lunes, 12 de noviembre de 2012

La huelga general, el Monte Sacro y el gen de la suerte.



En el Monte Sacro con Menenio Agripa
“Te jodes y pagas”. En la película Uno de los nuestros Scorsese pone en boca del personaje de Ray Liotta esta máxima de la mafia: primero te presto y después te jodes y pagas. La voz en off iba explicando que pase lo que pase te jodes y pagas, mientras las imágenes iban mostrando a la banda rociando de combustible el restaurante y arrimando la cerilla. No había pagado.
Así se desahucia a la gente que no puede con sus deudas. Hace poco más de un siglo se escribió la ley que explica con más palabras lo que después sintetizó Scorsese de forma tan comprensible. Te jodes y pagas y si no, desahucio. En el siglo V a. de C. los plebeyos estaban también agobiados de deudas con los patricios. Pero ellos inventaron algo desconcertante. Se desahuciaron ellos solos. Dejaron sus casas y se fueron al Monte Sacro, a formar una comunidad desde cero. No tenían nada que perder. Aquello fue mitad secesión mitad huelga. De repente los patricios se encontraron con toda la ciudad parada y unos plebeyos dispuestos a demostrar que, realmente, los patricios no servían para nada. Tras idas y venidas, Menenio Agripa subió al monte a contarles su famosa fábula. Un día todas las partes del cuerpo se hartaron del estómago. Todos trabajando para que él coma, ahí en medio y sin hacer nada. Los dientes se negaron a masticar, la boca a moverse, las manos a coger la comida y las piernas a desplazarse hasta ella. Y el estómago pasó hambre. Pero todos se debilitaban y enfermaban. Y entendieron que el parasitismo del estómago era aparente, que él también hacía a la comida sangre y alimentaba a los demás. Como los patricios, que hacían más de lo que parecía. Como el Concordato, nos dijeron dos legislaturas enteras Zapatero y Teresa Fernández de la Vega, que sirve para más de lo que parece. Como la iglesia, nos dice Rajoy, el único apartado de gastos que no se reduce, porque hace más de lo que parece (suelen resoplar y agitar una mano cuando dicen esto). Y que aquello perjudicaba a todos, a patricios, a plebeyos y a Roma (era poco patriótico, diría la Duquesa de Alba; lo digo sin coña, la gente que sabe usar las esdrújulas siempre tuvo mi respeto). Y bajaron del monte y los patricios los des-auto-desahuciaron y, eso sí, inútil como había sido la espantada, les condonaron la deuda y se instauraron los tribunos de la plebe. Luego habría más secesiones – huelga al Monte Aventino y al Monte Sacro.
La huelga general y el gen de la suerte
Hablando de evolución, decía A. Fridlund que hace mucho mucho tiempo, si pisabas mis tierras yo te mataría, por lo que podía ser un mal paso. Pero tú podrías defenderte, por lo que tu paso era también peligroso para mí. Podría ser que yo tuviera un gen afortunado por el que espontáneamente te enseñara un diente antes de atacarte. Si tú tuvieras un gen de la suerte, espontáneamente también, mirarías al sitio adecuado y verías mi diente, el que muestro cuando como, y dudarías si tu paso es peligroso. Quienes no tuvieran genes de la suerte de despedazarían al 50%. Pero quienes avisaban sin querer de sus intenciones hostiles y quienes veían la advertencia sin querer se salvaban los dos, porque evitaban la situación que los ponían en peligro. Es lo más habitual en la naturaleza. En los documentales es más famoso el combate, por lo mismo que parecen más narrables las guerras que la paz. Pero en la naturaleza lo general es la intimidación. La intimidación no es un farol. Es una exhibición de intención y voluntad en la que se muestran las armas para que la otra parte valore el paso que quiere dar.
La palabra huelga, de un derivado de follicare “resoplar, jadear” (de follis, fuelle) indica “descanso”. Como en el sur se mantuvo la aspiración de la f- inicial e igualaban la pronunciación de la –l y –r implosivas, la misma palabra la pronunciaban juerga y se acomodó en el castellano general con el sentido de divertimento colectivo y bullicioso. La etimología nos acerca a la letanía con que los tertulieros conservadores acompañan todas las huelgas: un jolgorio, haraganes en feria, una pérdida para todos, una acción inútil. Desde los tiempos del Monte Sacro, donde no había acueductos ni alcantarillas, se viene diciendo lo mismo y desde entonces se instauran tribunos de la plebe y se condonan deudas después del jolgorio. Más que de jolgorio, la huelga tiene algo de juego, de simulación. Aprendemos a usar nuestro cuerpo, a combatir y a trabajar entrenando en simulaciones, prácticamente desde que nacemos. El nombre cambia, según ambientes. Cuando un país acosa a otro o quiere teme el acoso de otro, lo que hace el ejército recibe el nombre de maniobras, pero es lo mismo. Es una juerga – juego en que se muestran armas y se exhiben intenciones. Es el gen de la suerte que nos enseña a intimidar. En la huelga – juerga –juego del 14 enseñaremos sin querer nuestro diente. El que está pisando la salud de nuestros niños y su educación y quedándose con nuestro salario y derechos tal vez esté equipado con el gen de la suerte correspondiente y tenga dudas de si el paso que está dando es una buena idea. En la naturaleza la mayor parte de las veces los genes de la suerte dejan los incidentes en rugido. Otras veces no, y las vemos en los documentales. Pero el día 14 toca enseñar nuestro diente en una simulación. Y exhibir intención y voluntad. Sin el rugido, no hay simulación. Sólo combate.
PD. Y por cierto, del mismo follis “fuelle” del que vienen verbos que significan jadear y resoplar, viene nuestro entrañable follar, Dios me perdone. La parentela de huelga es alargada. Mmm, no sé si preguntaros qué vais a hacer un día de … huelga …

jueves, 1 de noviembre de 2012

WERT Y LOS BORG. LECCIONES DE STAR TREK.




Los Borg eran humanos “asimilados” e infiltrados de cables y circuitos que los convertían en una especie de zombies humanoides sin expresión ni emociones. Su mente era colectiva y única. Cada sujeto, carente de voluntad individual, se limitaba a ser parte de la colmena.  Y se “adaptaban” a las armas del capitán Picard y los muchachos del Enterprise. Cuando disparaban, los humanoides morían, pero sólo las tres o cuatro primeras veces. De repente alguno de los buenos decía “se han adaptado” y todos sabían ya que era inútil dispararles, porque sus pistolas de rayos ya no les afectaban. Tenía que pasar al cuerpo a cuerpo.
En el Congreso muchos grupos propusieron reprobar al ministro Ignacio Wert. Lo llamaron antiguo, altanero, provocador y sectario. Dijeron que su gestión era ideológica, excluyente y segregadora. Le gritaron que era hostil e incapaz, insensible y arrogante. El ministro no fue a la votación, porque dijo que era aburrida. La parte divertida había sido, dijo, la de los insultos. “Se ha adaptado”, pensé yo. Como los Borg, los insultos no le afectan, ¿por qué siguen gritándole? Deberían hacer como el capitán Picard y los suyos, guardar esas armas y pasar a otras.
Wert está crecido, como todo el que está conectado a la colmena. La irritación de los contarios siempre te enfucha a la colmena. El más tonto parece algo cuando es aceptado y coreado por un grupo. El grupo, la peña, la colmena te da, como diría Roth, un ello que se nota en tu audacia, en la seguridad que te hace crecer mientras provoque el júbilo de una colmena que, eso sí, va reduciéndote a lo que le produce contento y aplauso, y vas siendo cada vez más “asimilado”, tu individualidad se va diluyendo y eres cada vez más secuaz que persona. Pero a cambio tienes ese ello que hace que los demás se aparten cuando tú pasas. Y el ello de Wert es indomable. La colmena lo está haciendo un ministro excesivo, como los personajes travestidos de las películas de Almodóvar.
Pero que no se engañen los diputados izquierdistas. Los insultos no le hacen mella porque se ha “adaptado”. Y sus demorados razonamientos progresistas y ciudadanos los hacen parecer un poco cortos. Tienen que pasar a otra batalla. La propaganda. Deben seguir dos pautas. Una es no hacer nunca caso de lo que él diga, llevar un discurso autista que no haga aprecio de nada de lo que él diga. Y otra es que ese discurso sea breve y con un par de frases, sólo un par, que se puedan repetir una y otra vez y que contengan algo que le moleste. Insultos no, que está adaptado. Pero las palabras “opus” y “esposa”, en frases debidamente reiteradas, y bien combinadas con una impertinente sordera estratégica para cualquier cosa que diga, igual minan ese ello irresistible del ministro. Porque, además de molestas, son palabras ciertas y certeras. Y retumban.