domingo, 19 de abril de 2015

Legalizar la prostitución

Tuvo que ser la prostitución una de las primeras presentaciones de Ciudadanos como partido con aspiraciones. Una de las primeras cosas que hace saber Ciudadanos es que quiere legalizar la prostitución. Esperanza Aguirre salta sobre el tema para aplaudir. Si dos adultos acuerdan sexo por dinero, quién es nadie para decir lo que tienen que hacer, dijo la condesa. Y quién dijo que la prostitución era cosa de mujeres. Que salgan a la calle, verán cuántos hombres hay en el negocio, añade sentenciosa. Aguirre siempre está atenta a salirse del cauce del PP y parecer rebelde sin dejar de ser la señorona del cortijo.
Siempre tiene algo de frivolidad sentenciar sobre temas complejos como este, pero se pueden discutir las cuestiones de principio. Albert Rivera tiene cuatro argumentos confesables y uno inconfesable que dan notable fuerza a su propuesta: 1. la prostitución es una realidad: mantenerla ilegal es cerrar los ojos y dejar a las prostitutas en un limbo salvaje y sin derechos; 2. la prostitución es inevitable: dicen que es el oficio más antiguo del mundo y no hay sociedad donde no la haya; no pongamos puertas al mar; 3. regularizar la prostitución supondría un ingreso para el Estado de seis mil millones de euros en impuestos; 4. como enfatiza Esperanza Aguirre, mientras se trate de un acto aceptado y libre, no hay daño. El contrapeso es la sordidez y degradación que se atribuye al oficio. Y aquí entra el argumento no confesable y también poderoso: ¿a quién diablos le importa?
Son argumentos que tienen fuerza, no por su simplicidad, sino por su simpleza. Lo bueno de las bobadas es que están al alcance de cualquier bobo. La prostitución es una realidad tan cierta como el robo o el crimen. Y tan inevitable como ellos. Y seguro que es más antiguo el oficio de matar y quitar que el del sexo (¿quién sería el primero que dijo la gilipollez del oficio más antiguo? Las frases que son idiotas la primera vez que se dicen aumentan su idiocia cada vez que se repiten). No comparo una cosa con otra. Sólo digo que el que una cosa fea sea un hecho y que sea inevitable no quiere decir que no tengamos que hacerle frente. Y si hay razones para que una conducta sea rechazable, y a ello iremos enseguida, no podemos aceptarla simplemente porque arañemos alguna cosilla aceptándola. A lo mejor legalizando el robo conseguimos reducir la violencia de los asaltos y hasta alguna calderilla para hacienda, pero semejante pacto con el mal sólo trae deterioro.
Seguramente por la cosa de que es una realidad y que se puede sacar unos duros de ella, Rivera asocia en el mismo paquete la prostitución con el cannabis y llama valentía a la legalización de las dos cosas. Así añadimos confusión a lo que ya está enredado. No sé qué semejanza ve Rivera entre fumarse un porro e irse de putas. La coartada moral de todo esto descansa en que se trata de actos libres. Por supuesto Rivera quiere perseguir la prostitución forzada (faltaría más). Pero, como dice la condesa, si se hace voluntariamente, qué tenemos que decir los demás.
Las leyes establecen derechos precisamente para que los derechos no se reduzcan a los que la gente acepte voluntariamente exigir. Si mi hijo enferma y me exigen un riñón y una mano como condición para atenderlo, seguro que los daría. En el libre juego de la jungla cualquiera cede libremente cualquier derecho en un momento dado. Para eso hay leyes que dicen que nadie tiene derecho sobre mis riñones para atender a mi hijo, tenga yo la disposición a cederlos o no. Esto es civilización y humanidad básica. La cuestión es entonces si hay o no menoscabo de derechos en el acto de la prostitución.
Durante muchos años hubo en muchos sitios un divertimento llamado lanzamiento del enano (creo que salió en un episodio de Ally McBeal). En una discoteca o local ruidoso se le ponía un caso y un traje acolchado a un enano. Unos muchachotes por turno cogían al enano, giraban un par de veces, y lo arrojaban a ver quién lo hacía mejor. El enano se estrellaba contra la pared, también acolchada, y esa era la parte más divertida. La gente se desternillaba de risa. El enano cobraba por cada lanzamiento. Era un oficio. Fue prohibido en todas partes, pero ahora hay un acémila republicano en Florida, un tal Ritch Workman, que quiere legalizarlo con el mismo espíritu que la condesa Aguirre: es aceptado y los enanos eran así felices teniendo un oficio.
Vayamos al núcleo del asunto. Cuando un grupo humano sufre una discriminación objetiva, el convertir en festivo y motivo de divertimento la característica por la que se le discrimina, es humillar y denigrar al grupo en sí. Un enano tiene una singularidad física que para muchas cosas es una desventaja y por la cual tiene la vida un poco más difícil que los demás. Un ciego o un sordo también. Hacer una juerga pública con la ceguera del ciego o la sordera del sordo, o con la pequeñez, forma o ligereza del enano, es degradar a un grupo humano que tiene todo lo necesario para vivir dignamente. Ser de raza negra no es una desventaja física, pero es también motivo de discriminación. El hacer un divertimento público, así sea voluntario y bien pagado, sobre el color de la piel (no imagino cuál sería el divertimento, me falta visión empresarial) sería un acto degradante para el grupo humano correspondiente.
Tampoco ser mujer es una desventaja de la naturaleza, pero sí un motivo de discriminación y de desconsideración que las estadísticas confirman con tenacidad. Bergson decía que lo que movía a risa era la deshumanización de lo humano, el humano que de repente se porta como un mecanismo (por eso nos reímos cuando alguien resbala y cae en el charco). Tomar la característica física por la que se discrimina al enano para convertir al humano en un mecanismo deshumanizado y risible, deshumaniza y acentúa la desconsideración del grupo. Las mujeres se diferencian de los hombres por su cuerpo (a mí, de hecho, me parece que todas las diferencias entre hombre y mujer que no se ven a simple vista son culturales). Tomar el control del cuerpo y sexo de una mujer por dinero es uno de esos procesos por los que un humano se hace mecanismo deshumanizado. Que sea precisamente el aspecto por el cual un grupo humano es discriminando hace que el hecho degrade al grupo en cuestión. Y el punto en el que es degradante sí es cosa de mujeres. No sé qué contarán en las misas a las que va Esperanza Aguirre, pero la prostitución es cosa de mujeres y en la masculina no se juega con ningún aspecto por el que un grupo sea discriminado. La ofensa se da solamente en femenino en este caso.

Suecia es el único país que legisló y actuó sobre este fenómeno. La prostituta no hace nada ilegal, pero sí el consumidor. Igual que no es el enano, sino el que lo lanza, quien comete el abuso, en Suecia se considera el pagar por sexo como un acto violento y de explotación. Santo remedio. El fenómeno, tan antiguo, tan inevitable y tan nuestro, bajó en un ochenta por ciento. En contra de lo que cree Rivera, lo que mantiene en un limbo sórdido la prostitución no es que sea ilegal, sino que sea una ilegalidad tolerada. El paso que dieron en Suecia es doble: dejar de tolerar y penalizar al abusón. Siempre va a haber voluntarias para dejar que un palurdo trate su cuerpo como un mecanismo y siempre va a haber voluntarios para regalar el riñón, la mano o la vida por su hijo. Para eso debe haber leyes que castiguen a quien se hace con el sexo o riñones ajenos. Es civilización y humanidad básica.

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