viernes, 24 de abril de 2015

Mediterráneo, muertes que riman

 “Morían lentamente… eso estaba claro. No eran enemigos, no eran criminales, no eran nada terrenal, sólo sombras negras de enfermedad y agotamiento, que yacían confusamente en la tiniebla verdosa.”
Conrad, Joseph, El corazón de las tinieblas.
Todas esas muertes del diecinueve de abril en el Mediterráneo, más de ochocientas, y las anteriores y las venideras son muertes lentas, porque lentos son los efectos de toda forma de abandono. El sur de Europa es la frontera más infame de la Tierra. Es la que separa, o junta según se mire, en menos espacio la riqueza y la desesperación. En ningún sitio hay tanta diferencia a uno y otro lado de una línea artificial. “Si vas al norte, acuérdate de Orfeo; si vas al sur, acuérdate de Dante”, escribió Ángel González. Esas palabras, pensadas en su día para los Pirineos, resuenan ahora con nuevos ecos en el Mediterráneo. El Mediterráneo era para esos ochocientos como la laguna Estigia para Orfeo. Había que lanzarse como él sin mirar el infierno de Dante que quedaba detrás. Y allí murieron sin ayuda, porque un salvamento de mínimos disponible hubiera provocado un “efecto llamada”, según rugieron hace un mes Rajoy, Merkel, Jorge Fernández y otros.
A los recuerdos vamos. La poesía se basa en algún tipo de ritmo, rima o repetición, en algo que vuelve y junta fuerzas con otra cosa pasada a la que intensifica, en algo que crea una expectativa de retorno, como una promesa. Estas muertes no son frases sueltas. Estas muertes deben traer a nuestra memoria otros hechos que deben quedar debidamente subrayados y resaltados en nuestra atención, como formando un poema innoble, porque estas muertes llegan con la promesa de muchas más muertes.
Estas muertes suceden por abandono, porque el que tiene medios decide no mirar y no ve y no ayuda. Suceden por ceguera, porque Europa decide no aceptar las dimensiones de una masa explosiva y desesperada dispuesta a ahogarse o estrellarse contra muros con concertinas porque no hay dolor que añadir a su dolor. Y suceden por insensibilidad e indolencia de una población que prefiere enterarse de las cosas sólo hasta el punto en que no obliguen y no comprometan, punto en el que prefiere distraer la atención. Por momentos, Europa parece el castillo cerrado a cal y canto de Allan Poe, en el que unos cuantos vividores insensatos creían poder vivir en fiesta permanente a salvo de la Muerte Roja que mataba entre horrores a toda la población. Lo que estas muertes nos tienen que traer a la memoria son los actos y las palabras que estimulan el abandono, la ceguera y la indolencia de la gente, por las que tantos se mueren en el desamparo y por las que la Muerte Roja amenaza al continente.
En los años ochenta, y después de dejar los trajes de pana y hacerse hombre de Estado, Felipe González en las ruedas de prensa empezó a darse un aire a Helmut Schmidt con unas gafas de metal fino que agitaba cogiendo por la patilla. Muchas veces los políticos creen que cogen prestancia y sabor internacional asimilándose a las maneras de políticos del exterior. Así que en 2008 Rajoy, con pocas posibilidades de vencer a Zapatero, decidió homologarse a lo que veía un poco más al norte, no mordisqueando gafas por la patilla, sino agitando el espantajo de los inmigrantes en plan francés. Fue cuando quería exigirles firmar un contrato que les obligara a cumplir nuestras leyes, respetar nuestras costumbres (?) y a pagar impuestos (¿cuántos asistentes a la boda de la hija de Aznar cumplirían tales requisitos para andar por aquí?). Fue también cuando el incalificable Arias Cañete soltó la memez aquella de las tostadas de los camareros españolazos que ahora ya no se sabían servir con tanto camarero étnico.
Esta legislatura empezó con aquellos disparos de la Guardia Civil a inmigrantes que estaban en el agua ya a nado. Murieron catorce. Hablo de esta legislatura porque este Gobierno estaba detrás de esta conducta. La Guardia Civil dijo que no habían disparado a nadie sino que habían dibujado en el mar con ráfagas de bala la línea de la que no debían pasar. Qué simbolismo insuperable. La frontera sur de Europa, la línea mundial de la infamia, marcada con ráfagas de bala.
Albert Rivera viene diciendo con insistencia que la atención sanitaria en España debe ser para los españoles y los inmigrantes residentes. Los demás sólo serán atendidos si son niños, embarazadas o tienen una enfermedad grave o rara. Tiene especial interés la sensibilidad que se educa a partir de la asistencia médica. ¿Qué habría que hacer, según Rivera (y Rajoy), con un inmigrante sin dinero y sin papeles que tiene un cólico de apendicitis? ¿Lo dejamos retorcerse hasta que la infección progrese y se haga grave y entonces sí lo atendemos? Si un inmigrante enferma y un médico certifica que la cosa es “rara”, se le atiende; en caso contrario, ¿qué se supone que hay que hacer?
La forma de darle apariencia ética a estas cosas, es hacer grados en las situaciones de humildad o miseria, de manera que puedas presentar el desamparo de unos como protección de otros. Así se puede negar a los más necesitados la atención humana mínima, que es la asistencia en la enfermedad, diciendo que lo que se hace es proteger a los inmigrantes legales con papeles. De la misma manera el FMI pide moderar la “dualidad” del mercado laboral español, es decir, que no haya tanta diferencia entre los que trabajan y los que no, o para entendernos, que los que trabajan no tengan tantos derechos y tanto salario y trabajar se parezca un poco más a no trabajar.
La forma de darle apariencia de racionalidad a estas medidas es la de referirse a los extranjeros no residentes como “turistas”, invocando los casos de europeos que aprovechan estancias en España para procurarse ciertas atenciones que en sus países hay que pagar. Charlie Marlow, el personaje de J. Conrad, se espantaba oyendo a sus acompañantes de navegación referirse a los aborígenes africanos de aquellas selvas como “enemigos”. Quién llamaría “turistas” a esos ochocientos ahogados del Mediterráneo o aquellos que nadaban aterrorizados en mar abierto viendo las ráfagas de bala de la Guardia Civil marcar el territorio del norte.

Por supuesto esta semana, y por unos días más, todos se desgañitan diciendo que hay que hacer algo. Hasta Rajoy discursea diciendo que se necesitan más cosas que discursos, antes de seguir con el Marca. Dicen que en tiempos en los fusilamientos sólo uno de los fusiles ejecutantes tenían munición auténtica, mientras los demás tenían sólo balas de fogueo. Los fusileros no sabían qué fusil era el letal. Simplemente apretaban el gatillo y el reo caía, cada uno podía irse a su casa suponiendo que no había sido su disparo el que había matado a nadie. Ningún discurso ni actitud mata de golpe a ochocientas personas. Esas personas mueren lentamente, por abandono, ceguera e indolencia de la población y gobiernos. Cualquiera de los que vienen diciendo palabras que educan el abandono, la ceguera y la indolencia pueden irse para casa con la conciencia de que nada que hayan dicho mató a nadie, como si hubieran disparado una bala de fogueo en un pelotón de fusilamiento. Pero alguna o muchas de esas palabras, no sabemos cuáles, forman parte de esa muerte lenta que oscurece el Mediterráneo.

domingo, 19 de abril de 2015

Legalizar la prostitución

Tuvo que ser la prostitución una de las primeras presentaciones de Ciudadanos como partido con aspiraciones. Una de las primeras cosas que hace saber Ciudadanos es que quiere legalizar la prostitución. Esperanza Aguirre salta sobre el tema para aplaudir. Si dos adultos acuerdan sexo por dinero, quién es nadie para decir lo que tienen que hacer, dijo la condesa. Y quién dijo que la prostitución era cosa de mujeres. Que salgan a la calle, verán cuántos hombres hay en el negocio, añade sentenciosa. Aguirre siempre está atenta a salirse del cauce del PP y parecer rebelde sin dejar de ser la señorona del cortijo.
Siempre tiene algo de frivolidad sentenciar sobre temas complejos como este, pero se pueden discutir las cuestiones de principio. Albert Rivera tiene cuatro argumentos confesables y uno inconfesable que dan notable fuerza a su propuesta: 1. la prostitución es una realidad: mantenerla ilegal es cerrar los ojos y dejar a las prostitutas en un limbo salvaje y sin derechos; 2. la prostitución es inevitable: dicen que es el oficio más antiguo del mundo y no hay sociedad donde no la haya; no pongamos puertas al mar; 3. regularizar la prostitución supondría un ingreso para el Estado de seis mil millones de euros en impuestos; 4. como enfatiza Esperanza Aguirre, mientras se trate de un acto aceptado y libre, no hay daño. El contrapeso es la sordidez y degradación que se atribuye al oficio. Y aquí entra el argumento no confesable y también poderoso: ¿a quién diablos le importa?
Son argumentos que tienen fuerza, no por su simplicidad, sino por su simpleza. Lo bueno de las bobadas es que están al alcance de cualquier bobo. La prostitución es una realidad tan cierta como el robo o el crimen. Y tan inevitable como ellos. Y seguro que es más antiguo el oficio de matar y quitar que el del sexo (¿quién sería el primero que dijo la gilipollez del oficio más antiguo? Las frases que son idiotas la primera vez que se dicen aumentan su idiocia cada vez que se repiten). No comparo una cosa con otra. Sólo digo que el que una cosa fea sea un hecho y que sea inevitable no quiere decir que no tengamos que hacerle frente. Y si hay razones para que una conducta sea rechazable, y a ello iremos enseguida, no podemos aceptarla simplemente porque arañemos alguna cosilla aceptándola. A lo mejor legalizando el robo conseguimos reducir la violencia de los asaltos y hasta alguna calderilla para hacienda, pero semejante pacto con el mal sólo trae deterioro.
Seguramente por la cosa de que es una realidad y que se puede sacar unos duros de ella, Rivera asocia en el mismo paquete la prostitución con el cannabis y llama valentía a la legalización de las dos cosas. Así añadimos confusión a lo que ya está enredado. No sé qué semejanza ve Rivera entre fumarse un porro e irse de putas. La coartada moral de todo esto descansa en que se trata de actos libres. Por supuesto Rivera quiere perseguir la prostitución forzada (faltaría más). Pero, como dice la condesa, si se hace voluntariamente, qué tenemos que decir los demás.
Las leyes establecen derechos precisamente para que los derechos no se reduzcan a los que la gente acepte voluntariamente exigir. Si mi hijo enferma y me exigen un riñón y una mano como condición para atenderlo, seguro que los daría. En el libre juego de la jungla cualquiera cede libremente cualquier derecho en un momento dado. Para eso hay leyes que dicen que nadie tiene derecho sobre mis riñones para atender a mi hijo, tenga yo la disposición a cederlos o no. Esto es civilización y humanidad básica. La cuestión es entonces si hay o no menoscabo de derechos en el acto de la prostitución.
Durante muchos años hubo en muchos sitios un divertimento llamado lanzamiento del enano (creo que salió en un episodio de Ally McBeal). En una discoteca o local ruidoso se le ponía un caso y un traje acolchado a un enano. Unos muchachotes por turno cogían al enano, giraban un par de veces, y lo arrojaban a ver quién lo hacía mejor. El enano se estrellaba contra la pared, también acolchada, y esa era la parte más divertida. La gente se desternillaba de risa. El enano cobraba por cada lanzamiento. Era un oficio. Fue prohibido en todas partes, pero ahora hay un acémila republicano en Florida, un tal Ritch Workman, que quiere legalizarlo con el mismo espíritu que la condesa Aguirre: es aceptado y los enanos eran así felices teniendo un oficio.
Vayamos al núcleo del asunto. Cuando un grupo humano sufre una discriminación objetiva, el convertir en festivo y motivo de divertimento la característica por la que se le discrimina, es humillar y denigrar al grupo en sí. Un enano tiene una singularidad física que para muchas cosas es una desventaja y por la cual tiene la vida un poco más difícil que los demás. Un ciego o un sordo también. Hacer una juerga pública con la ceguera del ciego o la sordera del sordo, o con la pequeñez, forma o ligereza del enano, es degradar a un grupo humano que tiene todo lo necesario para vivir dignamente. Ser de raza negra no es una desventaja física, pero es también motivo de discriminación. El hacer un divertimento público, así sea voluntario y bien pagado, sobre el color de la piel (no imagino cuál sería el divertimento, me falta visión empresarial) sería un acto degradante para el grupo humano correspondiente.
Tampoco ser mujer es una desventaja de la naturaleza, pero sí un motivo de discriminación y de desconsideración que las estadísticas confirman con tenacidad. Bergson decía que lo que movía a risa era la deshumanización de lo humano, el humano que de repente se porta como un mecanismo (por eso nos reímos cuando alguien resbala y cae en el charco). Tomar la característica física por la que se discrimina al enano para convertir al humano en un mecanismo deshumanizado y risible, deshumaniza y acentúa la desconsideración del grupo. Las mujeres se diferencian de los hombres por su cuerpo (a mí, de hecho, me parece que todas las diferencias entre hombre y mujer que no se ven a simple vista son culturales). Tomar el control del cuerpo y sexo de una mujer por dinero es uno de esos procesos por los que un humano se hace mecanismo deshumanizado. Que sea precisamente el aspecto por el cual un grupo humano es discriminando hace que el hecho degrade al grupo en cuestión. Y el punto en el que es degradante sí es cosa de mujeres. No sé qué contarán en las misas a las que va Esperanza Aguirre, pero la prostitución es cosa de mujeres y en la masculina no se juega con ningún aspecto por el que un grupo sea discriminado. La ofensa se da solamente en femenino en este caso.

Suecia es el único país que legisló y actuó sobre este fenómeno. La prostituta no hace nada ilegal, pero sí el consumidor. Igual que no es el enano, sino el que lo lanza, quien comete el abuso, en Suecia se considera el pagar por sexo como un acto violento y de explotación. Santo remedio. El fenómeno, tan antiguo, tan inevitable y tan nuestro, bajó en un ochenta por ciento. En contra de lo que cree Rivera, lo que mantiene en un limbo sórdido la prostitución no es que sea ilegal, sino que sea una ilegalidad tolerada. El paso que dieron en Suecia es doble: dejar de tolerar y penalizar al abusón. Siempre va a haber voluntarias para dejar que un palurdo trate su cuerpo como un mecanismo y siempre va a haber voluntarios para regalar el riñón, la mano o la vida por su hijo. Para eso debe haber leyes que castiguen a quien se hace con el sexo o riñones ajenos. Es civilización y humanidad básica.

sábado, 11 de abril de 2015

Rouco necesita aire para respirar. Y la Iglesia

En todos estos episodios de Bárcenas y los maletines del PP me escandalizó más de una vez la caja A del partido. Me lo recordó en estos días el traslado domiciliario de Rouco Varela. En realidad, la mudanza de Rouco es uno de esos sucesos testigo que hacer recordar varias cosas.
El ático con el que masajea su presunta jubilación el Cardenal Arzobispo Emérito está al lado de la catedral de la Almudena, no lejos de donde se manifestaron todos esos desahuciados de viviendas mucho más pequeñas, por los que un día casi llora Soraya antes de vicepresidir la ley que los define como terroristas. Sabemos que es de lujo, que tiene 370 m2 y que las reformas necesarias para el Emérito costaron más de medio millón de euros. Se ve que el Cardenal tiene sus necesidades (y además de todo tipo; ¿para qué querrá cuatro cuartos de baño?). No vamos a caer en el tema tan manido de dónde dejan estos faustos la cacareada pobreza de la Iglesia, porque a estas alturas nadie se va caer de ese guindo.
Pero sí debemos reparar en que ese medio millón abundante lo tendrá que pagar la diócesis de Madrid, que según parece tiene ya una importante deuda (habrá vivido por encima de sus posibilidades, supongo). Y conviene anotar que buena parte del dinero de la diócesis y de la Iglesia la pagamos todos, incluidos los que no ponemos la equis en la casilla esa del IRPF. Sin ir más lejos, la céntrica mansión de Rouco no paga IBI. La Iglesia no paga IBI porque necesita el dinero para obras sociales como las de acondicionar céntricos pisos de lujo para sus arzobispos eméritos. Y esta es la parte que me hizo recordar a la caja A del PP.
Entre tantos episodios enojosos de tramas y cuentas opacas, pasa inadvertido que el PP (y el PSOE, claro) está pagando sueldos de más de doscientos mil euros y que, si bajamos a los setenta y dos mil euros (simbólicos para quienes nos criamos con pesetas, porque son el umbral del millón al mes), encontraremos que no son pocos los sueldos millonarios que paga el partido en A. A todo esto hay que añadir que quienes cobran estas cantidades, cobran otras por otros cauces y quedan en buena situación de seguir cobrando por más cauces aún. La cuestión es que cuando se habla de financiar con dinero público a los partidos más votados se dicen siempre obviedades sobre la necesidad de partidos en una democracia y la necesidad de recursos para su mantenimiento, como si la cuestión fuera si hay que financiarlos o no. La cuestión es cuánto les estamos dando y para qué.
¿Un partido no puede funcionar sin que el Estado haga ricas a sus elites y millonarios a muchos más? ¿Se vendría abajo la democracia si no fuera así? Como digo, también la caja A de los partidos es escandalosa. Rouco Varela nos recordó con su millonaria mudanza que no sólo está pendiente de discusión si el Estado debe financiar entes como la Iglesia. Está pendiente también cuáles son las cantidades razonables y cuál es el control que el Estado debe tener de lo que financia, así sean iglesias o partidos. En tiempos de tanta desprotección para tanto desprotegido, el Estado debería poner condiciones para financiar a una entidad que usa el dinero que se le da para rodear a un cardenal de un lujo desmedido. Más que eso está haciendo la UE con los estados deudores, a quienes dice de arriba abajo cómo tienen que gastar su dinero. Y también tendrá que decir algo el Estado sobre los sueldos que pagan los partidos a los que financia. Después de lo que sabemos de la caja A del PP, hay replantearse las generosas subvenciones con que estamos manteniendo a tanto vividor.
El traslado de Rouco nos recuerda también las maneras del ex – Arzobispo. Las más recientes las exhibió cuando se negó a abandonar el palacio episcopal y se quedó de señorón en él mientras su sucesor tenía que irse a las Hermanitas de los Ancianos Desamparados. Y cuando endilgó al país dos discursos inflamados de extrema derecha en momentos institucionales de esos que deberían unirnos durante cinco minutos (recuerdo de las víctimas del 11 M y muerte de Suárez). Rouco se siente en su cortijo, como Esperanza Aguirre o Aznar (está a punto de aterrizar Felipe González, para que esté todo el señorío) y ni desalojan palacios ni obedecen a policías porque no les da la gana. Tampoco vamos a insistir en evidencias sobre el señor Rouco.
Pero sí sobre la Iglesia y sobre su papel y sus compromisos. Lo que mejor indica las prioridades de cada uno es aquello con lo que se compromete. Estar en su momento contra las tasas judiciales que había puesto Gallardón compromete. Estar contra el egoísmo de los poderosos no compromete a nada. Comprometerse tiene algo que ver con dar la cara, tener determinación de hacer algo contra lo que otros quieren hacer. Cuando nos comprometemos contrastamos nuestro parecer con el de otros y tratamos de hacer lo que otros quieren impedir o viceversa. No hay mayor coste en una conducta que indisponerse por ella con otras personas. En ese coste está el compromiso.
Rouco y la Iglesia se pronunciaron durante esta legislatura sobre la ley del aborto y sobre los aspectos de la ley de educación que tocan a la enseñanza concertada y a la asignatura de religión. Se comprometieron en esas causas. Confrontaron su postura con la de otros y hasta mostraron disposición de movilización. Pero en esta legislatura hubo mucha gente que perdió el trabajo. Mucha gente sin trabajo perdió la asistencia. Mucha gente se hizo pobre. Y la Iglesia también se pronunció. Pero sin compromisos. La Iglesia se acerca a estas cuestiones bajo la fórmula general de la caridad. La caridad se caracteriza porque: 1. hay gente que recibe por altruismo lo que le corresponde por derecho; 2. hay gente, en consecuencia, que queda en deuda de gratitud con otros por recibir aquello que no tendría que deber a nadie; 3. no soluciona ningún problema estructural, pero proyecta una sensación positiva porque resalta más la bondad de la acción altruista que la indignidad de la injusticia; y 4. no supone un verdadero compromiso, porque ni combate ni apoya causas, sólo practica una bondad flotante.
No basta con ayudar a quien es pobre. La pobreza no es un fenómeno atmosférico. Hay que comprometerse contra la pobreza, pronunciarse y movilizarse contra las medidas que la causan y que nos hacen tan desiguales. En estos años la Iglesia no dijo nada, ni siquiera defendió a Cáritas, ¡a Cáritas!, cuando la atacó Montoro por decir que en España había pobres. La Iglesia sólo se comprometió con sus cosas, la enseñanza y el aborto, y practicó la caridad y la evasiva en todo lo demás, como si el paro, las tasas y los recortes fueran una tormenta de pedrisco y vaya por dios. La iglesia de Rouco tiene sus prioridades políticas muy claras y no se comprometerá contra ellas.

Lo que nos devuelve al punto anterior. Debemos poner sobre la mesa qué es lo que estamos financiando cuando financiamos a la Iglesia. El evidente activismo político y partidista de la Iglesia ya está suficientemente financiado en los partidos correspondientes. El creciente laicismo de la sociedad aprieta a la Iglesia, como las casas normales dejan a Rouco sin resuello. Necesitan espacio, aire y privilegios para respirar. Rouco medio se va medio se va yendo. Pero la Iglesia de Rouco sigue aquí haciendo su papel. Hay mucho que hablar y algunas decisiones obvias que tomar.

viernes, 3 de abril de 2015

Días sin Villa y sin parlamento ante la campaña electoral

Allá por 1991 Moncho Alpuente escribía en El País Imaginario, y al hilo del ambiente creado por la primera guerra del Golfo, sobre la protesta de algunos líderes africanos en la ONU. En su noticia imaginaria los disconformes africanos decían que sus guerras superaban en méritos de crueldad, sangre y entretenimiento a las guerras con protagonistas occidentales y que era simple racismo que las televisiones no les dedicaran más programación.
El recordado Moncho Alpuente necesitaría afilar su ingenio un poco más para decir algo de nuestro momento político que pareciera imaginario. Un buen día sabemos que Fernández Villa acumuló una fortuna con muy mala pinta. Teniendo en cuenta su doble atributo de líder sindical minero, con las resonancias históricas y emocionales de tal condición, y de hombre fuerte del PSOE asturiano, y por tanto de hombre fuerte de Asturias, la noticia es ciertamente notable. Resulta que Villa no dice ni pío ni se deja ver por un “síndrome confusional” explicado a medias. Nadie sabe nada. Asturias se tiene que conformar con que Villa no habla. Nuestro parlamentín comisiona a algunos de sus miembros para esclarecer este asunto y terminan sus oficios diciendo que no tienen nada que decir a Asturias. Ellos también están confusos, pero sin síndrome. La prensa nacional no dijo nada de este ensordecedor silencio parlamentario.
Y uno se acuerda de Moncho Alpuente y sus líderes africanos dolidos por la falta de reconocimiento a la violencia y amenidad de sus guerras. ¿Por qué nos dejan al margen en los periódicos nacionales? ¿Nuestra corrupción no tiene las dosis adecuadas de impunidad, maldad y daño para gustar al gran público? Como diría Woody Allen, ¿nos falta cojonudez para entretener a la audiencia con nuestra inutilidad parlamentaria?
En los aviones, y bien lo recordamos estos días, hay cajas negras para los casos de catástrofe porque se entiende que hay dos derechos: el de saber qué pasó y el de que no vuelva a pasar. A los políticos deberían instalarles cajas negras en alguna parte para situaciones de calamidad. Así podríamos saber también qué pasó y podríamos tener alguna esperanza de que no esté pasando todavía. Pero no hay cajas negras en política. Es de temer que los partidos pretendan pasar el período electoral con este bicho dentro, sin dar explicaciones ni concretar propósitos. En casos así hay que hacer un alto y coleccionar evidencias para situarse.
1. Que Villa haya logrado toda una fortuna mangoneando la política asturiana durante décadas quiere decir que el grueso de la gestión pública de Asturias está bajo sospecha. Cuando España crecía, Asturias se hundía. Cuando España se hundía en Asturias sucedía ese problema de Lewis Carroll sobre si dentro de un avión cayéndose sería fácil que cayera agua de un vaso. Y el hombre fuerte, un buen día lo supimos, se enriquecía traficando con recursos públicos. Mientras no sepamos que pasó y cuál fue su extensión tenemos derecho a sospechar de qué fue lo que realmente se gestionaba mientras Asturias languidecía. Todo está bajo sospecha. Tan grave es el silencio del parlamento.
2. El PSOE es el partido afectado por este desastre y el partido cuyo silencio rechina más en la situación política. Esto pudo ocurrir y ocurrió mil veces en el PP. Pero aquí pasó en el PSOE. No basta con echar a Villa del partido y dejar que actúe la justicia. El PSOE debe explicar lo ocurrido, presentar las dimisiones que correspondan y pedir disculpas. Es el partido que más explicaciones nos debe en el proceso electoral. No valen portales de transparencia u oficinas anticorrupción a la andaluza para un futuro limpio y en armonía. La única forma de que no ocurran estas cosas en el futuro es actuar sobre el pasado. Ningún propósito de enmienda es creíble sin un sincero dolor de los pecados y este requiere reconocer los hechos y asumir las penitencias.
3. No sólo es el PSOE el que sigue el guion en un caso de corrupción tan desmoralizante. Los demás partidos también siguieron el suyo, que es una grotesca ley del embudo por la que se invocan principios y pautas de responsabilidad que el partido que las exige incumple de manera descarnada. No hay nada en la actuación de los partidos sobre la corrupción que tenga que ver mínimamente con el respecto a los ciudadanos y un deseo franco de atenderlos. La comisión de investigación no iba a llegar a ninguna parte porque era un politiqueo interno y ajeno a la gente desde el principio.
Foster Wallace cuenta que, en la campaña que enfrentaba en primarias a McCain con W. Bush, una señora en un acto público le dijo a McCain que alguien del equipo de Bush había hecho una llamada telefónica electoral a su hijo. La propaganda contra McCain que vertió el sujeto fue tan grosera que su hijo lloró desconcertado. McCain no aprovechó para denigrar las artes de Bush, sino que le pidió perdón por el daño que las malas conductas políticas hacían a su hijo. Y suspendió el acto, aparentemente afectado.
Da igual lo que hubiera de sincero o teatral en McCain. El mensaje es elevado. El daño hecho a la población debería ser lo que moviera la conducta de los representantes políticos y no sus componendas de poder. La incapacidad de la comisión de investigación para dar una mínima señal de servicio a la comunidad asturiana merece explicaciones en esta campaña electoral. Explicaciones de todos.

En el mismo artículo, Foster Wallace añoraba políticos que inspiren. La inspiración es algo más noble que el liderazgo. El liderazgo supone que la fuerza está fuera de ti, en otra persona excepcional a la que sigues. “La inspiración”, recuerda Wallace, “anima la mente o las emociones de uno”. Las personas que inspiran, como individuos o como grupo, nos hacen nítido lo que queremos y nos hace sentirnos capaces de intentarlo, agitan algo en nosotros que nos hace ser mejores. A quién puede extrañar que tanta gente esté buscando inspiración en nuevas fuentes y apeteciendo nuevas políticas. En campaña estaremos enseguida. Y si alguien agita algo en nosotros que nos haga mejores, habrá cambios.