sábado, 3 de mayo de 2014

La izquierda de la izquierda

[Columna del sábado en Asturias24 (www.asturias24.es)]
En estos tiempos en que nuestros políticos tienen en común lo fundamental, que es su oficio y su beneficio, quedan algunas diferencias intrigantes entre la derecha y la izquierda. Una muy notables es el efecto que les produce a unos que les pasen por su derecha y a otros que les pasen por su izquierda. A la derecha yo diría que el que le pasen por la derecha le hace un efecto de autoafirmación y alivio, a veces casi catártico. Las proclamas de Vox (o Aznar o Rouco) entran en los pulmones del PP como vaho de eucalipto. Refrescan y purifican. La derecha siente reforzada su raíz cuando se habla desde más a la derecha, con ese desahogo que da el oír las cosas claras y sin tapujos. Oír hablar a Vox (o Aznar o Rouco) sobre autonomías, educación o toros debe ser para el PP profundo como aflojarse el cinturón y ponerse en zapatillas. No querrán perder muchos votos por ahí, pero fuera de época electoral les gusta que se diga desde algún sitio lo que se dice desde Vox (o Aznar o Rouco).
A la izquierda, sin embargo, no le gusta que le pasen por la izquierda. A ninguna izquierda. Explicarle a un militante del PSOE que no queremos la monarquía porque no nos parece democrático que la Jefatura del Estado se asuma por nacimiento y linaje es casi irritante para ese militante. Es como si a un padre que está en un restaurante en plena faena con su niña de tres años, que acaba de escupir la comida, chillar y romper el vaso adrede y hacerse caca sin avisar, le decimos que hay que actuar con refuerzos positivos y que la maduración emocional de la niña requiere conductas templadas de apego. Cuando a un izquierdista le leen la cartilla desde la izquierda, su sensación es que un sabidillo le está diciendo obviedades facilonas, que la realidad es más compleja y que está en una actitud muy cómoda cuidando su imagen de progre y sin querer entrar en los hechos.
El PSOE no aceptaría que nadie a su izquierda sea más republicano que él. Simplemente, dirían, es complejo el cambio de estructura del Estado, abriría disensiones y no es una prioridad; es, añadirían, muy fácil andar por la vida de republicano y hacer como que no se entienden las complicaciones. Quien dice la monarquía dice el concordato con la Iglesia y tantas otras cosas. El PSOE no dirá que es más católico o monárquico que IU, ni siquiera dirá que IU es más de izquierdas que ellos. Cree estar en otro contexto y, como digo, las críticas desde la izquierda chirrían como las palabras de cualquier listillo que nos quiere dar lecciones sin arremangarse la camisa. Durante los gobiernos de Felipe González en los ochenta, las palabras más ácidas y los gestos más intemperantes y desabridos de tales gobiernos no fueron hacia Alianza Popular, después llamada Partido Popular. Fueron hacia el PC, primero, y, cuando se fundó, hacia IU y los sindicatos. Quizá recordemos aún cuando González llamaba borracho a Gerardo Iglesias y cuando Txiki Benegas combatía una convocatoria de huelga general invocando el desorden de la Revolución del 34.
Izquierda Unida siempre tuvo también su izquierda, compuesta por partidos pequeños con un papel anecdótico en las elecciones y en la opinión pública. Pero no ahora. Ahora la izquierda de IU parece un hervidero y en él está llamando la atención con fuerza Podemos. No sabemos qué fuerza electoral tendrá esta agrupación, pero desde luego sí consiguió impacto en la opinión pública. Suficiente impacto como para que se le hayan dedicado artículos y comentarios. Y suficiente impacto para que aparezca el gesto torcido con el que la izquierda mira a su izquierda.
Se pueden leer desde hace algún tiempo artículos críticos o displicentes escritos por personas de izquierdas, en la órbita de IU o no lejos de ella. El guion sigue el patrón habitual con el que la izquierda desdeña a su izquierda. Para empezar, nadie aceptará que Podemos está a su izquierda. Para continuar, aparecen los argumentos prácticos. Igual que el PSOE se desgañita pidiendo el voto útil para parar al PP, desde Izquierda Unida se advierte de que Podemos puede fragmentar el voto de izquierdas y truncar parte de sus excelentes perspectivas electorales. Y después llega el rosario de críticas que se lleva siempre el que se mueve y con su movimiento parece señalar el inmovilismo de otros. Lo saben muy bien las feministas, que parece que tienen que ser perfectas todas y todos los días, porque la mínima estupidez que diga la última estúpida del fondo será el asunto por el que pedirán explicaciones a todas las demás.
Se criticó la forma de nombrar candidato a Pablo Iglesias; no porque se haya nombrado de peor manera que como se nombran los líderes de otros partidos, sino porque no se hizo de manera tan pura como decían. Se critica su liderazgo por omnipresente y mesiánico, cuando en realidad parece simplemente un líder, con el grado de centralidad que tienen siempre los líderes (otra cosa es que, por ejemplo, IU ande falta de líderes; Cayo Lara está muy lejos de llegar a la gente y Gaspar Llamazares, aunque tenga razón muchas veces, habla que parece Lluis Llach entre canción y canción). Se dio vueltas durante unos días a si usó la expresión “clase más baja que nosotros” y si asomó por ahí la patita clasista, contra toda la evidencia de su discurso y sus maneras. Se acusa a Podemos de falta de coherencia y programa, con el desdén con el que siempre lo dice la derecha de la izquierda y la izquierda de lo que está más a la izquierda. Hasta se pide que concreten de antemano si estarían dispuestos a llegar a acuerdos con el PSOE o hasta dónde llegarían y con quién, como si fuera normal que la oferta electoral de un partido fuera con quién simpatiza más y como si fuera normal que un partido se comprometiera electoralmente a apoyar a otro partido mayor.
En realidad, como digo, son los reparos que se ponen siempre a quien se mueve y los tiquismiquis por los que se busca justificar siempre el inmovilismo. Tiene más interés analizar cuál es la razón del éxito, de momento mediático y de impacto, de Podemos. No creo que sea, ciertamente, por la brillantez de sus propuestas ni por la consistencia de su programa. Aparte de que ayude el hecho de tener un líder que sí transmite y se maneja bien con los medios, creo que tiene más que ver con las maneras.
España parece hastiada de los partidos y su funcionamiento. Tantas veces se dijo que no hace falta un razonamiento extenso. Los políticos son personas normales que rigen su conducta por estímulos normales. Su éxito se basa en ser de la confianza de alguien y no en ser apreciado por los ciudadanos. Los vicios básicos de funcionamiento multiplicados por décadas dieron lugar a esta oligarquía que tiene la política, es decir, ser de la camarilla de alguien, por oficio y privilegio y que tienen inutilizadas las instituciones del Estado. El voto de los ciudadanos cada cuatro años no puede sancionar todo esto. Se necesitan listas abiertas y porosidad en los partidos, de manera que la gente pueda participar en lo que se cuece en ellos de forma más o menos permanente. Es el primer paso necesario para ir levantando toda esta capa caciquil que nos lastra, para ir minando la corrupción impune y para pensar en formas ambiciosas de funcionamiento y convivencia. Este hastío es especialmente perceptible en la izquierda. El hervidero que hay ahora a la izquierda de IU no es, como solía, el bullicio de mini-partidos maoístas, trotskistas, leninistas y no sé qué más. Lo que burbujea son bocanadas que intentan ser de regeneración. El éxito de atención de Podemos es que consiguió sintonizar con esta ansia de juego limpio y de apertura de canales de participación y con esta avidez de canales para intervenir.

Sin duda IU tiene cierta inocencia en los desmanes que tienen patas arriba cualquier proyecto de país, pero no es percibida como una alternativa a esta aparatocracia con que funcionan los partidos. Por muchas siglas que acumule, en el hermetismo de los partidos y en las maneras gremiales de la oligarquía política IU es más fama que cronopio, más acomodado que incomprendido. El PSOE e IU no consideran que la presencia de Podemos tenga que ver con ellos y hacen mal. Harían mejor en analizar y respirar el descontento y hasta desconsuelo que está detrás de su momentáneo éxito, en vez de perseguir matices de las palabras de Pablo Iglesias para poner la cara de limón con que la izquierda mira siempre a su izquierda. No hay democracia que funcione sin partidos (ni sindicatos). Ni hay democracia con funcione con esto.

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