domingo, 23 de septiembre de 2012

EVOCACIÓN (el epitafio del arzobispo)



Dijo Sanz Montes un día, después de otros días de haber dicho más cosas, que la de Santiago Carrillo había sido una vida inmisericorde que se había encontrado con un Dios misericordioso. Lo decía con motivo de su muerte y esa es la síntesis sumaria que el arzobispo fue capaz de hacer de una vida de 97 años compleja y llena de esas situaciones en las que una duda o una decisión te eleva a la grandeza o te sumerge en la vileza. Cosas del Twiter. En tan pocos caracteres no daba para hablar de todo y Sanz Montes redondeó y lo dejó en inmisericorde. Luego, con micrófonos y más caracteres disponibles, aclaró que lo perdona y que quiere su perdón. En su discurso chisporrotearon como pequeñas descargas eléctricas palabras como “crímenes”, “mártires”, “viles asesinatos”. Pero con indulgencia, sin reconcores ni resentimientos, dijo, digo yo que con humor negro.
Y la gente se ofendió, a pesar de que bailar sobre la tumba del muerto no es un acto sólo celebrado por Siniestro Total, sino practicado desde siempre. Cómo olvidar la franqueza con que Quevedo escribió:

Aquí yace Misser de la Florida / y dicen que le hizo buen provecho / a Satanás su vida. / Ningún coño le vio jamás arrecho. / De Herodes fue enemigo y de sus gentes, / no porque degolló los inocentes, / mas porque, siendo niños y tan bellos, / los mandó degollar y no jodellos.”

(El finado era, según parece, homosexual y pederasta, lo que para Quevedo eran dos pecados. Para mí sólo una de las dos condiciones es pecado. Sospecho, oído lo oído de las altas curias episcopales, que para el arzobispo … también es pecado sólo una de las dos conductas). O la entereza con que despidió la vida de aquella dama: “La mayor puta de las dos Castillas / yace en este sepulcro …”, con un estilo, cierto, algo más tosco que el de Sanz Montes.

Pero lo de la vida inmisericorde que se encuentra con el Dios misericordioso a mí me sonó a alivio, como con un “por fin” de descanso, a la manera en que dicen que Groucho se expresó con la muerte de su suegra: “R.I.P. R.I.P, ¡Hurra!”. Será cosa de tradición, porque ya hace dos siglos y pico el teólogo Joseph Priestly escribió: “Bajo esta losa yace mi mujer. Ahora descansa en paz y yo también”. Qué bárbaro.

Lo cierto es que todo esto del arzobispo a mí me puso en la mente a modo de evocación aquel pensamiento de Nathan Zuckerman, el personaje ideado por Ph. Roth en La contravida, cuando estaba ante el Muro de las Lamentaciones:

“Si hay un Dios que desempeñe algún papel en este mundo, me como todos los sombreros de la ciudad”.

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