viernes, 28 de septiembre de 2012

Estrés






Un cuerpo estresado es un cuerpo despistado. Se hizo tal y como es en el mundo salvaje de la sabana y no sabe nada de ciudades, globalización o proyectos. Sólo sabe de depredadores, de sexo, de descendencia o de comida. Un balón bombeado sobre el área del Sporting, una impertinencia laboral o un “razonamiento” ministerial irritante, y el cuerpo reacciona creyéndose en la sabana original. Se pone pálido porque se contraen los vasos sanguíneos periféricos, como si lo que pase en el área del Sporting pudiera hacernos sangrar (realmente, quiero decir) y se dilatan las pupilas, como si necesitáramos ver más (justo cuando querríamos no ver). Se ralentiza el aparato digestivo para dejar más sangre a los músculos y se libera más glucosa en sangre, como si la inclemencia laboral o la desvergüenza del ministro requiriera correr más que ellos o saltar una tapia. La verdad es que ni sangramos, ni nos movemos del taburete en el que estamos viendo el partido, ni cambiamos el paso al dedicarle al gobierno frases obscenas. La adrenalina se ve en sangre sin tarea que hacer. Me imagino a las moléculas mirándose unas a otras y encogiéndose de hombros, mientras la glucosa corre en sangre sin saber adónde ir y los músculos no saben qué hacer con tanta sangre y tanta pólvora. Para no mencionar el aparato digestivo, con todas sus certezas suprimidas, amontonándosele los nutritientes y con la superioridad negándole los recursos para hacer su trabajo porque se cree en la sabana con algún depredador cercano y está convencida de que la sangre hará mucha falta para los músculos. Como digo, un cuerpo despistado y enfermo.
A las sociedades y a los estados a veces les gusta parecerse a la gente por dentro y se estresan. Se desnortan y enferman como la gente. Hay gobiernos que ayudan más que otros en este proceso. El del Rajoy, por ejemplo, es dos gobiernos en uno. A la derecha sin complejos, la que quería Aznar y que no le importa el qué dirán, le gustan dos tipos de gobierno: el autoritario y el ausente. Le gustan las decisiones simples y las actuaciones sumarias. Pero también le gusta el desgobierno y el sin ley (“desregulación” lo llaman ellos), porque donde no hay gobierno hay jungla y en la jungla mandan los fuertes. Por eso usan tanto la palabra “libertad” y vinieron al mundo diciendo laissez faire, dejad hacer. Y por eso Rajoy es dos en uno. Su gobierno combina armoniosamente el autoritarismo con el desgobierno. Ahí tuvimos esa jornada entrañable del cerco al Congreso: la policía en pie de guerra contra la población, Rajoy fumando satisfecho purazos por la Quinta Avenida y Europa histérica preguntando y preguntándose qué carajos va a hacer con todo. Desgobierno y autoritarismo, dos en uno, la derecha sin complejos y destilada.

Y estrés. Un país despistado y enfermo. Como si hubiera una amenaza global pero inconcreta, la certezas de la convivencia se diluyen y todo se dispone para algo que no se sabe qué es. La gente rodea el Congreso y los políticos, unos airados y otros perplejos, se preguntan si España tendrá una enfermedad autoinmune, si la gente no ve que, rodeando a sus representantes, atacan a su propio tejido. Ni se les ocurre pensar si ellos serán una infección y la gente rodeándolos será una reacción ordinaria y esperable del sistema inmunitario ante un cuerpo extraño. Como corresponde a una situación de estrés, de organismo despistado, se libera en sangre una adrenalina uniformada y armada que hace su trabajo de acumular material de combate pero que causa destrozos internos porque no acaba de aparecer el depredador de la sabana para el que se diseñó. Así que la policía con sus armas en movimiento y sus músculos tensos empiezan a manotear como si buscaran moscas y causan daños atolondrados, porque están en sangre sin propósito ni dirección. Se quita el resuello a parados que viven con poco más que una beca Erasmus. La bocaza de Wert teoriza que ayudar a alguien siempre tiene más beneficio individual para el socorrido que para la sociedad y que por eso es antisocial ayudar. La iglesia calla. Bendicen las bajadas de sueldos diciendo que donan los suyos. Y calla. Desde Zapatero no volvió a hablar de la crisis. Los que no trabajan no saben dónde buscar y los que trabajan no pueden dejar de mirar por la ventana. El país se pone pálido porque los recursos, la gente, la sangre, abandona el frente como si fuera a pasar algo y pudieran derramarse. Europa libera dinero para intervenir, pero se queda como glucosa en sangre sin destino, porque Rajoy, fiel a su ideario, desgobierna y no dice ni hace. La enseñanza, la sanidad y los servicios se ralentizan como una mala digestión porque Europa susurra que los recursos harán falta para los músculos. Y ahí se acumula la ciencia, el conocimiento y la salud, caducando como yogures.
Pero Rajoy fuma puros en Nueva York, va al fútbol y dice que la mayoría de la gente no está rodeando ningún Congreso y que lo de Cataluña es una borrachera nocturna y que a ver si la duermen de una vez. Él cree que el país cogió un poco de frío y basta una aspirina. Ni Merkel sabe ya a qué oponerse. El país necesita una cura de reposo y desestresarse. Que los políticos vayan a colaborar en la extinción de incendios y, por dios, que Rajoy dimita, que dimita ya de una vez. Porque la otra forma de quitarse el estrés de encima, si no es decansando de lo que nos tensa, es liberando energía. Y, como decía Bruce Banner, a nadie le gustaría ver a todo un pueblo enfadado, grande, verde y descerebrado.

domingo, 23 de septiembre de 2012

EVOCACIÓN (el epitafio del arzobispo)



Dijo Sanz Montes un día, después de otros días de haber dicho más cosas, que la de Santiago Carrillo había sido una vida inmisericorde que se había encontrado con un Dios misericordioso. Lo decía con motivo de su muerte y esa es la síntesis sumaria que el arzobispo fue capaz de hacer de una vida de 97 años compleja y llena de esas situaciones en las que una duda o una decisión te eleva a la grandeza o te sumerge en la vileza. Cosas del Twiter. En tan pocos caracteres no daba para hablar de todo y Sanz Montes redondeó y lo dejó en inmisericorde. Luego, con micrófonos y más caracteres disponibles, aclaró que lo perdona y que quiere su perdón. En su discurso chisporrotearon como pequeñas descargas eléctricas palabras como “crímenes”, “mártires”, “viles asesinatos”. Pero con indulgencia, sin reconcores ni resentimientos, dijo, digo yo que con humor negro.
Y la gente se ofendió, a pesar de que bailar sobre la tumba del muerto no es un acto sólo celebrado por Siniestro Total, sino practicado desde siempre. Cómo olvidar la franqueza con que Quevedo escribió:

Aquí yace Misser de la Florida / y dicen que le hizo buen provecho / a Satanás su vida. / Ningún coño le vio jamás arrecho. / De Herodes fue enemigo y de sus gentes, / no porque degolló los inocentes, / mas porque, siendo niños y tan bellos, / los mandó degollar y no jodellos.”

(El finado era, según parece, homosexual y pederasta, lo que para Quevedo eran dos pecados. Para mí sólo una de las dos condiciones es pecado. Sospecho, oído lo oído de las altas curias episcopales, que para el arzobispo … también es pecado sólo una de las dos conductas). O la entereza con que despidió la vida de aquella dama: “La mayor puta de las dos Castillas / yace en este sepulcro …”, con un estilo, cierto, algo más tosco que el de Sanz Montes.

Pero lo de la vida inmisericorde que se encuentra con el Dios misericordioso a mí me sonó a alivio, como con un “por fin” de descanso, a la manera en que dicen que Groucho se expresó con la muerte de su suegra: “R.I.P. R.I.P, ¡Hurra!”. Será cosa de tradición, porque ya hace dos siglos y pico el teólogo Joseph Priestly escribió: “Bajo esta losa yace mi mujer. Ahora descansa en paz y yo también”. Qué bárbaro.

Lo cierto es que todo esto del arzobispo a mí me puso en la mente a modo de evocación aquel pensamiento de Nathan Zuckerman, el personaje ideado por Ph. Roth en La contravida, cuando estaba ante el Muro de las Lamentaciones:

“Si hay un Dios que desempeñe algún papel en este mundo, me como todos los sombreros de la ciudad”.

viernes, 14 de septiembre de 2012

Otoño



Seguramente todos habremos visto esas bolitas que forma el agua sobre superficies lisas, como el techo de un coche, cuando se va secando. Al evaporarse poco a poco, hay un punto en que el agua no tiene materia suficiente para mantenerse unida y se fragmenta y los pequeños volúmenes parece que se concentran sobre sí mismos haciéndose bola y aislándose unos de otros. Hasta que desaparecen.
A simple vista España se seca. Como si le fuera faltando sustancia, se desagrega y se hace bolitas. El PP gobierna como quería Aznar, sin complejos, es decir, sin miramientos. No es un gobierno hipócrita. Es cínico: se radicaliza y exhibe su sectarismo con desfachatez y sin disimulos. Se aleja de todo lo que no son ellos, se miran hacia dentro, y se hacen bola. Cataluña se fatiga de la España del sur. El independentismo parece un caballo sin jinete y, aunque se expresa con gritos y puños en alto, parece ciertamente alimentado por el hastío. Rubalcaba, acostumbrado a nadar en aguas abundantes, en esta sequedad boquea y da coletazos inofensivos, como los peces que agonizan en tierra firme. Cuando Gordillo invade supermercados, da pasos confusos con las piernas en uve, como cuando se tambalean los agorafóricos en una plaza mayor. El PSOE es apenas un rumor e IU tiene algo como de jubilado. Los sindicatos se sientan en mesas vacías y repasan su ideario en voz baja sin saber dónde ni cuándo repetirse. Los concejales evacuan muñeiras en el váter y las concejalas se tocan sus partes para el ancho mundo. Algunas bolitas, movidas por algún viento, se unen y se hacen como lágrimas. Porque lágrima parece el pasillo sin puertas que va confundiendo en uno solo a la TVE que pagamos todos con el espantajo ultraderechista de Intereconomía, con su continuo intercambio de tertulianos (“tertuliano”, el tipo de palabra que Quevedo dejaría con diéresis al final de un verso, para destacar maliciosamente “ano”). Y llanto parecen las puertas de nuestro canal público por las que entran y salen con la cesta de la compra esposas de ministros especializadas en antifeminismo de chigre y extremistas religiosos varios. Se reblandecen todas las certezas, nadie sabe si habrá autonomías el año que viene, si mañana el colegio seguirá ahí o si nos encontraremos a la puerta del hospital unos seguritas que no nos dejarán pasar porque ahora hay nuevos dueños privados. Rajoy parece un Groucho Marx de movimientos torpes que rompe cada día la membrana delgada y bendita que separa el surrealismo de la estupidez. Ya podemos ver en abierto corridas de toros en horarios infantiles, porque cada bolita se hace más y más esférica, aislada y alejada de las otras bolitas. El Gobierno y los empresarios bajan los salarios y el arzobispo anuncia que él donará parte del suyo para que la bajada de salarios se haga bendita y virtud. La monarquía, diluyéndose en cacerías, tropezones y coscorrones a chóferes, también se aleja de todo lo demás haciéndose bolita.

No hay mal que por bien no venga. El momento parece tan desconectado de nuestra memoria que el ambiente va pareciéndose al de la oscuridad durante un eclipse o al de esos techos en los que nos apretujamos cuando llueve inesperadamente. Es como un paréntesis en el tiempo, todos con las manos en el bolso, hablando con extraños de la situación, con las obligaciones en espera y creando improvisadas complicidades, con las que intercambiar risas y mordacidades. Y es lo que toca este otoño. Chinchar y molestar. Y de ahí para arriba. El país se seca como si quisiera desaparecer. Pero, como leí no sé dónde, no todo está fundido.

lunes, 3 de septiembre de 2012

DIMORFISMOS Y ENCÍCLICAS. TOLERANCIA Y SEGREGACIÓN POR SEXOS





Llamada a la tolerancia
Groucho se negaba a ingresar en un club que admitiera como socio a alguien como él. En cambio Wert quiere cambiar la forma de la democracia para que quepa gente como él. Si el Tribunal Supremo dice que es ilegal pagar con el dinero de todos la educación “diferenciada” por sexos, pues Wert cambiará la ley que lo hace ilegal para que sea legal que paguemos todos la educación de gente como él. Esperanza Aguirre llamó talibana e intransigente a Trinidad Jiménez porque esta había dicho que defender la financiación pública de los colegios que segregan a los alumnos por sexo era una horrible vuelta al pasado. No pretendo insinuar que Trinidad Jiménez tenga ideas dignas de comentario (ni de otro tipo). Ni tampoco hablar desde el principio de la educación “diferenciada” (sólo al final, un poco). Me interesa más empezar por la tolerancia reclamada por Esperanza y a punto de ser garantizada por Wert. Porque de tanto en tanto conviene que nos recitemos las cosas básicas para no perder la orientación.
La idea es muy simple. La educación diferenciada es una opción que no se impone a nadie. Si el estado paga la educación a quien la quiere pública y laica y también a quien la quiere privada y religiosa, qué razón puede haber para negar esa misma financiación a quien quiere separación de sexos. La objeción sólo puede ser ideológica: simplemente hay gente que no está de acuerdo con separar a niños y niñas en los colegios. Y ahí aparece la tolerancia. Los demócratas admiten que la gente piense y viva de manera diferente a uno mismo. Las “talibanas” e intransigentes son quienes quieren excluir del juego social a quienes piensan distinto. Ya.

La tolerancia y lo intolerable


Una parte de la convivencia consiste en el delicado juego de inhibiciones y desafectaciones, es decir, de respeto y tolerancia. El respeto es la inhibición que cada uno acepta en su conducta espontánea por la repercusión que pueda tener en otros. La tolerancia es la capacidad que cada uno desarrolla de no afectarse por lo que hagan o sean los demás. Si el vecino de arriba tira sus huesos de pollo por la ventana y caen sobre nuestro tendal, apelaríamos al respeto. Si alguien tiene alguna objeción moral a que una moza lleve minifalda, apelaríamos a la tolerancia. Siempre es discutible donde hay que poner el dial. A Canal Plus le parece una cuestión de respeto el no emitir la película porno de los viernes el día de Viernes Santo. A mí me parece una cuestión de tolerancia el que la emitan. Lo pongamos donde lo pongamos, está claro que la tolerancia es un componente de la democracia (quiero decir, de una democracia que sea tan “legítima” como las violaciones del congresista Todd Akin). Y está claro que lo que reclaman Wert y Esperanza Aguirre es ciertamente tolerancia. Ni está mal usada la palabra ni es irónica. Nos reclaman la desafectación por las manera ajenas característica de la tolerancia.
La pluralidad es inherente a la democracia y también que dirimamos nuestras diferencias mediante votaciones y formación de mayorías. Y bla, bla. Pero no olvidemos la cara b del disco. Es propio de una democracia “legítima”: a) que no todo esté en discusión; b) que el que pierda no lo pierda todo, que sea asumible ser minoría. Si a entonces b: será asumible perder si no todo estaba en discusión. Mis hijos no están bautizados. Puedo aceptar que gane el PP las elecciones, a mi pesar, si no tenían en su programa que los no bautizados perdieran sus derechos civiles y su ciudadanía. Pero esa posibilidad (es un ejemplo) no estaba en discusión, los derechos de mis hijos no dependían de quién ganara y, por eso, puedo aceptar mi derrota electoral (es una manera de hablar). Lo que estoy diciendo es la obviedad de que cualquier democracia se basa, no sólo en la pluralidad, sino en una serie de continuidades garantizadas. En definitiva, algunos principios, en realidad muchos, deben funcionar en la sociedad como si fueran permanentes. No es que lo sean, pero deben ejercerse como si lo fueran. El presente debe tener cierto espesor, no puede ser todo tan fluido que cada día haya que decidir las fronteras de los países, el domicilio que nos acoja por la noche o si realmente la raza negra es una raza de humanos.
Por eso, la tolerancia que debe respirarse en una democracia sencillamente tiene límites. No olvidemos lo que dijimos antes: tolerancia es desafectación, no concernirse por lo que otro sea o haga. Pero no puede ser que nada nos afecte ni nos concierna. Nos debe afectar que alguien torture a alguien. O que alguien pretenda rebajar derechos a los no bautizados o a las personas de raza negra. Si alguien pretendiera tal cosa, podría pedir tolerancia: tú no eres racista, yo sí, debemos caber todos, esto es una sociedad plural. Pero no siempre un aumento de la tolerancia mejora la democracia si lo que se tolera, aquello sobre lo que nos desafectamos, vulnera derechos o menoscaba a personas. En democracia hay cosas intolerables. Conviene repetir esta obviedad ahora que se pide tolerancia para la “opción” de no pagar sueldos en vacaciones, no mantener un sistema público de instrucción y atención médica y considerar a los parados como gandules parásitos.

Segregación


Fin de la perorata ideológica. El Papa Pío XI escribió una famosa encíclica, allá por 1939, sobre educación llena de lindezas. La “coeducación” (educación mixta) se presenta como un método “erróneo y pernicioso”, porque la convivencia entre sexos sólo se hace perfecta y conforme al celestial concepto del Creador en el matrimonio y a él debe reducirse. Especial hincapié se hace en la separación durante los ejercicios físicos, en los que debe cuidarse “particularmente de la modestia cristiana en la juventud femenina, de la que gravemente desdice toda exhibición pública”. Esta es la base de la educación “diferenciada” por sexos. Es un precepto de un credo religioso, radical a ojos de la mayoría. Pero así dicho, sin duda no hay por qué prohibir colegios masculinos o femeninos (privados), pero desde luego no se puede pagar con el dinero de todos lo que no deja de ser una práctica religiosa visiblemente alejada del entendimiento común (la gente no ve impurezas en la co-presencia de hombres y mujeres fuera de la estructura matrimonial). Pero, claro, no es esto lo que se dice.
La gente ya entendió hace tiempo que los credos religiosos son cosa de cada uno. Y también las leyes y los fallos judiciales. Por eso los practicantes religiosos radicales ya no razonan desde el dogma religioso. Intentan sortear la ley y el convencimiento común diciendo que no cuestionan la teoría de la evolución desde el creacionismo, sino desde “el diseño inteligente”, que es una teoría “científica”. Discuten leyes del aborto en nuestro parlamento, no desde la idea cristiana del comienzo de la vida humana, sino desde “los traumas y secuelas psíquicas” de la madre (esto en la legislatura pasada; Gallardón es todavía más tonto). Y no quieren separar a niños y a niñas por no sé qué encíclica, sino porque la ciencia “demostró” el dimorfismo de sus cerebros, sus distintos modos de maduración emocional y sus distintas aptitudes genéticamente determinadas. La Concapa habla del desarrollo lingüístico de las niñas y de la superior capacidad de abstracción y razonamiento matemático de los chicos. Así es como se presenta como una opción pedagógica, científicamente fundamentada, digna de la “tolerancia” de una democracia.
Y así es como en nombre de la tolerancia el señor Wert me quiere hacer ver que, puesto que tengo una hija y un hijo, mi descendencia es cerebralmente dimórfica, emocionalmente discontinua y aptitudinalmente heteróclita. El principio de “iguales pero separados” nunca sirvió que los separados fueran iguales. La diferenciación fue siempre segregación. Siempre que se separó a blancos de negros o a hombres de mujeres fue para que tuvieran destinos distintos y siempre un destino era mejor que el otro. El que todos los grupos activos en la segregación por sexos sean del Opus Dei y de extremistas religiosos indica que el fundamento es religioso integrista y que el barniz técnico con que lo presentan para pedir tolerancia es como los diálogos de Star Trek: verborrea paracientífica. ¿De verdad vamos a discutir otra vez si las mujeres hablan como cotorras y los paisanos planifican y hacen números? Pagar con el dinero de todos la segregación por sexos en la escuela, o cualquier otro radicalismo religioso, es INTOLERABLE. Porque esto es una democracia.