sábado, 15 de marzo de 2014

11 de marzo de 2014. Hoy mismo

[Columna del sábado en Asturias24 (www.asturias24.es)].
En los pasatiempos de los tebeos de hace tiempo, a veces nos proponían una imagen llena de rayas donde había que buscar un sombrero, un paraguas o cualquier otra cosa difícil de ver porque sus contornos se confundían entre tanta raya. Esta imagen nos acerca a ciertas tesis parciales sobre la facilidad con que los niños adquieren su lengua materna, comparada con el calvario que es para un adulto aprender una segunda lengua. Tales tesis dicen que los niños pequeños tienen muy poca memoria a corto plazo y que por eso ellos perciben con nitidez todo lo que se repite en las frases. Lo que se repite son cosas como el número o el género que marcan las concordancias y, por tanto, los niños "ven" con singular claridad la gramática de las frases. Los adultos, con más memoria a corto plazo, no borran de su mente las cosas que oyen y por eso lo que se acumula en su cerebro es un galimatías sonoro en el que cuesta ver las concordancias o las recciones tanto como un sombrero en un amasijo de rayas.
Las informaciones y manipulaciones, el extremo detalle de las versiones que se formularon sobre los atentados del 11 M, pusieron a España los últimos diez años ante un lío de rayas en el que no había forma de encontrar ninguna figura reconocible. Cuando la verdad se asomaba, se ponían más rayas al cuadro para que sus perfiles se confundieran y la historia se extraviara. Hace diez años, mientras aquellas explosiones se nos espesaban en el pecho y se solidificaban en nuestra garganta y mientras los móviles de los cadáveres sonaban con desesperación, algunas cabezas se mantenían ágiles con los números. Pedro Arriola le explicó a Aznar lo que importaba: si había sido ETA ganaría las elecciones, pero si había sido Al Qaeda que las diera por perdidas. Teniendo en cuenta que Arriola siempre quiso arrimar al PP a zonas ideológicamente templadas y que le sobraban Zaplana y Acebes, es poco probable que su diagnóstico en caliente tuviese la intención de iniciar una tergiversación oficial de los hechos. Pero Aznar se tomó la observación con la seriedad con que se toman siempre en el PP las observaciones de Arriola y él tenía muy claro lo que era justo y conveniente para el país.
Ahora pasaron diez años y con la distancia llega el olvido de los detalles, de tanto Tédax, tanta mochila, tanta furgoneta y tanto grupo Mondragón. Con la memoria simplificada por efecto del tiempo, alcanzamos esa claridad infantil tan eficaz y ahora, libres de tanta maraña de detalles y rayas, nuestro cerebro puede ver lo ocurrido con la nitidez con que un niño oye la gramática de una frase.
Las falsedades del PP, emisora episcopal y prensa afín fueron distintas antes de las elecciones y después de ellas, y también fueron distintos sus propósitos. Antes de las elecciones, la mentira consistió en decir que había sido ETA y el propósito era ganar las elecciones. Aznar había zurcido un discurso en el que Zapatero era pasivo o cómplice de ETA. Cada acción de ETA provocaba un delirante reproche del gobierno al opositor Zapatero. Aznar había llevado a la práctica el principio aquel de Goebbels de hacer de todos tus enemigos un solo enemigo: Zapatero y ETA no eran dos, sino el mismo enemigo dialéctico. La autoría de ETA encajaba en esta retórica y a ella aplicó Aznar todos los medios del estado.
Pero se encontró con tres frentes. El primer frente era el hastío e irritación que había sembrado con su gobierno. La insultante frivolidad de la boda de su hija, la reforma laboral y la huelga general y la guerra de Irak, entre otros episodios, estaban en el ánimo de la mayoría de la población y sólo necesitaban una cerilla para inflamarse. El segundo frente fue la rapidez con que se hizo evidente la autoría islámica radical y la relación obvia que podía establecerse con su empeño de la guerra de Irak. Y el tercero fue la evidencia de que había gestionado con mentiras interesadas la tragedia. Los tres frentes fueron la tormenta perfecta para que muchos que no iban a ir a votar o iban a votar en calderilla extraparlamentaria concentrasen sus votos en el único sitio que podía echar al PP, que es el PSOE. El informe de Arriola había sido parcial. Se le olvidó advertirle de que si se le ocurría mentir en situación tan conmovedora diera también por perdidas las elecciones. La ministra de educación saliente, Pilar del Castillo, bramó con fiereza que “esto no quedará así”. Haro Tecglen, con la templanza de quien se siente en el tiempo de descuento, diría semanas después en la radio que la señora ex-ministra se había equivocado: vaya si quedó así.
Después de las elecciones cambiaron las mentiras. Ya no se dijo que había sido ETA, sino que ETA tenía algo que ver. Y se explicó cuál era el objetivo de la matanza: quitar al PP del poder. Las bombas se habían llegado a poner por un entramado conspirativo en el que participaron en distintas dosis todos los que tenían interés en apartar al PP del poder, así sea Al Qaeda, ETA, o el sursuncorda, pero también cargos policiales puestos por los socialistas, porque de desbancar al PP se trataba. Que el amasijo de rayas no nos empañe el recuerdo: parte esencial de la teoría de la conspiración era que sectores de nuestra policía echaron pelillos a la mar con ETA y apañaron una matanza en Madrid para quitar al PP del poder. Jaime Ignacio del Burgo escribe ahora que se dijo tal cosa para ridiculizar la teoría de la conspiración. Pero lo que él dijo sin decir en su día en la comisión de investigación y lo que la prensa afín y la radio de la Iglesia dijeron diciendo todos los días fue exactamente eso: que entre ETA, Al Qaeda y policía filosocialista habían echado al PP a bombazos.
Pero, como digo, además de las mentiras cambiaron las intenciones. Ahora ya no se mentía para ganar las elecciones, que ya habían pasado. Hay una parte de la mentira asociada con la psicología de Aznar. Sólo una parte. A Aznar parece que las palabras que suelta se le solidifican en la mente como si se hicieran piedras y hasta le cambian la morfología cerebral. Dice una mentira y se la cree hasta el punto de quedar orgánicamente incapacitado para pensar desde fuera de ella. Pero el grueso de la finalidad de la propaganda mentirosa era crispar, aullar por las elecciones robadas. Era agitación: desconfianza y desorden, el rugido por el regreso y el azote.
En marzo de 2006, Rajoy dijo, al hilo del abracadabra de El Mundo con la mochila de las narices, que había que anular la investigación y el sumario. Él sabe de leyes, porque nos recordó en esta legislatura que era registrador de la propiedad. Sabe que tales anulaciones implicarían la puesta en libertad de quienes él sabía que eran los asesinos; con lo que luego tronaron en el parlamento cuando aquel Pedro Sanz salió a un pasillo eufórico y tembloroso de entusiasmo porque le había pillado a Zapatero con el móvil la palabra “accidente” sobre el asunto de la T4. Las víctimas “malas” no tuvieron un instante de piedad ni reposo.
Aznar petrificó la derechona con esa teoría de la conspiración y de las elecciones robadas y consiguió electores enfurecidos. Los votantes del PP empezaron a votar muy enfadados y a hacer de su papeleta un instrumento de desagravio. Aún hoy tenemos las consecuencias. La impunidad política de actos deshonestos y clamorosamente delictivos es extravagante hasta para nosotros. A esa impunidad lleva el frentismo, él ellos o nosotros que se sigue rugiendo en las portadas de la prensa conservadora. El votante enfadado cierra filas y no deja sitio en su ánimo para la crítica o la censura de los suyos. Por eso los suyos saquean con desvergüenza y sin coste. El 11 M fue la situación propicia para la crispación y el encono que Aznar introdujo y dejó como una mala baba en nuestra vida pública. La falta de control que trajo consigo está aún adherida a las entrañas de nuestra crisis.
El 11 de marzo de esta semana no se celebró un acto civil unitario de recuerdo. Se hizo una misa, donde no estaban los presidentes electos de hace diez años. El protagonista fue el presidente de los obispos. Todo un símbolo. En el altar estaban aquellos cuya emisora de radio se desgañitó para desviar la investigación de los verdaderos culpables; en primera fila, aquel que pidió anular la investigación. Rouco Varela hizo lo que la Iglesia hizo siempre en España, siempre: dividir, cizañar, encrespar, dominar, sembrar oscuridad, traficar con el miedo y la culpa, ser la peor derecha. El 11 de marzo la Iglesia gritó su impiedad y que en España su presencia ya no es nunca simbólica. Mirar este 11 de marzo hacia las víctimas, todas juntas, nos traía la gravedad del recuerdo y una solidaridad que hace arena cualquier palabra que quiera expresarla. Mirar hacia el altar nos traía los versos de Ángel González:
Comed, este es mi cuerpo.
Bebed, esta es mi sangre.
Y se llenó su entorno por millares
de hienas,

de vampiros.

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