viernes, 19 de diciembre de 2014

Podemos e izquierda unida ("no le toques ya más ...")

Para muchos militantes y líderes de Izquierda Unida la formación y rápida expansión de Podemos debe ser como el huevo de Colón, una de esas cosas que parecen fáciles y obvias cuando ya ocurrieron. En los días de las acampadas del 15 M, Gaspar Llamazares tenía la sensación de estar oyendo lo que él llevaba tiempo diciendo, como si de repente un montón de gente hubiera entendido algo que a él le parecía evidente desde el principio. Por eso tienen sus razones para no entender por qué se quedan al margen de esta agitación que rodea a Podemos cuando sus propósitos son más o menos iguales.
El programa de un partido es el conjunto básico de cosas que se propone hacer. Puede parecer lógico que la identidad o diferencia entre dos partidos se decida por su programa y propósitos y por eso Garzón viene diciendo que los votantes no entenderían que no se presentaran en una sola candidatura. Muchos votantes pueden sentir que piensan lo mismo que IU y que Podemos y puede extrañarles tener que elegir entre una cosa y otra.
Pero las cosas no deben ser tan sencillas. Los programas y la acción política no pueden llevarse a efecto sin instrumentos. Se necesitan partidos políticos, instituciones y poder en las instituciones para hacer las cosas que se prevén en los programas. El poder es algo parecido a lo que en física es la energía: es la capacidad de hacer cosas. La constitución prevé que el poder parta de los ciudadanos y que lo concentren o repartan con sus votos donde les parezca mejor. Los partidos son las entidades en las que el poder se acumula, igual que se concentra energía en los acumuladores o las baterías.
Esto es así porque así lo establece nuestro sistema electoral. Aunque votamos diputados y concejales, los partidos son los que deciden los candidatos y las listas. Por eso donde los votos concentran el poder es en los partidos y de ahí el poder fluye hacia las instituciones. En principio, la idea no es mala. Si no hubiera nada entre el voto de la gente y las instituciones, el sistema estaría desprotegido contra populistas y aventureros. Los votos pueden ser movidos por pulsiones emocionales colectivas circunstanciales y orquestadas. Aventureros como Mario Conde o quién sabe si Pedro Jota en sus buenos tiempos podrían encaramarse en el poder y hacer desde él las cosas que hacen los aventureros.
No se trata de infantilizar al pueblo y menoscabar su derecho a decidir. Se trata sólo de que haya amortiguadores entre sus acusados vaivenes emocionales y el poder institucional, como hay amortiguadores entre los altibajos del asfalto y el habitáculo de un coche. Los partidos son esos amortiguadores. No se recibe de los ciudadanos el poder más que a través de un partido que es el primer receptor. Como el partido tiene una ideología y una masa de reflexión y acción, el poder procedente de los votos llega sereno a las instituciones. Hasta aquí todo bien.
Pero los partidos, más por el efecto de malas prácticas sostenidas que por canalladas directas, extraviaron por completo el papel que el sistema les reservaba. Como hacen las baterías cargadas, los partidos tienen que soltar el poder que acumulan por los votos hacia las instituciones y recargarse cíclicamente con más votos, si los ciudadanos lo tienen a bien y no prefieren descargarlos y pasarlos a la reserva. El problema fue que los partidos, en vez de cumplir su función de amortiguador entre la voluntad popular y el poder institucional, retuvieron el poder. Nombran al Fiscal General del Estado, a miembros del Consejo General del Poder Judicial o del Tribunal de Cuentas, pero no les ceden el poder. Subordinan las responsabilidades públicas de instituciones independientes a la disciplina del partido que nombra a sus miembros, de manera que el poder se queda en los amortiguadores. Y además deforman el estado para acumular más poder con los mismos votos. Ahí tenemos un senado caro y parásito, que sólo sirve para que los partidos tengan más cargos para designar y más voluntades compradas; ¿o volverá alguien a decir, a finales de 2014, que “hay que convertirlo en una cámara territorial”?
Las consecuencias de décadas de dejar fuera de la foto al que se mueva son conocidas (la expresión es de Alfonso Guerra, que parece que se despertó de la siesta que lleva echando desde los noventa para irse de la política; otra vez): opacidad, atrofia institucional, privilegios, militancia como oficio y corrupción generalizada. Sólo desde esta percepción de la situación se explica el impacto de Podemos. Su fuerte apoyo no se debe a su programa ni a su ideología, que ya habían propuesto otros partidos. Tampoco se explica por la fuerza del liderazgo de Pablo Iglesias, que no es tan aplastante como suponen quienes lo imaginan con coleta, cuernos y rabo con final en punta.
El apoyo se nutre de la certera crítica a la manera en que los partidos vienen funcionando de la única manera en que la gente entiende la crítica y las cosas en política: con conductas más que con argumentos. Podemos tiene estructura y jerarquía, pero la jerarquía es blanda, los círculos flotantes, la frontera entre la militancia lo que no es militancia difusa, la transparencia es radical y, en los primeros pasos, la renuncia a privilegios de “casta” excesiva y monacal. No lo están proponiendo, sino que lo están haciendo. No proponen movilizaciones, sino que tienen de hecho movilizadas a más de cien mil personas en círculos de debate. Izquierda Unida viene siendo una excepción ética. Es cierto que nunca tuvo mucho poder, pero sí el suficiente para haberse corrompido y, sin embargo, es un partido limpio. Pero no fue ninguna excepción en la forma de funcionar como partido. Fue igual de opaco que los demás, igual de ensimismado y cerrado (bien lo sabemos en esta legislatura en Asturias) y con el mismo papel (lógicamente a escala, por su tamaño) con respecto a las instituciones. En Asturias y en Gijón conocimos legislaturas del PSOE solo y del PSOE con IU. La diferencia sólo estaba en el reparto de cargos. Areces fue siempre igual de Areces y en las delirantes andanzas de Rodríguez Vigil nadie notó que estaba en coalición con IU.
IU tiene el mismo programa que Podemos, pero lo que se percibe en este momento es que la cuestión son las herramientas, las maneras de funcionar y distribuir el poder, no tanto los propósitos. Y en esos aspectos ahora centrales IU está tan lejos de Podemos como cualquier otro partido. Ahora mismo son dos fuerzas muy distintas en los aspectos que más preocupan a la gente y que tienen que ver con una regeneración radical en la vida pública y en el funcionamiento de partidos e instituciones.
La afinidad ideológica y de programa deberá manifestarse en los inevitables pactos y estrategias conjuntas que deban hacerse en las instituciones después de las elecciones. La gente entiende que los que son diferentes se pongan de acuerdo si les une lo suficiente. Pero en la oferta electoral tiene que ir por separado lo que claramente es distinto. Hacer de la unidad de la izquierda un argumento electoral central perjudicará a quien lo haga, porque transmite una imagen muy ensimismada de la izquierda y porque a sus votantes naturales nunca les gustó la izquierda que siente como oponente a la izquierda.

Sin duda, el aroma común que desprenden Izquierda Unida, Podemos, Ganemos, Equo y demás tiene un enorme potencial que podrá desplegarse los próximos meses y años. La condición para llegar a la ansiada unidad de acción política es la de la rosa de Juan Ramón Jiménez. Que no la toquen ya más.

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