jueves, 19 de mayo de 2011

INDIGNACIÓN. POESÍA.

Una palabra.

Probablemente el primer éxito y el primer servicio de Stephane Hessel haya sido el título de su panfleto. Nada más cortante que una palabra oportuna. Podría haber elegido rebelar, pero ya se usó otras veces para otras causas y la gente no está para dar la razón a alguien que haya dicho algo. Además no estoy seguro de encontrarme dentro de la palabra rebelde. No es mi talla, esa palabra me queda grande por algún sitio y me marca los michelines por otros, salida de mi boca deja el regusto de la impostura. Lo mismo pasaría con protestar o con luchar, luchador y similares. Pero eligió indignarse. Y así logró una pulsión firme. El significado de indignado sí me cubre como un guante a una mano y sus resonancias son limpias y nuevas, es una palabra sin memoria, todo lo que dice es hacia delante, sin lastres y sin peros. Indignado. Así es como estoy. Así es como se dice.

La Gran Comilona.

Para qué reiterar análisis que salen ya en nuestras conversaciones de café. El razonamiento quiere extensión, partes que suceden a partes. La emoción es el reino de lo simultáneo, de que se agolpa a la vez en nuestro ánimo y mueve nuestra conducta. La indignación es un estado de ánimo y se expresa mejor con una imagen que con un razonamiento demorado. Y las imágenes van por días. Hoy recuerdo a Marco Ferreri. En el año 73 Ferreri consiguió hastiarnos física y anímicamente con aquella inolvidable Grande Bouffe, en la que cuatro amigos adinerados se suicidan comiendo, reventando. A medida que se van descomponiendo y siguen comiendo entre sus propios vómitos y excremetos líquidos. Hoy me parece la metáfora e imagen de lo que está pasando.

Poesía.

Si algo hace la poesía es dar intensidad al hecho de oír y entender. Cualquier sensación desaparece cuando se hace continua. Un sonido continuo llega a no oírse. Una caricia reiterada y sin pausa llega a no sentirse. Las palabras, a base de repetirse, llegan a no decir. Cada palabra tiene una fracción de segundo para dejar su idea en nosotros y la mayoría de las veces apenas consigue que concibamos un boceto. Pero cuando Marsé nos dice que, en una noche lluviosa, un taxi pasa con “un rumor de seda rasgada sobre la calzada”, la cosa es distinta. Al acabar la frase uno se da cuenta de que acaba oír realmente a un taxi rodando a velocidad media sobre un suelo mojado y hasta puede que sienta algo la humedad de la noche.

Los indignados que se arremolinan en las plazas no están pidiendo otro sistema político, no están proponiendo otra doctrina social. En realidad no proponen nada concreto. Algunos voceros rugen la falta de propuestas y de líneas de esta protesta creyéndose analistas en trance de desenmascarar a los feriantes. Pero no se trata de buscar una alternativa a la democracia, sino de limpiar su nombre de esos derrochones, corruptos y pesebristas que son ya la norma y una verdadera clase en nuestra sociedad (son varias decenas de miles los cargos públicos). No se trata de sustituir la actividad del mercado por otras maneras de organizar la economía, sino de que no cobren unos pocos tantos millones de euros de productividad por provocar quiebras que gangrenaron el sistema entero. Ni de disolver el estado o el estado – nación, sino de saber quiénes son esos que le dicen al Gobierno lo que tiene que recortar en la vida de todos para que ellos no bajen la nota de nuestra deuda y nos hagamos más pobres. No son los mercados. Son gente, en reuniones, con actas firmadas. Gente que dice que, no sólo hay que bajar el déficit público, sino que hay que bajarlo mermando derechos, no controlando derroches, saqueos en paraísos fiscales o gravando rentas altas. Son gente, personas concretas que nos gobiernan haciendo que nuestro gobierno sea sólo papel de calco entre ellos y nosotros y a los que nadie eligió. Claro que los indignados acampados no están proponiendo nada en concreto. Sólo están limpiando expresiones manidas, como democracia, soberanía, honestidad, representación popular, interés general, libertad, protección, igualdad, convivencia y otras que pueblan los preámbulos de nuestras leyes. Las están limpiando señalando con su indignación su deformación grosera en la vida pública. Viendo extenderse las acampadas indignadas por el territorio nacional y en vísperas de su generalización por Europa, de repente oír la palabra democracia es como respirar un vaho de eucalipto, esa palabra dicha en voz alta y por muchos vuelve a querer decir que todo cambie y se ponga del revés.

Esas acampadas de indignados, como mínimo, están haciendo poesía. Están llenando de intensidad y vida las palabras, haciendo que los oídos vuelvan a oír y la piel vuelva a sentir. Eso fue a lo que fui a la Plaza Mayor. A un recital poético.

Hoy. Tiene que ser hoy.

Cuando las cosas se extienden en el tiempo, cambian o se diluyen. El estallido de indignación, este estornudo del sistema que nos es dado, puede perder su consistencia y desaparecer como el papel se desnaturaliza en el agua. Puede corromperse. Algunos pueden hacerse líderes y codiciar fama y protagonismo. Según cómo vayan las cosas, algunos tendrán miedo o les perderá un impulso caótico incívico. Todo puede pasar. Pero, para los asuntos públicos, hoy todavía son la mejor versión de sí mismos. Hoy es cuando tienen que acampar y rugir su desamparo y su exigencia de humanidad. Y lo pueden hacer alto y estridente con la certeza de que hoy están dando lo mejor que tienen y están siendo lo mejor que son.

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