. Mientras con la mitad de lo que era siga siendo el partido menos pequeño, parece bastarle con las obligaciones que los demás tienen primero de llevarlo al poder y después de permitirle gobernar. Este es el camino más corto para la inestabilidad. El PSOE tiene poco tiempo para garantizar la gobernabilidad y que Asturias tenga presupuestos. El PSOE, no los demás.