sábado, 30 de noviembre de 2013

Democracia silenciosa


Mis compañeras tenían el vicio de preguntarme:
—¿Me amas, Viskovitz?
A aquella pregunta yo respondía callando.
Entre otras cosas porque nunca se puede estar seguro de que la pregunta sea realmente ésa. Si quien te la hace es una morsa o un pulpo, la puedes descartar por el contexto; pero, aunque quien te hable sea madre de tus hijos, te conviene no comprometerte con una respuesta concreta, porque si se ha apareado contigo es que viene de otro banco, y para ella «amor» significará seguramente alguna otra cosa, como «rascar la vejiga natatoria» o qué sé yo. De la misma forma, si te pide que se la rasques, puede que en realidad quiera mucho más de ti, y te conviene no contraer obligaciones.
(A. Boffa, Eres una bestia, Viskovitz).

¿Por qué no nos callamos, aun cuando con eso yo pierda el empleo de profesor de este delirio llamado lengua portuguesa? Formaremos así un nuevo Departamento en esta universidad, el de los cánones del Silencio, así con S mayúscula, y en él evocaremos lo que se olvidó de repercutir, de llegar hasta aquí.
(Joao Gilberto Noll, Lord).

El silencio de Rajoy hay días que parece un juego. Seguro que todos intentamos camelar a niños alguna vez con el juego de quedarse callados y el que esté en silencio más tiempo gana. Otros días parece una broma. Recuerdo al calvo de Les Luthiers sintetizando la biografía de Johan Sebastian Mastropiero: “Dos palabras sobre su vida: realizó estudios” (fin de la cita). Sea por juego o por broma, Rajoy lleva toda la legislatura callando, como Viskovitz. Cuando le preguntan por rescates bancarios, su nombre en los papeles de Bárcenas, las cuentas en B de su partido, los viajes a Disneylandia de su ministra o cualquier otra cosa, él reacciona como si el periodista le hubiera preguntado si le amaba: él responde callando, no vaya a contraer obligaciones, nunca se sabe lo que realmente te están preguntando. Las pocas veces que se decide a hablar lo hace a través de un monitor porque le falta práctica y necesita estar a solas para concentrarse. Uno se lo imagina como el personaje de El discurso del Rey, en un cuarto concentrado para decir las cosas de un tirón.
Pero Rajoy nota mucho alboroto en el país y quiere jugar a quedarnos callados todos a ver quién gana. Lo de callarse él era una indicación para que nos callásemos todos, pero no lo pillamos. Así que ahora saca una ley para que callemos de una vez. Con esa ley es delito todas las formas de protesta que le interrumpieron la siesta este par de años. En realidad es delito lo que la autoridad quiera. Es delito, por ejemplo, injuriar a España. ¿Cómo se sabe que España fue injuriada? Si uno dice “mierda de tiempo”, ¿injuria a la madre patria? Si uno se troncha de risa cuando oye decir “madre patria” o “al alba y con tiempo duro de levante”, ¿ofende a España? Lo mismo pasa con la ofensa a un policía. La policía tiene la función de obligar a que alguna gente haga lo que no quiere hacer o de impedirle hacer lo que pretende hacer, es decir, su trabajo trata con la frustración y correspondiente mala leche de otros. Podría parecer natural que oigan tantos improperios como los árbitros de fútbol. Pues ahora la ley dice que hay que tratarlos con mimo. ¿Cómo sabremos cuándo los injuriamos? Si nos pegan con una porra por manifestarnos, ¿tendremos que decir con flema y gesto profesoral “me extraña su actitud, tal vez quiera reconsiderarla”? No hay un Catálogo Oficial de Injurias (conozo un diccionario de insultos, pero no está homologado), por lo que supongo que será injuria lo que el policía o la autoridad diga que lo es sobre la marcha. Acabaremos como el loro de Reboiras de La Saga / fuga de JB, a quien la Guardia Civil estuvo a punto de darle el paseo porque cantaba el cara al sol con retintín.
Y no nos podremos manifestar ante edificios gubernamentales ni armar alboroto donde vivan Sus Señorías. Para eso están los registros, para que la gente haga sus peticiones por escrito y con educación y para ver si aprendemos a callar de una vez, como el Presidente. Y además el Gobierno hará un fichero de infractores. “Que me he quedao con tu cara”, parece querer decir Rajoy. Digo que parece, porque decir decir no dice nada, él sigue callando.
Lo poco que dice el Gobierno sigue siendo tan paradójico como para desafiar la teoría de los tipos de Russell. Ya nos habían explicado que se endurece la enseñanza con reválidas para combatir el abandono escolar, que se suben las tasas judiciales y universitarias para garantizar la igualdad de oportunidades; Gomendio y Wert, Isabel y Fernando, habían introducido en el BOE, en silencio como Rajoy, la supresión de becas Erasmus para favorecer la movilidad de estudiantes; y el CIS ya nos había aclarado que cuantos más votantes del PP nieguen ahora haberlo votado más expectativa de voto tiene el PP. Pues ahora el ministro del interior nos dice que se ponen multas de cinco o seis cifras porque esta ley tiene “intención despenalizadora”. Si no enmudecemos por la acción de la autoridad, enmudeceremos de todas formas de asombro. Lo cierto es que no tendremos un Departamento universitario como querría Joao Gilberto Noll, pero tenemos ya un Ministerio del Silencio. Las cosas que dice este ministro cuando acaba de rezar …
Claro que si uno escucha los desvaríos de Rafael Hernando, el último de ellos la lindeza de que los hijos de personas asesinadas sólo se acuerdan de sus padres cuando hay subvenciones; los graznidos de Francisco Granados sobre tartas y tiros en la nuca; los vozarrones de Cospedal; o las enajenaciones de Ana Botella (qué b-u-u-u-r-r-r-a-a es esta mujer), si uno escucha todo este ruido y toda esta traca diaria, comprende que en realidad no es el silencio total lo que quieren. Ellos quieren el silencio de la mayoría, la mayoría silenciosa, que la mayoría se calle y sólo truenen sus Botellas y sus Hernandos. “[…] los disconformes que levanten el dedo. / Inmóvil mayoría de cadáveres / le dio el mando total del cementerio”, escribía Ángel González sobre otro gallego amante de la mayoría silenciosa. Va a haber que hacer ruido, mucho ruido.

Y si nos acusan de injurias o desórdenes, ya tal …

sábado, 23 de noviembre de 2013

La tarta nacional (sospechosos habituales ante el dilema de la eternidad).

[Publicado en Asturias24: http://blogasturias24.es/?p=2450].
Simon (con ira contenida): ¿Ud. …? ¿Ud. le hizo algo a
mi perro?
Melvin Udall (irritado y agresivo): ¿Te das cuenta de que
yo trabajo en casa?
Simon (apaciguado y conversador): No, no lo sabía.
Melvin Udall (irónico y agresivo): ¿Te gusta que te interrumpan
cuando estás mariposeando en tu jardincito?
Simon (a la defensiva): No, No. De hecho le quito el timbre al
teléfono y a veces le pongo un cartón encima.
Melvin Udall: (iracundo y avasallador) ¡Pues yo trabajo a todas
horas! Así que ¡nunca, nunca, me interrumpas!
Mejor … imposible.
Alguien le tiró una tarta a Yolanda Barcina, presidenta de Navarra. Y le hizo daño, dijo ella después agitando la mano, casi con pucheros. Y después oí hablar sobre el asunto por la radio a Francisco Granados, uno de los sospechosos habituales del PP, mientras yo iba conduciendo detrás de un autobús de dos cuerpos, muy lento, que me estaría aburriendo de no ser por la publicidad tan amena que tenía en la parte posterior, ante mis ojos. Era de la empresa Osiris, que se anunciaba para mantenimiento y limpieza de nichos, tumbas y panteones. Y entre tanto nicho me llegaba la verborrea de Francisco Granados (verborrea incorpora la raíz griega réin, fluir, presente en catarro y me temo que también en diarrea; Granados le dispara a cualquiera las codicias filológicas). Dijo muchas veces la palabra “cárcel”, y dijo también, y esto es lo que celebramos hoy, que había un paso muy pequeño entre tirarle a uno una tarta en la cara y pegarle un tiro en la nuca.
Un aspecto que siempre me fascinaba del discurso de ETA y sus capas concéntricas era la manera tan ligera en que se hablaba de la vida y la muerte. A mí me parece que no hay diferencia más grande que la de estar vivo o muerto, pero en su momento se comparaba la muerte física, real, de algunos vecinos de pueblos pequeños metidos a concejal con la muerte “política”, con la muerte “civil” o con el “linchamiento mediático” de los militantes de partidos ilegalizados; o se igualaba la violencia de arrancarle una pierna a Madina con una bomba con la violencia “institucional” de las autoridades reacias a la autodeterminación de Euskal Herria. Parecía que la cosa de estar vivo o muerto era una diferencia de matiz. A ver qué más dará que te maten físicamente o que te maten mediáticamente.
Y eso, qué diferencia importante puede haber entre que te tiren una tarta y te peguen un tiro; o entre que te vociferen a la puerta de tu casa en plan escrache y te pongan una bomba. Lo de menos, como decía ETA, es estar muerto o vivo, lo que importa es el hecho en sí. El PP mezcla en sus flujos verbales la vida y la muerte con la misma facilidad con que lo hacía ETA, aunque con distinto fin. ETA pretendía quitar hierro a la muerte: matar no es para tanto porque tampoco es tan distinta la muerte física como la muerte política. El PP lo hace para cargar de hierro las protestas sociales: matar es gravísimo porque si te matan quedas muerto, pero tirar tartas, hacer escrache o injuriar a un policía que levanta la porra es igual de grave, porque esas cosas te dejan mustio y ofendido, prácticamente muerto como quien dice. Ya lo decía Forges en aquella viñeta donde mostraba un antirrobo que consistía en una grabación de insultos que se emitía si entraba un intruso en casa. Se confiaba su eficacia a lo que iba a desmoralizar al ladrón la cadena de improperios.
Así que Granados, con esa nostalgia de terrorismo que parece tener en sus tripas bajas el PP, con esas ganas de que pase algo para endilgar ese discurso anti crimen y antiterrorista y hacer esa performance de resistentes, vio su oportunidad con la tarta que voló hacia Barcina (y que “le hizo daño”). Con la oferta de limpieza y cuidado para nichos y panteones delante de los ojos, Granados me recordaba a El Vengador Tóxico, segunda parte. El superhéroe, como ya había encarcelado a todos los malos, se dedicaba a vigilar los juegos de cartas de las viejecitas, porque ya no quedaba otra cosa, y cuando una hacía trampa aparecía él desde detrás de la sebe desplegando su capa de héroe para restablecer la justicia en el juego. Como no hay crímenes donde largar tanta verborrea, lanzan una tarta a Barcina y sale de detrás de la sebe Francisco Granados a luchar contra el terrorismo. Como la diferencia entre estar vivo y muerto es tan de matiz, se van haciendo equivalentes al terrorismo las cosas que van pasando: escraches, insultos a la policía (por lo que desmoralizan, supongo), rodear el Congreso o lanzar tartas. Y dentro de poco, hacer huelga, que en ello están. Cuanto más amparo se quita a la población, menos quieren oír sus protestas y más amenazados les hacen sentir sus gritos.
La izquierda debería entender cómo funcionan las discusiones. Uno da el paso de enfrentarse. El enfrentado se ofende y el que había dado el paso quiere recomponer la compostura. Y le pasa como el Simon de Mejor … imposible, el matón se crece por la mesura creciente del insurrecto y su ira se va haciendo apabullante, hasta que el sublevado es aplastado por el Melvin Udall que desde el principio era el agresor. Así son las cosas: alguien hace escrache o protesta ocupando supermercados; el Gobierno truena diciendo que es ETA rediviva; la izquierda se llena de urbanidad y llama a la convivencia. Y el Gobierno–Udall, crecido por la moderación y encogimiento de la otra parte, se llena la boca de cárcel y orden y saca la ley que criminaliza alguna protesta más. Deberían aprender a hacer a lo hecho pecho en vez de arrugarse. De hecho, no me importa decirlo en voz alta: si le pegaran ahora un tartazo a Francisco Granados me iba a reír más que Piqué si le dan el balón de oro a Messi.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Materiales para la agitación educativa

[Publicado en el blog del diario de próxima aparición Asturias24, http://blogasturias24.es/?p=1763]

“Tal vez la mejor manera de acercarse a este fenómeno histórico consista en referirnos a una experiencia visual […]. Sencillísima de enunciar, aunque no de analizar, yo la denomino el hecho de la aglomeración, del «lleno». […] Lo que antes no solía ser problema empieza a serlo casi de continuo: encontrar sitio.” (Ortega y Gasset, La rebelión de las masas).
Atentados de Londres, 2005: “Estoy conmocionado”, declara Jalik, de 42 años, que vive algunas casas más lejos. “Da miedo saber que estos chicos se criaron aquí e hicieron esto”.
Puede que Wert se haya encariñado de verdad con su ley de reforma educativa. A lo mejor le gustaría no haberse convertido en el monigote del Gobierno y que su ley cayera más simpática. Él entró en la educación y la cultura como un Jesucristo en un templo lleno de mercaderes, azotando, insultando, recortando y menospreciando aquello que debía gestionar. Todo costaba mucho, todo sobraba. Wert no dio una señal de simple interés por profesores, cineastas, músicos o científicos. Fue la imagen de desprecio hacia la cultura que se asocia tópicamente con la derechona y los empresarios brutos. Cuando se dio cuenta, habían calado en la población común varias letanías de la izquierda: su ley es clasista, su ley está hecha al dictado de la Iglesia, su ley es autoritaria y centralista. Hablemos de sus reválidas. La estolidez de Wert y su ley es esférica, idéntica desde donde quiera que la miremos. Trinchemos la bola de sinrazón por sus reválidas.
Las reválidas, la ley entera, se justifican sobre la base de una alarma nacional: resulta que nuestro nivel es bajo, que leemos peor que nadie y que nuestros jóvenes no son “competitivos”. Está tan justificada esta alarma como la alarma por la llamada violencia de género. Son ciertas todas esas muertes infames de mujeres y es de humanidad elemental alarmarnos. Pero no es cierto que los machitos de ahora sean más agresivos que antes. Simplemente ahora se sabe, ahora se difunde y ahora no se soporta. Nuestra formación está bajo mínimos, pero no es verdad que hayamos ido a peor. ¿Éramos antes Finlandia? ¿Venimos de copar premios Nobel de la ciencia antes de tanta estulticia? ¿Fuimos alguna vez ese pueblo inolvidable de Amanece que no es poco, donde los campesinos salían de la taberna cantando madrigales e iban a las faenas del campo hablando de Faulkner o del materialismo dialéctico? Como con la violencia de género, hacemos muy bien en estar alarmados y hacemos muy mal en creer que el problema es nuevo y que estamos yendo a peor. Pero decir por eso que no hay que hacer nada con la educación sería tan estúpido como decir que no hay que intervenir en la violencia doméstica sólo porque antes las cosas eran peores.
Así que Wert, alarmado, interviene. Quiere jóvenes más “productivos” y, según parece, henchidos de fe católica. Habrá una reválida al terminar la Primaria, al acabar la ESO y al acabar el Bachillerato. La de Primaria sólo tendrá un valor “indicativo” (?), aunque es obligatoria. La de la ESO y la de Bachillerato será condición para pasar al nivel siguiente y para obtener el título correspondiente. A quienes no aprueben una u otra no se les dará el título, pero sí “un certificado”. En cada curso de la ESO, desde los doce años, se dará a los padres un “consejo orientador”, en el que se les indicará la conveniencia o no de que continúe sus estudios su hijo o hija, o que se incorpore al “programa de mejora del aprendizaje” o a la FP Básica. Y en todo caso, siempre podrán dejar de estudiar, porque se les dará “un certificado” cuando quiera que lo hagan. Todo ello por la alarma educativa y buscando subir el nivel.
Sin embargo, no tenemos problemas de nivel por arriba: ¿algún Erasmus de alguna carrera vuelve de Dinamarca o de Alemania diciendo que no podían con el nivel de allí? El problema de nivel es por abajo, porque hay demasiado fracaso, demasiados estudiantes que no acaban la enseñanza obligatoria y, de los que la acaban, demasiados que no titulan en nada más. Hay demasiados jóvenes sin los estudios obligatorios o sólo con ellos. Y, paradójicamente, para corregir esto se endurecen las condiciones para pasar de un ciclo a otro con una reválida. Se dice que así es como se combate el fracaso: a los que llevan el camino de ninguna parte se les pone una reválida que les indica que están en el camino de ninguna parte, y se les lleva a ninguna parte cuanto antes; porque, paradójicamente también, se recortan de manera especialmente notable las partidas para la diversificación (ahora llamada programa de mejora del aprendizaje) y toda forma de tratar la diversidad, es decir, de atender a los estudiantes con problemas de rendimiento. El dinero, y no las palabras, mide con exactitud las voluntades políticas. Lo que más sube en horario y en costes para el estado es la religión y lo que más baja es la atención a quienes están en riesgo de fracaso. Esta es la apuesta de calidad.
La reválida de Primaria sólo es “indicativa”. Cuando veamos cómo se distribuyen los suspensos de esa reválida en la red pública y en la concertada, veremos para quién era esa “indicación”, si para las familias o para los centros. En todo caso, será la primera indicación que reciban las familias más vulnerables. Año a año recibirán un “consejo” sobre si sus hijos deben seguir estudiando o desviarse a programas de mejora sin recursos o a una FP Básica sin más utilidad que el Gobierno pueda maquillar las cifras de fracaso diciendo que están estudiando algo. Y año a año se les recordará que si dejan los estudios, tendrán “un certificado”.
Seamos breves: un joven de dieciocho años se diferencia académicamente de otro joven de dieciocho por sus capacidades y conveniencias; pero un niño o una niña de doce años se diferencia académicamente de otro de doce años por la familia que tiene y su nivel socioeconómico. La separación prematura de los preadolescentes es SIEMPRE una separación social. No sólo es injusto individualmente, porque no deja margen de enmienda a quienes en una etapa temprana de su vida no tienen prioridades adecuadas. Es SIEMPRE una injusta segregación social porque la escuela, el estado, no ejerce esa labor de protección que corrige hasta cierto punto la desigualdad con la que nace la gente. Por supuesto, siempre podemos defender a Wert con la falacia de la casuística, dando el mismo peso a la excepción que a la norma, esa forma de razonar según la cual hay de todo en todas partes y como hay de todo pues todo es verdad y es mentira. Siempre habrá un humilde espabilado que salga adelante y algún rico bobo que se quede en el camino. Pero estadísticamente en TODOS los sitios donde se practica la segregación temprana la segregación es social. Y para eso se hace. Se hace desde ese convencimiento de Ortega de que no se cabe, de que no hay sitio, de que una sociedad para todos no es viable y que el cuerpo social tiene que sacudirse de encima lo que menos pese.
Vivimos en una sociedad de composición cada vez diversa y compleja y cada vez más difícil de vertebrar. Sólo el sistema educativo puede integrar y armonizar a la población cuando esto es posible: desde pequeños. Un sociedad donde los grupos humanos son extraños entre sí lleva el monstruo dentro. Los atentados de 2005 en Londres son un extremo grotesco y excepcional, pero revelador. Aquellos musulmanes suicidas que asesinaron en masa eran ingleses. Se lo decían atónitos unos a otros, eran ingleses. Ya habían nacido en Londres, eran de allí. Eran de allí, pero ajenos, eran parte de una sociedad donde unos grupos humanos eran extraños a otros, donde demasiados eran intrusos. Quien quiera ver tremendismo paranoico en mencionar la masacre de Londres a propósito de las reválidas de Wert, que no olvide la fábula de la rana que saltaría si la metiéramos en agua hirviendo, pero se dejaría cocer si le calentamos el agua grado a grado. No olvidemos cómo se llega a los grandes males: se llega poco a poco. Y todos los estadios intermedios son siempre aspectos del mal.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Asturias sin gobierno, valga la redundancia


El problema de que Asturias se quede sin gobierno es el mismo que el de que ciertas personas se emborrachen o que los registradores de la propiedad hagan huelga: que no se nota la diferencia.
El asunto parece ser la ley electoral. En esa ley se contenían algunas cosas que la situación política necesita con la desesperación con que los suelos terrosos y duros necesitan una gota de agua. Se preveía desbloquear las listas electorales y que ser diputado se debiera un poco más al apoyo de la gente al candidato y un poco menos al “aparato” de los partidos. El poder del aparato sobre las listas y sobre quién puede ser diputado y quién no nos asfixia de mediocridad porque sólo llega arriba gente salida del plomo duro de las tripas endogámicas de los partidos a base de ser un calco malo de quien lo nombró. Pero sobre todo nos asfixia económicamente, porque la clase política es ya, ciertamente, una clase y un problema contable. Nadie vuelve a su trabajo después de estar en un cargo. Salen por arriba colocados en algún Consejo de algo y no dejan de entrar nuevos corrientuchos por abajo. La clase política, encapsulada en partidos cerrados y viciados, es un parásito necesitado cada vez de más nutriente. Por eso hubiera sido saludable ese poquito de aire fresco que podría haber entrado con el desbloqueo de las listas.
Curiosamente, al PSOE en este punto, y sólo en este punto, le da un ataque de altura de miras y quiere consenso y no dar pasos que otra mayoría vaya a derogar. Quiere sumar, construir, y como el PP y el Foro no aceptan, cómo lo iban a hacer, la nueva ley electoral, Javier Fernández ante Dios y ante la historia prefiere romper el pacto de Gobierno antes que dar un paso en el que no esté Asturias entera como un solo hombre. Que no quiere la ley electoral, vaya, y que nunca la quiso.
Pero no nos vamos a caer de un guindo con el soplo regeneracional de Izquierda Unida y UPyD. La ley electoral no fue un tema estrella en sus campañas políticas, sino en sus pactos de gobierno. Pero el tema estrella no fue el del desbloqueo de las listas. Y no hubieran roto el pacto de gobierno sólo por eso. El tema estrella fue la desaparición de las tres circunscripciones electorales actuales de Asturias. La reivindicación del todo o nada era la circunscripción electoral única. No vamos a entrar en si debe valer lo mismo un voto de un vecino de Gijón que el de un vecino de Coaña, razones hay para decir una cosa u otra. Lo que cambia es el número de diputados que tendrían los partidos con los mismos votos. Javier Fernández sabe que los partidos grandes perderían escaños y UPyD e Izquierda Unida saben que ellos ganarían algunos. Y todas estas miserias de partido rechinan en la gobernabilidad de Asturias como la arena entre los dientes cuando comemos en la playa los días de viento.

Pero lo mejor es reparar en la atención que este episodio despertó en la prensa nacional y leer las cosas como son. En realidad, la noticia no es Asturias sino Rosa Díez. Como todo se contagia, la invisibilidad de Javier Fernández, su medianía y su nada, se traslada a la Comunidad que dirige. UPyD puede tener en las próximas elecciones, donde no habrá mayoría absoluta, más escaños que los partidos nacionalistas y, como no son rojos asilvestrados como Izquierda Unida, pueden pactar con quien gane un programa de Gobierno homologado y ortodoxo. Y esa es la noticia, la crónica del partido que puede formar Gobierno. Asturias de momento sigue sumergida en España como papel que se sumerge en el agua y Javier Fernández sigue siendo un rumor, apenas sombra de los vivos.