sábado, 5 de octubre de 2013

Asturias y las cuestiones de principio. Un cagao.


[Publicado en el blog del diario de próxima aparición Asturias24, http://blogasturias24.es/?p=363]
Uno se irrita por dos motivos. O porque las cosas son irritantes o porque uno está irritable. Y lo mismo pasa con la expresión frecuente de principios. Cuando alguien habla invocando muchas veces principios, o se trata de un inmaduro o un plasta (no son excluyentes); o estamos ante la inocencia primitiva de algo que empieza; o estamos ante los efluvios de algo que se descompone. Son esas las situaciones en que la gente habla con sentencias de largo alcance. Y es que últimamente me sorprendo, y sorprendo a otros, recitando frecuentemente principios y perorando catecismos al hablar de Asturias. Así que o  nos estamos haciendo unos plastas, o alguna nueva era se está alumbrando en Asturias llena de candor y promesas, o el verde – paraíso natural de Asturias se está haciendo verdín y moho de abandono.
Los principios se ponen a prueba pocas veces y pocas veces nos dicen cosas sabias sobre las tensiones concretas de los asuntos de a pie. Yo soy más creyente del estilo, esas maneras (éticas y estéticas) de la conducta, firmes y gratuitas, que no descuidamos ni cuando estamos a solas y que dibujan la actitud y la forma con que nos gusta estar en este mundo. Cuando uno se va a los principios suele ser pesado o rígido: esas dichosas letanías que se dicen levantando el índice, como “los amigos, si son amigos, se respetan” en vez “llevo media hora esperándote” o “la casa es cosa de los dos”, en vez “recoge el lavavajillas, no tengas tanto morro”, mucho más llanas, esas letanías, digo, son sólo eso, letanías y plastes. Igual que en la vida pública es una vaciedad y una pesadez oír una y otra vez la palabra izquierda en boca de políticos de izquierda (y a veces también la palabra público). Para razonar y analizar las cosas, hay que hacer algo más que reiterar convicciones de principio y mentar el catecismo como lo recitábamos en la parroquia en aquellos tiempos del nacional catolicismo (no sé cómo es la cosa ahora; mi vida piadosa anda algo floja).
La cosa es que, como digo, a veces no es vano ir a los principios. No lo es cuando hay que organizar algo que empieza y hay que ser explícito sobre las bases de lo que se pretende. O cuando algo se desmorona por desatención y hay que recordar(se) y volver a ser explícito sobre la manera en que se construyó. Y la cosa es que ahora los temas de Asturias nos llevan a conversaciones fundacionales y de principio a nada que se rasque en cualquier asunto, lo que puede ser un síntoma de que nos sentimos en un sitio en derrumbe. El otro día nos dijeron que la inversión pública en este paraíso nuestro bajaba un 31,6%. Montoro acompañó el dato con la reflexión de que para qué queríamos inversión si por ahí no íbamos a recuperarnos y lo adobó con esa sonrisa chirriante suya que queda flotando en el aire cuando él ya no está, como si fuera la del gato de Cheshire. Asturias es el 2% (poco más) del territorio de España, el 2% de la población de España y el 2% de la economía de España. Es decir, como decía con voz ronca el personaje de Malamadre de Celda 211, “¡nada!, ¡un cagao!”. Y los políticos asturianos de los dos partidos nacionales grandes ejercen desde siempre de 2% en sus partidos. Javier Fernández truena por el atropello del Gobierno a Asturias. En realidad, siempre es discutible que los presupuestos de un año discriminen o favorezcan a un territorio. El abandono exterior de Asturias y su pésima gestión interna (¿qué fue de todos esos fondos mineros para la reactivación?) se hacen evidentes mirando décadas de actuaciones y falta de ellas. Asturias tenía problemas estructurales hondos, pero lentos de consumación, sus mastodontes mineros y siderúrgicos tardaban décadas en desplomarse, tiempo hubo de encarar las cosas y aún andamos entradito el s. XXI descorchando champán porque hacen otro trozo de la dichosa autovía del este, otro trozo del único tramo sin autovía que hay desde aquí a Grecia. Javier Fernández debería tronar sobre esas décadas y llevarse por delante también a sus compis socialistas, de Madrid y de aquí, si de Asturias se trata. Y el PP, hurgando en la basura y en las papeleras, se encuentra con que dividiendo la inversión por habitante, Asturias es la tercera y clama alborozado las bondades del brutal recorte del feliz Montoro. Y luego nos dicen que aquí subió más el paro y que mejor nos sumamos a las “reformas” de Rajoy. Como si ese veintinosecuantísimo por ciento de paro, empobrecimiento general, desaparición de servicios y déficit público en alza fueran un tren que no hubiera que perderse. Es decir, PP y PSOE de Asturias son el 2% por ciento de sus partidos y ejercen de 2%. Un cagao. Y enseguida a los principios: si se necesita un partido asturiano que no sea el 2% de otro (que no sea como el experimento anterior, que fue, en serio, de récord: en sólo siete meses Cascos consiguió perder la mayoría contra un PSOE en caída libre y con un líder desconocido; o sea, sin líder); si debería haber listas abiertas, para que los cargos se debieran menos a sus aparatos y más a quienes administran; si hay habilitar algún foro de debate para asuntos territoriales y discutir dónde deben ir las inversiones; … Las grandes cosas que salen, cuando todo se deteriora.
En Gijón, así sea por el carril bici fantasma, por el estado de sitio preventivo anti botellón (convivid, malditos, es una orden), las “polémicas” de Cultura (qué palabra tan sufrida esta de “polémica”; yo casi siempre usaría otra), los bailecitos del PP y los pasados y presentes de Couto y Argüelles, nos pasamos el día reflexionando sobre la tolerancia y el respeto, sobre los derechos de unos y otros, sobre nuestro lugar en el mundo y sobre qué es una empresa pública. Rebosan las calles de doctrina y principios, como Buenos Aires en pleno corralito; como corresponde cuando la herrumbre crece (al menos no es como en Cudillero; el menor intento de análisis del ayuntamiento de esa villa produce el mismo empacho y hartura que ver La grande bouffe o una película porno entera).
Y es que, en realidad, ahora que vemos que los gobiernos nacionales elegidos cada vez pintan menos en sus propios países (de Guindos parecía una gallina sin cabeza por las atahonas de Europa en los días del seiscientos y pico de prima de riesgo), cuesta ver qué pintan los gobiernos autónomos de autonomías políticamente indemostrables como la nuestra. No sé qué aspecto debería tener un buen gobierno autónomo, lo que, si tuviéramos tiempo, nos llevaría a interesantes cuestiones de principio. Lo cierto es que ahora toca lidiar con ese 31,6% de menos, con la sonrisa de Montoro turbando nuestros sueños y con nuestra eterna condición de 2% de algo. Un cagao.

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