lunes, 26 de mayo de 2014

Diez años de Felipe y Letizia. Foto de familia con fondo tricolor


D. Felipe y Dña. Letizia cumplen diez años de casados. Muy a tiempo y muy a punto cumplen. En estos tiempos es difícil que alguien hable de la monarquía en serio y, cuando se habla en serio, es difícil reprimir el tarareo del God Save the Queen. Así que justo a tiempo cumplen diez años los príncipes. Un aniversario tan decimal es la palanca justa para mover la propaganda que rehabilite una monarquía tan tambaleante como un rey cayendo de culo en Botsuana. A veces una imagen es el punto de partida o de llegada de mil palabras y seguramente la imagen que anuncia y cierra la cruzada mediática que ya nos posee y nos rodea como Matrix es la foto de familia: las dos niñas delante, la pareja detrás, todos sonrientes; una mano del príncipe baja hasta el brazo de una de las niñas y la otra baja también, pero menos, hasta el brazo de la princesa; ella tiene ladeada la cabeza hacia el pecho del príncipe, con un arqueo del cuello suave, casi praxiteliano. La foto parece de domingo por la tarde, que me da a mí que es el momento de la semana en que más nos parecemos unos a otros.
Dicen que el trabajo principal de una familia real es ser modélica. Y debe ser eso lo que quiere atrapar la foto: una familia modélica. Pero yo discrepo de los principólogos y maestros en realeza. Lo que intenta ser la familia real no es un modelo sino un máximo común divisor. Es una imagen de familia en la que converjan todas las inercias y donde no esté ninguna de las singularidades. Nada de matrimonio civil, piercings, ateísmo visible o pantalones rotos en las rodillas: sólo el cauce normal de las cosas. Así que la foto no quiere mostrar un modelo de familia, sino un boceto. Unos cuantos trazos que no den para diferenciar unas cosas de otras. Los bocetos a veces son los trazos donde el dibujante experimenta y hace pruebas. Pero este no. Este estaba hecho antes de que existieran ellos. La familia de esa foto con cuello praxiteliano y aire de domingo por la tarde era un molde en el que vertería el material humano que tocase para que adquiriera la forma ya preconcebida. Como cuando se pone el molde un castillo en la arena, se fue quitando lo que sobraba (ex-marido, divorcio, actividad profesional) y rellenando lo que faltaba (protocolos, trajes, cosas de princesas). Todo hasta llegar ser un personaje de Roger Rabbit, como el de la esposa del conejo que se excusaba de su sensualidad porque “la habían dibujado así”.
Sí, los delineantes de princesas parece que quieren que Letizia sea un boceto un poco más definido que la reina Sofía. La reina es un esbozo sin apenas detalles. No habla casi nunca. No se asocia con ningún gusto ni actividad. Sólo está ahí. Es la imagen de la que sabe y calla, de la que aguanta y no hace. Si tuviera un amante, no saldría en la foto, como la del rey, porque ella no tiene un segundo de protagonismo. De pura inconcreción, la figura de la reina más que un boceto es casi un borrón. Podría llevar burka, de tan desvaída que es su identidad. ¿Qué le regalarán en el cumpleaños? Hay quien quiere ver algún tipo de bondad en esa imagen. Pero no acabo de ver más que la imagen de mujer invisible, a la que sería machista vencer intelectualmente de tan desvalida, según el prototipo inmortal que nos dejó Cañete.
A Letizia parece que le quieren poner algún trazo más, algún sombreado incluso, pero nada serio. Al final tiene que encajar en el molde de prosa para reyes y princesas: “Ambos aman la vida y sus pequeños placeres. Hoy, diez años después de su boda, son socios, cómplices y compañeros de viaje en un oficio que solo ellos conocen; difícil de explicar; basado en la absoluta ejemplaridad, utilidad, austeridad, principios y discreción de una familia”. A eso tiene que sonar su imagen pública. No, no fue el ABC quien perpetró líneas tan rechinantes. Fue El País, en plena reestructuración de su deuda.
Claro que la imagen se hace con palabras y las palabras acaban por escapar entre los dedos. Raúl del Pozo dijo diciendo y sin decir lo que había averiguado. Letizia no siempre tiene el cuello graciosamente curvado como una escultura de Praxíteles ni Felipe se pasa el día sonriendo. Y no siempre sonríe en casa. Total que la Casa Real, quien quiera que sea, tuvo que decir que la pareja tenía “altibajos”. No es que importe mucho que se griten en público, pero esa palabra, “altibajos” … Parece ser que cuando un toro tiene medio estoque dentro y salen los muletillas a agitar su capa para que el toro gire su cabeza de un lado a otro, no lo hacen para atontarlo sino para que al moverse el metal que tiene dentro rasgue las vísceras. No tanto como un estoque claro, pero para la nueva monarquía que quiere fabricar la propaganda esa palabra “altibajos” era como una cuchilla dentro y al moverse produce escozor y herida en esa imagen de domingo por la tarde. Así que la propaganda ahoga la palabra con palabras para que no rasgue: “Ella, por el contrario, es hiperactiva, expansiva, impaciente, apasionada, espontánea y dura de pelar. Más de altibajos. Para ganársela hay que convencerla”, dice El País, en plena reestructuración de su deuda. Los altibajos quedan anegados entre la explosividad, hiperactividad, apasionamiento y espontaneidad de la princesa. Casi apetece tener altibajos.
La cuestión es que la propaganda quiere que un país hecho y derecho, con problemas de bulto, con más ganas de futuro que perspectivas de futuro se quede embobado mirando si Letizia viajó en autobús o si el príncipe es muy reservado, ahora que cumplen diez años. La monarquía, por más que quiera la propaganda, no deja de ser un aliento medieval en nuestra caras de siglo XXI. No sólo produce sonrojo que alguien por linaje nazca heredando un estado, como si fuera Osel, el niño que nació Dalai Lama. No sólo la corrupción y el delito crecieron en palacio con la mayor frescura. La monarquía tiene además mucho de escopeta nacional. Es un espacio de contactos y apretones de manos, un hervidero de apaños, de grandes apaños, mientras los demás votamos haciendo como decidimos algo. Es uno de tantos mordiscos a la democracia y a las buenas maneras. El país necesita una regeneración integral que sólo puede empezar por arriba, por la política y con ella la jefatura del estado. Es hora de que Letizia y Felipe salgan del estado y de la historia, se griten a gusto, se engañen como Dios manda y que disfruten de una vida de altibajos bien ganados. Hay que ir dejando de ser herencia borbónica y coger al estado por los cuernos y hacerle la foto tricolor que nos civilice.
Justo ahora que se cumplen diez años. Queda hasta estético.

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