sábado, 9 de mayo de 2015

Podemos, la frescura y los frescos

Empieza la campaña electoral con los dos principales partidos perdiendo apoyo y con Podemos perdiendo frescura. Son los únicos que pueden perder esas cosas. Sólo PP y PSOE pueden perder apoyos, porque son los únicos que los tenían, y desde luego sólo Podemos puede perder frescura, porque es el único sitio donde hay tal cosa. Por esas cosas del lenguaje, siendo palabras derivadas una de otra, es muy distinto tener frescura que ser un fresco. Y esta campaña que empieza es más pródiga en frescos que en frescura.
La frescura tiene algo que ver con la sencillez y naturalidad, con la espontaneidad y con la falta de elaboración. Podemos introdujo frescura en la política nacional. El discurso impulsado por ellos llevaba disueltas las emociones y sensaciones elementales de mucha gente, sin elaborar y al natural. Las propuestas y el ejemplo contundente dado en sus primeras conductas sobre regeneración, transparencia y participación fueron recibidas como radicales; y lo eran, pero sólo por el contraste abrupto que suponían con la práctica habitual de aparatos partidarios ensimismados y opacos y de instituciones colonizadas por esos aparatos partidarios. Pero tan lejos estaban de la práctica política habitual como cerca de la intuición básica de la gente: qué puede impedir a un partido expulsar a un reconocido inmoral, por qué no puede participar la gente de manera continua en la actividad política de un partido, por qué no se puede conocer todo lo que nos concierne, sin excepciones, por qué no se puede discutir una deuda abusiva. No era decir a la gente lo que quería oír, como dijeron muchos frescos. Era convertir en práctica política el puro sentido común de cualquiera.
Cuando mucha gente hace lo mismo es que están siguiendo directrices de alguna parte, porque la uniformidad sostenida no se da al azar. La reacción de los partidos y los medios más visibles sobre Podemos tuvo esa uniformidad característica de la estrategia orquestada. Las “críticas” a Podemos fueron mucho más allá de la hostilidad obvia que cabe esperar cuando uno entra en lides políticas. Fue una campaña en toda regla y con todos sus componentes. Se difamó (oro de Venezuela, historias rocambolescas de Pablo Iglesias); se extendieron grandes mentiras distorsionando pequeñas verdades (todo el presunto caso Errejón y casi todo el caso Monedero); se presentaron como demagogia las pequeñas mentiras que dejaban sueltas las grandes verdades (el señalamiento de la clase política como una casta oligárquica); se llamó populista al movimiento para justificar comparaciones enloquecidas (chavismo, Corea del Norte, Mussolini, …). Cuanto más amplia sea una campaña orquestada, de más arriba viene la orden. No en balde Podemos y Cataluña fueron los últimos dolores de Emilio Botín. La estridencia de la campaña fue la señal más visible de que Podemos era (y es) un partido muy distinto de los demás.
Es cierto que inicia la campaña con menos frescura (aunque la campaña puede ser el marco en que la recupere). Cuando las conductas se alejan de la intuición de la gente, por un “contexto” que obliga y que la gente no entiende, se pierde frescura. Es pronto para saber qué pasará en Andalucía, pero sí hubo impresión de tactismo, de “contextualización” de la conducta y pérdida de protagonismo de los círculos, que son la playa en la que el océano ciudadano entra y sale de Podemos con frescura. Se repitieron demasiado ciertos términos (“casta”, “ciudadano”, yo mismo creo que estoy repitiendo “gente”) y eso acaba sonando a jerga y pérdida de espontaneidad (de frescura). Pablo Iglesias parece estar cepillándose los zapatos. Muchos creen que es una fase inevitable. Muchos creemos que Podemos aporta más al país con la frescura que sólo ellos tienen, que con lo que los frescos llaman “responsabilidad”.
Susana Díaz convocó elecciones para evitar males mayores al PSOE y fortalecer su posición dentro del partido (su cabeza funciona así, nunca trabajó en nada que no fueran las tripas del aparato). Sacó el resultado más bajo de la historia del PSOE y la muy fresca pretende que quien no la apoye es un obstruccionista; tras sopesar cuánto ganaba adelantando elecciones, ahora brama porque los demás sopesan cuánto pierden apoyándola. Ella y Esperanza Aguirre ahora quieren cambiar el sistema electoral. El PSOE y el PP tendrán una caída de votos que bien podría llamarse descalabro. Según parece, el que la gente ya no se fíe de esos dos partidos produce desorden y las dos frescas pretenden que el sistema electoral corrija la confusión del electorado y que garantice los mismos resultados con distintos votos. A Esperanza Aguirre parece que algunos frescos le salieron rana. A tantos pillaron robándonos que, si es que le salieron rana de verdad, debe ser la reina que pedían las ranas de la fábula de Esopo porque no parece que haya habido otra cosa en su reino que delincuentes. Como mínimo, ella flota bien en esa montaña de frescos.
Para contribuir a la claridad Felipe González El Colombiano acumula papeles que demuestran el chavismo de Podemos; como si Solchaga se hubiera hecho comunista por asesorar a Fidel. El muy fresco hurga en la amistad de Monedero con Chávez, cuando él fue amigo fraternal de Carlos Andrés Pérez, que esquilmó el país y fue condenado, y cuando tantos intereses económicos traficó con él y con Cisneros. Hay que ser fresco para “proteger” ahora a la oposición venezolana del chavismo, como adalid de los débiles, y para exigir a Podemos que se pronuncie, como si así se hiciera la política exterior y como si él no hubiera oscilado entre el silencio y el apoyo cuando el “caracazo” del 89, en el que la violenta represión de su amigo dejó cientos de venezolanos muertos y otros cientos de desaparecidos.
Y Rajoy sigue tan fresco (y Barberá y Esperanza y todo Cristo), con la gente empobrecida, la juventud en desbandada, la prensa internacional preocupada por la involución democrática en España y la evidencia diaria de que el delito en el PP es estructural. Hasta la asamblea de la Conferencia Episcopal emitió el 24 de abril un documento en el que pide perdón por no haber estado al lado de los débiles en esta legislatura (no creo que sea cosa de Sanz Montes, que en la generales pidió el voto para el PP más fresco que una lechuga). Los frescos de los medios auparon a Ciudadanos como cortafuegos de Podemos (el editorial del lunes de El País es una sarta de vaciedades que dejaba pegañosos los dedos de tanta baba por las naderías de Ciudadanos en Andalucía). Ahora ya no llaman populistas a Podemos para no singularizarlos. Ahora hablan de “partidos emergentes” para que sean dos y Podemos tenga un límite.

La duda que queda es si estas elecciones van a cambiar la representación política mucho o muchísimo. Los seismileuristas que PP y PSOE tienen sembrados por todas partes están en un sinvivir. Podemos debe recordar lo que consiguió introducir y ciertamente puso una sonrisa en el país: frescura. Que no se pierdan en coyunturas y contextos. Y que no sean dialogantes en lo obvio.

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