sábado, 26 de abril de 2014

Punto de disolución

[Columna del sábado en Asturias24 (www.asturias24.es)]
No sé qué mecanismos son los que hacen que ideas relativamente abstractas se asocien con una experiencia visual que no tiene nada que ver con ellas. El caso es que estos días atrás las noticias de la prensa nacional y la asturiana me vienen dejando en la retina la imagen de una cuchara revolviendo Cola Cao en leche fría, con esos grumos que no llegan a fundirse nunca y sólo se aíslan, se juntan, se separan y dan vueltas con la cuchara como juguetes rotos. Las noticias parecen harapos sueltos y cuesta formar una historia conjunta y coherente con todos ellos.
Ana Botella se descuelga poniendo a una calle de Madrid el nombre de Margaret Thatcher, a la que ya había dedicado una alabanza hinchada y simplona en su blog. Esgrime su condición de mujer (de “mujer mujer”, se supone) para cimentar tal devoción con el mismo desparpajo con que Esperanza Aguirre esgrime su condición de sexagenaria para atropellar motos. Botella parece uno de esos canijos que en el recreo se ponen detrás y bajo la protección del matón de turno para dar alaridos a sus rivales con impunidad. Ella quiere que la alaben y la critiquen por ser thatcherista, quiere ser alguien a base de ponerse a la sombra de la gran dama (aquella dama que era de hierro ante una dictadura argentina moribunda, pero de algodón ante un Deng Xiaoping que la echó a ella y a su bandera de Hong Kong sin pestañear y llamándola vieja vaca; los que son fuertes ante los débiles pero quebradizos ante los poderosos no son de hierro, ni firmes, ni enérgicos; son inmisericordes y eso lo puede ser cualquiera).
Esperanza Aguirre destapa el tarro de la naftalina y los olores rancios para hacer de la patria, los toros y el cristianismo un engrudo capaz de infligir diez años de estreñimiento a cualquier persona cabal que tenga la desdicha de oír semejante bazofia. Entiéndase que todo es cuestión de contextos. Un crucifijo puede ser hasta para el no creyente, no sólo respetable, sino incluso entrañable. Pero, como digo, cuestión de contextos. Cuando la niña de El exorcista se masturbaba con él hasta ensangrentarse mientras daba la vuelta a la cabeza y hablaba con vozarrón de ultratumba, el crucifijo daba escalofríos. Y cuando el cristianismo hace con los toros la pasta nutricia de una españolidad vociferada de rompe y rasga, contribuye a la sensación de estar ante desechos de nuestra historia revenidos y en descomposición. Si Ana Botella busca la sombra de Thatcher para sentirse alguien, la sexagenaria debe andar buscando la de Felipe II o Torquemada.
Rajoy y de Guindos se sienten ejemplares con la economía española, según se puede leer. Alguien debería explicarles a ellos dos (no a Montoro, porque Montoro, como él dice, no tiene remedio) que alardear de bonanza en un país donde la gente sufre y no ve horizonte no da esperanza ni engaña, sólo insulta y escarnece; y que cuando además se anda por el ancho mundo postulándose como ejemplo y lección, la necedad llega al ridículo y ridiculiza a quien se representa. La deuda, que es nuestro verdadero colapso económico, siguió y sigue creciendo, la población está empobrecida o es abiertamente pobre, se redujeron todas las atenciones de un Estado cada vez más voraz de impuestos, se desprotegió a los que no se valen por sí mismos, echamos todos los días fuera de España a titulados y personal cualificado y seguimos reservando los salarios más altos para capillas y pesebres de leales y afines de medio pelo. Pero Rajoy y de Guindos sonríen como si ellos tampoco tuvieran remedio.
En nuestro Principado nadie puede formar una historia coherente con las noticias. Empezamos esta legislatura con un gobierno respaldado por PSOE, IU y UPyD con mayoría suficiente para hacer presupuestos de mínimos y administrar lo que quiera que sea esto. Como grumos de Cola Cao en leche fría, empiezan a revolotear cada uno por su lado sin fundirse ni mezclarse con nada que tenga que ver la situación y la vida de los asturianos. Ni se entendió la dejadez de Javier Fernández para mantener la mayoría inicial ni entendió nadie el juego de cuentavotos de IU y UPyD. Mientras las empresas volaban de Asturias, ellos seguían con sus jueguecitos internos, nos quedamos sin presupuestos y un buen día nos desayunamos con créditos extraordinarios tramitados por un acuerdo entre PSOE y PP. Ahora hay dudas de su legalidad y vemos en santa compaña a IU, Foro y UPyP, por un lado, y PSOE y PP, por otro. Como digo, grumos de Cola Cao girando en la taza y juntándose y separándose sin control y sin que los ciudadanos sepan quién los gobierna ni hacia dónde nos dirigen. Una ley para créditos extraordinarios no tiene el calado político de unos presupuestos y no tiene nada de particular que PP y PSOE lleguen a acuerdos, incluso a acuerdos amplios. Pero los acuerdos literalmente de gobernabilidad a los que lleguen PSOE y PP, incluso en Asturias donde al PP casi no se le ve la cabeza por mucho que estire el cuello por detrás de Cascos, tienen que formar parte de una estrategia común amplia debidamente explicada, con objetivos debidamente declarados. No podemos levantarnos cada día con mayorías que desaparecen, con compañías y apaños impensables en el momento en que la gente echó su voto en la urna y con un gobierno y un parlamento que parecen jubilados al lado de una obra, viendo como se desmorona el edificio.

Pero no hay por qué entender que toda esta sensación sean necesariamente negativa. Tal vez todo sean señales de que la evolución del régimen de 1978: una monarquía que ya parece un borracho pesado colgado del hombro, un estado autonómico lleno de costurones y zurcidos, instituciones de control sin arterias y petrificadas por parásitos de partidos, una clase política desecada que funciona como una oligarquía que flota sobre la población como el aceita flota en el agua, caciquismo y corrupción generalizados, listas cerradas sin control posible del electorado, la evolución de este régimen, digo, haya llegado al punto de su disolución, como si alguien le estuviera dando vueltas en una taza de leche. Tal vez todo este disparate esté anunciando un nuevo período constituyente. Quién sabe si uno de estos 14 de abril estrenaremos traje y descorcharemos algo.

viernes, 18 de abril de 2014

Corazón. Izquierdas

[Columna semanal en Asturias24 (www.asturias24.es)]
“Cuando la estructura rió, Case no lo sintió como risa sino como una puñalada de hielo en la espalda.” “[…] en realidad sólo soy un puñado de ROM. Es una de esas… mmm, cuestiones filosóficas, supongo… — La sensación de la horrible risa recorrió la espalda de Case.” (William Gibson, Neuromante).

Hace unos días Montoro dijo entre risas que no tenía remedio. Tras decirlo rio aún más complacido y repitió que no tenía remedio más entrecortado de tanta risa y tanta dicha de sí mismo. La risa de Montoro tiene algo de uñas chirriando sobre un cristal o de cuchilla rechinando entre los dientes. Hace pensar en la risa helada del ROM que codificaba la memoria de un muerto en el Neuromante de Gibson. Es una risa póstuma en un gobierno lleno de cadáveres momificados. Celebran en la intimidad su reforma educativa (quién sabe si en catalán), pero en público y en los discursos triunfalistas ocultan la reforma y a Wert como se oculta la porquería bajo la alfombra. Gallardón ya limpió de clases medias y mediocres los juzgados con sus tasas y ya estableció minoría de edad permanente para las mujeres, pero hace tiempo que parece un juguete con la cuerda rota que se mueve sin dirección ni control. Sus palabras parecen ya psicofonías de espectro sin futuro político. Ana Mato, con sus prebendas de la mafia Gürtel y su papel de esposa inocente que no se metía en asuntos de hombres, más que cadáver es una nonata política. Para qué hablar de Fátima Báñez y Jorge Fernández, que ponen siempre en manos de santos y vírgenes nuestros asuntos, pero por si acaso no renuncian a recursos tan terrenales como leyes que suprimen derechos la una, y uniformes y armas contra la población propia y no propia el otro. Los dos parecen por momentos salidos de alguna escena de Fray Escoba o aquellas santurronadas que nos amenizaban en tiempos la Semana Santa.
Pero decíamos que Cristóbal Montoro no tiene remedio. Hace poco Cáritas y Save the Children dieron las cifras de la pobreza infantil en España y en el resto de Europa. Un tercio de los niños en España nacen bajo ese umbral infame. El dato atenta contra la justicia, pero también contra la vergüenza. Pero, como Montoro y el Gobierno no tienen remedio ni vergüenza, el Ministro de Hacienda con su voz nasal y su sonrisa de hielo se mofa de Cáritas, dice que es mentira y que eso son estadísticas (?), dejando a los niños a su suerte y a los demás con su risa rechinándonos entre los dientes (tal vez no a todos; ¿qué dijo de esto el incontinente señor Rouco? Puede que al ser niños ya nacidos escapen de su competencia o puede que ande él extraviado en alguna Cruzada y no se haya enterado. ¿Y qué dice su sustituto, Blázquez el Bueno, puesto que de pobres y de Cáritas se trata? De momento y para esto, más ausente que Messi). El dato, decíamos, no sólo habla de injusticia, sino también de vergüenza y decoro. Ahora que Gallardón en su desvarío da normas sobre vestimenta y decoro a los funcionarios de justicia y que Cospedal hace lo propio con los hospitales de los que se siente señorona, podría Montoro apuntarse a la moda del decoro. Ya que no hay justicia ni humanidad que conmuevan a este cadáver tan risueño, podría al menos tener vergüenza y darse cuenta de que cuando señalan a España como el segundo país con más pobreza infantil de Europa es como si le señalaran a él en una reunión de alto copete como autor de un eructo o una ventosidad improcedente y podría ponerse un poco colorado. Pero él no tiene remedio.
Los niños que nacen pobres viven efectivamente pobres si no se les ayuda. En Irlanda nacen pobres casi la mitad de los niños, según esas paparruchas estadísticas que tanto hacen reír a Montoro. Pero son efectivamente pobres sólo el diecisiete por ciento gracias a los programas y ayudas sociales. En España nacen pobres el treinta y seis por ciento y viven efectivamente pobres el treinta por ciento. Las ayudas sociales sólo salvan de la pobreza a un seis por ciento. No sólo nacen muchos en situación de pobreza. Es que además el Estado no les ayuda casi nada. Una vergüenza. Irlanda consigue rebajar la pobreza real en treinta y dos puntos con sus programas de atención. No hablamos de Alemania, Finlandia u Holanda. La humilde Irlanda, más golpeada que nosotros por la crisis, no deja que los niños que nacen pobres crezcan pobres. Aquí el Estado no tiene recursos. Una interminable cohorte de pesebres del duopolio y de prioridades mezquinas llena de grasa las arterias del Estado hasta hacernos un país sin corazón.
El problema es que el impulso del voto no lo mueven este tipo de situaciones. El voto lo mueven modelos en los que la gente se reconozca y pulsiones emocionales más ligadas a deseos que a denuncias, salvo que se refieran a intereses directos. Poca gente cree tener en casa niños pobres y poca gente cree conocer a niños pobres y por eso la pobreza infantil es un estímulo muy débil para votar. Los niños no son pobres porque sean negros, tengan la cabeza muy grande y tengan en la cara moscas y lágrimas secas. Son pobres porque no tienen los recursos mínimos para ejercer sus derechos mínimos. Pero, como digo, la mayoría de la gente pasa sus días sin afecciones emocionales movidas por esta situación, por lo que no tendrá ningún papel en su voto en las elecciones. Además la gente se moviliza más por lo que desea que por lo que no desea. Le mueven más promesas de prosperidad o grandonismo nacional que de mínimos para personas que están bajo mínimos. Es inevitable. Por eso las sociedades civilizadas no lo confían todo al voto. Tienen estructuras y mecanismos que, entre votación y votación, hacen difícil que el dinero se desmande y las desatenciones lleguen al bochorno. Bien lo sabe el Gobierno y por eso Montoro se troncha de risa helada y chirriante.
Mucho hay que hablar de las izquierdas y quizá hablemos. Baste decir de momento dos evidencias. Sus campañas electorales, sobre todo la de la izquierda que puede ganar, el PSOE, omitirán todo aquello que tanto desdén le produce a Montoro. No buscarán una estrategia comunicativa (que la hay; sólo hay que trabajarla) ni dedicarán recursos a introducir contenidos justos sobre estas materias invisibles para los impulsos del voto, de manera que no les perjudique electoralmente, pero que contribuya a espesar una ética pública. No harán nada de eso (cómo no sentir nostalgia de tantas citas generosas y de altura en las intervenciones públicas como se recordaron en las redes sociales en esta semana del 14 de abril republicano). La otra evidencia es que la alternancia entre mayorías conservadoras y de izquierdas no afecta en absoluto a las prioridades del gasto y, por tanto, de los recortes. El PSOE y el PP gastan el dinero parecido pero no igual; y lo recaudan parecido pero no igual. En lo que son iguales es en las prioridades. Podríamos pensar que el último sitio en el que hay que hacer recortes de ningún tipo es allí donde el ciudadano se encuentra con el Estado: en el aula, en el ambulatorio, en la administración de Justicia, en la ayuda directa al que está por debajo de lo mínimo. Pero es justamente por donde empiezan los recortes: menos médicos, menos profesores, tasas en la justicia y desprotección de lo más débiles. Unos recortan mucho y con gusto. Otros un poco menos y más a disgusto. Pero todos empiezan por el mismo sitio, las prioridades son idénticas. Los pesebres siguen intocables, los funcionarios de libre designación más libremente designados que nunca, cada bobo de cada cargo sigue creando su cohorte particular. Con la corrupción y los desfalcos pasa como con cualquier estímulo que se repita. A base de oír un ruido, nos insensibilizamos y dejamos de oírlo. El robo y el fraude es ya un ruido de fondo que no se oye y que ya no capta el mecanismo del voto. Tampoco aquí la izquierda está diferenciándose de la derecha. Sólo se ataca la corrupción del otro. Ni un solo caso fue denunciado por el partido donde se originara. Ni uno.
Irlanda nos recuerda que no es cuestión de riqueza o de crisis que los niños que nacen pobres vivan pobres. Es cuestión de justicia y de vergüenza. Tengamos nosotros corazón y vergüenza y echemos a esta gente de una vez. El día de votación y los demás días. Cuando Montoro tiene razón hay que dársela. No tienen remedio. Echémoslos.

sábado, 12 de abril de 2014

Cataluña y la caja negra. El momento del método

[Columna del sábado en Asturias24 (www.asturias24.es)]
La cuestión de Cataluña me recuerda la catarata de principios, de Grandes Principios, que acuden en tropel cuando un asunto importante no se quiere abordar de verdad. Algunos temas públicos son de tal envergadura que no hay gobierno que pueda soslayarlos y los gobiernos entonces desarrollan estrategias para soslayar los temas que no se pueden soslayar. La táctica es darles mucha importancia, para no parecer vagos o desaprensivos, pero tanta importancia que nunca llega el momento de abordarlos. Piénsese, por ejemplo, en lo que ocurre con los temas en los que la jerga política hace intervenir la palabra “ética”. El aborto o la investigación en células madre son cuestiones tan éticas como las relaciones laborales o el derecho de jubilación. Son aspectos de la vida pública que deben ser regulados sin más. Pero en cuanto el aborto se hace una cuestión “ética” llegarán las consultas a los expertos, los informes interminables, la morralla de debates y artículos sobre si un huevo es una gallina y nunca se pondrán los legisladores a trabajar en serio. Cuántas veces se dijo que si quieres parar un asunto crea una comisión para estudiarlo. Ese es el truco. Le damos al tema la importancia que la gente intuye que tiene y los trabajos preparatorios van creando un fárrago que va convirtiendo al tema en aquellos misteriosos dueños del castillo a los que nunca se llega y al ciudadano que espera resolver lo que le afecta en el aturdido señor K que nunca ve el momento en que por fin se trate de lo suyo.
En Cataluña se viene reclamando con contundencia la independencia y esto no es una cuestión menor. Quien piense que en realidad son los menos puede que acierte y puede que no, pero lo que es seguro es que una abrumadora mayoría quiere que haya un referéndum sobre esta cuestión. Y esto tampoco es un tema menor. Es de esos temas insoslayables que el gobierno quiere soslayar. Así que aparecen los principios. Hay que actuar desde principios claros, dicen todos. Y cuanto más cuestión de principios sea la cuestión catalana, menos abordable será de tanto principio que hay defender.
Los principios son convicciones demasiado generales que chocan fácilmente entre sí cuando se enfocan a temas puntuales. Por supuesto, si trato de rebuscar en mis principios, encuentro unos cuantos que pueden apuntar a la cuestión catalana, tal como salió el otro día del Congreso, que es igual que como entró el otro día en el Congreso. Pero mis principios disparan sobre Cataluña con la misma ineficacia con que las poderosas armas de la Estrella de la Muerte intentaban repeler a las naves de Luc Skywalker y sus chicos. Eran armas preparadas para atacar a grandes destructores y los modestos bajeles voladores con que la Resistencia intentaba picotear al monstruo eran demasiado pequeños para armamento de tanto fuste y se escurrían con facilidad. Los principios son demasiado vagos como para que el grano fino de la cuestión no se nos escurra, como las naves de los jedi.
Mis principios me dicen que no es verdad que todos somos nacionalistas, como dicen los nacionalistas. Todos tenemos una nación, pero para muchos la patria es un ruido fondo y no el primer plano en el que soportamos el grueso de nuestro pensamiento y práctica sobre las cosas públicas. El ideario y razonamiento nacionalista acaba siempre por incorporar palabras que a mis principios les hacen el efecto de la arena entre los dientes: son expresiones como “pueblo” y su plural “pueblos”, “nación” (en ese sentido en que no es estado ni territorio, sino “realidad vital”), “hecho diferencial”, “derechos de los pueblos” y otros similares. Esas realidades tan etéreas se me escurren y fueron muchas veces la apoyatura de los peores contrabandos. También me rechinan en el ánimo como cristales molidos esas patrias indivisibles, unidas por el plebiscito de los siglos y cosas así. O esas leyes o constituciones tan complicadas de modificar que no permiten que nada pueda cambiar como decía Torcuato Fernández Miranda: de la ley a la ley.
No es que los principios de cada uno no tengan que ver con la cuestión catalana. Es que ahora no es el momento de los principios sino del método. Y para eso hay que empezar por poner en su sitio las cajas negras. La caja negra no es ese trasto que hay en los aviones y que lo graba todo. La caja negra en ciencia es el límite que nos imponemos para explicar las cosas, aquello que deliberadamente excluimos de la observación porque la complicación que introduce dificulta llegar a alguna parte. Por ejemplo, Skinner dijo que la mente era una cosa inabordable experimentalmente y que para estudiar la conducta había que ponerle una caja negra. No es que Skinner ignorase que la mente tiene que ver con la conducta. Simplemente la excluía de la observación para poder tratar experimentalmente con la conducta y la modificación de la conducta. Lo hacemos a diario. Todos decimos que la luz se enciende porque alguien pulsa el interruptor. Sabemos que la luz se enciende por el efecto que hace una corriente de electrones al modificarse el estado de un circuito, pero ponemos una caja negra y lo dejamos todo reducido al interruptor que hay que pulsar. Ponemos cajas negras cuando la introducción de ciertas cosas complica sin beneficio.
No sé lo que es una nación ni cómo se determina que un grupo humano lo sea. No sé si la gente de Guadalajara tiene nación o si nación sólo la hay donde los humanos hacen grumos sociales más densos de lo normal. Sí parece que en Cataluña es tenaz el convencimiento de que su organización político-social no funciona y que los catalanes quieren saber lo que piensan sus vecinos. Seguro que podríamos hacer interesantes y sesudos análisis históricos de Cataluña y España. Y podríamos perorar sobre sistemas fiscales solidarios, corresponsabilidad fiscal territorial, agentes recaudatorios y agentes con iniciativa de gasto. Y, como el agrimensor K, nos extraviaremos en debates y congresos sin llegar a la cuestión. Hay que poner cajas negras para tratar la cuestión. Y la cuestión es que cada vez más gente en Cataluña está dispuesta a declarar sin ley la independencia de Cataluña y cada vez más gente en España está dispuesta a actuar con los extremos más filosos de la ley sobre Cataluña (no estarás en la ONU, no tendrás moneda, no estarás en la UE, porque la ley me permite impedírtelo).
No necesitamos ahora principios, que es justo donde por definición nunca se pondrán de acuerdo dos personas que los tengan distintos. Necesitamos método, en el sentido etimológico: necesitamos un camino, una manera, no una razón superior a otras razones. Crujen las tablas del edifico por varios frentes. La monarquía está más en cuestión que nunca. Rouco Varela hizo en dos funerales el impagable servicio patrio de recordarnos que las relaciones entre la Iglesia y el Estado ofenden todos los días. Hay gente que dice que el estado de las autonomías nos aplasta. Nadie entiende para qué sirve el Senado. Nunca se estableció cómo se garantiza la igualdad en los servicios básicos ni cómo una autonomía puede evitar pagar los aeropuertos sin aviones de la autonomía de al lado. Una parte sustantiva de Cataluña quiere ser independiente y una clamorosa mayoría cree que debe cambiar su relación con España, bien para que deje de existir tal relación o bien para que sea de otra manera. No sé si alguien nos dijo a mediados de los setenta aquello de “que os zurzan”, pero si alguien lo dijo su deseo se cumplió. Ahora mismo España es más un Frankenstein, un zurcido inconexo de piezas yuxtapuestas que una sociedad fluida y armónica. Sólo hay un camino en el que, con más o menos escepticismo, todos pondríamos alguna esperanza: reformar la constitución.
La constitución es como un jardín descuidado. La maleza creció como crece la maleza: por donde nadie había pretendido. Una reforma de la constitución es el único escenario en que algunos creemos que podríamos introducir la discusión sobre las listas abiertas que nos liberen de esta Restauración 2.0 que nos aplasta, sobre la monarquía y la república, sobre si Cataluña puede ser un nuevo estado sin dejar de estar en España o eso es una mandanga, sobre si funciona eso de que haya territorios forales, sobre la Iglesia y el Concordato, sobre si la pertenencia a España es revocable o el que ahora permanezca en ella se calle para siempre. En España pinchan todas las aristas y la desesperanza crece por la paredes y por el ánimo. Como pasa en todas las familias, tenemos que quedar para vernos y hablar. A escala nacional eso quiere decir, tenemos que cambiar la constitución. ¿Con qué límites? Creo que con ninguno. Los españoles, quienes quiera que seamos, tenemos que decírnoslo todo. Sin límites. Nos hace falta este impulso. ¿Qué republicano o monárquico, que ateo o católico, qué catalán o qué vasco se negaría a una cita así? A decírnoslo y decidirlo todo. Sin límites.

(“Aquel que en última instancia se halla dispuesto, si es preciso, a no vacilar en imponer su autoridad más valdría que desistiese ya desde el principio de querer empezar por intentar ser escuchado. Si en el límite está la violencia, todo el resto es ya también violencia.”, dijo Rafael Sánchez Ferlosio).

lunes, 7 de abril de 2014

La idea infecciosa

[Columna del sábado en Asturias24 (www.asturias24.es)]
Si pensamos en Francia como una cama elástica, debemos imaginar a Marine Le Pen como una bola de billar que la deforma y hace que los demás partidos giren y tiendan a caer hacia donde está ella. Tras las municipales, Hollande se dejó resbalar inmediatamente hacia la hondonada que provoca Le Pen en la sociedad francesa y puso de Primer Ministro a Manuel Valls. Hollande no sólo describe un giro cuyo epicentro es Le Pen, sino que quiere que Francia lo note. El Frente Nacional no es la fuerza más votada ni su avance es más notable del que tuvo en otros momentos, pero tiene ahora más peso en el ánimo de los franceses y condiciona más el sesgo de los demás partidos. Cada vez es más difícil no definirse con respecto a los argumentos de Marine Le Pen, lo que quiere decir que ella incide cada vez en el temario político del país. Y cada vez es menos tabú para quienes no lo votan que el Frente Nacional ocupe puestos de poder.
Los partidos políticos normales están acostumbrados a ocupar un lugar en la tarta política, a pugnar ideológicamente con otros partidos y a hacer propuestas según el papel que se atribuyen en la situación. Izquierda Unida, por ejemplo, sabe que está a la izquierda del PSOE y que su papel no es gobernar ni ganar, y actuará conforme a ese espacio que cree que le corresponde y que presentará a la sociedad como necesario.
El Frente Nacional es uno de esos partidos heterodoxos, ajenos a la corriente principal y a las maneras acostumbradas, que se presenta enmendando la situación política en sí, no buscando un papel en ella. Se presenta contra la política del momento y los partidos existentes. Ocurrió algo así hace treinta años en Alemania con la entrada en escena de los Verdes. Con un grado de intensidad mayor o menor, en España conocemos partidos que aparecen de esta manera, como Vox, UPyD, Podemos y en Asturias hasta cierto punto el Foro. Por supuesto, no todos significan lo mismo. En la lista que acabo de espigar se mezcla aire fresco con hedores mefíticos, cada cual sabrá distinguirlos.
El factor de éxito de estos partidos no es su ideología ni su programa. Es difícil que un grupo nuevo vaya a competir seriamente con los partidos habituales porque convenza su programa de gobierno integral. El éxito de estos grupos se basa en Una cuestión central y su Idea sobre esa cuestión es el estilete con el que entran en el ánimo de la sociedad. Igual que hay restaurantes que se hacen famosos por su ventresca o por sus huevos estrellados y con tal reclamo hacen clientela para todo lo demás, así sucede que estos partidos consiguen presencia gracias a Una Idea básica. Los grupos de este tipo que tienen éxito lo tienen porque hay algún problema importante mal resuelto en un momento determinado, consiguen una formulación del problema con la que la gente se identifica y practican una movilización sobre el Asunto que la gente ve beneficiosa. De esta manera logran, además de votos, que muchos los perciban como una fuerza provechosa y así influyen en los programas y prácticas de los partidos que sí pueden gobernar.
La Idea de los Verdes en su día giró en torno a las cuestiones medioambientales en un momento en que la depredación de la industria alcanzaba un punto crítico. Siempre hay una carencia, alguna falta de respuesta a algo para que grupos así consigan influencia. Podemos no tendría la visibilidad que tiene ahora si no fuera por la fatiga y crispación que producen los partidos que se turnan en el poder. El discurso de Pablo Iglesias enlaza bien con la indignación general y Podemos parece más una plataforma que un partido, por lo que se percibe, por contraste con la espesura de los aparatos de los partidos, como una oxigenación del ambiente. La izquierda es más proclive a comprometerse con temas que con siglas y estos modos algo asamblearios, abiertos y con un aparato difuso encajan tanto con la actitud de la izquierda como con la réplica que mucha gente quiere a la esclerosis bipartidista.
La Idea de Vox enlaza con la crispación apocalíptica educada en los últimos tiempos por el PP con respecto al terrorismo. Se habló, con éxito limitado pero no inexistente, de humillación de las víctimas, de rendición al terror, de cesión a los asesinos y cosas así. El terrorismo se puede mezclar, con proverbial simpleza pero con eficacia, con la cuestión territorial. De esta manera se hará una mezcolanza de la firmeza ante el terrorismo con la desestabilización inducida por el independentismo y con la percepción de que el estado autonómico es un desorden y un despilfarro. Sobre esta base es difícil saber cuántos votos conseguirá Vox, pero podemos asegurar que muchos votantes del PP desearán que sean muchos. UPyD nació de una filiación distinta, pero quiere enlazar con emociones parecidas. No es una escisión del PP por la derecha, sino del PSOE por el éter. Pero el hartazgo de tanto estado dentro del estado y tanto despilfarro autonómico, en este caso mezclado con la revoltura por los privilegios del duopolio político, son la Idea sobre la que construyen. El Foro en Asturias se cimenta en la sensación de sucursalismo inane de los partidos asturianos. Lo que importó para su ascenso no fue el programa, sino su independencia del duopolio y la vaga idea de que con alguien muy conocido se pinta más en todas partes.
En Francia es especialmente crítico el problema no resuelto de la inmigración masiva y sobre ese problema el Frente Nacional introduce la Idea que lo hizo crecer. El gesto de Hollande fue poner como Primer Ministro al hombre duro de su partido con los inmigrantes. Los ministerios económicos y sociales no son más conservadores que los anteriores. Estos grupos ajenos al “mainstream” influyen siempre a partir de la Idea sobre la que se configuran. Hollande no quiso que un Partido Socialista más próximo a la extrema derecha, sino a la Idea que la extrema derecha introdujo sobre la inmigración: expulsión de inmigrantes y contención enérgica del fenómeno. Marine Le Pen no maneja referencias del fascismo europeo que hurguen en fantasmas y no practica un discurso “cruel”. A todos nos golpea la imagen de esos miles de africanos que se estrellan cada día sobre el muro, este sí de la vergüenza, con concertinas, pero ella no rehúye esa escena, sino que la exhibe como ilustración conmovedora del error europeo de atraer a “esos desdichados” adonde no pueden ser recibidos. Las ideas simples, inmediatas y de consumo rápido sobre temas inquietantes y complejos entran en una población desasosegada como hierro al rojo en la mantequilla. Y, como con la ventresca y los huevos estrellados, a partir del producto principal, de la Idea, se consumirá lo demás.
Murray Gell-Mann decía que la moda de la teoría del caos había llegado a convertir ese concepto en una idea infecciosa. Decía que cuando daba una conferencia y mencionaba algo de las estructuras caóticas, fuese de lo que fuese la conferencia, recibía felicitaciones por su estupenda conferencia sobre el caos. Los Verdes dejaron un poso saludable de su Idea infecciosa en la socialdemocracia, pero nada bueno cabe esperar de lo que el Frente Nacional está plantando en Francia. Se necesitará algo más que topicazos de ortodoxia para frenar la infección. Fue ilustrativo el favor que Ana Pastor le hizo a Le Pen entrevistándola en su programa, como ya analizó con buen juicio Pablo Batalla en este periódico. Hay cierto progrerío que forma su ideario por la postura que va tomando en los temas que hacen ruido en los medios o copan las conversaciones de café. Hace poco Pepa Bueno entrevistó brevemente a Montserrat Gomendio sobre la LOMCE y, pretendiendo presionar a la Secretaria de Estado, le reprochaba que hablaran de la mejora de la calidad y quitaran Educación para la Ciudadanía. Esta materia es irrelevante para la calidad educativa, pero es lo que fue noticia y motivo de toma de postura y sobre tal epidermis a veces la gente teje su idea de las cosas. Ana Pastor intentó enfrentar con Marine Le Pen una idea sobre la inmigración basada en el drama de las verjas, sensibilidad de ONG y charletas variadas de café. Ni el tema es simple ni Le Pen es calderilla política, por lo que la entrevista fue propaganda fácil y eficaz para el Frente Nacional.

Decía teatralmente el personaje Linton Barwick, el halcón republicano de la hilarante In the loop: “en la tierra de la verdad, amigo, el que tiene un solo dato es el rey”. No hay como concentrar la desazón de la población en la menor cantidad de datos posible y en la Idea más sencilla posible para conseguir combar la cama elástica y atraer hacia uno todo lo que se mueva. Y repitiendo el catecismo simplón del buen ciudadano no se aliviará el sobresalto de la gente.