sábado, 11 de abril de 2015

Rouco necesita aire para respirar. Y la Iglesia

En todos estos episodios de Bárcenas y los maletines del PP me escandalizó más de una vez la caja A del partido. Me lo recordó en estos días el traslado domiciliario de Rouco Varela. En realidad, la mudanza de Rouco es uno de esos sucesos testigo que hacer recordar varias cosas.
El ático con el que masajea su presunta jubilación el Cardenal Arzobispo Emérito está al lado de la catedral de la Almudena, no lejos de donde se manifestaron todos esos desahuciados de viviendas mucho más pequeñas, por los que un día casi llora Soraya antes de vicepresidir la ley que los define como terroristas. Sabemos que es de lujo, que tiene 370 m2 y que las reformas necesarias para el Emérito costaron más de medio millón de euros. Se ve que el Cardenal tiene sus necesidades (y además de todo tipo; ¿para qué querrá cuatro cuartos de baño?). No vamos a caer en el tema tan manido de dónde dejan estos faustos la cacareada pobreza de la Iglesia, porque a estas alturas nadie se va caer de ese guindo.
Pero sí debemos reparar en que ese medio millón abundante lo tendrá que pagar la diócesis de Madrid, que según parece tiene ya una importante deuda (habrá vivido por encima de sus posibilidades, supongo). Y conviene anotar que buena parte del dinero de la diócesis y de la Iglesia la pagamos todos, incluidos los que no ponemos la equis en la casilla esa del IRPF. Sin ir más lejos, la céntrica mansión de Rouco no paga IBI. La Iglesia no paga IBI porque necesita el dinero para obras sociales como las de acondicionar céntricos pisos de lujo para sus arzobispos eméritos. Y esta es la parte que me hizo recordar a la caja A del PP.
Entre tantos episodios enojosos de tramas y cuentas opacas, pasa inadvertido que el PP (y el PSOE, claro) está pagando sueldos de más de doscientos mil euros y que, si bajamos a los setenta y dos mil euros (simbólicos para quienes nos criamos con pesetas, porque son el umbral del millón al mes), encontraremos que no son pocos los sueldos millonarios que paga el partido en A. A todo esto hay que añadir que quienes cobran estas cantidades, cobran otras por otros cauces y quedan en buena situación de seguir cobrando por más cauces aún. La cuestión es que cuando se habla de financiar con dinero público a los partidos más votados se dicen siempre obviedades sobre la necesidad de partidos en una democracia y la necesidad de recursos para su mantenimiento, como si la cuestión fuera si hay que financiarlos o no. La cuestión es cuánto les estamos dando y para qué.
¿Un partido no puede funcionar sin que el Estado haga ricas a sus elites y millonarios a muchos más? ¿Se vendría abajo la democracia si no fuera así? Como digo, también la caja A de los partidos es escandalosa. Rouco Varela nos recordó con su millonaria mudanza que no sólo está pendiente de discusión si el Estado debe financiar entes como la Iglesia. Está pendiente también cuáles son las cantidades razonables y cuál es el control que el Estado debe tener de lo que financia, así sean iglesias o partidos. En tiempos de tanta desprotección para tanto desprotegido, el Estado debería poner condiciones para financiar a una entidad que usa el dinero que se le da para rodear a un cardenal de un lujo desmedido. Más que eso está haciendo la UE con los estados deudores, a quienes dice de arriba abajo cómo tienen que gastar su dinero. Y también tendrá que decir algo el Estado sobre los sueldos que pagan los partidos a los que financia. Después de lo que sabemos de la caja A del PP, hay replantearse las generosas subvenciones con que estamos manteniendo a tanto vividor.
El traslado de Rouco nos recuerda también las maneras del ex – Arzobispo. Las más recientes las exhibió cuando se negó a abandonar el palacio episcopal y se quedó de señorón en él mientras su sucesor tenía que irse a las Hermanitas de los Ancianos Desamparados. Y cuando endilgó al país dos discursos inflamados de extrema derecha en momentos institucionales de esos que deberían unirnos durante cinco minutos (recuerdo de las víctimas del 11 M y muerte de Suárez). Rouco se siente en su cortijo, como Esperanza Aguirre o Aznar (está a punto de aterrizar Felipe González, para que esté todo el señorío) y ni desalojan palacios ni obedecen a policías porque no les da la gana. Tampoco vamos a insistir en evidencias sobre el señor Rouco.
Pero sí sobre la Iglesia y sobre su papel y sus compromisos. Lo que mejor indica las prioridades de cada uno es aquello con lo que se compromete. Estar en su momento contra las tasas judiciales que había puesto Gallardón compromete. Estar contra el egoísmo de los poderosos no compromete a nada. Comprometerse tiene algo que ver con dar la cara, tener determinación de hacer algo contra lo que otros quieren hacer. Cuando nos comprometemos contrastamos nuestro parecer con el de otros y tratamos de hacer lo que otros quieren impedir o viceversa. No hay mayor coste en una conducta que indisponerse por ella con otras personas. En ese coste está el compromiso.
Rouco y la Iglesia se pronunciaron durante esta legislatura sobre la ley del aborto y sobre los aspectos de la ley de educación que tocan a la enseñanza concertada y a la asignatura de religión. Se comprometieron en esas causas. Confrontaron su postura con la de otros y hasta mostraron disposición de movilización. Pero en esta legislatura hubo mucha gente que perdió el trabajo. Mucha gente sin trabajo perdió la asistencia. Mucha gente se hizo pobre. Y la Iglesia también se pronunció. Pero sin compromisos. La Iglesia se acerca a estas cuestiones bajo la fórmula general de la caridad. La caridad se caracteriza porque: 1. hay gente que recibe por altruismo lo que le corresponde por derecho; 2. hay gente, en consecuencia, que queda en deuda de gratitud con otros por recibir aquello que no tendría que deber a nadie; 3. no soluciona ningún problema estructural, pero proyecta una sensación positiva porque resalta más la bondad de la acción altruista que la indignidad de la injusticia; y 4. no supone un verdadero compromiso, porque ni combate ni apoya causas, sólo practica una bondad flotante.
No basta con ayudar a quien es pobre. La pobreza no es un fenómeno atmosférico. Hay que comprometerse contra la pobreza, pronunciarse y movilizarse contra las medidas que la causan y que nos hacen tan desiguales. En estos años la Iglesia no dijo nada, ni siquiera defendió a Cáritas, ¡a Cáritas!, cuando la atacó Montoro por decir que en España había pobres. La Iglesia sólo se comprometió con sus cosas, la enseñanza y el aborto, y practicó la caridad y la evasiva en todo lo demás, como si el paro, las tasas y los recortes fueran una tormenta de pedrisco y vaya por dios. La iglesia de Rouco tiene sus prioridades políticas muy claras y no se comprometerá contra ellas.

Lo que nos devuelve al punto anterior. Debemos poner sobre la mesa qué es lo que estamos financiando cuando financiamos a la Iglesia. El evidente activismo político y partidista de la Iglesia ya está suficientemente financiado en los partidos correspondientes. El creciente laicismo de la sociedad aprieta a la Iglesia, como las casas normales dejan a Rouco sin resuello. Necesitan espacio, aire y privilegios para respirar. Rouco medio se va medio se va yendo. Pero la Iglesia de Rouco sigue aquí haciendo su papel. Hay mucho que hablar y algunas decisiones obvias que tomar.

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