viernes, 31 de enero de 2014

Lo que legitiman los votos

[Columna del sábado en Asturias24 (www.asturias24.es)].
Las dictaduras son malas siempre. Las democracias son buenas a veces. Retengamos esta idea y hagámonos las primeras preguntas a partir de ejemplos.
La ley del aborto causó rechazo nacional y sobresalto internacional. El estruendo hizo que los gobiernos autónomos del PP dijeran que ellos no habían sido, que la Vicepresidenta haya negado tres veces a Gallardón y que la ultraderecha francesa haya tenido que decir que ellos no harían eso, para evitar contagios. Y que la Iglesia calle y apenas diga lo contenta que está, sabiendo que, a diferencia de Jesucristo, sus dedos no curan sino que deprimen cuanto tocan. Gallardón se parece cada vez más al androide malo de Terminator 2. El androide tenía la capacidad de mimetizar a cualquier persona o cosa de su tamaño y (spoiler) al ser arrojado al final a una caldera hirviente, en las convulsiones que daba mientras se derretía, iba adoptando al azar todos los físicos que había remedado, cada persona copiada por él aparecía fugazmente en la caldera como un espasmo. Gallardón se va consumiendo con cada silencio de los suyos y con cada alboroto de la mayoría y, mientras se derrite, va soltando en sacudidas y al azar estremecimientos jurídicos en sucesión caótica, como sustos del estado de derecho. Así, en su agitación ya desnortada fue invocando la violencia estructural de género (?), la condición de víctimas de las mujeres, la igualdad jurídica de los discapacitados, las libertades ampliadas de la mujer, la mejora de la economía, …, todo un pack de delirios.
Pero a lo que vamos. La ley del aborto ofende, pero supongamos que gana las elecciones el PP. El Gobierno diría que tiene legitimidad para sacar adelante esa ley, puesto que la mayoría de la gente los habría votado. ¿Le darían esa legitimidad los votos renovados?
Sigamos. En esta legislatura no hubo día sin sobresaltos para los débiles. Nuestra salud de hierro y nuestro buen aspecto aconsejó retrasar la edad de jubilación, suprimir plazas sanitarias, eliminar urgencias médicas y castigar las bajas por enfermedad. Los parados necesitan estímulos para trabajar y por eso se reduce el subsidio de desempleo. Trabajar empieza a ser un privilegio y para moderarlo y avanzar hacia la igualdad se facilita el despido. Se estimula la producción cultural subiendo el IVA. En educación se vuelve a la cultura del esfuerzo suprimiendo becas y subiendo tasas (Gomendio sabe de eso, que siempre se las tuvo que arreglar con sus propios millones, sin ayuda de nadie). Para que nadie crea que los discapacitados o los enfermos crónicos son ciudadanos de segunda, se les trata como a los demás, eliminando las ayudas a la dependencia.
Los sobresaltos tuvieron su contrapunto en las decenas de miles de millones de euros que se enterraron en bancos y cajas maltratados por sus insaciables gestores, que del disgusto tuvieron que jubilarse, llevándose en pensiones en algunos casos el diez por ciento del valor de la entidad y respetando el otro noventa con altura de miras. La ministra de sanidad cobró dinero abundante y delincuente de tramas mafiosas, pero como estaba más enamorada de su ex-marido que una infanta, confiaba con candor en la bondad de aquel maná. El Presidente cobró dinero oculto de esa mafia, pero primero dijo que sobre eso ya tal y luego que ya se había explicado. Maridos y tesoreros cobraron fortunas en diferido, sin trabajo ni contrato. Conocidos prevaricadores y cultivadores de cohechos, investigados y condenados, se pasean por la calle porque aún no consta que Gallardón no los vaya a indultar. En asuntos de gente ya nacida Gallardón es un poco lento. Para animar la economía se subieron todos los impuestos a los comunes y se decretó amnistía fiscal para los grandes.
Todo esto fue llamado, haciendo llorar al diccionario, “reformas y ajustes” y provocó dolor, desconcierto y agitación. Y volvemos al tema. Si el PP vuelve a ganar, ¿habrá legitimado la población todo este sindiós? ¿Tendrá derecho el Gobierno a decir que sus reformas y ajustes fueron comprendidos y apoyados por el pueblo?
Podríamos seguir. El Ministro del Interior, mientras espera a que termine su trabajo Santa Teresa, convierte en delito toda forma de protesta y Gallardón el Concebido bloquea con tasas el acceso a la justicia para que todo valga. Y siempre llegaríamos a la misma pregunta. ¿Un nuevo triunfo del PP daría legitimidad a la represión y a las vacaciones de la justicia?
Volvamos por donde empezamos. Las democracias, sin dejar de serlo, pueden ser buenas o malas formas de convivencia. Supongamos que un partido presenta en su programa el despido masivo de todo tipo de funcionarios para poner en las dependencias públicas sólo a personas nombradas por los gobernantes, militares incluidos. Y supongamos que proponen que la asistencia sanitaria se restrinja a quienes sean católicos y estén bautizados. Si consigue la mayoría y ejecuta su programa, el proceso habrá sido democrático y lo seguirá siendo mientras se requieran los votos de la mayoría para seguir en el poder. Pero sería una democracia de mala calidad, comparable a una dictadura por su sectarismo. No todo debe estar en juego, deben estar garantizadas ciertas continuidades, el que pierda no lo puede perder todo, para que la democracia y la convivencia sean de calidad.
De la misma manera, la democracia tiene más o menos calidad, es una forma más digna de convivencia o más cercana a una indeseable dictadura de facto, según el alcance que se le dé a lo que los votos legitiman. En una sociedad saludable, los votos no legitiman cuatro años de gobierno ensimismado ajeno a los ciudadanos. No legitiman una interminable cantidad de gestores y electos de listas cerradas que lo son por su relación con el aparato de uno de los partidos del duopolio, en vez de por el apoyo directo de los administrados. La gente no quiere que le quiten el médico de guardia, ni que reserven la enseñanza universitaria para los ricos porque es “no obligatoria”, ni que los multen por protestar cuando Coca-Cola cierra porque sí fábricas que obtienen beneficios. Las mujeres no quieren ser madres a la fuerza y nadie quiere a ladrones impunes y bancos saqueados sobre sus riñones. No hay votación que legitime tales golpes a la decencia. Si cada elegido se debiera a sus electores y no a la posición en la lista cerrada que le da el aparato, se cuidaría de ofender y menospreciar a la gente. Si el Gobierno fuera más poroso, tuviera una retroalimentación más viva con los sectores a los que administra, no podría pasarse cuatro años a sus anchas sin deberse a nada ni nadie, como si alguien les hubiera dado ese salvoconducto.
Y entonces la gente ¿por qué los vota? El PP, o quien sea, siempre puede decir que si se les da la mayoría de los votos será por algo, salvo que consideremos tontos a los votantes. Y en su desesperación hay gente que así lo piensa y lo dice. El impulso del voto tiene muchos resortes y no sólo el acuerdo con una política realizada. Una de las frases políticas más inteligentes por su brevedad y claridad la pronunció De Gaulle para atajar aquel mayo del 68: yo o el caos. La gente huye de la intemperie y del frío, quiere un hogar y unos mínimos. No vota a los partidos “grandes” porque esté más de acuerdo con ellos o porque se fíe más de ellos. Es que los ve grandes, capaces de sostener la comunidad sin que se venga abajo el edificio. Incluso si los indignan los grandes, no votarán a partidos pequeños, más que una minoría, porque no quieren el caos e incertidumbre que trae la pequeñez. La gente no quiere todas estas cosas que pasaron esta legislatura, pero votará al PP si cree que los otros serán más incapaces para protegernos del caos y la intemperie. Con dinero suficiente (en blanco, en negro, en directo o en diferido, pero dinero) se puede organizar una campaña que refuerce los elementos de identificación con una persona y con un discurso y se puede modular el golpe emocional que en un momento dado determina nuestra conducta en las urnas. No es cuestión de si la gente es tonta o libre. Nadie puede negar el efecto en la conducta de una campaña publicitaria.

Asumir que una votación mayoritaria da legitimidad para todo, sin retroalimentación con los ciudadanos, es atropellar objetivamente la verdadera voluntad y las verdaderas aspiraciones de la población. La gente no quiere todo el lote o nada, yo o el caos. Vota porque tiene una preferencia, pero habrá cosas que no les guste de entre todo el lote que vota y no quiere un portazo hasta dentro de cuatro años. Es un ejemplo de las malas prácticas que quitan a la democracia el brillo que la distingue de las dictaduras. Y en una democracia sin brillo como esta en la que nos columpiamos ninguna mayoría de votos expresa conformidad con insultos diarios a la convivencia ni da legitimidad al continuo sobresalto de los débiles.

sábado, 25 de enero de 2014

Política y geopolítica en Asturias

[Columna del sábado en Asturias24 (www.asturias24.es)]
Los cinco partidos que sobrevuelan las instituciones asturianas acaban de desencontrarse sonororamente en la Junta del Principado (PSOE, IU y UPyD) y en el ayuntamiento de Gijón (Foro y PP); y de encontrarse sonoramente en el ayuntamiento de Oviedo (PP e IU) y con sordina en la Junta (UPyD llamó a la puerta de las derechas con sonrisa de vendedor de editorial Planeta). Un buen momento para recordarnos otra vez cómo están las cosas y hacia dónde apuntan.
La izquierda política en Asturias pide el voto a los votantes de izquierda con los mismos argumentos con que los pide en el resto del Estado, que son básicamente un recordatorio de su situación geopolítica. Quizá convenga un poco de vocabulario antes de seguir. Llamo izquierda política al PSOE y a IU. Aunque haya controversia al respecto, incluyo al PSOE porque el PSOE dice ser de izquierdas y porque la mayor parte de los votos de izquierdas van para él; es decir, porque dice ser de izquierdas y el electorado lo consume como fuerza de izquierda. Como digo, es una cuestión de vocabulario, no una manera de calificar las políticas concretas que haga. Digo, entonces, que PSOE e IU reclaman el voto por su situación geográfica en el territorio ideológico.
El PSOE dice o susurra a la izquierda que es la única fuerza de izquierdas que puede llegar al poder o, en negativo, la única que puede impedir que gobierne la derecha. Esto es verdad y es verdad también que es un argumento para que la izquierda lo vote, porque, aunque tomando el café con nata con los amigos el progrerío finja displicencia con el resultado de las elecciones, la izquierda prefiere que gobierne el PSOE que el PP o, en negativo, prefiere estar contra el PSOE que contra el PP. La debilidad de este argumento es que todo esto es verdad siempre: siempre va a ser el PSOE el que puede ganar al PP y siempre será verdad que para la izquierda mejor será el primero que el segundo. Por lo tanto, parece que la izquierda tiene que votar al PSOE como mal menor siempre, haga lo que haga, por su situación geopolítica, por ser vos quien sois. Sin embargo, parece saludable que una parte sustancial del impulso del voto proceda de los hechos, de lo que sucede; el voto tiene que ser una sanción de políticas y conductas. Y este es un buen momento, porque España está hundida por una deuda tan grande como lo que es capaz de producir en un año. El PSOE tendrá que explicar cuáles de las corruptelas y malas prácticas políticas que hundieron al país está dejando de hacer últimamente o cuáles se propone dejar de hacer. En este último caso, tendrán que decir de qué se arrepienten, de qué es culpable quién. Es decir, para que, además de ser preferible al PP, se perciba propósito de enmienda, tendrá que ser creíble su dolor de los pecados y eso no se podrá hacer sin soltar lastre e incluso sin señalar. La cosa no consiste en hacer autocríticas ni en pedir perdón como los Papas. Consiste en tratar como ajenos, con la frialdad y conflictividad potencial que eso pueda traer consigo, cuantos episodios e individuos lo alejen de lo que más anhela el electorado ahora mismo: la inocencia. El PSOE nunca gana las elecciones sin una movilización sustancial del voto de izquierdas y su pasado y el estado del país producen en la izquierda el empacho y revoltura de un banquete de bodas.
Con IU el arranque de la cuestión es parecido. Ellos están a la izquierda del PSOE y es el único partido con presencia parlamentaria cuyo izquierdismo no culebrea o se desvanece con el primer soplo de aire. Con ellos en el parlamento siempre serán audibles y visibles ciertas referencias que la izquierda quiere oír y ver. Por esto reclaman su papel y recuerdan a la izquierda la necesidad de que ellos estén ahí, para que no acabe quedando más izquierda que la que dice que bajar los impuestos es de izquierdas o la que ve la agenda de Zapatero llena de sucesos planetarios. Pero de nuevo esto es verdad siempre. Como el PSOE, IU reclama el apoyo de la izquierda por su situación geopolítica: están dentro del parlamento y a la izquierda del PSOE. Con tal argumento habría que votarlos siempre, pase lo que pase, simplemente por su ubicación. Sin embargo, IU tiene que entender que el voto útil no es necesariamente el voto al poder. El voto útil es el que sirve para algo y tienen que explicar para qué sirve el suyo y enfrentarse inteligentemente a la evidencia injusta pero real de que para la izquierda siempre hay una buena razón para votar al PSOE. Lo que IU representa y lo que aspira a ser ahora mismo es un magma en el que la propia IU flota y se mece con poca iniciativa y poco control y donde tiene que hacer un esfuerzo de navegación. El 15M se hizo visible algo con lo que IU se identifica, pero que no es IU ni se siente representado en IU y que sin embargo necesitará antes o después a IU si quiere llegar a alguna parte. La iniciativa Podemos recoge no se sabe aún si los restos, el aroma o el crisol de todo aquello que estalló el 15M. Izquierda Unida, como en tiempos del referéndum de la OTAN, puede ser el molde en el que esa indignación y esos propósitos tomen forma política y presencia institucional. Pero no basta con que apoye al 15M, a los desahuciados, a los vecinos de Gamonal y a todo lo que se tercie y decir a todo que es justo lo que ellos venían diciendo, como si realmente lo vinieran diciendo y fueran los demás los que ahora se cayeran de la burra. Como digo, ellos flotan sin timón ni inciativa sobre todo estos movimientos y tendrán que cambiar maneras para ser parte de ellos y aportar lo que no tienen estas plataformas espontáneas: forma, estructura, votos. Que no olviden lo fácilmente que la socialdemocracia alemana en los ochenta asimiló los nuevos ingredientes y los aires distintos que trajeron a la política los verdes. La frescura de unas primarias en el PSOE abiertas a todo el mundo y un relevo afortunado en su liderazgo pueden dar lugar a un episodio similar de permeabilidad a esos movimientos en un proceso que dejaría a IU, no en la izquierda, sino en el pasado. No es que espere nada del PSOE, pero en una situación desesperada, y en situación desesperada están, todo puede ser.
La derecha es ahora mismo un problema sin solución para la estabilidad de Asturias. La debilidad y desorientación del PSOE hacen perfectamente posible una mayoría conservadora en cualquier ámbito. El problema es que el entendimiento entre Foro y PP es imposible o efímero. No se trata ya de las evidentes incompatibilidades personales, que tardarían mucho tiempo en dejar de ser un problema, como pasó en su día en el País Vasco con el PNV y su escisión de Eusko Alkartasuna. Es que la prioridad política de cada uno es la desaparición del otro. El PP no quiere dos derechas. Es de sentido común. El Foro quiere ser lo que fue mucho tiempo en Navarra UPN, el único partido conservador de Asturias, que se aliaría en la política nacional con el PP a cambio de que el PP no presente candidatura aquí; es decir, a cambio de la desaparición del PP asturiano. En cualquier gobierno conjunto estaría cada uno pendiente sobre todo de qué tal va la desaparición del otro y no es esperable que sean capaces de formar alianzas estables. El problema es que una posibilidad muy real es que no haya otra alianza mayoritaria en Asturias que la conservadora.
Por su parte UPyD no sacó buen provecho de su primera oportunidad de pintar algo en alguna parte. La espantada de su único y superasesorado diputado, seguida del ofrecimiento de su voto para una moción de censura, pareció un berrinche desnortado que no vaticina nada bueno del trozo de normalidad política que pueda depender de los magentas. Rosa Díez proclamó efusivamente que su partido no es de derechas ni de izquierdas, que es progresista. Me hizo recordar a un profesor universitario que decía, en unas elecciones a Rector, que él estaba siempre con los progresistas, fueran del signo que fueran. Nos reímos los contertulios porque de aquella era evidente que eso era una broma. Seguramente Rosa Díez cree que al decir que no tiene ideología está transmitiendo que no tiene rigideces ni prejuicios. Haría bien en entender que normalmente la ausencia de ideología es ausencia de principios y que la falta de principios acaba muchas veces en falta de escrúpulos.
Este periódico relacionó, creo que con razón, la ruptura del PP y el Foro en Gijón con las encuestas electorales y los cálculos correspondientes. El bienestar de la ciudad no ocupó ningún lugar en esa decisión del PP. De hecho, cuando este partido empleó sus votos para poner en la alcaldía a la segunda fuerza de la ciudad no creo que tuviera ningún plan ni proyecto para Gijón, sino sólo la idea fija de sacar al PSOE del mando. En el Principado la indolencia del Gobierno para mantener un pacto de legislatura tiene sin duda algo que ver con el cálculo de quién se desgasta más, a pesar de que por definición es el Gobierno quien tiene más que nadie la obligación de hacer gobernable la región. Y la actitud de IU y UPyD de romper por la ley electoral huele también a aritmética de votos y escaños. Es pronto para interpretar el entendimiento de IU y PP en Oviedo y saber si son restos de algo, inicios de algo o una cana al aire.

En todo caso no se percibe en tanto encuentro y desencuentro más que el hormigueo interno de los partidos, sin referencia alguna a la gravedad el momento y sin una mínima señal de actitud de servicio. En un momento límite en que están saliendo en desbandada las empresas de Asturias, con aires de deslocalización otras y en trance de cierre o reducción otras muchas, el ensimismamiento de los partidos asturianos es enfermizo y sencillamente incurable. Como un seguro de coches que nos deje en la estacada cuando tenemos un accidente, es lógico que nos preguntemos cada día para qué sirven y para qué los estamos manteniendo. Si nada lo remedia, al día siguiente de las próximas elecciones muchos nos diremos aquella variante de la frase hecha: así son las cosas, unas veces se gana, otras veces se pierde, se pierde, se pierde, se sigue perdiendo …

jueves, 23 de enero de 2014

Castración


No sé por qué, la reducción de la pista del aeropuerto de Asturias, el recorte (otro más) de 150 metros del espacio para despegar y aterrizar en esta tierra, se me impuso metafóricamente como la imagen de una castración; como si no fuera un trozo de pista, sino el pito, lo que Ana Pastor está tratando de cortarle a Asturias.
La comunicación siempre fue decisiva para el desarrollo de los pueblos, pero ahora, con la dichosa globalización, es necesaria para su existencia. Sin comunicación los pueblos no se quedan sin progreso, sino sin aire. La comunicación global, el contacto y presencia en el mundo, no se produce directamente de todos con todos. Podemos acceder a internet conectando nuestra máquina con un servidor, una especie de nodo, y desde ese nodo nos lanzamos a la red mundial. De la misma manera, los pueblos no se comunican, ni nunca lo hicieron, con el ancho mundo directamente, sino a través de nodos. Aunque el Arco Atlántico pueda mover toda la inspiración poética del mundo y todas las arcas culturales municipales, el nodo por el que Asturias históricamente se relaciona con el mundo está en la Meseta. Hoy, sin duda alguna, Asturias enlaza con la globalidad y con la historia a través de Madrid y estará tanto más en el mapa cuanto más cerca en tiempo y accesibilidad esté de Madrid.
El tijeretazo que Ana Pastor quiere endosarle a nuestra pista de aterrizaje afectará al tipo de aviones que pueden operar en esta tierra. Muchos piensan que es el paso previo para una venta a precio de saldo del aeropuerto, es decir, que el corte es el primer movimiento de quitarse de encima Asturias como quien se sacude la caspa de las hombreras. Esto es, que se trata realmente de un corte en nuestras partes.
Busquemos una palabra con densidad etimológica e histórica para nombrar la situación. Los diccionarios tienen ideología porque los escriben personas con ideología. Pero, más allá de cómo describan el significado de las palabras, lo cierto es que en el vocabulario de una lengua se sedimenta hasta cierto punto la memoria de la comunidad. Por eso, en una sociedad secularmente patriarcal y machista, no hay que sorprenderse de que la palabra virtud esté emparentada con el étimo vir ‘varon’. La virtus era la virilidad, la nobleza, valor y fuerza del varón. Ironías de la historia, cuando la palabra virtud se fue asociando a cualidades morales, se fue inclinando hacia las mujeres y hasta llegó a existir la expresión “conservar la virtud” para referirse al estado virginal de las doncellas (Cervantes decía de las serranas que se mantenían en tal estado que iban a lavar la ropa al río “con toda su virginidad a cuestas”; algo me dice que para él la virginidad no era un estado de virtud). La cuestión es que, si desenterramos los étimos de las palabras, la castración, en cuanto tiene de desvirilización, puede tener un sentido asociado con desvirtuar y desvirtuación. Etimológicamente lo que desviriliza desvirtúa y esa es la palabra que andábamos buscando. Cortarnos la pista de aterrizaje y despegue desvirtúa a Asturias, con todas las resonancias históricas de la palabra.

Por supuesto la operación es factible porque el paciente está anestesiado, como corresponde. Nuestro Presidente autonómico está muy enfadado con Fomento por esta operación en ciernes. Pero lo políticamente relevante es que el enfado del Presidente no asusta a nadie porque no enfada a nadie. Donde hay liderazgo o representación fuerte el estado emocional del sumo pontífice es parte de la situación política, porque todo liderazgo supone algo de empatía hacia el líder y algo de confianza hacia él. Cuando el líder se enfada, nos crispamos porque confiamos en sus razones y porque nos contagia por su ascendiente sobre nosotros. Por eso Asturias está anestesiada en la mesa de operaciones lista para su castración y para un paso más en su desvirtuación; porque no hay presidente que la enfade y la soliviante. No puedo evitar la imagen de Ana Pastor con sus tijeras en la mano mirando con ojos golositos a nuestro Cabo Peñas …

viernes, 17 de enero de 2014

Cuál es la cuestión. No nos distraigamos

[Columna del sábado en Asturias24 (www.asturias24.es)]
Es importante comprender que la cabeza y el culo no pueden convivir en las mismas condiciones. La cabeza manda, y el culo obedece. La cabeza respira, come, bebe, piensa mucho y se cuida del bienestar del culo. El culo, agradecido, defeca con regularidad, librando así al organismo de los restos de la descomposición. Por mucho que entre oxígeno en el culo, no aprenderá a respirar. Por mucho que se le meta comida, no podrá masticarla. Lo único que harán todos esos bienes es atascarlo e impedirle que cumpla su función, harán que se ponga enfermo, y en poco tiempo también enfermaría el organismo entero. Es decir, si el culo tuviera los mismos derechos, estos le causarían graves daños, a él y al resto de las partes del cuerpo.
Anna Starobinets, El Vivo.
Alguien pide socorro con la voz ahogada desde el interior de un despacho universitario cerrado. Uno de nosotros propone echar la puerta abajo para ayudar a quien parece en apuros. Otro recuerda, sin embargo, la obligación que tenemos de ser respetuosos con el mobiliario y los recursos públicos y que es inadmisible que los profesores anden rompiendo puertas. No se trata de discutir que, efectivamente, deben respetarse los bienes públicos ni de contradecir que lo de ir por ahí rompiendo cosas no es un buen estilo de vida. De lo que se trata es de cuál es la cuestión, de si estamos ante una vida en peligro o ante un problema de vandalismo con el mobiliario universitario. Antes de despeñar el discurso por una catarata de argumentos y razones, tenemos que dar por sentada la cuestión. Y si la cuestión es que hay una vida en peligro, todo lo que se diga sobre la puerta, el respeto al mobiliario y el dinero público será ruido y confusión. Hasta el mero recuerdo de que las puertas se pagan con el dinero de todos será una distracción negligente de la verdadera y urgente cuestión. Claro que el argumento del respeto al mobiliario, por frívolo que sea, tiene un atractivo arrollador. Su conclusión lógica es la pasividad, no hacer nada, y marcharse con la conciencia tranquila porque actuamos según un valor compartido: el cuidado de los bienes públicos.
Mucho se habló del escrache a propósito de los desahucios y de si eran maneras o no de solucionar problemas eso de ir a domicilios particulares a hacer ruido. Cientos de miles de personas se habían visto desalojadas de su hogar y quedaban endeudadas con quien les quitaba su espacio más privado. Había una ley injusta que no hay en otros países. Había muchos años de malas prácticas bancarias detrás de aquel desastre, mucho tiempo de riesgos inmanejables y políticas ciegas. Y había gente desesperada que protestaba como se protesta en la desesperación. La cuestión se centra en lo discutible, en lo que requiere ser resuelto. Y la cuestión, dijeron, era la protesta. El problema, aquello que necesitaba solución, era la incomodidad de los políticos que sí tenían casa pero oían desde ella gritos y proclamas. Siempre se apela a un valor compartido para sentirse amparado por la ética y, por eso, se apeló al derecho a tener vida privada y familiar de aquellos políticos. Como la salvaguarda de la puerta del despacho cerrado, la conclusión lógica son los brazos cruzados. Los desahuciados sufrían, pero esa no era la cuestión, dijeron. La cuestión era el silencio donde la gente duerme.
En un barrio de Burgos, en estos días, estalla una protesta con una determinación colectiva realmente singular. La gente pierde el trabajo, es menos atendida en la enfermedad, tiene los estudios y la formación superior cada vez más inasequible. Por enésima vez el mismo cacique recibe el mismo favor corrupto del ayuntamiento, ahora para gastarse el dinero que no les dan para una escuela infantil en una obra que les quita los únicos aparcamientos disponibles. Pero esa no es la cuestión, dicen los que mandan. Lo que requiere solución, lo que hay que zanjar, son esos contenedores ardiendo y esas piedras lanzadas en choques con la policía. La violencia, dicen, es la cuestión. O los “atentados”. Siempre un valor compartido para distraer y confundir la verdadera cuestión.
Casos tuvimos con la cuestión de la igualdad. En uno de los trámites de una ley que obliga a las mujeres embarazadas que no quieran ser madres a serlo, un grupo de mujeres entró en el Parlamento con los pechos al aire gritando que el aborto es sagrado. La cuestión no son esas mujeres o niñas obligadas a una maternidad no querida. La cuestión, dijeron, es si se puede entrar en el Parlamento con los pechos al aire y si el aborto es sagrado o profano. La maternidad a la fuerza puede esperar, no era la cuestión.
Los intentos por llamar la atención sobre los estereotipos que se refuerzan con los usos lingüísticos tuvieron episodios notables. La Academia en su Nueva gramática básica salió con prontitud al paso de las guías de estilo que menoscaban el uso del masculino genérico y preconizan los famosos dobletes en masculino y femenino, para recordar que el masculino es no marcado. Además, la Academia fue singularmente ágil en señalar en un recuadro destacado, en el epígrafe sobre el género epiceno, la incorrección de la palabra miembra, que había deslizado en feliz ocasión una ministra. Tiene menos prisa en retocar su Diccionario, por ejemplo en la voz cornudo, da, que aún es referida al estado del varón por la infidelidad de su cónyuge; como si no hubiera cuernos fuera del matrimonio y siempre se debieran a la conducta de ella. Tampoco ve urgencia en modificar la entrada huérfano, donde sigue diciendo que es el estado de quien perdió padre o madre, “especialmente el padre”, como recoge Andrés Neuman en su breve y delirante relación (http://goo.gl/F3F2ux). No se trata de si el masculino es o no marcado ni si miembra es una palabra aceptable. Se trata de cuál es la cuestión. Una mitad de la población vive peor que la otra mitad, los usos lingüísticos son parte, grande o pequeña, del problema. Cualquier movimiento que enfrente esta situación se convierte automáticamente en la cuestión, en el asunto que hay que debatir y resolver. Tan es así que Pérez Reverte ve las acciones valientes, casi heroicas, esforzadas y a contracorriente, no en la resistencia a esas desigualdades en sí (tan bien representadas en el Diccionario), sino en la distracción y en la minucia de esos masculinos genéricos y esas miembras. En tales menudencias es donde él opone la integridad a la debilidad de “corderos mansos y esquilables”; en tales naderías llevan “partiéndose la cara” años los colegas que él los evoca como luchadores. Qué bravura. Siguen muriendo mujeres, siguen duplicando el paro de los varones y aguantando prejuicios, pero para lo que hay que tenerlos bien puestos es para decir que el masculino es genérico. Sin duda Reverte repugna como cualquiera la violencia machista y la desigualdad, pero no repara en su eficaz contribución a la confusión y a la distorsión de cuál es la cuestión. Y la cuestión no es lo que se hace para encarar la desigualdad, derrapando o no, sino lo que la mantiene. La única lección de centrar la cuestión en lo que se hace es que no se haga nada.

Todos estos ejemplos, y muchos más que se puedan poner, apuntan en la misma dirección: que unos somos cabeza y otros somos culo y que el culo no puede pretender los mismos derechos que la cabeza, como sintetiza el personaje de Starobinets. Cualquier movimiento de disconformidad o de resistencia del débil es siempre LA cuestión y centra el debate, como si fuera eso el problema necesitado de solución. Siempre hay valores compartidos a los que apelar para dignificar éticamente la confusión y la distracción, para fortalecer siempre la postura de no hacer nada. La idea es que el débil se aguante. Cada vez que aceptamos la discusión de si viene a cuento invadir supermercados, si se va a alguna parte rodeando el Congreso, si al decir alumnos se excluye o no a las mujeres o si hay derecho a vociferar en el domicilio de Soraya, estamos ayudando a consolidar la actitud de no hacer nada y reforzando el discurso de que al que le haya tocado ser culo que no se empeñe en querer respirar o comer. Cuando os pongan imágenes de una farola rota o una cajera asustada porque la empujó un sindicalista, no os pronunciéis, sed como Pujol, decid que hoy no toca eso, que esa no es la cuestión. Y que culo lo serán ellos.